Alimentación
Realfooding: cuando la cultura de la dieta arrasa con la salud mental

Contra la idea cada vez más interiorizada de que el aspecto físico presupone la buena o mala salud, los movimientos en contra de las dietas de adelgazamiento ponen en valor una alimentación intuitiva basada en las autorregulación y la salud mental, sin perder el foco también en la salud física.

Anuncio comida Plaza de Castilla
Un anuncio de comida rápida en Madrid. David F. Sabadell
20 nov 2020 04:51

La salud ha sido probablemente el tema de conversación más recurrente de este año ante una pandemia que ha supuesto un punto de inflexión en la historia del siglo XXI. Más allá de las medidas contra el virus, el cuidado de la alimentación o las rutinas de ejercicio durante el confinamiento domiciliario se justificaban con la búsqueda de mantener una cierta salud física y mental, pero para otras personas surgía del miedo a engordar, perder músculo o, en definitiva, perder autoestima por no ajustarse a un estándar de belleza concreto que se ha vendido como equivalente de salud. Pero reconocer que esta ecuación es falsa, exponen los expertos, es el comienzo de la deconstrucción de un paradigma que, por mucho que prometa salud física, no asegura que quien lo siga mantenga su salud mental estable.

Este paradigma promulgado durante décadas ha premiado a lo largo de los años a aquellas personas que, por constitución, se ajustan al canon de belleza dominante, como si eso determinase su salud. Es lo que se conoce como pesocentrismo, una forma reduccionista y simplista de medir la salud a partir del peso y la actividad física como únicas variables, sin tener en cuenta la salud mental, la social o la económica, entre otras. Para alcanzar los éxitos que promete este paradigma entra en juego la cultura de la dieta, definida como un sistema de creencias que premia la delgadez, promoviendo la pérdida de peso como un medio para alcanzar cierto éxito. De esta forma, se le da más importancia a las conductas alimenticias, moralizándolas, que al estado personal de cada uno.

Miriam Sánchez, doctora en Psicología y especializada en trastornos de la conducta alimentaria (TCA), comenta que “el problema está en que socialmente hemos confundido salud con belleza”, lo cual lleva a que el estándar dominante es el que utilizan muchos profesionales de la salud para decir que una persona es sana. La gran mayoría de personas, de una forma u otra, han sido víctimas de la cultura de la dieta, como es el caso de Fátima (nombre ficticio). Comenzó a tener una relación tóxica con la comida durante la adolescencia, pero todo empeoró cuando comenzó la universidad. “Me fui a Salamanca a vivir, era una etapa muy nueva y conocí a mucha gente. Sentía que mi cuerpo ni valía ni era tan bonito o delgado como el de mis amigas”. Esa percepción distorsionada la llevó a modificar su relación con la comida, llegando a restringirse muchos alimentos que etiquetó de malos o prohibidos. “Incluso me llegué a descargar una aplicación para ver las calorías de lo que ingería cada día. Miraba hasta la carga calórica que contenía un simple diente de ajo”. No solamente eso, comenzó a ir a todas las farmacias de la ciudad para pesarse frecuentemente.

Además de esta restricción alimenticia, todos los días se levantaba y salía a caminar una hora después de hacer ejercicio en casa. “El día que no hacía todo esto sentía mucha culpa y ansiedad” y a esto se le sumó la presión de que todo el mundo a su alrededor le comenzase a decir que estaba más guapa porque había adelgazado, lo cual solo echaba más leña al fuego recibiendo ese refuerzo externo y sin tener en cuenta su estado mental.

Promesa de éxito

La cultura de la dieta se sustenta mediante la promesa del éxito y lo cierto es que vende a la perfección que ajustarse al canon de belleza es la única opción para obtener validación externa, lo cual llevaría a mayor autoestima, felicidad y éxito a todos los niveles, entre otras tantas promesas.

