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Con mi pasaporte en la mano, el soldado ruso me mira, sorprendido. “¿Qué hace por aquí?”. La respuesta le hace sonreír. “¿Periodista? Ya decía yo que para el mundial de fútbol se equivocaba en las fechas”. En la frontera rusa, a unos pocos kilómetros de los estadios de la ciudad de Sochi, al suroeste del país, es muy raro ver turistas. Tal vez eso se explique porque, del otro lado, entramos en un territorio en guerra. Concretamente, al territorio de la República de Abjasia, cuya soberanía sigue hoy reclamada por Georgia con el apoyo de la gran mayoría de la comunidad internacional.
Resultado de la disolución de la Unión Soviética, la guerra entre abjasios y georgianos, que habían convivido durante el periodo comunista, empezó en 1992 y acabó en 1993 con la independencia de Abjasia “de facto” y el irreparable desacuerdo entre los dos pueblos. A la República de Abjasia no la reconocen sino un puñado de países (Rusia, Nicaragua, Venezuela, Nauru y, desde este año, Siria). La mayoría de los mapas no lo señalan como país.
Sin embargo, al pasar el puesto fronterizo ruso, son los soldados abjasios quienes me reciben para el control de pasaporte. Sobre los uniformes y en las matrículas de los vehículos, la bandera de la República de Abjasia ya se hace visible. Blanca y verde, con una mano (blanca) abierta sobre un tono rojo, encima de la cual se distinguen siete estrellas (las sietes provincias del país). “La mano abierta es un símbolo de bienvenida al extranjero —explica el chófer— pero se cierra para convertirse en un puño en caso de invasión”. Se ríe.
Vestigio de otro tiempo
La única carretera nos conduce hasta la capital, Sujum (en Abjasio, Sujumi en georgiano), bajando por todo el litoral que bordea el Mar Negro. En unas pocas horas, llegamos a la ciudad que fue, durante años, la estación balnearia más popular de la Unión soviética. Cada verano, miles de soviéticos venían a disfrutar, en familia o con amigos, del clima subtropical que ofrece esta zona del Cáucaso al pie de las cordilleras.
Los vestigios de este prestigio de antaño todavía se perciben a pesar del paso del tiempo y de la guerra. A lo largo del lujoso paseo marítimo, con sus estatuas y sus farolas, las ruinas parecen habitadas por fantasmas y recuerdos que muestran la intensa actividad que aquí reinaba hace apenas treinta años. “Este país siempre ha sido escenario de conflicto”, explica Batal Tabagua, diputado parlamentario. “Tenemos de todo: montañas, nieve, mar. No hubo industría aqui, eso nos permite gozar de una naturaleza limpia de contaminación. Tenemos agua en abundancia. Además de hermoso, este país está situado en una zona estratégica, un cruce entre varios continentes ¿Quién no quisiera tener este país?”, pregunta orgullosamente.
Es cierto que el país es una maravilla. La leyenda dice que los abjasios fueron los últimos en presentarse ante Dios cuando este repartía las tierras a los pueblos del mundo, ocupados que estaban en atender a sus huéspedes. Conmovido por semejante espíritu hospitalario, Dios concedió entonces regalarles el trozo de tierra que se había reservado para él mismo. Los abjasios heredaban así el país más hermoso del planeta.
Puente natural entre el territorio ruso al norte y Oriente Próximo al sur, Abjasia fue anexionada por el imperio zarista a mediados del siglo XIX, después de unas violentas guerras de resistencia por parte de los pueblos autóctonos quienes, tras la derrota, se exiliaron por todo el Imperio Otomano. El territorio estuvo bajo la órbita soviética después de la Revolución de Octubre y la República Socialista de Abjasia pasó, a su vez, a formar parte de la República Socialista Soviética de Georgia en 1931.
La convivencia duró hasta que la disolución de la URSS actuó como detonador. Como muchos varones de su edad, Batal Tabagua estuvo involucrado en el conflicto contra los georgianos en 1992. En aquellos días, la guerra arrastró consigo centenares de voluntarios que vinieron a luchar en el bando abjasio. Chechenos, circasianos, osetios y muchos más se agruparon en torno a la Confederación de los pueblos montañeses del Cáucaso para librar batalla en la región junto a sus “hermanos” de Abjasia. En algunos carteles de la capital, todavía están expuestas las caras de los jóvenes “mártires” de este conflicto.
