Independencia de Catalunya
En el extremo de lo absurdo

Todos tenemos una cuota de responsabilidad al dejar tomar sin resistencia decisiones que llevan a una democracia bajo vigilancia

27 Octubre Rajoy
Senadores del PP y miembros del Gobierno aplauden a Mariano Rajoy tras defender en el pleno la aplicación del artículo 155. Imagen: La Moncloa.
Mauricio Basterra
5 nov 2017 06:07

Hace una semana presenciábamos como el Parlament de Catalunya aprobaba una Proposición No de Ley que facultaba al Govern de Puigdemont a poder declarar la independencia de Cataluña y convertirla en República. Una votación que solo contó con los votos en contra de parte de Catalunya Sí que es Pot (CSQP) y con la ausencia de toda la oposición en la cámara. Una medida que el propio Govern era consciente que no iba a llegar a ninguna parte porque pocas horas después el Gobierno español iba a aplicar el artículo 155 de la Constitución con la venia del PSOE y de Ciudadanos.

Una semana después nos encontramos en el Govern catalán a los que decidieron salir del territorio y refugiarse en Bélgica y a los que ya han sido sentenciados por la Audiencia Nacional para su ingreso en prisión. Un problema o una cuestión política ha sido convertida por el Gobierno español en un problema de orden público con penas judiciales contra algunos de los agentes protagonistas.

La intención de estos párrafos no es hacer un resumen de todo lo que ha pasado. Es muy fácil (o muy difícil) hacerlo a través de la prensa (puestos a recomendar háganlo a través de El Salto diario). Sin embargo, sí que me gustaría expresar algunas cuestiones a partir de estos sucesos y de esa extraña sensación de derrota que lleva ya un tiempo apoderandose de mi pensamiento.

Hablaba esta misma semana con una amiga que vive en Cataluña y coincidíamos en muchos aspectos a la hora de analizar este asunto. Parecía que el siglo XXI podía ser ese siglo de la afirmación de los ideales utópicos, del avance social, de la desaparición de las desigualdades, etc. Herramientas había para ello y, quizá, ambos estábamos imbuidos por ese optimismo que siempre ha significado el movimiento libertario. Sin embargo en 2017, a un siglo de la revolución que cambió la fisionomía del mundo, nos encontramos con un debate propio del siglo XIX, con la aparición de un retronacionalismo que tiene los mismos ejes que aquel que se manifestó de la forma más virulenta en la segunda mitad del siglo XIX y llevó al mundo al desastre.

Caminar por la calles de Madrid, o de Cuenca, o de Burgos, o de Zamora (digo lugares en los que he estado recientemente) y ver los balcones “engalanados” de banderas monárquicas (llamemos a las cosas por su nombre, aunque otros balcones muestran emblemas de otro régimen), a la gente como defensora de un sentimiento de “unidad nacional” que, al intentar explicarlo, se convierte en un argumento hueco y vacío pero que le sirve para movilizarse, no deja de ser impactante cuando cualquier atisbo de movilización social en otras líneas cuenta con la más absoluta indiferencia. Es más, si luego repasas los datos electorales de mi barrio (por poner solo un ejemplo de estadísticas) ves como el Partido Popular gana las elecciones de forma holgada al mismo tiempo que se sufren unas altas tasas de paro provocadas por la reforma laboral de ese partido “garante de la unidad de España”.

"Nos hemos enfrentado a recortes en educación y sanidad que han empeorado nuestra calidad de vida. Esas cuestiones no fueron motivo de movilización masiva ni de denuncia en balcones y ventanas como ahora lo está siendo la 'unidad de España'"

Desde 2008 llevamos viviendo una crisis económica que ha destruido empleo, que ha mermado el poder adquisitivo y el bienestar de la clase obrera (esa que dicen que ya no existe). Nos hemos enfrentado a recortes en educación y sanidad que han empeorado nuestra calidad de vida. Esas cuestiones no fueron motivo de movilización masiva ni de denuncia en balcones y ventanas como ahora lo esta siendo la “unidad de España”.