No hay nada que no esté dicho sobre el abismo de la cultura de la dieta y prácticamente hay nulas evidencias científicas que confirmen que las dietas de pérdida de peso funcionen. Suponiendo que una dieta de adelgazamiento es exitosa cuando quien la practica logra mantenerse a largo plazo en el peso que se ha marcado como objetivo, diversos estudios confirman que el 95% de las personas que las llevan a cabo acaban recuperando el mismo peso a los cinco años (o incluso superándolo). Según confirma Sánchez, la mitad del 5% restante se mantiene en el peso en el tiempo a costa de empeorar su relación con la comida y desarrollar una serie de conductas nocivas.

La industria alimentaria, tanto la de ultraprocesados como la de dietas, se beneficia de generar una necesidad (bajar de peso, probar alimentos ciertos alimentos…) para que las lógicas de mercado se sigan sucediendo

Esta forma de vender felicidad a través del cambio físico tiene una serie de efectos negativos, como comenta Arantza Muñoz, dietista desde el enfoque de la salud mental: “No lograr el objetivo marcado puede derivar en una sensación de fracaso que desemboca en baja autoestima”. Es el caso de muchas personas que no se permiten comer algo que les apetece porque sienten que “no tienen derecho” o “aún no se lo merecen”. Hay un claro problema en marcarse como objetivo alcanzar un número en la báscula, sin tener en cuenta el resto de factores, como la salud mental. “Esta presión por alcanzar los objetivos marcados lleva al autoasco, autorrechazo, vergüenza, distanciamiento social, depresión, hipercontrol, hipervigilancia, desatención o incluso en trastornos de la conducta alimentaria”.

Las dietas restrictivas (algunas disfrazadas de estilos de vida para quitarse de encima la etiqueta de dieta y venderse mejor) han acompañado a Sara, de Alacant, a lo largo de toda su vida. “He estado en muchas dietas desde que tengo diez años, queriendo unirme a las que seguía mi madre porque a las chicas siempre se nos ha educado mucho en esta cultura”, comenta. Comenzó a relacionar delgadez con éxito y a restringirse alimentos por miedo a subir de peso y sentir que no iba a recibir validación externa. “En la adolescencia comencé a tener serios problemas cuando comer me daba más miedo que placer. Comía por supervivencia, básicamente”. Esta situación de miedo y autoexigencia trató de superarla mediante un control obsesivo de todo lo que comía, acompañado de hacer excesivo ejercicio y llevar a cabo una alimentación muy restrictiva.

Supermercado ipc
Una mujer de compras en un supermercado. David F. Sabadell

“Llevé a cabo la dieta cetogénica, que solo se basaba en grasas saludables y proteína, no podía incluir ningún tipo de azúcar, ni siquiera fruta”, comenta, añadiendo que lo que más tenía era hambre, irritabilidad y ansiedad, condicionándole en su vida social y en su relación consigo misma. Sara tenía un gran sentimiento de responsabilidad sobre su salud, pero está demostrado que tan solo el 25% de los determinantes de la salud están bajo el control directo del individuo, el 75% restante son variables sociales, como el acceso a servicios sanitarios, la estabilidad económica o el contexto social, y todo esto se sale de las manos del control individual. 

Sara comenzó a obsesionarse con “comer comida real” y se adentró en el movimiento Realfooding, creado por Carlos Ríos, que se vende como un estilo de vida que te garantiza una salud física rechazando los ultraprocesados (aunque tampoco garantiza salud mental). La alicantina se puso en manos de un nutricionista que le inculcó este estilo de vida restrictivo que, a pesar de que haya personas a las que les funcione, es un movimiento que tiene bastantes lagunas, según denuncian expertos en la materia. “Gané fuerza y un cuerpo definido, pero perdí lo que para mí debería haber sido lo más importante: salud mental”, comenta Sara, añadiendo que la pérdida tan rápida de peso y de grasa hizo que acabase perdiendo su menstruación. “Juzgaba todo lo que comían mis amigos, pero en realidad tenía envidia por no poder comer lo mismo que ellos sin sentirme mal conmigo misma”.

