Internet, rusos y americanos: esto no es una película de espías

Las técnicas de pastoreo y manipulación a través de internet sirven para dirigir las campañas internas de propaganda.

Twitter
Byron Maher El huevo de Twitter y unos cuantos bots.
14 dic 2017 06:02

Es una historia de inteligencia militar e inteligencia artificial. Combina los mitos del espionaje clásico con el lenguaje y la riqueza del presente, los códigos de programación y los datos. Buenos y malos. Rusos y americanos. Es la historia de una carrera por el control de las opiniones públicas a través de los algoritmos. El argumento y los personajes pueden ser encapsulados y presentados como la trama de una película de 007. Demócratas y autoritarios. Noticias falsas frente a hechos probados. Demagogia contra solvencia. Pero la saga de James Bond nunca se ha caracterizado por su complejidad. Esa es la receta de su éxito.

La trama neocon

“El gran robo del Brexit: cómo nuestra democracia fue secuestrada” es un artículo de Carole Cadwalladr publicado en mayo en The Guardian que daba a conocer al mundo a Cambridge Analytica y a su propietario. El diario inglés señalaba al magnate neoconservador Robert Mercer y a su empresa, Cambridge Analytica, como responsables de la victoria de la opción del abandono de la UE por parte del Reino Unido durante el referéndum del Brexit.

El artículo ha recorrido las redacciones de los principales medios del mundo. Sus detalles son infinitos, su tesis es sencilla. La empresa de Mercer, dirigida por el CEO (director ejecutivo) Alexander Nix, es capaz de socavar los cimientos de la democracia liberal mediante la intervención en redes sociales y la difusión de contenidos que desacrediten a los rivales —las llamadas fake news— y que refuercen las posiciones de los clientes de Cambridge Analytica. “Es un Mi6 de alquiler”, explica una fuente a la periodista de The Guardian, en referencia a la agencia de inteligencia británica, para la que también trabajaba James Bond.

En una entrevista para un medio del sector de la tecnología, Nix denuncia la interpretación que The Guardian ha hecho del trabajo de la compañía. Cambridge Analytica solo crea patrones matemáticos con los datos personales que recaba de las redes sociales, las cuentas de correo, las aplicaciones de móvil o los datos que aportan otros aparatos tecnológicos.

La compañía divide a la humanidad —entendida como un censo electoral determinado— según sus aficiones, la marca de su abrigo o sus hábitos; a qué famoso grita cuando aparece en TV y a quién le dejaría las llaves de su piso; qué piensa de los refugiados o lo que estaría dispuesto a perder para que de una vez llueva en su ciudad. Durante la campaña electoral, se le envían mensajes personalizados a través de las mismas redes sociales que proveen de datos a sus ordenadores.

El resultado es que el tipo elegido reacciona de una forma predeterminadas por la ciencia del comportamiento, que es a lo que se dedican agencias como Cambridge Analytica. Nix defiende que su trabajo es una evolución del sector publicitario de los años 60 y 70 del siglo pasado (el de los mad men) hacia el mundo de los algoritmos y los modelos matemáticos (el de los maths men). Es la era del capitalismo 3.0, como ha señalado Marta Peirano en un artículo en Eldiario.es.

La trama rusa

Diversas fuentes señalan a Yevgeny Prigozhin como el hombre que hay detrás de la Internet Research Agency (IRA), la “granja de trolls” clandestina más conocida del mundo.
El modus operandi de IRA es deliciosamente sibilino: combina la producción de noticias falsas (fake news) con la difusión de esas informaciones mediante perfiles falsos automatizados (bots) en las principales redes sociales.

Las técnicas son variadas, pero una de ellas, gráficamente, se nombra como sockpuppeting, es decir, una inteligencia artificial que utiliza títeres para declamar barbaridades. Calcetines políticamente incorrectos manejados por trabajadores con bajos salarios en un edificio de San Petersburgo. Intervienen en las conversaciones, echan por tierra campañas mediante la difamación o la incorporación al debate de mensajes absurdos y disuasorios, y acosan o trollean determinadas cuentas de periodistas o activistas.