Raíces y defensa
“La defensa de este territorio ha sido y siempre sera un problema”, profetiza el diputado. “En 1995 se aprobó una ley que prohíbe la venta de tierra de Abjasia. No queríamos que cualquiera con dinero pudiese apoderarse del país. Nuestro deber es garantizar una nación para los abjasios y todas las personas que viven en esta tierra, no solamente a través de las armas, sino también en el ámbito económico”, asegura. La construcción de este Estado viable al que aspira el diputado es el principal desafío al que se enfrenta la sociedad abjasia. Una nación no nace de la nada. Es el resultado de un trabajo colectivo lento y largo, que necesita apoyarse en raíces históricas profundas al mismo tiempo que tiene que afirmarse en la realidad contemporánea. Para ello, una de las primeras medidas que se hubo de tomar, fue la propia financiación de dicho Estado.
Después de la guerra, el nuevo gobierno tuvo como tarea establecer un nuevo sistema tributario después de la desaparición del soviético”, recuerda el viceministro Alexander Gulia. “El 80% de nuestro país estaba destruido”, subraya señalando el edificio más alto de Sujum, el antiguo Parlamento Soviético, todavía en ruinas, que se distingue por la ventana de su despacho. Situado en medio de la ciudad, el imponente edificio sufrió un incendio durante la Guerra de Independencia. 26 años después, el monumento sigue exponiendo a los visitantes sus cicatrices, como una carroña de piedra y cemento encallado en mitad de la capital.
“En 2002 creamos el ministerio de Impuestos y hoy tenemos 27 tipos de tasas. El Parlamento es el que decide del uso de estos ingresos, bien sea en educación, salud, defensa, etc. También disponemos de dinero dado por Rusia, cada año, establecido por el programa de ayuda a la reconstrucción de Abjasia. A veces son 2 millares de rublos, otras veces 1 millar y medio, depende del año”, indica Gulia. Según el político, todo ese dinero no basta para que funcione el país y que se restauren los daños sufridos durante el conflicto. Como fenómeno peculiar, algunos abjasios me contaron que antiguos combatientes se niegan a pagar impuestos al Estado aludiendo a sus hazañas durante la guerra, proclamando que su cumplimiento respecto al país “ya está hecho”. El señor Gulia reconoce que “existió semejante problema” pero que “ya la situación mejoró, la mayoría de los abjasios pagan lo que deben”.
Desafío
La construcción de la República de Abjasia no solamente es un desafío económico, sino cultural. Abjasia es un país pequeño. Tiene apenas 250.000 habitantes. Su parlamento se compone de 35 diputados. Eso permite una proximidad inédita, poco común en otros países. No es extraño cruzarse con el Presidente de la República o con algún ministro en las calles de Sujum. Frente al mar, delante del histórico hotel Ritsa, los ancianos se reúnen todos los días para jugar al ajedrez y comentar las noticias del día. Dicen que allí mismo es donde la política nacional se debate con más fervor.
Muchas comunidades conviven en este territorio. El idioma intermediario entre todas ellas, es el ruso, cuya vigencia amenaza fuertemente al segundo idioma oficial del país: el abjasio. “Nuestra preocupación es que el abjasio, como idioma, desaparezca dentro de 40 o 50 años”, comenta Viacheslav Chirikba, lingüista, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Abjasia entre 2011 y 2016. “Nuestros estudios demostraron que las familias abjasias no transmiten el idioma a sus hijos. No lo perciben como una oportunidad para el futuro. Tampoco las otras comunidades tienen esa preocupación, sobre todo los rusos, cuyo idioma es predominante en la región”.
