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Análisis
La muerte de la izquierda griega: una tragedia política
Profesor adjunto de Políticas Públicas en el King's College de Londres.
Las expectativas en la reciente disputa por la dirección de Syriza eran altas. La favorita entre la izquierda radical del partido para tomar el timón de la actual oposición parlamentaria griega, dado que Syriza cuenta con 47 de los 300 escaños del Parlamento heleno, era Effie Achtsioglou, diputada de 38 años y exministra. Achtsioglou parecía bien posicionada para conducir a Syriza hacia una nueva era, que habría significado un retorno a los fundamentos ideológicos tradicionales del partido. Doctora en Derecho y en posesión de un sólido conocimiento de los mercados laborales, Achtsioglou ostentaba una comprensión y dominio de la política griega que envidiaban incluso políticos veteranos bien curtidos en sus avatares.
En cambio, y contra todo pronóstico, Stefanos Kasselakis, un recién llegado a la política que debutó en ella tras las elecciones generales de junio de 2023, se hizo con la victoria en la contienda del 24 de septiembre pasado al recibir asombrosamente el 56,69% de los votos. Kasselakis, empresario de 35 años, destaca por ser el primer líder de un partido griego (abiertamente) gay y por estar casado con Tyler McBeth, un enfermero de urgencias estadounidense. Conocido a menudo como “el chico de oro”, dada su experiencia previa en el mundo de la banca de inversión al hilo de su trabajo en Goldman Sachs, Kasselakis residió en Estados Unidos hasta la primavera de este año. Su rápido ascenso ha suscitado dudas sobre su perspicacia política y su familiaridad con los entresijos de la nación de la que ahora ostenta el cargo de jefe de la oposición.
Cabe destacar que en las elecciones generales del pasado 25 de junio, Syriza recibió el respaldo de aproximadamente 930.000 ciudadanos (17,83%). Sin embargo, en la posterior contienda por el liderazgo del partido la participación se redujo notablemente, dado que únicamente participaron 132.710 personas. En particular, el Comité Central de Syriza amplió la posibilidad de votar a los nuevos miembros, siempre que se hubieran inscrito al partido antes del día de las elecciones. En total, Kasselakis obtuvo 74.285 votos, menos del 10% de los votantes de Syriza que participaron activamente en las elecciones de junio.
Repentinamente se constituyó un grupo de fervientes partidarios de Kasselakis que emprendieron una despiadada campaña digital repleta de acusaciones infundadas contra Achtsioglou
Lo que resultó especialmente extraño de la contienda por el liderazgo de Syriza fue el marcado contraste de su tono antes y después de la aparición de Kasselakis. Antes de que se incorporara a la contienda, la candidata Achtsioglou formuló diligentemente un programa progresista de izquierda pertinente para definir el futuro de Syriza. Su campaña propuso un sólido Estado del bienestar, abogó por una mayor transparencia en la política y, en su conjunto, sus propuestas habrían sido especialmente beneficiosas para las numerosas familias griegas que perciben bajos ingresos. Además, Achtsioglou defendió un programa ecológico adecuado para hacer frente al cambio climático en el Mediterráneo y propuso el aumento del salario mínimo, la reevaluación crítica de las actuales medidas de austeridad, insistió especialmente en la defensa de los derechos humanos.
La llegada de Kasselakis propició, como hemos indicado, un neto un cambio en el tono de la campaña. Repentinamente se constituyó un grupo de fervientes partidarios del candidato que emprendieron una despiadada campaña digital repleta de acusaciones infundadas contra Achtsioglou, que fue acusada de haber saboteado al anterior líder Alexis Tsipras, y trufada de desinformación y ataques misóginos contra ella. Esta cuidadosa campaña de ataques orquestados no sólo alteró el tono del discurso, sino que acabó inclinando la balanza a favor de Kasselakis.
En el sanctasanctórum de Syriza cundió repentinamente un escepticismo generalizado, debido fundamentalmente a la campaña de Kasselakis, centrada en las artes de la comunicación y en la percepción pública más inmediata de la situación. Lamentablemente, los debates políticos de fondo brillaron por su ausencia. Kasselakis, al eludir la tarea de dilucidar su programa político, dificultó la evaluación de su visión del futuro del partido.
