Más allá de la productividad: así debería ser la ciudad de los cuidados

La arquitecta Izaskun Chinchilla publica 'La ciudad de los cuidados', un libro en el que analiza el devenir hacia la productividad que ha tenido el urbanismo de las últimas décadas, así como otras ciudades posibles.
 Izaskun Chinchilla
Izaskun Chinchilla

Tras años de industrialización, las ciudades se han vuelto lugares orientados a la productividad. Una particularidad que favorece que, por ejemplo, se pueda consumir en terrazas, conducir para ir a trabajar o repartir mercancías de manera sencilla, pero que a su vez convierte a las urbes en un medio hostil para realizar actividades alejadas de lo productivo como pueden ser descansar, beber agua potable sin pagar o divertirse sin consumir. Unas prioridades que la doctora arquitecta Izaskun Chinchilla señala en su último libro, La ciudad de los cuidados (Los Libros de la Catarata, 2020).

Chinchilla defiende que, a través del entorno construido y del aspecto regulador, la mayoría de los elementos de nuestras urbes están enfocados a la productividad y se alejan de los cuidados. “Bolardos, señales de tráfico, carriles, horario de cierre de terrazas, de comercios… todo eso está bien regulado”, sostiene. Sin embargo, “nadie ha puesto por escrito si un bar que invade la vía pública tiene la obligación de dar un vaso de agua a alguien que lo necesita. Y eso que invade un espacio que es de todos. Tampoco nadie ha regularizado si tenemos derecho a un parque con determinada densidad de árboles. En general, las actividades no productivas no se han reglamentado”.

“¿Por qué no me puedo bajar un sofá o una nevera al espacio público, pero sí que hay alguien que puede aparcar un coche?”

¿A qué se debe esta lógica? Esto tiene que ver con la planificación urbanística que hemos heredado del siglo XX. No todas las épocas tienen las mismas prioridades ni necesidades y, por ello, en esos años se dividían las ciudades en función del uso que se daba al suelo. “Las ciudades creadas en esa época se dividían en áreas que se dedicaban a un único uso, como como puede ser la vivienda, la industria o el comercio. Unos usos que fueron todos productivos”. Además, en esos años, se dio mucha importancia a la circulación rodada. Por ello, como apunta la experta, resulta muy complejo heredar este tipo de ciudades y empezar a dar prioridad a unas necesidades que no se contemplaban.

¿Quiénes quedan excluidos de las ciudades?

Si damos importancia a lo productivo, aquellas personas que no forman parte de este estilo de vida se quedan automáticamente fuera. El ejemplo más paradigmático son los niños, quienes están totalmente excluidos de la ciudad. Resulta muy complicado a día de hoy pensar en una ciudad en la que los más pequeños jueguen tranquilamente, corran aventuras, descubran… Sin embargo, esto era algo normal hasta hace no mucho.

“A los niños los hemos excluido completamente de nuestras ciudades. No solo les hemos privado el juego, la aventura, etcétera; sino que hemos puesto en peligro su vida. A día de hoy, para ellos no es seguro transitar la ciudad”, explica la autora. Algo que hemos sacrificado para que las calles estén llenas de coches. Pero no quedan fuera únicamente los niños de la ciudad: también aquellos que quieran descansar tranquilamente, los que quieran respirar aire limpio o beber agua sin pagar.

Ante esto, ¿qué se puede hacer? Lo que está claro es que es injusto asignar una responsabilidad individual al ciudadano cuando el entorno le hace muy difícil salirse de esas dinámicas. La arquitecta lo ejemplifica bien: “Si planificas una ciudad con barrios dormitorios y en transporte público se tarda mucho en llegar al lugar de trabajo, hay pocas opciones para que no se utilice el vehículo. Está claro que hay un hábito social, pero el diseño de la ciudad contribuye a ello”.

Por eso, es partidaria de la conocida como 'Ciudad de los 15 minutos'. Se trata de una urbe en la que se tiene todo lo que se necesita a lo largo de una semana a un cuarto de hora andando: elementos básicos como la residencia, un centro educativo, parques, supermercados... Así, como apunta Izaskun Chinchilla, “si tienes esos equipamientos esenciales, las probabilidades de que nuestras costumbres cambien son mucho mayores. Pero, para ello, es necesaria una intervención clara de los agentes públicos”.

Quitar espacio a los coches

Es un cambio en el modelo de ciudad que ayudaría a reducir la contaminación creada por los coches, pero también el espacio dedicado a ellos. Una medida que Izaskun Chinchilla plantea en el libro entre otras muchas, como por ejemplo, los llamados 'espacios compartidos'. “Son lugares en los que se eliminan las señales de tráfico y en los que no se distingue la calzada de las aceras”, apunta. Gracias a ellos, se conseguiría reducir el espacio que dedicamos a la circulación rodada, ya que logran “que la calle sea apreciada como si fuera de todos y no solo de los coches”.

