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Laboral
Reparto del trabajo, renta básica y otras recetas contra la depresión posvacacional
Según informan cada septiembre diversos estudios, a mucha gente no le gusta volver de vacaciones. Advierten de que la mayoría de las personas trabajadoras sufrirán estrés, ansiedad, y problemas de adaptación que pueden devenir en una depresión u otras patologías.
El pasado lunes 2 de septiembre, millones de personas se sentaron en sus sillas de oficina o se ubicaron detrás de una recepción, una barra, o una caja registradora. Cientos de miles de manos subieron las cremalleras de monos de trabajo, abotonaron uniformes, encendieron ordenadores o activaron maquinaria. Toda este gente se disponía a hacer lo que llevaban días, semanas, sin hacer: trabajar.
Aun cuando quedan todavía retenes en las plantillas de personas envidiadas por haber ahorrado días de asueto para tomarlos tras la temporada vacacional central, septiembre es la barrera simbólica que separa la ligereza y ociosidad estival del menos apetecible mundo del trabajo.
Pero no es necesario enfrentarse a este choque en solitario. Consultoras y empresas se activan este mes para evaluar el alcance de los estragos que ha hecho esto de acostumbrarse a tener tiempo propio. Así, abundan en la red los “tips” sobre la mejor forma de decirle adiós a los tiempos de descanso y abrazarse a la normalidad a un ritmo que no dañe ni al sufriente trabajador, ni a la productividad de la empresa.
Un informe de Bizneo HR, compañía especializada en software de Recursos Humanos aportaba preocupantes cifras sobre lo poco que le gusta a la gente volver a la oficina: “Dos de cada cinco trabajadores sufrirán depresión posvacacional”, se titulaba el documento en el que resumían los hallazgos.
Según los datos aportados por la empresa, la situación no es halagüeña, de cada diez personas seis están muy estresadas con la vuelta al tajo, y cuatro llegarán directamente a deprimirse. Cómo no hacerlo, si el mismo estudio afirma que “ocho de cada diez españoles son infelices en su trabajo”. ¿De dónde viene este malestar? Según desarrolla el estudio, tiene que ver, entre otras cosas, con la falta de adecuación del puesto de trabajo a las necesidades del trabajador, la ausencia de proyección profesional, la rigidez, los bajos salarios y la dificultad de compatibilizar la vida laboral con lo cuidados, de hecho un 80% apuntaban a los problemas de conciliación con una de las mayores dificultades para retomar su empleo con menos angustia.
Seis de cada diez personas sufrirá estrés al volver al trabajo, dos de cada cinco depresión posvacacional
Al diagnóstico le acompaña la introducción de una herramienta que permite atajar la crisis posvacacional: “El Software de evaluaciones de Bizneo HR resulta de gran ayuda, pues permite conocer las necesidades de los empleados y cómo se sienten con la compañía de manera rápida y sencilla gracias a sus encuestas de clima laboral”, publicita la empresa tras exponer su batería de alarmantes datos.
Hay unos cuantos rasgos que definen el síndrome posvacacional: apatía, taquicardias, ansiedad, malestar general. Sin embargo, en principio no hay que alarmarse. La depresión es temporal y sus síntomas “acabarán por desaparecer en el margen de tres días a dos semanas”. Si una se excede en su duelo por la ligereza perdida, recomiendan pedir ayuda psicológica.
En general, antes o después uno acabará por acostumbrarse y dejar atrás esta exótica patología por la cual a mucha gente no le gusta volver de vacaciones porque sus puestos de trabajo chocan con sus necesidades, no les plantean interés a nivel profesional y no les dejan cuidar a sus hijas o a sus mayores.
En este sentido, otra empresa, esta vez una gigante de la salud privada, Sanitas, ofrece sus recetas. Puro sentido común: conviene volver antes de vacaciones para retomar las rutinas y que el cambio no sea tan brusco, acometer las responsabilidades progresivamente, hacer deporte para recargar endorfinas, dormir ocho horas diarias, e iniciar actividades fuera de la oficina: “El objetivo es mantener la mente despierta y fomentar las ilusiones y los retos personales, más allá del horario laboral”. Sin embargo, más allá del horario laboral, para muchas personas el tiempo no se extiende sino que se comprime, acotando las posibilidades de dormir, interesarse por cosas, cuidar a gente o producir endorfinas.