El lanzamiento de Kasselakis a la fama se debió en gran medida a su incesante insistencia en los elementos metapolíticos de su person
La ausencia de una oposición de izquierda fuerte y potente durante un periodo de la política griega caracterizado por la catástrofe medioambiental, las acusaciones de corrupción política registradas durante el periodo de gobierno de Kyriakos Mitsotakis y el ascenso del extremismo de extrema derecha preocupa profundamente a muchos griegos y griegas
El lanzamiento de Kasselakis a la fama se debió en gran medida a su incesante insistencia en los elementos metapolíticos de su persona. Sus apariciones públicas adoptaron la forma de paseos tranquilos con su pareja, visitas diarias al gimnasio o momentos compartidos con su perro en el sofá. Y el enigma político de su concepción política se acentuó dada su ausencia en los debates y su reticencia a dialogar con los periodistas, todo lo cual ha suscitado preguntas cruciales sobre la transparencia y la responsabilidad de su desafió a concurrir al liderazgo de Syriza.
Esta lucha interna, sin embargo, no es exclusiva de Syriza. Refleja una tendencia más amplia en los partidos de izquierda de toda Europa
Por supuesto, los recién llegados a la política a menudo pueden insuflar nueva vida a un partido, pero dado que Kasselakis no ha articulado desde el principio los fundamentos ideológicos de su liderazgo ni su modus operandi para dirigir Syriza, existen serias dudas sobre la forma en que todo ello podría adoptar. La cuestión crucial, sin embargo, son los serios desafíos a los que se enfrenta Syriza. La ausencia de una oposición de izquierda fuerte y potente durante un periodo de la política griega caracterizado por la catástrofe medioambiental, las acusaciones de corrupción política registradas durante el periodo de gobierno de Kyriakos Mitsotakis y el ascenso del extremismo de extrema derecha preocupa profundamente a muchos griegos y griegas.
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En lugar de fomentar la unidad, la nueva dirección de Syriza no ha hecho sino acentuar los profundos conflictos internos del partido, conflictos que tienen el potencial de precipitar un nuevo cisma ideológico en su seno. Este tipo de escisiones no son infrecuentes en política y a menudo sirven como medio para garantizar la supervivencia política de una organización. Sin embargo, la clave suele estar en la planificación estratégica a largo plazo. El fracaso de Syriza a la hora de pivotar decisivamente hacia una agenda de izquierda claramente definida para contrarrestar el neoliberalismo expansivo de Nueva Democracia representa un error moral, que puede perseguir al partido durante los próximos años.
Esta lucha interna, sin embargo, no es exclusiva de Syriza. Refleja una tendencia más amplia en los partidos de izquierda de toda Europa. El Partido Laborista de Keir Starmer, por ejemplo, ha trazado un rumbo centrista y ha dado pasos hacia la adopción de políticas nativistas con llamamientos a controles fronterizos más estrictos. Del mismo modo, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) ha sido testigo de un debilitante colapso bajo la dirección de Olaf Scholz, marcado por la ambivalencia ideológica y la confusión. En medio de estos acontecimientos, Syriza se enfrenta a retos similares a la hora de abordar las preocupaciones de los votantes de izquierda, hallándose obligada a navegar en un panorama político complejo.
La presencia de otros dos partidos políticos de izquierda en el Parlamento heleno supone un contrapeso potencial a los vacíos que Syriza, bajo el liderazgo de Kasselakis, puede crear
Mientras los diputados de Syriza esperan ansiosos que se aclare la futura dirección del partido, se pueden extraer valiosas enseñanzas de las experiencias de los partidos de izquierda en Italia y España, que han demostrado el potencial de unidad, ya sea movilizando eficazmente a los votantes o adhiriéndose firmemente a los principios ideológicos y seleccionando cuidadosamente a los candidatos, ejemplificados por figuras experimentadas pero frescas como Elly Schlein, la recientemente elegida secretaria del Partito Democratico italiano. Sin embargo, en Syriza existe una enorme preocupación ante un liderazgo inmaduro, fenómeno que puede verse exacerbado por una audiencia carente de sofisticación política.
