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Coronavirus
Coronavirus y propaganda de guerra
La elección de la propaganda de guerra para “informar” a la ciudadanía sobre la pandemia es una opción con contraindicaciones que deben ser tenidas en cuenta.
Desde que comenzase esta crisis, las autoridades, tanto en España como en otros países, decidieron que la comunicación oficial sobre la “guerra” contra el coronavirus adoptara la jerga militar y la escenografía bélica para informar a la ciudadanía en relación a la pandemia. Partes “de guerra” diarios con cifras de fallecidos, infectados e ingresados, declaración del estado de alarma, sanitarios comparados con luchadores de la “primera línea del frente” y ruedas de prensa de generales que hablan de nosotros como ciudadanos-soldado, mientras el presidente del gobierno repite con solemnidad que, juntos, daremos la batalla, no nos rendiremos y, al final… “venceremos”.
La emoción que se busca provocar en la ciudadanía, con una amenaza de este tipo, es el miedo
El uso de la parafernalia y el léxico bélicos para enfrentar una crisis como esta, en términos de comunicación política, es una de las opciones que los gobiernos tienen sobre la mesa en momentos de crisis y, como todas las demás, conlleva ventajas e inconvenientes para quienes diseñan las campañas. Así, por ejemplo, el uso de la retórica de guerra y de los portavoces uniformados transmite de inmediato la gravedad de la situación. En España no estamos ya (aunque lo estuvimos) tan acostumbrados a las ruedas de prensa protagonizadas por militares, de ahí que nos produzcan la sensación de estar ante una amenaza inusualmente peligrosa. Visto así, la opción de la propaganda de guerra para la comunicación en tiempos de crisis es rápida y efectiva.
EL MIEDO NOS HACE MÁS MANIPULABLES
Naturalmente, la emoción que se busca provocar en la ciudadanía, con una amenaza de este tipo, es el miedo. Probablemente, un miedo sin el cual nuestros gobernantes estiman que no nos habríamos tomado en serio las medidas necesarias para “derrotar al enemigo”, ni tampoco al enemigo. El miedo, así como la incertidumbre ante lo que está por venir, nos hace vulnerables y más fácilmente manipulables, cambia nuestro comportamiento y, a menudo, matiza o incluso modifica drásticamente (el miedo conoce niveles) nuestros criterios éticos. De esta forma, lo que ayer nos parecía una barbaridad, hoy podríamos defenderlo como tolerable o, incluso, necesario. Y es cierto que el miedo puede hacer brotar comportamientos solidarios (nada une más que un buen enemigo, se suele decir), como sin duda se han producido en las últimas semanas; cosa distinta es que nos parezca adecuado construir nuestra solidaridad, a futuro, en el miedo.
La comunicación oficial y el discurso de la mayoría de los medios se han esforzado, en las últimas semanas, en hacernos sentir “especiales” para mantener nuestra moral alta, objetivo habitual de la propaganda de guerra y que forma parte de un guion conocido, porque necesitaremos ese buen ánimo para afrontar el presente y el futuro. Con este objetivo, y ya en el terreno de la épica, nos repiten que los españoles, unidos, hemos siempre sabido salir airosos de las situaciones más difíciles (afirmación que no remite necesariamente a nada, pero que es recurrente en tiempos de crisis) y subrayan que permanecer confinados en casa es un acto de solidaridad con nuestros conciudadanos. La otra cara de esta afirmación situaría a quienes no respetan el confinamiento como “insolidarios”, que es el eufemismo de “colaboracionista” con el enemigo (o sea, casi peor que el enemigo), si mantenemos el discurso bélico.
¿Es la solidaridad lo que nos mantiene confinados en casa?
Así, por una parte, si estamos en “guerra”, el discurso de las autoridades tiene la obligación de levantarnos el ánimo, ya que el espíritu derrotista es lo peor en estos casos. No obstante, ¿es la solidaridad lo que nos mantiene en casa? Puede ser, pero también el miedo al contagio y a la multa del policía que nos pueda parar en la calle. Por otra parte, ¿qué estamos dispuestos a hacer contra los insolidarios? ¿Cuándo comienza alguien a “colaborar con el enemigo”? Los decretos que regulan el día a día del “estado de alarma” son poco claros al respecto; no pueden prever cada situación concreta de nuestras vidas. Las autoridades nos aconsejaron usar el “sentido común” en nuestro comportamiento mientras dure esta extraña situación pero, ¿queda en manos de la policía interpretar qué es el “sentido común”? ¿Lo delegamos en ese vecino demasiado patriota que increpa, desde su balcón, al viandante sospechoso?
