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Palestina
Abu Dis: la capital de los balones perdidos
Un cortometraje de producción española mezcla fútbol e ironía para mostrar las consecuencias del muro israelí en Abu Dis, la capital sugerida por Donald Trump para un futuro “Estado Palestino”.
Rami empuña el cuchillo con determinación y comienza a sajar el troncho de carne de cordero. Es época de exámenes y los estudiantes inundan su puesto de kebabs, situado frente a la Universidad Al-Quds, probablemente la más prestigiosa de toda Palestina. Un año atrás, el 12 de febrero de 2019, fuerzas israelíes rodearon la Universidad en horario lectivo y lanzaron bombas de gas lacrimógeno y granadas aturdidoras. Cositas de la ocupación, que lo mismo te da como te quita.
“Mira, ¿ves la cúpula dorada?” Rami señala la mezquita Al Aqsa, cuya traducción sería “la más lejana”, aunque paradójicamente esté aquí al lado. Menos de dos kilómetros separan Jerusalén de Abu Dis, este pueblito cercenado por la mitad. “Antes tardábamos solo diez minutos, y muchos estudiantes venían a pie desde Jerusalén, pero ahora…” Ahora tienen que ir por Ramallah, hacer la cola, mostrar carnet, cruzar dedos, pasar el control militar, pillar sitio en el microbús y llegar a clase, corriendo el riesgo de no poder regresar a Jerusalén.
En la televisión pasan imágenes de Donald Trump junto a Benjamin Netanyahu presentando el nuevo Plan de Paz para la región. Calificado como “El Acuerdo del Siglo”, nadie ha especificado a qué siglo se refieren
Muchas personas han dejado los estudios. Sobran motivos e ironías en esta historia. La universidad se llama igual que el barrio árabe de Jerusalén, Al Quds, que significa “La Santa”, quizás por tener tanta paciencia. Una cualidad inherente al hecho de ser palestina. Aquí ya nada sorprende. En la televisión pasan imágenes de Donald Trump junto a Benjamin Netanyahu presentando el nuevo Plan de Paz para la región. Calificado como “El Acuerdo del Siglo”, nadie ha especificado a qué siglo se refieren. Si es del XXI, francamente, no hay esperanza. Si es del pasado, todo puede ser; el nivel está bajísimo.
Rami se quita el sudor de la frente con un trapo de cocina que pide eutanasia y por su mente parecen rondar mil ideas y sentimientos: cuán surrealista es que se presente este plan sin haberlo consensuado con los representantes palestinos, algo que ya sucedió en 1917 cuando nadie les pidió opinión sobre la Declaración Balfour, a través de la cual el Gobierno británico autorizaba la creación de un “hogar nacional” para los judíos en Palestina; hoy Israel.
Han pasado 103 años desde la Declaración de Balfour, los mismos que tenía Kirk Douglas al morir unos días atrás. Será que Espartaco nunca permitiría tal humillación sabiendo lo injusto que es para Palestina quedarse sin frontera con Jordania, sin las tierra ya ocupadas por más de 400.000 colonos judíos, y sin soberanía militar ni aérea ni vocal, al quitarles el derecho a alzar la voz contra las incursiones de los carros blindados y los buldóceres que tanto miedo le meten aquí a la madrugada.
Rami se ríe cuando Trump propone Abu Dis como posible capital del Estado Palestino. Sabe que ellos nunca abandonaran Jerusalén. También sabe que Netanyahu tiene elecciones legislativas en marzo, que Trump tiene presidenciales en noviembre, y que ningún lobby palestino va a financiar sus campañas. Pedirles justicia sería confiar en milagros, y mira que a 500 metros de aquí está la cueva donde supuestamente Jesús resucitó a Lázaro, pero claro, queda al otro lado del muro, y no es fácil creer en lo que no se ve.
“Abu Dis es todo gris. Nos han quitado el sol”, suelta Rami, que no camufla las palabras, las vive. El muro es un eclipse de cemento
“Abu Dis es todo gris. Nos han quitado el sol” —suelta Rami, que no camufla las palabras, las vive. El muro es un eclipse de cemento. Grafitis, alambres de espino y montones de basura quemándose a cielo abierto. Calle abajo aparece un viejo campo de fútbol reconvertido en descampado. Solo le sobreviven el poste de una portería y las ganas de jugar.
“Antes era uno de los campos más populares de Palestina; el equipo de Abu Dis era muy bueno, incluso ganó la copa un par de veces contra el Ramallah United. Pero cuando se levantó el muro dejaron de jugar”. Rami hace una pausa para sorber té y encender su ciento trigésimo cuarto cigarrillo del día. “En 2004 lo reconstruyeron tan cerca del pueblo que tuvieron que dejar de entrenar porque se les colaban los balones cada dos por tres. Era imposible”.
Al fondo, cinco chavales pegan patadas a una lata de aceite. Rami les observa, negando con la cabeza, por el mundito de mierda que les hemos preparado a estos niños condenados a crecer rápido y mal.
En 2004, la Corte Internacional de Justicia declaró la ilegalidad del muro entre Abu Dis y Jerusalén, instando a su inmediato desmantelamiento, ya que su trazado ignora sistemáticamente “la línea verde” acordada entre Israel y Palestina. Hoy el muro continúa separando a las familias campesinas de su principal sustento económico, más de 600 hectáreas de tierra que ya no pueden cultivar, y bloquea la carretera que antes iba hasta Jerusalén, limitando el acceso de miles de personas a escuelas, hospitales y puestos de trabajo.
El hormigón rodea el campo de fútbol de Abu Dis por el norte, el este y el sur. Junto a un córner se erige una torre de control del ejército israelí. Desde allí arriba, un soldado ve los partidos que ya no se juegan. Los balones se han perdido. En Abu Dis, como en México, Hungría o el Sahara Occidental, cualquier muro puede arruinar un partido; pero nunca logrará que se pierdan las ganas de jugar.