Nadie ha podido establecer una relación directa entre la Internet Research Agency y el Gobierno ruso. Tampoco se ha avanzado demasiado en las investigaciones sobre el uso de “trolls rusos” por parte de Cambridge Analytica, una posibilidad que señaló el medio estadounidense The Atlantic y que forma parte del ruido de fondo en la investigación que el Congreso estadounidense está haciendo del Russiagate, la posible intromisión rusa en la campaña electoral que concluyó con la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos.

A ambas agencias, Cambridge Analytica y la Internet Research Agency, se les atribuyen vínculos con los servicios secretos de sus países. En el caso de la agencia inglesa, también tiene contratos, asegura Nix, con el Pentágono y “con varias agencias de las tres letras...” —FBI, DEA, CIA, NSA—, aunque la compañía se reserva dar los nombres. También es público que ha alquilado sus métodos a gobiernos dictatoriales, partidos políticos, multinacionales y otras agencias de todo el mundo.

Noticias falsas 

La cara amable y eficiente es el discurso de Cambridge Analytica, la cara de troll y las noticias falsas (fake news) las ponen los rusos. Álex Rayón, responsable de Big Data en la Universidad de Deusto, resume la idiosincrasia de las noticias falsas: “Suelen concentrar un número mayor de media de palabras sensacionalistas. Suelen concentrar un número mayor de nombres propios y suelen ser más cortas que las verdaderas”. Las motivaciones para la generación de las fake news, para Rayón, son tres: las dos principales, la ideología y la obtención de ingresos —por medio de publicidad que proporciona Google Ads— y, a mucha distancia, la pura maldad.

Vicente Rubio Pueyo, investigador de la Fordham University de Nueva York, describe la fase en la que está Estados Unidos tras la campaña de 2016: “El establishment demócrata, incapaz de asumir su propio fracaso en las últimas elecciones, se agarra al tema de la supuesta manipulación rusa para enmascarar ese fracaso”.

A su vez, Trump utiliza el término fake news para designar a toda la prensa mainstream en su contra, apunta Rubio Pueyo. Esto contribuye a la creación de “burbujas” ideológicas, explica Rubio Pueyo, basada en el cierre de los distintos segmentos de población, impermeables los unos a las ideas de los otros. Pero Rubio introduce otro factor en esta confrontación entre las dos sociedades, la liberal y la neoconservadora, el recurso a las teorías de la conspiración que es, diríase, consustancial a la política estadounidense, como señalara en 1964 Richard Hofstadter en su clásico The Paranoid Style in American Politics”.

injerencia y paranoia

El mundo está cada año más cerca del fin. Lo dice el Reloj del Apocalipsis, una campaña del Boletín de Científicos Atómicos que pretende, desde la publicidad y el simbolismo, alertar del peligro de la destrucción del mundo por parte del ser humano. El reloj, que se puso en marcha en 1947, en plena Guerra Fría, dice que estamos solo “a dos minutos y medio” de la catástrofe. Se basa en los alarmantes tintes que adquiere la carrera nuclear, en el impacto del cambio climático, los riesgos que suponen las investigaciones en biotecnología y la “guerra cibernética”.

Con estos anuncios, es lógico que aumente la percepción de los peligros que corre la civilización, y es inevitable que aumente la paranoia. No solo entre la gente corriente, también entre los propios mandatarios. El 17 de noviembre, la agencia rusa de noticias Sputnik difundía una broma telefónica en la que dos supuestos representantes del Ministerio de Exteriores de Letonia hacían creer a María Dolores de Cospedal, ministra de Defensa, que el 50% de los rusos en España —según el INE, hay 72.000 personas de esta nacionalidad— pertenecen al servicio secreto ruso.

Como pirueta final, Cospedal escuchaba, sin percatarse de la superchería, que el presidente depuesto de la Generalitat, Carles Puigdemont, es ‘Cipollino’, un espía ruso que pretende desestabilizar España.