Durante el periodo de Stalin, la política soviética favorecía a la comunidad georgiana. Incluso se prohibió el abjasio en las escuelas o instituciones públicas. A la muerte del dirigente soviético, que era georgiano, la dinámica se invirtió y los abjasios pudieron gozar de su idioma nuevamente autorizado. “El problema es que no hay voluntad política de implementar el uso del idioma”, lamenta Chirikba. “Cierto, existen fondos gubernamentales para algunas medidas como la publicación de textos en abjasio. Tenemos tres canales de televisión en abjasio, escuelas, teatros, periódicos... incluso grupos de música pop en abjasio. Pero no es suficiente. En las ciudades todo el mundo habla ruso, sobre todo debido al carácter multicultural de nuestra sociedad”.
Contra este fenómeno intenta luchar Anua Ludmila Vladimirovna. Profesora de abjasio en la escuela n°1 de Sujum, Anua imparte clases a los jóvenes para salvaguardar el idioma de los ancestros. “El problema es que la educación se realiza en abjasio los cinco primeros años. Después toca hacerlo en el idioma ruso porque no tenemos libros de texto de historia, de matemáticas o de biología en abjasio. ¡Todo está en ruso!”, lamenta la profesora.
Involucrada totalmente en su misión cultural, Anua prepara cada año un grupo de alumnos para el primer concurso de demostraciones folclóricas por parte de las escuelas de la capital. Bailes, cantos y recitaciones de poemas tradicionales incumben a los jóvenes abjasios este día para rendir homenaje a los Nart (cuyo significado es: “Gigantes”), un pueblo mitológico cuya saga forma parte de la historia profunda de los pueblos del Cáucaso.
Identidad
“Nuestra cultura es muy rica —dice Anua—, somos un pueblo pequeño pero con su propia identidad. Los georgianos quisieron hacer de esta tierra Georgia pero lo impedimos”. Para el que haya visitado Georgia, muchos de los vestidos tradicionales o de los bailes abjasios le sonaran parecidos, por no decir idénticos. Sin embargo, la construcción nacionalista de Abjasia implica que las diferencias queden bien definidas.
Esta preocupación identitaria, paradójicamente, no se traduce en una política hostil respecto a las demás comunidades. “Yo me siento un armenio de Abjasia”, alega Varazdat Minosian sentado en su local, la Oficina de la comunidad armenia de Sujum. Mi interlocutor dice sentirse a gusto en su país de acogida, donde existen muchos espacios de libertad para su comunidad: “Tenemos escuelas armenias, iglesias, no vivimos ninguna opresión”, aclara.
Varazdat no habla el idioma abjasio, pero sus hijos lo estudian en el colegio. Tiene dos pasaportes, el ruso y el abjasio, pero según él, “Armenia es la tierra madre y Abjasia, el hogar”. Afirma tener los mismos derechos y deberes que cualquier ciudadano. Los armenios pagan impuestos al Estado y tienen obligación de cumplir con el servicio militar.
¿Los mismos derechos? El artículo 49 de la Constitución decreta que solo un abjasio (étnico) puede ser presidente de la república. ¿No hay riesgo que otros ciudadanos se sientan desvalorizados? “Esto me parece normal—contesta Varazdat—, es el país de los abjasios, lo lógico es que sean los únicos que puedan tener este cargo. Por mi parte, mientras tengamos espacios donde expresar y preservar nuestra cultura, no veo ningún inconveniente”. El hombre no parece molesto por semejante ley. Incluso parece más desconcertado por mis preguntas, que suponen la posibilidad de que se sienta rebajado a ciudadano de segunda clase por no tener este derecho. “No quiero ser presidente”, declara simplemente.
Según las estadísticas de 2011, los abjasios representaban 50% de la población, lo que implica que la mitad de esta no tiene acceso a este puesto de poder (caso de los georgianos, armenios, rusos). A esto se añade que la evolución demográfica puede llegar a poner en minoría la propia comunidad abjasia.
Como respuesta a ello, una política de retorno se estableció cuando estalló el conflicto en Siria, en 2011. Las familias circasianas, descendientes de los exiliados del Cáucaso durante las guerras de conquista del imperio zarista, que vivían en Siria desde hace varias generaciones, fueron evacuadas (voluntariamente) hacia Abjasia. “Cuando empezó la guerra, las organizaciones comunitarias nuestras de Damasco nos informaron de la posibilidad de volver a la tierra madre”, explica Thaer Hagibek. Siendo sirio, se considera ante todo como “circasiano”. Incluso afirma que los propios árabes de Siria los consideraban así: “Algunos vecinos nos miraban mal porque bebemos alcohol y no practicamos el islam como ellos lo practican. Las tensiones iban en aumento poco antes de la guerra”.
