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Opinión
Desarrolismo y sostenibilidad, algo imposible
Las falsas soluciones que cumbre tras cumbre, vienen implementando los gobiernos mundiales (para ser más exactos diríamos que son las grandes corporaciones, quiene no adoptan las medidas políticas necesarias para terminar con la multicrisis), se asemejan al mensaje bíblico (promesa) de salvación, si aceptamos, como “verdad única”, que el capitalismo resulta la única alternativa.
Las falsas “soluciones” se concentran, todas ellas, en una “verdad absoluta” del capitalismo (neoliberalismo): siguen pensando que el crecimiento puede ser infinito y ahora matizado, pues dicho crecimiento, ante recursos escasos y finitos, será garantizado por la tecnología y las innovaciones tecnológicas, evitándonos así, de enfrentarnos con los límites.
Como dice Isidro López en su artículo “Crisis ecológica, crisis capitalista, crisis del ecologismo político” (publicado en El Salto)… A medida que el gigantesco aparato productivo fordista se ha ido desmantelando desigualmente en Europa y en Estados Unidos, y la negociación colectiva ha ido posicionándose como una suerte de ritual compartido por capital y trabajo de desmontaje de la civilización industrial del siglo XX, se ha puesto en su lugar un proyecto de generación virtuosa de empleo mediante la inversión pública, que repetiría los patrones y el modelado del trabajo fordista, pero esta vez aplicado a los grandes y vacíos del naciente capitalismo verde, como “la transición justa” o la “descarbonización” de la economía…
¿Transiciones justas?[1]
Desde el sindicalismo oficial, tanto a niveles del Estado español (CC.OO. y UGT), como a nivel de la U€, la CES, así como desde los partidos de izquierda socialdemócratas, se ha acuñado un término, «transición justa» ante los efectos e impactos del cambio climático, a la vez que se trata de negociar, en una especie de contrato social con el capitalismo, dichos efectos y los repercutidos por la denominada economía digitalizada-robótica, que elimina cientos de miles de puestos de trabajo.
Ahora, además, se nos vende un nuevo pacto para una transición justa denominado Green New Deal (GND) o Pacto Verde, basado en la utilización masiva de energías renovables; pues bien, aunque este GND fuera decrecentista, es decir, que fuera capaz de reducciones importantes de determinados sectores, su reducción de emisiones se queda muy corta para combatir las peores consecuencias de la crisis climática, a la vez que los modelos decrecentistas en el empleo, no resuelven la desalarización, ni la explotación[2].
Desde CGT no creemos en las transiciones justas negociadas, al entender que el capitalismo actual, ni necesita ni requiere, para mantener su tasa de ganancia, de un «contrato social ex novo», donde las expectativas de cada parte, capital y trabajo, de los empresarios que dependen de los beneficios y de las personas asalariadas que dependen de los salarios, se encuentren plasmadas de manera explícita en una especie de constitución que obligue a ambas partes.
El acuerdo social sobre este capitalismo terminal, como una nueva fórmula de paz, simplemente es imposible hoy, pues la premisa sobre el que se realizó el anterior contrato social (keynesianismo)[3] en ciertos países ricos, presuponía que los empleadores consideraban que proporcionaría crecimientos constantes a sus negocios, sin fluctuaciones cíclicas, lo cual no ocurriría en este escenario de GND, pues este sistema es incapaz de mantener el modo de vida actual y el crecimiento, lo cual es lo único que les interesa a los poderes financieros y económicos, para mantener una arquitectura social fundada en economías inviables y no esenciales.
Este sistema es incapaz de mantener el modo de vida actual y el crecimiento
Una expansión de los beneficios empresariales implica una plaza segura en la catástrofe ecológica. Un giro decidido en el rumbo de las sociedades capitalistas industriales no es ya únicamente deseable, sino imprescindible.
El capitalismo como sistema, como modo civilizatorio, tiene que desaparecer y terminar, siendo esta la única política a la cual debemos plantear e invertir todos nuestros esfuerzos, pues es la única garantía de una «transición justa», socialmente hablando, para que la vida buena siga siendo una posibilidad en el planeta.
Raul Zelik (entrevista en El Salto) sostiene… En este sentido hay que plantear una política ecológica de clase. Los costes del cambio climático, la crisis alimentaria, los desastres naturales, los pagarán las clases populares. Todo esto no es un tema abstracto “de la naturaleza”. Amenaza la vida de los pobres. Y no solamente en el sur global. Si hay inundaciones y desaparecen calles enteras, los que perderán su vivienda son los pobres. Los ricos se comprarán otra casa. La crisis ecológica va a ser de clases.
Nuestras propuestas tienen un carácter anticapitalista (el Estado ni antes ni ahora, puede ser la respuesta frente a la mundialización del riesgo), de ahí que tenemos que ser conscientes de la urgente necesidad de que tenemos que cambiar de manera radical los estilos de vida.