Como he apuntado, el miedo nos hace (más) manipulables, especialmente ante quien nos ofrece una salida a la situación que nos provoca angustia o pensamos que tiene la capacidad de sacarnos de ella. Con miedo y “en guerra” seremos quizás más proclives a obedecer instrucciones que vienen de aquel a quien creemos, tememos o a quien vemos como el líder de la corriente de opinión mayoritaria (el miedo a quedarnos aislados del grupo juega también su papel).
En la guerra es también habitual que ciertos derechos y libertades queden en suspenso y lleguemos a considerar que, dadas las circunstancias, es “normal” no poder salir a la calle durante el toque de queda o tener que obedecer al policía que nos interroga sin motivo aparente. De esta forma, la comparación con la guerra y la declaración del estado de alerta pueden ser efectivos, propagandísticamente, para convencernos, concienciarnos y también para controlarnos en circunstancias como las que vivimos.
CONTRAINDICACIONES DE LA PROPAGANDA DE GUERRA
Pero claro, este tipo de propaganda tiene sus contraindicaciones. Se ha insistido tanto en las últimas semanas en que las situaciones de crisis o de guerra dejan ver lo mejor de nosotros, que corremos el riesgo de olvidar la primera parte de ese mismo dicho. Si hay algo que caracteriza a la guerra es, precisamente, que saca lo peor de nosotros mismos. Una vez hemos puesto en marcha la retórica bélica, es posible que muchos, como hemos apuntado, vean enemigos en el vecino que sale a la calle, en el viandante sin mascarilla o incluso en el contagiado que vive cerca y puede significar una amenaza. Al mismo tiempo, en una población como la española, ya muy polarizada por casi cinco años de campaña electoral permanente, las llamadas a la unidad pueden verse superadas por las que alientan a profundizar unas divisiones sistemáticamente reforzadas en estos años y cuya factura podríamos empezar a pagar, o continuar pagando, ahora.
Hemos de estar vigilantes para que nuestros derechos y libertades salgan pronto de la cuarentena
Además, existe el riesgo de que los gobiernos se dejen llevar por la pulsión autoritaria. Y éste es un peligro muy real que se ha presentado miles de veces a lo largo de la historia. En la excusa de “estas medidas nos ayudarán a combatir el coronavirus” alguien puede ver la oportunidad de sacar adelante, con poca o ninguna discusión, decisiones que, en otras circunstancias, hubiesen sido difíciles de aprobar. Por ejemplo, la geolocalización (por muy “anónima” que sea) de los ciudadanos, a través de sus teléfonos móviles, para vigilar su movilidad, no parece algo tan decisivo en la lucha contra la pandemia como para poner en marcha una medida que se parece demasiado a las habituales del estado policial en el que, quiero creer, no nos queremos convertir. De hecho, los gobiernos que han decidido “declarar la guerra” deberán estar atentos a quienes se sobrepasan en el celo con el que hacen aplicar la ley, lo que incluye, fundamentalmente, a los diferentes cuerpos policiales y al ejército. El miedo al presente dará paso (ya está ocurriendo) al miedo a un futuro en precario e incierto, circunstancia que, de nuevo, puede generar creativas prácticas de solidaridad ciudadana o/y aumentar el éxito de mensajes simplones de todo tipo, que recojan la cosecha de una población maltratada propagandísticamente durante demasiados años.
Al mismo tiempo, y para finalizar, es bastante habitual que los gobiernos sean más rápidos a la hora de poner nuestros derechos en cuarentena que cuando llega el momento de levantar la misma. Aquí, los protagonistas deberán ser quienes han cedido sus libertades, con tanta facilidad, en el entendido de que lo hacían temporalmente: la ciudadanía deberá estar preparada para exigir que el confinamiento y las medidas excepcionales de seguridad se apliquen por motivos exclusivamente sanitarios, pero nunca represivos o políticos ni tampoco más tiempo del estrictamente necesario.
El discurso bélico es, por tanto, un arma de doble filo que exige tener cuidado con lo que hacemos y permanecer vigilantes con lo que nos hacen porque, por muy grave que esto sea… no estamos en guerra.