Miriam Sánchez habla de que estos movimientos se presentan como estilos de vida, pero no dejan de ser dietas que venden que la única forma de tener salud es comer y moverte como promulgan, sin tener en cuenta el resto de variables: “Cualquier movimiento dietético que sale ahora vende un modelo de salud reduccionista desde el paradigma pesocentrista”. Y no solamente eso, también hay cierta conducta de riesgo en dividir alimentos entre buenos o malos y esto puede derivar en una mala relación con la comida.

Como comenta Muñoz, la industria de ultraprocesados se lucra de un sistema que está fallando, y esto tiene que ver con una cuestión de privilegios. “No podemos obligar a una persona que trabaja diez horas diarias a que no coma ultraprocesados”, argumenta

Sánchez achaca este problema al concepto de nutricionismo, un sistema de pensamiento que reduce la alimentación a sus nutrientes. “Como si la comida no fuese cultura, emociones, tradiciones o conexión familiar, entre otras. Si nos alimentásemos solamente por los nutrientes, nos tomaríamos una píldora diaria y nos subiríamos por las paredes”.

Arantza Muñoz aporta que este tipo de estilos de vida (o dietas) deja de lado y criminaliza el componente sociocultural y emocional que tenemos con la comida: “Lo que intenta nutrirnos física o fisiológicamente nos está desnutriendo en otras áreas de conexión con nuestra vida social, nuestra familia o nuestra cultura”. Añade, además, que la única forma de alimentarnos correctamente es si no hay coacción, es decir, emitiendo juicios moralistas hacia los hábitos alimenticios condiciona perjudicialmente la relación con la comida. “No invito a la gente a basar toda su alimentación en ultraprocesados, porque al final es una industria que se lucra de un sistema que está fallando. Tampoco hablo de cubrir todas nuestras necesidades con comida. Pero no podemos hacer sentir culpable a la gente por comer”, explica Muñoz.

Cuestión de privilegios

Como comenta Muñoz, la industria de ultraprocesados se lucra de un sistema que está fallando, y esto tiene que ver con una cuestión de privilegios. “No podemos obligar a una persona que trabaja diez horas diarias a que no coma ultraprocesados”, argumenta. La industria de los ultraprocesados se aprovecha de vender un producto accesible y de precio asequible, ideal para personas con una situación precaria. “El sistema en el que vivimos no está pensado para beneficiarnos, sino para vendernos la moto diciendo que tienes poder de decisión”, afirma Muñoz. 

Al final es más barato y rápido comprar ultraprocesados que cocinar para uno mismo con productos naturales, cuando a lo mejor no se dispone de ese tiempo. “Tenemos que tener en cuenta que poder alejarse los ultraprocesados es un privilegio que ojalá estuviese al alcance de todos, pero hay muchas familias con una situación laboral y económica complicada”, señala.

Los estilos de vida que moralizan la forma de alimentación parten de un concepto clasista donde se presupone que cualquiera puede unirse al movimiento, sin tener en cuenta que cada persona tiene su propia situación y no todo el mundo puede seguirlo. Son movimientos que, de alguna forma, invalidan cualquier otro tipo de alimentación. Estos estilos de vida o dietas restrictivas, aunque vendan como que “lo hacen por tu bien”, como asegura Sánchez, no dejan de estar basados en el beneficio económico a costa de, en ocasiones, sacrificar la salud mental de quienes lo siguen. Aquí entra el interés económico y el marketing alimentario.