La cultura de nuestros mayores[4], la mayor parte de ellos y ellas trabajando y ubicados en el medio rural durante prácticamente todas sus vidas, demostró que se podía vivir con lo suficiente y no más y, además, lo hicieron en condiciones de ausencia de libertad y con represión. Vivían con menos (se comía fruta de temporada y punto, por ejemplo), consumían menos energía (viajes y desplazamientos como mucho a la capital de provincia…), bastante menos materiales (no existía el consumismo innecesario) y se aprovechaba todo (se reutilizaban las cosas y se reparaban…).
La cultura de nuestros mayores demostró que se podía vivir con lo suficiente y no más
Tenemos que incrementar nuestros esfuerzos por poner en marcha iniciativas económicas basadas en el trabajo autogestionado y no salarizado; una radical redistribución de la riqueza[5], a la vez que una disminución drástica del trabajo asalariado[6] y rentas básicas de las iguales, lo que implica trabajar para el común, más que para el mercado.
Las alternativas son claras y nítidas: desalarizar la sociedad, desmercantilizar la vida y trabajar en la economía de los cuidados[7] y el común que satisfagan las necesidades básicas de las personas: el campo, el sector agrario (sabemos producir alimentos y el ejemplo de la agroecología está ahí); economías de proximidad (sabemos qué modelos de ciudad deben existir); la salud, la educación, la investigación, la producción para el bien común.
Las alternativas son claras y nítidas: desalarizar la sociedad, desmercantilizar la vida y trabajar en la economía de los cuidados y el común que satisfagan las necesidades básicas de las personas
La cuestión no es la ausencia de alternativas, sino, cómo somos capaces de convertir las mismas en una cuestión estructural que implica, ni más ni menos que… cambiar los modelos productivos de arriba abajo. Que nuestras economías planifiquen y piensen que es posible producir con los recursos que quedan y con la voluntad de que le llegue a todo el mundo lo que necesita (Yayo Herrero).
Lo que existe, lo que hay, es que carecemos de contrapoder, pues el desequilibrio entre quienes sustentan un modelo socioeconómico suicida y ecofascista, y el nuestro es sencillamente brutal. Tenemos que generar y agregar -a estas alternativas de vida, base social, no solo suficiente, sino que desborde en la práctica material al capitalismo, por lo que se hacen imprescindibles los deseos y la voluntad de las personas para ponernos manos a la obra.
[1] Por transición justa se entiende la necesaria transición de un modelo desarrollista, basado en una economía capitalista criminal con la naturaleza y las especies, que hace inviable por invivible la vida en el planeta, hacia otro modelo «desarrollista sostenible» que mantenga la ficción de que es posible seguir (para unos pocos, claro está) con los mismos modos de vida que el propio modelo, en su retórica, dice que tiene fecha de caducidad.
[2] El trabajo de Ecologistas en Acción Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030, nos dice que sus resultados hablan de un millón de empleos nuevos bajo el marco del mercado laboral actualmente existente, y casi cinco en un mercado en el que la jornada laboral se circunscribiera a 30 horas semanales y el trabajo se repartiese de forma equitativa entre la población activa.
[3] Toda vez que estimaron y vieron, que el pleno empleo (especialmente masculino), empoderaba a las clases asalariadas y los salarios aumentaban a la vez que su tasa de ganancia decrecía, debido a la pérdida del miedo y la mayor seguridad del trabajo, volvieron a las políticas de autorregulación y liberalismo que les garantizaba un disciplinamiento de las clases asalariadas, donde el paro estructural, limitaba las expectativas del trabajo.
Del desempleo estructural, se dio un paso más agresivo por parte del capital y el poder político, y se instaló el empleo innecesario, donde millones de asalariados y asalariadas, son empleadas o desempleadas en cortos períodos de tiempo, ante su innecesaria concurrencia en la producción y distribución de mercancías.
[4] Personas hoy consideradas no sujetos de derechos, a las cuales se amortiza y se les mata al no protegerles ni antes ni durante la crisis sanitaria y sistémica que tenemos encima, depreciando así la vida en esa selección darwiniana antihumana.
[5] Las rentas de capital, como los beneficios empresariales, así como los patrimonios y todo el dinero financiero debe, no solamente dejar la “elusión de impuestos como método permanente de robo y expolio”, sino que deben tributar en tipos impositivos de más del 55%. A la vez que deben decrecer los salarios de todo el personal directivo de las empresas (privadas y públicas), al igual que el de los miles de consejeros, impidiéndoles por ley, que en cualquier empresa y actividad, no se puedan percibir salarios más allá de tres veces el salario medio de la empresa, sirviendo esa masa salarial decreciente para mejorar los salarios de toda la plantilla, para que sean salarios dignos. Y que todo el salario cotice a la seguridad social.
[6] Remitimos al estudio citado de Ecologistas en Acción, donde analizan los diferentes escenarios de empleos, siendo el más favorable -y posible YA- el de las 30 horas semanales.
[7] “Si España tuviera el mismo porcentaje de la población adulta trabajando en estos sectores sociales del Estado del Bienestar (hoy, uno de cada diez) que tiene Suecia (uno de cada cinco), España crearía unos 3,5 millones de puestos de trabajo...” (Vicens Navarro)