Durante el conflicto, Abjasia y Rusia se pusieron de acuerdo para la operación de rescate. “La embajada rusa nos dio visados. Después fuimos a Beirut y de allí aviones nos trajeron a Sochi, donde nos esperaban autobuses que nos llevarían a Abjasia”. Thaer dice sentirse agradecido. Todavía no habla abjasio pero lo está aprendiendo. Según él, no es un “refugiado” sino “un abjasio de vuelta a casa” (él nació en Siria, como también sus padres). Hoy trabaja para un canal estatal del gobierno, como técnico de decorado.
Otros sirios expresan menos entusiasmo. Ali también huyó de Siria por culpa de las llamas de la guerra. “Si no fuera por salvar mi vida, no me hubiera ido”, comenta. Se estima que unos 500 personas fueron trasladadas. Todas obtuvieron el pasaporte abjasio. “Pero las cosas no son tan simples, sigo siendo un extranjero aquí —explica—, a los abjasios, por ejemplo, es muy raro que la policía les multe por sus faltas cuando conducen por la carretera. A mÍ me multan más facilmente, no hablo abjasio ni ruso y lo notan rapidamente”. A nivel internacional, la ayuda aportada por Abjasia dio sus frutos: Siria fue el quinto estado miembro de la ONU en reconocer la república.
Paso a paso, el pueblo abjasio intenta construir un Estado soberano al mismo tiempo que intenta consolidar una base cultural que no desaparezca bajo el peso de las diversas comunidades con quien comparte vivienda. “No queremos vivir aislados de los demás —concluye el diputado Tabagua—, pero tampoco tenemos la capacidad de asimilar tantas personas, y no queremos desaparecer”. Las dificultades inherentes a un “pueblo pequeño” son los principales obstáculos a los que se enfrentan los abjasios, tal vez mayores de lo que pudo suponer una guerra.
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Muy buen reportaje, quería añadir un historia mía personal. Llevo 20 años viviendo en Madrid. Mi hijo tenía 1 año cuando fuimos en verano de 2002 a visitar sus abuelos. Y allí nos quedamos atrapados, no pudimos regresa ya que el cruce de la carretera Tkuarchal y Ochamchira estaba bloqueado por los tanques de Georgia. Son muchos recuerdos que aun me hacen llorar. Después de la guerra en 2000 me fui a España en búsqueda de mejor vida para mi y mi hijo. Al terminar la Eso el se marchó a su tierra, hizo servicio militar y se quedó allí.
Y no digo nada mas. Sólo quiero añadir que es una tierra de gente orgullosa de ella, que mueren por ella, que luchan por ella, que son leales a ella, que vuelven a ella esten donde esten. Gente fuerte y de gran corazon, unidos a sus races y tradiciones.
Saludos a todos desde Madrid
como se llama dicho periodista que con exactitud dio este gran reportaje ?
muy buen reporte, lo escudriñe a fondo, y me parece que deberíamos darle cabida a el vil pensamiento de las personas, que ni idea de que este país existe tienes aun.
Abjasia no es un país, es mentira, es una parte de Georgia , ocupada por Rusia
Tu eres un georgiano ofendido por perder una guerra. Pregunta a la gente que vive allí, yo soy de esas tierras y no soy georgiano, soy abjaso y orgulloso de serlo! Y
Yo soy rusa, la que vivió esta guerra en Tcuarchal y se lo que hicieron georgianos y es un pais, siempre fue, porque la que lo sienten como pais. Un país es una union de la gente que viven en el.
Muchisimas gracias por este artículo pero no estaria mal enseñar la realidad y contar la verdad a la gente. No es un país independiente si no que es víctima de la política Russa. 🇷🇺
Gracias por este artículo, conocer otras realidades es siempre estimulante.
Solo un pequeñito 'pero': "sobre todo" y "sobretodo" no significan lo mismo.
Esto sí que es un periodismo diferente, recogiendo realidades que no aparecen en ningún otro medio