Si ya de por sí la industria de ultraprocesados busca el mayor beneficio económico a costa de vender un producto que de base no es especialmente sano, en contraposición hay toda una industria, la de las dietas, que sacará beneficio económico a costa de vender una serie de promesas que no siempre se cumplen. Diversas fuentes, como el estudio de mercado The U.S. weight loss and diet control market, confirman que la cultura de la dieta gana alrededor de 72 billones de dólares anuales, y esto tiene que ver con que hay muchos participantes que se lucran de ello. Por una parte, hay muchísimas empresas que desarrollan productos pensados para la pérdida de peso, como pastillas, batidos o laxantes, entre otros. Por otra están los tratamientos de cirugía estética o las liposucciones, buscando ajustarse a un estándar de belleza concreto.

También se lucran de la cultura de dietas la industria farmacéutica, la industria alimentaria o la consulta de nutrición, ya que la mayoría de las personas que acuden a un nutricionista es para bajar de peso y esa es la principal fuente de ingresos de la mayoría de dietistas o nutricionistas, como afirman Sánchez y Muñoz, quienes no están de acuerdo con hacer dietas enfocadas en la pérdida de peso. “Muchas veces los nutricionistas trabajan desde un paradigma pesocentrista y forman parte del sistema de la cultura de dieta, porque es una buena fuente de ingresos y de algo hay que vivir”, explica Sánchez, que añade que depende de la empatía y de la ética profesional de cada nutricionista evaluar si la persona que tiene delante necesita más bien buscar ayuda psicológica en lugar de bajar de peso. “No te puedes imaginar la de dinero que he perdido por decirle a la gente que yo, por mis propios valores, no hago dietas de pérdida de peso como objetivo”, aporta Muñoz.

Patrones tóxicos y factor socioeconómico

La cultura de la dieta no está adaptada a la situación de cada persona, ya no solamente por el hecho de que pueda desembocar en desarrollar patrones tóxicos que deriven en desórdenes alimenticios, sino que hay que tener en cuenta el factor socioeconómico que hay detrás. “Estos discursos parten de una posición de privilegio que ha pervertido completamente el concepto de alimentación saludable”, menciona Sánchez, refiriéndose a que comer sano para ciertas personas es poder permitirse un plato de comida caliente al día. Además, habla de los efectos socioeconómicos de haber puesto de moda ciertos alimentos que importamos desde otros ámbitos geográficos. “En los últimos años el aguacate ha tenido un boom y se ha comenzado a importar mucho desde México, donde se ha encarecido. Ahora, los mexicanos en situación precaria encuentran mayores dificultades para comer algo que hasta ahora siempre habían podido permitirse sin problemas”, siguiendo las lógicas del capitalismo y de la oferta y la demanda.

Al fin y al cabo, la industria alimentaria (tanto la de ultraprocesados como la de dietas) se beneficia de generar una necesidad (bajar de peso, probar alimentos ciertos alimentos…) para que las lógicas de mercado se sigan sucediendo. El movimiento Realfooding, por ejemplo, no se preocupa tanto por que todos sus seguidores estén sanos, sino que al final hay todos unos intereses económicos detrás, aunque sea a costa de la salud mental o social de otras personas. Este tipo de movimientos ha logrado vender un estilo de vida de carácter ciertamente religioso, siguiendo una línea moral definida por su líder de opinión, quien te promete alcanzar la satisfacción plena y la felicidad lograr un peso concreto o tras rechazar ciertos alimentos prohibidos (donde también hay cierto componente de tentación que debe evitarse). Luego ocurre como en el caso de Sara o el de Fátima, entre otros muchos, que este control excesivo deriva en un TCA.

Arantza Muñoz: “No estoy justificando la comida como único recurso, pero si es el único que tienes de momento, recuerda que tienes derecho incondicional de comer hasta que encuentres ayuda”

Entonces, si por una parte los ultraprocesados son malos y, por otra, la cultura de las dietas ha hecho mucho daño en la salud mental de muchas personas, ¿qué alternativas quedan? Miriam Sánchez comenta que debemos reflexionar sobre el constructo de salud que nos han vendido y salir del pesocentrismo. “No es el peso, son los hábitos y el contexto. Debemos hablar de salud inclusiva y acercar la alimentación desde una educación nutricional diferente a la que se está haciendo ahora”. Hay muchos casos de personas a las que prohibirse alimentos les ha hecho más mal que bien, y es peligroso reducir la alimentación a simplemente su impacto nutricional o físico. La alimentación saludable no es seguir unas reglas estrictas, como confirma Arantza Muñoz, tiene más que ver con eliminar el sentimiento de culpa y de vergüenza ligado a la comida y tener una educación nutricional.