En un momento de extrema necesidad, las bases de Syriza, o lo que queda de ellas, han optado por unirse en torno a una figura enigmática carente de una agenda discernible, acosada por un pasado dudoso y envuelta en la incertidumbre sobre sus cualificaciones (con acusaciones de que su currículo podría estar adornado). Informes procedentes de Atenas han destacado la escasa relación de Kasselakis con las ideologías de izquierda. En particular, su llamativa ausencia de mítines o campañas políticas fue un fenómeno llamativo antes de marzo de 2023. Durante este período, sus contribuciones al periódico de la diáspora griega National Herald, con sede en Nueva York, mostraron una admiración constante por el primer ministro conservador Kyriakos Mitsotakis y un respaldo a sus políticas.
Una deficiencia notable de la campaña de Kasselakis para dirigir Syriza fue su despreocupación ante la ausencia de unidad existente en el partido, un vacío que, como hemos señalado anteriormente, ha quedado puesto en evidenciad por el comportamiento de sus partidarios. En ausencia de madurez política y de un compromiso firme con los valores fundamentales de la izquierda, es difícil vislumbrar cómo Syriza puede confiar en sobrevivir a una segunda muerte política tras la verificada en 2015. De hecho, algunos llegan a afirmar que se trata en realidad de la tercera muerte del partido, teniendo en cuenta la agitación sísmica desencadenada en su seno por la dimisión de Alexis Tsipras en junio pasado tras la derrota electoral.
El papel de Syriza sigue siendo fundamental para dirigir a la izquierda griega en el futuro, lo cual constituye una tarea hercúlea para Kasselakis
En caso de que produzca eventualmente un cisma político en Syriza, las repercusiones podrían resultar más profundas que las vividas en 2015, cuando la facción de la izquierda radical, formada entre otros por Yanis Varoufakis, Costas Lapavitsas y Zoe Konstantopoulou, abandonó el partido en protesta por la decisión de Tsipras de firmar un nuevo memorando de entendimiento con la Unión Europea. Un nuevo cisma en esta coyuntura alberga el potencial de crear una ruptura de una magnitud sin precedentes, escindiendo efectivamente la facción tradicional de izquierda del partido del movimiento emergente encabezado por Kasselakis. Este movimiento, apoyado por una amalgama de antiguos miembros del Pasok, asesores centristas y un contingente de (antiguos) miembros de derecha de Nueva Democracia, podría representar la separación definitiva de caminos. El mismo partido que en su día defendió un rumbo antieuropeo, afirmando que anularía los memorandos mediante un “único acto legislativo”, promesa efectuada por el propio Alexis Tsipras, se ha desvanecido en los anales de la historia. La opacidad de la trayectoria actual de Syriza parece ominosa e inquietante, especialmente cuando se considera la aparente incapacidad del partido para reconocer los factores contextuales más amplios que se hallan en juego.
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La presencia de otros dos partidos políticos de izquierda en el Parlamento heleno supone un contrapeso potencial a los vacíos que Syriza, bajo el liderazgo de Kasselakis, puede crear. No obstante, la asociación histórica del Pasok con el gasto público extravagante y la corrupción sistémica rampante durante la década de 1980 sigue siendo un tema polémico entre los votantes que anhelan una alternativa fresca y más pragmática. Bajo la dirección de su actual líder, Nikos Androulakis, el Pasok se ha alineado en varias ocasiones con el actual gobierno conservador, lo que suscita dudas sobre su condición de movimiento socialista.
También resulta enigmático el Partido Comunista de Grecia, el KKE. El tema merece un análisis detallado, porque la presencia del KKE en la política griega se halla caracterizada en gran medida por su papel puramente simbólico, que se limita a evocar el recuerdo de los sombríos acontecimientos de la Guerra Civil librada a finales de la década de 1940 y la perdurable lucha de los comunistas griegos bajo la coacción del Estado, una persecución política que continuó hasta la emergencia de Andreas Papandreu en 1981.
Lo cierto es que Alexis Tsipras no ha sabido anteponer el destino político de la izquierda a su propia supervivencia personal
No cabe duda de que el KKE constituye un recuerdo conmovedor de este trágico episodio. Sin embargo, desde la década de 1990 ha sido una entidad ideológicamente cuestionada, carente de brújula moral, que muestra fuertes tendencias homófobas y se abstiene con frecuencia de los debates importantes suscitados en el Parlamento heleno. Esta ausencia del KKE ha permitido a Nueva Democracia navegar sin trabas durante los últimos cuatro años, encontrando una resistencia mínima. Quizá, bajo su actual líder, Dimitris Koutsoumpas, cualquier apoyo prestado al KKE seguirá siendo simbólico más que político. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿podrá el KKE convertirse algún día en un participante activo de la política griega?