Cuestión de tiempo
Para la socióloga Inés Campillo, esto de la depresión posvacacional no tiene ningún misterio: “La vuelta al trabajo implica la vuelta al disciplinamiento del cuerpo y de los tiempos, la vuelta a la privación de tiempo. En cierto modo, implica una violencia a ese fluir del tiempo y de las relaciones de las vacaciones y es normal que no nos habituemos a ello fácilmente”. La investigadora, que tiene en los cuidados uno de sus campos de especialización, señala lo que llevan tiempo subrayando las economistas feministas: las fricciones entre el mundo del empleo remunerado y los cuidados. Un rompecabezas del que las niñas y niños son testigos que “pasan de estar la mayoría del tiempo con sus familias a entrar en la rueda de la rutina escolar y ver a sus padres y madres dos horas al día”. La transición tiene en septiembre una semana caliente, pues la gente se suele incorporar al trabajo antes de que sus hijas e hijos empiecen en el colegio.
Muchas de las compañeras de Rocío Camacho han tenido, en efecto, una semana de locos intentando poner en marcha una estrategia de cuidados que cubriese la jornada laboral mientras niñas y niños apuraban sus vacaciones. Camacho es delegada sindical de CGT en la empresa de telemarketing Konecta, y aunque ella personalmente no tiene que cuidar a nadie no puede sino empatizar con esas compañeras y compañeros que seguirán enloqueciendo la próxima semana para conseguir acompañar a sus hijas e hijos en su adaptación gradual al colegio. “Hacen lo que pueden, piden horas médicas, días de vacaciones”, señala. En este sentido, Campillo también apunta a la posibilidad de que madres y padres tuviesen una bolsa de días remunerados para afrontar estas complicaciones del inicio escolar.
Si le preguntas a Camacho si ve factible combinar los cuidados con su trabajo, responde con un enérgico no: no tendría el tiempo ni la energía. Es así todo el año, concede, pero eso no quita que la vuelta de vacaciones haya sido “terrible”. “Apenas te vas dos semanas, no te da tiempo a desconectar. Encima como trabajamos por objetivos, vuelves pensando en todo lo que tienes que recuperar”. Rocío debería sentirse de hecho privilegiada: con desconexión o sin ella, ha tenido vacaciones pagadas, más de lo que pueden decir muchas de las personas que en un mercado de trabajo profundamente precario, ni a vacaciones tienen derecho. La rueda de la historia no siempre se mueve hacia adelante.
“La lectura histórica del surgimiento de “las vacaciones” es que tras la salida de la crisis del 29 y la posguerra, el capitalismo podría haber tomado la vía de la reducción de la jornada laboral media solucionando el desempleo mediante el reparto del empleo, pero la vía que salió finalmente fue la salida keynesiana hacia la sociedad de consumo y que institucionaliza el derecho a las vacaciones, manteniendo la norma de las 40 horas semanales y aumentando los salarios”, comenta Álvaro Briales, Doctor en sociología que ha trabajado en torno a la mirada marxista del concepto de tiempo en relación al empleo y el desempleo. “La tendencia general del capitalismo no es ahorrar trabajo, sino ahorrar trabajadores, no es disminuir la jornada laboral media redistribuyendo la riqueza y el tiempo social, sino expulsar fuerza de trabajo”, recuerda.
La reducción de la jornada puede ser técnica y económicamente viable, siempre que exista voluntad política para abordarla
Mientras los salarios llevan un tiempo decreciendo,las jornadas laborales parecen lejos de menguar. ¿Estamos abocadas a trabajar cada vez más, al tiempo que cobramos cada vez menos? ¿Hemos de elegir entre pelear por mejores salarios o por jornadas laborales más cortas?
“La reducción de la jornada laboral, como tantas otras medidas que implican una redistribución de la renta y del bienestar, puede ser técnica y económicamente viable, siempre que exista voluntad política para abordarla”, defiende la economista de la Universidad del País Vasco Verónica Castrillón. “Sin duda, la reducción de las jornadas favorece la conciliación de la vida personal y laboral y redundaría en unas mejores condiciones del ambiente de trabajo durante todo el año y también a la vuelta de vacaciones”, concluye. De momento, añade, la prolongación de la jornada intensiva a todo el mes de septiembre ayudaría con la gestión de la depresión posvacacional.