Es cierto que las empresas de ultraprocesados se lucran de la falta de tiempo y de dinero, pero tampoco se debe hacer lo que hace la cultura de la dieta de prohibir alimentos, señalan estas expertas. No se puede buscar lograr una salud física a costa de la salud mental, porque puede derivar en una serie de trastornos alimenticios que se han llevado muchas vidas. Respecto a esto, Muñoz añade que le gustaría recordarle a la gente que tiene derecho incondicional para comer, incluso si lo ve como único refugio en ese momento. “No estoy justificando la comida como único recurso, pero si es el único que tienes de momento, recuerda que tienes derecho incondicional de comer hasta que encuentres ayuda”.

A día de hoy, tanto Sara como Fátima reconocen su derecho a cuidarse y a comer. Por una parte, Sara cuenta que aún está reprogramando su mente para escapar del miedo a engordar. “Buscaba una relación sana con la comida, pero llegué a todo lo contrario. Mi cuerpo ha sufrido un déficit calórico enorme al prohibirme alimentos que consideraba enemigos y sigo trabajando en traer a mi menstruación de nuevo a casa”. Por otra parte, Fátima hizo un largo trabajo de buscar ayuda, ir a terapia y apoyarse en su familia, quien la ayudó mucho a sanar. “No solo recuperé el peso, sino que recuperé poco a poco la cordura, la sensatez y la salud mental que había perdido por querer ajustarse a un estándar de belleza”.

Cinco años después, Fátima comenta que tiene la situación controlada y que ya no escucha a “esa vocecita” que le dice que la gente le va a querer menos si aumenta de peso, porque ha descubierto que, tras todos los años de trabajo que ha estado haciendo por curarse, toda su familia, sus amigos y su novio la siguen queriendo. “A día de hoy puedo disfrutar de la comida. ¿Que unas patatas fritas de bolsa no son sanas según las dietas de moda? Pues para mi salud mental sí que lo es”, asegura.

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#74766
20/11/2020 12:57

Gracias 👏👏👏 Basta ya de querer controlar hasta una de nuestras necesidades más básicas, no puedes vivir constantemente pensando en si ese ultraprocesado cabe dentro de tu 10% o si esta semana ya te has pasado y tienes que esperar unos días para podertelo merecer de nuevo. ¿Qué pasa si ya he comido mi 10% y me surge una cena con amigos? ¿No voy porque supero el 10%? ¿Voy pero me pido algo diferente que no me apetece comer solo porque es lo sano? ¿Comes lo que quieres y al día siguiente te sientes como una mierda por haber comido "comida basura", por "haberte pasado"...? Sinceramente no podemos vivir contantemente pensando en que comemos y dejamos de comer, cuantificandolo en porcentajes. Nadie piensa que tiene que dormir 7 horas al día pero que un día a la semana puede permitirse dormir 9. Esa rigidez y control obsesivo deriva en TCAs (como fue mi caso). Una cosa es comer sano para sentirte bien, pues la comida mas nutritiva mejor tu slud y cuanto más variada más aportes tendrás, y otra cosa tener que estar pediente de absolutamente todo y que la única forma de comerte un brownie sea haciéndolo con calabacin. El cuerpo es sabio y sabe que es más beneficioso comer alimentos nutritivos, así que te lo va a demandar más, pero obviamente de vez en cuando te va a pedir otro tipo de comida para saciar ese placer que produce comer. Si siempre nos pide el cuerpo "comida basura" es porque la tenemos catalogada como mala, y lo prohibido es más tentador. Si supiesemos que podemos comer lo que queramos cuando queramos, seguro que el cuerpo nos pediría lo que mejor le viene para su funcionamiento (y de vez en cuando nuestro cerebro nos pediría sarisfacerlo también con eso mallamado comida basura)