Mismo argumento que se puede aplicar al caso catalán, donde la proliferación de esteladas en los balcones oculta que ese Govern que hoy es mártir ayer fue protagonista de los mayores recortes sociales. No deja de ser una perplejidad oír algunas consideraciones alrededor de la independencia de Cataluña. Escuchaba a una persona en una manifestación decir que en España robaba el rey y el Gobierno, y en Cataluña solo lo iba a hacer el presidente de la Generalitat. No le critico que compruebe como el rey y el gobierno nos roba, sino que normalice el robo como parte de la acción política, aunque sea en un pequeño territorio donde se supone va a tener su arcadia feliz. Tampoco voy a entrar en cuestiones de carácter económico, porque no quiero hablar del Procés.

Todo esto no quiere decir que no hubiese movilizaciones. Las hubo y muchas. El 15M fue un ejemplo de ello, sus bases fundacionales y muchos de los movimientos sociales que se conformaron posteriormente. Pero esa protesta fue rápidamente acallada y hoy en día mucha de esa fuerza se ha dispersado.

Al mismo tiempo, llama la atención o, mejor dicho, clama la inteligencia colectiva la celeridad con la que la jueza de la Audiencia Nacional (esa institución sucesora del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo) ha instruido un paquete de acusaciones contra integrantes del Govern y la mesa del Parlament para acelerar su ingreso en prisión. Incluso contra personajes como Joan Josep Nuet, que desde el principio intentó hablar del conflicto existente en materia política y no judicial y que además votó no a la proposición aprobada la semana pasada.

Esa celeridad contra las cabezas visibles del independentismo catalán (y los que no lo son) contrasta con la pasividad y lentitud para instruir los escándalos de corrupción del partido en el Gobierno. Te hace sentir como un ciudadano de tercera cuando a un tipo como Iñaki Urdangarín, condenado a pena de prisión, prácticamente se le conmuta la pena y vive tranquilamente en su retiro suizo tras saquear las arcas públicas. O que un tipo como Francisco Granados salga en libertad condicional tras pagar una fianza de 400.000 euros. El origen del dinero da igual. O cuando el partido gobernante, el PP, acumula cientos de escándalos de corrupción –es una “organización criminal”– en lugares como Madrid o Valencia, y sin embargo tengan la cara de hormigón armado de reclamar a los independentistas que “tienen que cumplir la ley” cuando ellos llevan violentándola de forma sistemática en los últimos lustros.

"Es desesperanzador ver como meter en la cárcel a los independentistas es fácil mientras Billy el Niño, torturados del Franquismo, goza de plena libertad"

Es desesperanzador ver como meter en la cárcel a los independentistas es fácil mientras Billy el Niño, torturador del Franquismo, goza de completa libertad. Mientras el asesino de Yolanda González –Emilio Hellín–, quien trabajaba como asesor de las Fuerzas Armadas Españolas, todavía no se ha sometido a un juicio por el asesinato. Y mientras los participantes y cómplices de la dictadura franquista gozan de impunidad (exministros, ex altos cargos, etc.). La sombra del Franquismo en el PP es muy alargada.

Para algunos estas cuestiones no son comparables. Pero para mi sí. Los escándalos de corrupción se normalizan, se extiende el “cualquiera lo hubiera hecho”. El gobierno aprovecha la crisis en Cataluña para tapar sus vergüenzas y su gestión pésima y lamentable. Saca a relucir sus mejores galas autoritarias, apoyadas por otros partidos políticos que, como Ciudadanos, prácticamente han hecho un llamamiento a guerra abierta. Eso sí, “con la Constitución en la mano”. También el Govern ha aprovechado todo esto para tapar su miseria, solo que en esta batalla era inferior y ha salido perdiendo (o no, ya veremos).

Y que nadie se confunda. Esto no es una defensa al independentismo catalán. No lo soy ni simpatizo con sus ideas. Pero sí simpatizo y soy militante de la libertad de expresión. Esto es una denuncia a la democracia de baja calidad que se esta forjando (erdoganización lo llaman algunos). Y en esta cuestión todos tenemos una cuota de responsabilidad al dejar tomar sin resistencia decisiones que llevan a una democracia bajo vigilancia. Hay un grupo de personas que están conduciendo a este país a un desastre político, económico y social. Pero para muchos, mejor que intentar revertir la situación y forjar una sociedad distinta e igualitaria, lo mejor es defender la frontera, la bandera y la patria. Yo no sé al resto, pero a mi es una situación que me deja bastante triste y con un profundo sentimiento de derrota.

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