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Industria
Peugeot Fiat-Chrysler: ¿un matrimonio para mejor o para peor?
El matrimonio Peugeot (PSA) Fiat-Chrysler (FCA) ha sido anunciado con el aval del Estado francés. Fortalecidas por la experiencia pasada en materia de acercamiento entre empresas, las inquietudes surgen respecto a esta “fusión entre iguales”. A pesar de las fuertes expectativas respecto a las sinergias y economías de escala esperadas, los riesgos de ver pasar a una nueva empresa francesa a control extranjero, o de hacer nacer un gigante del automóvil que se volvería ingobernable, fomentan el escepticismo en el panorama de una industria nacional francesa ya dañada.
Durante años, Fiat-Chrysler ha buscado establecer una alianza con otro grupo automovilístico. Era el gran proyecto de Sergio Machione (dirigente emblemático de la firma entre 2004 y 2018). El pasado abril, el matrimonio entre Renault-Nissan estaba bastante avanzado. Pero el procedimiento había fracasado en el último momento, a causa de la reticencia de Nissan y del Estado francés.
El 31 de octubre de 2019, el fabricante de automóviles francés Peugeot y el italoamericano Fiat-Chrysler anunciaron un acuerdo de fusión, que puede hacer nacer el cuarto fabricante de automóviles del mundo. Este último tendrá un valor de 50.000 millones de dólares en bolsa. Las perspectivas son sobre todo industriales para FCA y más de orden estratégico para Peugeot, que busca así desarrollar sus competencias en la fabricación de coches eléctricos (para acceder al muy codiciado mercado estadounidense). A ello se añade una fuerte necesidad de inversión y de investigación para los coches eléctricos y autónomos, inversiones que serían favorecidas por las economías de escala. Ambos desean sobre todo convertirse en serios competidores de los mastodontes Toyota, General Motors y Volkswagen, aunque este último se ha visto debilitado por la tormenta del dieselgate.
El nuevo grupo podrá imponer pérdidas de años precedentes para disminuir sus resultados y pagar menos impuestos, es decir realizar operaciones de optimización fiscal totalmente legales
La sede social del nuevo conjunto se encontrará en los Países Bajos y se beneficiará, de facto, de las ventajas fiscales ofrecidas por esta última. En efecto, el impuesto de sociedades holandés es uno de los más bajos de la zona euro. Es, sin ninguna duda, un paraíso fiscal para las empresas dentro de la Unión Europea. Además, el grupo recién nacido podrá utilizar la posibilidad de aplazar sus pérdidas realizadas en el extranjero, de un año al otro. Así, en un año de beneficios el nuevo grupo podrá imponer las pérdidas de años precedentes para disminuir de forma ficticia sus resultados y pagar menos impuestos. En resumen: realizar operaciones de optimización fiscal totalmente legales.
Respecto al empleo, en el centro de las preocupaciones de los asalariados a los dos lados de los Alpes, los grupos anuncian una fusión sin “cierre de fábricas”, pero sin garantía sobre el empleo. Los sindicatos se dicen, sin embargo, ya inquietos y vigilantes sobre este tema.
Del lado transalpino, el ministro italiano de industria Roberto Gualteri ha llamado a John Elkann, dirigente de Fiat-Chrysler, para felicitarle por el acuerdo. Mismo discurso en Francia, ya que Bruno Lemaire, ministro de Economía, ha indicado estar satisfecho por esta fusión entre “iguales”. Su discurso de confianza tiene acentos falsamente colbertistas sobre la construcción de gigantes transnacionales, a la vez que posicionándose en garante de la protección de los puestos de trabajo y de la impronta industrial francesa. Forzosamente nos sorprendemos ante el optimismo mostrado por nuestro ministro, habiendo hecho muestra el Estado de debilidad, es decir, de complacencia, en muchos dossiers industriales: de Ford a Blanquefort, pasando por la puesta en duda de Renault bajo efecto de la justicia japonesa. Persiste en el aire como un sentimiento de ya visto, ya oído, ya estafado, ya engañado… Este discurso que se pretende fuerte en los comienzos de los proyectos y débil cuando vienen las promesas no mantenidas de las multinacionales que no hace más que participar en la degradación cada vez más rápida del sistema industrial francés.
Medio ambiente
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Sin embargo, Peugeot se había convertido en el relato de un éxito a la francesa. El Estado había venido en ayuda del gigante en 2013, después de que el grupo se hubiera encontrado al borde de la quiebra. Esta situación había hecho entrar a la china Dongfeng en el capital de la empresa, al lado del Estado francés (750 millones de euros cada uno). Desde entonces, en un contexto bastante favorable al mercado de automóviles mundial, PSA había logrado volver a convertirse en una empresa rentable, invirtiendo fuertemente en las reducciones de consumo, activo en cada oportunidad de conquistar nuevos mercados. Cierto, hubo un precio para esta vuelta del crecimiento y los empleados fueron los primeros en sufrirlo. Sin embargo, se trata en el presente de una empresa en buena salud financiera a pesar de las transformaciones a las que se enfrenta el conjunto del sector. De este modo, parece claro que el entusiasmo del Estado por este asunto se asimila más al comportamiento de un especulador, con prisa por encontrar su retorno sobre la inversión, de coger su beneficio según el argot, que al de un Estado estratega preocupado por preservar la excelencia francesa.
La fusión entre iguales, ¿un cuento de hadas?