Creada por un ingeniero holandés en los años 80, esta fórmula se ha introducido en algunos espacios de Holanda, Inglaterra y Australia con grandes beneficios. “A través de ella se logra que haya más arbolado y, por lo tanto, una mejora ambiental del espacio. También se ha demostrado que se consigue que el vehículo sienta que invade el espacio del peatón y que reduzca la velocidad real a 20 km/h”, explica Chinchilla.

Además, “los peatones a su vez tienden a ser conscientes de que depende de ellos compartir esos espacios con bicicletas y monopatines, y se reduce mucho la siniestralidad. También se consigue una mejora de la calidad ambiental, ya que hay menos ruido, menos contaminación y son lugares dedicados más a los ciudadanos. Esos caminos, que han sido testados, son caminos a aplicar en otros lugares”.

“Un bulevar que esté dedicado al tráfico con seis carriles. ¿Por qué tienen que dedicarse todos al tráfico? Puedo dedicar alguno de ellos también a deportes, a hacer cines al aire libre, a poner terrazas, etc. Todo esto puede suceder un sábado o todos los días”

Una nueva forma de entender la ciudad que también ayudaría a cumplir con los Acuerdos de París, que fijan la reducción en un 50% de la movilidad en las zonas de bajas emisiones para 2030. “Todo esto hay que entenderlo como una grandísima oportunidad para que los espacios verdes vuelvan a ocupar el lugar que deberían. El espacio verde sabemos que es muy beneficioso para la ciudad. Pero ahora conocemos de sobra todos sus beneficios contra el cambio climático y como respuesta a la pandemia. Siempre ha sido importante, pero ahora es urgente”, sostiene.

Contra la arquitectura hostil

Otro de los puntos que trata la autora en el libro es la conocida como arquitectura hostil, es decir, aquella que trata de expulsar a determinados ciudadanos del espacio urbano. Algo que sucede con bastante frecuencia en zonas que parecen públicos, pero que están gestionadas de manera privada. Nos referimos, por ejemplo, a plazas sin verjas que pertenecen a una comunidad de propietarios. “Estos espacios permiten a un agente privado meter normas de uso del espacio que segregan a unos ciudadanos de otros, algo que va en contra de muchos conceptos filosóficos que definen qué es el espacio público”, apunta Izaskun Chinchilla.

De esta forma, pueden perjudicar estilos de vida que para ellos sean indeseables. “Como por ejemplo dormir en la calle. Si lo toman como algo indeseable, pueden añadir a los bancos apoyabrazos que los partan para que las personas sin hogar no se puedan tumbar o hacer que esos espacios no estén protegidos de la lluvia”, ejemplifica.

Es un hecho que acaba afectando a toda la población. “Restringimos a las personas sin hogar, pero también a las personas mayores que necesitan descansar cada poco tiempo, a los que se quieren hidratar, etcétera. Acaba siendo peor para todos nosotros”, sostiene. Y no solo eso, sino que termina llegando a los espacios públicos también. “En general, plantean cuánta reacción hay en la ciudadanía. Como no hay, van sumando. En Madrid era asumido que hubiera fuentes de agua potable cada ciertos metros. Y ahora cuesta encontrarlas”, apunta.

Somos los propietarios de las ciudades

La única solución, según la autora, es la presión ciudadana. “Yo en el libro me pregunto por qué no me puedo bajar un sofá o una nevera al espacio público, pero sí que hay alguien que puede aparcar un coche. Y la respuesta es clara: porque no hemos sabido reaccionar. Tenemos que darnos cuenta de que esa pérdida es importante”.

Para ello, en el libro Izaskun Chinchilla lanza una palabra clave: la gobernanza. Según ella, se tiene la sensación de que cuando una ciudad se termina de construir, el trabajo ya está hecho. Sin embargo, “hemos visto evolucionar a ciudades de una forma excelente”. Un ejemplo clarificador al respecto: “Un bulevar que esté dedicado al tráfico con seis carriles. ¿Por qué tienen que dedicarse todos al tráfico? Puedo dedicar alguno de ellos también a deportes, a hacer cines al aire libre, a poner terrazas, etc. Todo esto puede suceder un sábado o todos los días”. De esta forma, se pueden ir transformando y adecuando las ciudades a los momentos que se necesite. “No es lo mismo un lunes que un domingo, o en verano e invierno. Hay que hacer de la ciudad un entorno más amable”, explica.

Para llegar a este punto es necesario que la ciudad pase a ser un ente activo al que se le pueda asignar ese papel de organización y toma de decisiones. Como pasa cada fin de semana en Bogotá, donde una vía urbana se libera espontáneamente para transformarse en un carril bici y donde poder realizar diferentes actividades. “Sin duda, tenemos que encontrar la forma más justa de repartir los recursos y de preservarlos para que beneficien también las próximas generaciones”, finaliza.

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