Así pues, el papel de Syriza sigue siendo fundamental para dirigir a la izquierda griega en el futuro, lo cual constituye una tarea hercúlea para Kasselakis. Aparentemente imperturbable, se dirigió a sus partidarios el domingo 24 de septiembre abogando por una “izquierda patriótica”, concepto en sí mismo bastante nebuloso, y afirmando que los días de dominio de la derecha en Grecia están llegando a su fin. Entusiasmados por estas declaraciones vagas y vacuas, sus partidarios corearon: “Ahí está, ahí está, el nuevo primer ministro”.
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No podemos pasar por alto el fantasma de la anterior dirección de Syriza y la sombra que no cesa de Alexis Tsipras. Tras su dimisión en junio de este año, su legado, especialmente caracterizado por el esfuerzo que impulsó a Syriza por primera a su posición gubernamental, si bien con un gobierno de coalición que incluía la ultraderecha de los Griegos Independientes, debería haber servido de guía para dotar de estabilidad al partido tras su marcha. Sin embargo, mientras sus antiguos camaradas, incluida Achtsioglou, se enfrentaban a los incesantes ataques del recién llegado, convirtiendo la contienda por el liderazgo en un crisol de toxicidad y discordia interna, Tsipras optó por el silencio. Durante los últimos tres meses ha permanecido en la sombra aparentemente a la espera de un improbable giro del destino.
Lo cierto es que Alexis Tsipras no ha sabido anteponer el destino político de la izquierda a su propia supervivencia personal. Su gestión de la transición de liderazgo, marcada por una inquietante ausencia de carisma en el ocaso de su mandato, le ha convertido en alguien que, a pesar de su derrota en tres elecciones generales sucesivas, sigue siendo el único portador de la antorcha de Syriza. El hecho de que Kasselakis sea visto como alguien que puede sacar adelante el legado de Tsipras, incluso después de los repetidos reveses electorales de este último y su obstinada negativa a retirarse de la primera línea de la escena política, dice mucho de la difícil situación actual del partido. El auténtico liderazgo político se caracteriza por la introspección y la voluntad de reconocer los propios errores. Por encima de todo, debe aceptar el cambio y defender planteamientos innovadores. Estos principios, que deberían haber marcado el rumbo de Syriza durante los últimos 15 años, han brillado por su ausencia. Por el contrario, la vieja guardia se aferra a las riendas del poder, negándose a cederlo y a dejar paso a quienes están comprometidos con preservar el legado de izquierda del partido y evitar así su descarrilamiento.
Reflexionar sobre la legendaria entrevista de la CBS efectuada por y William F. Buckley Jr. a Andreas Papandreu, antiguo líder del Pasok, en abril de 1972 sirve como crudo recordatorio de lo que una vez encarnó un auténtico programa de la izquierda griega pergeñado en tiempos de profunda crisis. Las palabras de Papandreu resonaban con la fuerza de la verdad, abordando cuestiones como la laguna jurídica de fuerza mayor, que sorteaba las complejidades de las provocaciones turcas, criticando a la OTAN y prometiendo prestar oídos a la Grecia rural, una población que en aquel momento deseaba descentralizar el aparato político e infundir nueva vitalidad al ámbito de la política de izquierda.
Alexis Tsipras aspiró en su día a emular a Papandreu, esforzándose por adoptar posiciones socialistas similares en un momento en el que Grecia anhelaba el surgimiento de un líder de buena fe que reposicionara a la izquierda y la dotara de un objetivo renovado. El acto político final del liderazgo de Tsipras coincide inquietantemente con los tumultuosos acontecimientos acaecidos en Syriza durante el último mes. Ahora, el destello final de esperanza para el renacimiento de los ideales de la izquierda está en manos de un antiguo banquero de Goldman Sachs, carente de experiencia política, que prevé dar forma a su programa político solo después de haber asumido el timón del partido, lo cual implica que aquel sigue siendo un enigma, mientras la arena del tiempo se escapa entre los dedos de Syriza.