En cada acercamiento entre empresas, se nos resalta la misma historia. La fusión entre iguales es la piedra angular del marketing hacia los accionistas y la opinión pública para todo buen abogado o banquero comercial que se tome en serio. En efecto, ella permite no ahuyentar a las partes interesadas en cuanto al dominio de un grupo sobre otro, previendo al mismo tiempo las susceptibilidades políticas. Sin embargo, cuando se analiza atentamente, nos damos cuenta de que se trata –muy- generalmente de la absorción de una empresa por otra, más que de una unión consentida. Es muy difícil determinar la igualdad de las dos entidades: ¿se trata del número de empleados, de la cifra de negocios, de la capitalización bursátil, del sector de actividad o de la perspectiva de unión con el objetivo del dominio del mercado? Los ejemplos, sin embargo, son legión de estas fusiones pretendidamente igualitarias, Lafarge-Holcim y Essilor-Luxoticca por no citar más, y que acaban marcadas por una fuerte jerarquía interna entre las dos partes que estaban en el origen.A menudo desestimada en estas operaciones, la organización de las empresas es un factor de fracaso bastante recurrente. Las negociaciones de fusión se desarrollan en círculo restringido y deben terminar muy rápido para no atraer la codicia de competidores. No obstante, se constituye un grupo de miles de empleados con una historia y una cultura particular, programas informáticos y procedimientos específicos. La integración de los sistemas informáticos y de los procedimientos es un coste subestimado de las fusiones que puede hacer fracasar a estos matrimonios en plena marcha. La vida cotidiana de la pareja se convierte entonces en el factor determinante de la ruptura inminente antes incluso de que la unión se consume.
En el caso de Peugeot y FCA, el reparto de las partes del nuevo conjunto se hará de forma equilibrada, sobre la base de una distribución a la altura del 50/50. Aun así, es evidente que ciertos accionistas tendrán un peso mayor que otros. Pensamos evidentemente en los miembros de la familia Agnelli, fundador histórico de Fiat, que posee a el 28% de Fiat-Chrysler, cuando la familia Peugeot tiene el mismo número de partes que el Estado francés y Dongfeng en el grupo, es decir, 12,23%, estando disponibles en el mercado el resto de capitales. Tantas experiencias precedentes muestran que en los años siguientes a las fusiones, uno de los dos grupos se adelanta sobre el otro y acaba por poner a sus hombres en los puestos clave, incluso por desplazar las sedes sociales, transformando, con el tiempo, al otro grupo en un simple cascarón vacío.
Dos casos recientes ilustran este triste proceso. El primero es la fusión entre Lafarge (francés) y Holcim (Suiza). Esta fusión aparecía en la época para los especialistas como coherente dentro de la óptica de competir con la china Anhui Conch y la mexicana Cemex. Ahora bien, disfrutando de mejores resultados económicos y de los reveses de Lafarge en Oriente Medio, Holcim controló totalmente la nueva entidad. Hoy, el dirigente de Lafarge-Holcim proviene de la siderúrgica suiza y la sede social se movió de París a Zurich.
En el segundo caso, el de Essilor (francés) y Luxottica (italiano), dos gigantes de la óptica, que se fusionaron en 2018. En la conclusión del acuerdo, se señalaron las mismas promesas de paridad en la gobernanza y sinergias positivas. Debe constatarse que a día de hoy las promesas no se mantienen. Se libra una guerra en la cúspide de la nueva empresa para saber quién tomará el control. El accionista mayoritario del grupo (32%), y segunda fortuna de Italia, Leondardo Del Vecchio, presiona para colocar a sus hombres en cabeza del grupo. Según una fuente citada por La Croix, tendrá, de aquí a 2021, plenos poderes. La inquietud aumenta en el lado de los sindicatos y los empleados, llegando la CGT hasta incluso a defender al presidente director general de Essilor, Hubert Sagnière. He aquí cómo de una situación supuestamente equilibrada en la conclusión del acuerdo florecen las guerras por el poder y, en este juego, los franceses siempre pierden.
En las fusiones entre iguales, los accionistas salen siempre como ganadores embolsándose generosos dividendos, mientras que los empleados son perjudicados y se pierden empleos
Las fusiones entre iguales son así, en resumen, mucho más raras de lo que parece ya que disfrazan la mayor parte del tiempo adquisiciones no asumidas como tales. Aun así, los accionistas salen siempre como ganadores de estas operaciones, embolsándose generosos dividendos, mientras que los empleados son perjudicados y se pierden empleos. En el centro de este desastre social, el Estado adopta sin embargo siempre la misma estrategia destructiva: comportarse como un accionista entre otros, en búsqueda de una rentabilidad máxima, siempre a corto plazo. Francia demuestra una ingenuidad terrible respecto a la protección de sus activos económicos, cuando el proteccionismo en la competencia mundial se vuelve la regla. Estos últimos pasan a pabellón extranjero, las fábricas cierran y los puestos de trabajo industriales padecen. El Estado tiene una responsabilidad a este nivel en su estrategia de inteligencia económica casi inexistente. El asunto Alstom lo atestigua. Esta unión, que no se anuncia finalmente bajo los mejores augurios para PSA, ¿permitirá una toma de conciencia si Peugeot no se encuentra en algunos años completamente subordinado a su supuesto igual? El futuro nos lo dirá. Pero no podremos entonces fingir que no lo sabíamos.