Castrillón integra el departamento de Economía Aplicada de la EHU. Junto a Jon Bernat Zubiri y otros compañeros, llegaron a proponer un modelo para la aplicación de una reducción de la jornada laboral en el marco de Gipuzkoa. Su propuesta implica un reparto de trabajo que no incida sobre el salario, para ello se articula, según explica Zubiri, en tres pilares básicos: que la riqueza que surge del aumento de la productividad debería revertir en más tiempo para los trabajadores y no en más beneficios para la patronal, que la rebaja de horas de trabajo debería ser igual independientemente del género para no ahondar en la división sexual del trabajo, y que la financiación de una medida así tendría que ser solidaria: las empresas mas potentes sufragarían el esfuerzo para que otras empresas más pequeñas que no podrían de otro modo reducir jornadas sin poner en riesgo su viabilidad, sigan funcionando. En definitiva, se evitaría la concentración de capitales y que solo las empresas grandes puedan permitirse acortar las jornadas, como de hecho ya algunas multinacionales hacen.Camacho, de hecho, trabaja 35 horas, siete por día, cinco días a la semana que normalmente incluyen el fin de semana. Sin embargo, su cabeza está en el trabajo muchas más horas persiguiendo esos objetivos que tiene que ir cumpliendo. Piensa que si se les pagase por las horas que trabajan y no en función de estos objetivos viviría con menos estrés laboral, un problema que para ella no es una cuestión de la vuelta de vacaciones, si no que dura todo el año.
“Me parece que cualquier estrategia para atenuar las consecuencias de la vuelta al empleo pasa necesariamente por cambiar el empleo. Por un lado, habría que dignificar las condiciones laborales de la mayor parte de personas. Además, si existiera alguna forma de renta básica, sería más fácil escapar a relaciones laborales especialmente explotadoras”, argumenta en este sentido Campillo.
Más allá del empleo
“Hay empleos que directamente son un atentado a la salud mental. No querer volver a trabajar después de unos días de descanso o vacaciones a un empleo cutre y con relaciones laborales deficientes es un buen síntoma de salud mental”, sentencia Sergi Raventós. Doctor en sociología y miembro de la Junta Directiva de la red Renta Básica, Raventós, quien se desempeña como trabajador social en el ámbito de la salud mental, defiende que un ingreso universal, incondicional y suficiente para todo ciudadano “aportaría a una mejora de la salud mental de la sociedad”.De hecho, Raventós es muy crítico ante la tendencia de psicologizar lo que no son otra cosa que problemas sociales: “Es una desfachatez y un insulto a la gente atribuir a un problema de ‘inadaptación psicológica’ no poder rendir a tope o llevar bien la vuelta a un empleo alienante y desalentador en muchos casos”.
“No querer volver a trabajar después de unos días de descanso o vacaciones a un empleo cutre y con relaciones laborales deficientes es un buen síntoma de salud”
El progresivo deterioro de los derechos de las personas trabajadoras aceitado por las reformas laborales redundaría, para este autor, en una intensificación de los factores que generan malestar en el trabajo. Por otro lado, recuerda que un buen empleo es cada vez más un “privilegio” de menos personas, abundando quienes no pueden sufrir depresión posvacacional porque no se pueden permitir salir de vacaciones.
En este contexto, “es claro que una medida de protección social y con una seguridad económica como la Renta Básica sería una gran aliada de la salud mental. Poder disponer de unos ingresos incondicionales y suficientes para vivir, no sujetos a las inclemencias y los vaivenes del mercado laboral permitiría ser más libres a la hora de poder escoger determinados empleos o de poder rechazar según qué condiciones de empleo”.
Reparto del empleo, horarios que no choquen frontalmente con el trabajo reproductivo, derecho a la desconexión, una renta básica que afloje la dependencia de trabajadoras y trabajadores de un salario y no les obligue a aceptar cualquier trabajo de mierda, como diría David Graeber. Quizás combatir la depresión posvacacional trascienda el seguir unos pocos pasos hasta adaptarse a una situación laboral insana y consista en seguir luchando para que el empleo no sea un espacio de ansiedad y estrés incompatible con los cuidados al que nos deprima volver cada septiembre.
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