9
2
#74767
20/11/2020 14:23

Estoy de acuerdo con el comentario anterior. El problema es la interpretación que se hace de algunas "dietas". Yo me considero Real Food y no estoy obsesionada con el 10%. Vivo tranquilamente, compro en comercios pequeños y locales. Cocino con mi pareja platos elaborados con productos sin transformar. Como helados, hago pasteles, como guarrerias cuando me apetece...en realidad no me suele apetecer porque desde pequeña nunca comí eso. Pero creo que algo que no tiene en cuenta este movimiento es la salud mental inicial de los que se adentran en él. He ahí por qué no funciona para muchos.

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0
#74764
20/11/2020 12:39

Hay muchas cosas en el artículo que necesitaban ser denunciads y visibilizadas, pero también veo cierto reduccionismo y brocha gorda a la hora de tratar las dietas. No es lo mismo una dieta pesocéntrica con batidos y aparatos, que una dieta que te proponga comer sano, sin ultraprocesados, todo lo cual entronca con la transición agroecológica y climática. Que solo un 25% de nuestra salud dependa de nuestros hábitos no significa que no tengamos que autoresponsabilizarnos de esa parte. Y tomarse una dieta como la del Real Food como una religión puede ser problema del receptor, no del emisor. Es decir, estas dietas se desarrollan en un marco mercantil y por eso nos llegan como mercancias y hay gente detrás sacando beneficio, pero eso no significa que no se puedan basar en evidencia científica, que no nos hagan bien o que sean reduccionistas. Sin conocerlo a fondo, creo que el mundo de la nutrición también avanza y yo al menos me alegro de que hoy en día se aconseje comer comida real en vez de hacer una dieta mala para la salud y mala para el planeta. Supongo que en el artículo me ha faltado la parte de la botella medio llena

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#74772
20/11/2020 15:32

El punto es si ese comer sano viene del miedo alimentado por estereotipos o desde el autocuidado y la flexibilidad.

8
0
#74771
20/11/2020 15:20

La interpretación final del artículo que puede tener cualquier lector a ojo rápido resulta peor que lo que la buena intención de su articulista podría prever. Si bien, el artículo fijó su posición personal, respecto a la presión psicológica que causan las restricciones alimenticias socialmente impuestas, todo queda demasiado difuminado y sin una argumentación concreta sobre las razones que lo llevan a calificar de religiosa a otra alternativa de hábito alimenticio más sostenible, que no es mas que un pequeño negocio particular, y apenas representa una aguja en un pajar. El artículo se podría prestar para peligrosas generalizaciones, que terminan por despreciar cualquier alternativa que quiera desprenderse del modelo actual de industrialización alimentaria, por verlas contra su sistema de hábitos adquiridos. Si su crítica era a un determinado modelo de negocio el cual está investigando, debería de profundizar más en la materia y no dejar esos juicios de valor en el aire. Haber urdido más habría permitido que no se cayera en fáciles reduccionismos, pues visto así cómo está, veo todo igual de empaquetado, y la complejidad del tema abarca cuestiones mucho más amplias y que resultan vitales.

2
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#74803
21/11/2020 8:15

Completamente de acuerdo, además de añadir que la redacción es bastante caótica. No dudo de la buena intención del articulista pero he pinchado la noticia con mucho interés y me ha dejado a medias. La salud mental, las condiciones socio-económicas, los intereses del mercado y la soberanía alimentaria son temas complejos que se han tocado (la mayoría) de puntillas para que al final se demonice que un adolescente que siga a alguno de estos gurús elija lo menos malo a través de una app en Mercadona.

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