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Huelga
Los sindicatos del régimen lo han vuelto a hacer
La huelga del metal gaditano ha sido ejemplar en muchos aspectos; tanto que se imponía frenarla cuanto antes. A medida que pasaban los días de piquetes y manifestaciones, más empresas y vecindario de los barrios obreros se unían a las protestas, los estudiantes convocaban su huelga de solidaridad, en muchas ciudades españolas se anunciaban movilizaciones en apoyo a la lucha de los metalúrgicos y hasta empezaban a funcionar las cajas de resistencia como en los viejos tiempos. La represión, tanqueta incluida, no amilanaba la lucha sino que generaba más solidaridad.
La cosa podía irse de las manos de los sindicatos amigos; tan amigos que hasta escuchan y aplauden al líder de la patronal en sus congresos. Tocaba repetir la estrategia de la que la clase trabajadora española viene siendo víctima desde hace décadas: los sindicatos amenazan que esta vez van en serio, fingen cabrearse mucho con una patronal intransigente, convocan alguna movilización más simbólica que eficaz y, como marca el guion, se firma un acuerdo que deja las justas y sensatas reivindicaciones de los trabajadores muy lejos de ser satisfechas. Con un poco de mala suerte hasta es posible que se rubrique algún recorte de derechos consolidados mediante luchas anteriores.
Pero en Cádiz la maniobra era más arriesgada porque el personal currante estaba harto de años de explotación, paro y precariedad, y se entregó con ilusión a la movilización por un convenio que pusiera fin a la dramática situación que vive toda la bahía gaditana desde que empezaron la reconversión industrial y el cierre de empresas. Y se inició la lucha bajo la bandera de la unidad; sindicados y sin afiliación, de CC.OO. y UGT pero también de CGT, CNT o la coordinadora sectorial.
Los aparatos sindicales mayoritarios no tuvieron más remedio que convocar a la huelga y esperar la ocasión para desplegar sus habilidades pacificadoras. La patronal también supo hacerse la dura y esperar. Desde el gobierno progresista dieron señales (además de los palos que en su nombre daban sus fuerzas represivas) de que el conflicto podía extenderse a otros sectores que también sufren recortes. En definitiva, que patronal y sindicatos tenían que ponerse de acuerdo y pactar algo presentable que no aparentara una derrota para ninguna de las partes.
Patronal y sindicatos tenían que ponerse de acuerdo y pactar algo presentable que no aparentara una derrota para ninguna de las partes
Tras unas horas de negociación, supuestamente a cara de perro, se llegó al acuerdo que ya conocemos y sobre el que no es necesario extenderse mucho: el personal fijo del sector verá sus salarios de 2021, 2022 y 2023 elevados un 2%, tendrá una revisión para igualar esa subida con el IPC en 2024 y se dejan en el aire el resto de reclamaciones sobre reducción de jornada y otros aspectos. Los titulares de un contrato temporal, que son mayoría, se tienen que conformar con el 2% y se quedan indefinidamente en el infierno de la precariedad en que viven junto a sus familias.
Por supuesto que los medios oficiales y oficiosos se desvivieron para contar la buena nueva del principio de acuerdo -que horas después ya era un acuerdo tan firme como para motivar la desconvocatoria de la huelga- y se pasó por encima de la paradoja de que la consulta sobre el texto del convenio y el fin de la huelga se pusiera a votación a toro pasado y en los sitios y de la forma que a las ejecutivas sindicales les dio la gana.
Es un final -esperamos que momentáneo- que no por conocido es menos denunciable. Se viene repitiendo en infinidad de convenios, cierres, reconversiones y ERE de empresas y sectores, dejando en la clase trabajadora la sensación de que estas derrotas son inevitables y que las luchas, en el mejor de los casos, simplemente sirven para un frustrante “salvar los muebles”. Sin embargo la historia y otras formas de organizar la resistencia nos demuestran que sí es posible autogestionar nuestras luchas y ganarlas.
Romper con un sindicalismo que si en algo puede sorprendernos es cayendo aún más bajo, incorporarse a organizaciones sindicales que no salen tanto -o no salen nada- en la televisión ni gozan de tantas prebendas de gobiernos y empresas, pero que se dejan la piel en las luchas, y fomentar la toma de decisiones de forma asamblearia por las propias plantillas implicadas puede ser un camino que nos permita salir del fango y el pesimismo al que nos han llevado tantas derrotas cantadas.