El 15 de noviembre, Ciudadanos había preguntado al Gobierno sobre las medidas para evitar que los “rusos” saboteen mediante hackers los comicios del 21 de diciembre: “Los enemigos de Europa no descansan, los enemigos de España tampoco”, dijo Albert Rivera. Oficialmente, los rusos se convertían en una amenaza para España con la demanda del PSOE de llegar hasta el final del hilo de la “trama rusa” en la crisis entre Catalunya y España. Una trama en la que se confuden, intencionadamente o por pura ignorancia, los bots, fake news, hackers y ciberejércitos inmersos en un conflicto global mediado por un software cuya propiedad está en manos de un puñado de personas.

Leer: Submarinos rusos frente a las costas del Garraf

“Vivimos en un mundo en el que la injerencia es la norma —explica Miguel Vázquez, del Observatorio Eurasia—. No voy a ser yo el que defienda a Putin, pero, dependiendo de quién los utilice, es verdad que estos métodos tienen más eco en los medios de comunicación”. Vázquez señala cómo mediante el recurso a la propaganda rusa se lleva a cabo una campaña propagandística en el terreno propio, que sobredimensiona la capacidad de esos ejércitos de trolls de mover a la opinión pública hacia los extremos. Vázquez se pregunta: “¿Cómo evalúas el efecto de una serie de comentarios en redes sociales que a veces pueden ser falsos y otras veces simplemente muy sesgados? Dudo mucho que esto haya tenido una influencia importante o digna de reseñar en Catalunya”.

También se lo ha preguntado el Centro Nacional de Inteligencia, que ha reconocido que no se ha producido ningún movimiento extraño en la “Operación Cataluña” más allá de un puñado de tuits, a los que la agencia de espionaje española no parece dar importancia. Ningún tipo de “ciberguerra” ha procedido de Rusia, según señala Vázquez y confirma la investigadora Marta Ter.

La ciberguerra implica acciones como ataques a sistemas informáticos y suplantación de personalidad. Su utilización más grave ha sido la intervención en infraestructuras críticas y se ha sospechado que ha servido para alterar sistemas de recuento de votos. Más allá del cierre por unas horas de sitios web por parte del Gobierno español y de la OpCatalunya lanzada por Anonymous, que bloqueó algunos portales mediante un ataque DDoS —basado en la acumulación de peticiones de entrada a una web para colapsarla—, en el “octubre catalán” no ha habido atisbo alguno de acciones de ciberguerra.

Consecuencias de la Rusa-manía

Mientras el nuevo lenguaje del espionaje se cuela en el debate público, aumentan los riesgos de que la mayor seguridad digital se traduzca en menos libertad. Max Blumenthal, editor del medio Gray Zone, estima que la reedición de la “Rusiamanía” está sirviendo para aumentar el espionaje online, aumentar la securitización de las redes sociales y eliminar la disidencia.

Twitter, Google y Facebook han sido señalados como elementos imprescindibles para que la supuesta red de injerencias rusas prospere. Las acusaciones, especialmente sobre la compañía de Mark Zuckerberg, han llevado a los gigantes de Silicon Valley a impulsar medidas para bloquear la proliferación de contenidos falsos.

Pero el propósito de enmienda de Facebook contrasta con un temor y con una realidad. El temor, que los contenidos considerados “disidentes” sean penalizados por el algoritmo de Facebook, relegando informaciones fidedignas al cajón de lo “no avalado” por la compañía. La modificación del algoritmo de Google ha hecho disminuir las visitas de decenas de medios de comunicación alternativos de EE UU y la UE.

La realidad, que el beneficio que saca Facebook del tráfico que generan empresas como Cambridge Analytica o Internet Research Agency es un aliciente al que las compañías nunca van a a renunciar. Así lo cree Álex Rayón: “Por mucho que le presionen, Facebook tiene todos los incentivos para no regular las fake news porque le están generando ingentes cantidades de dinero”.

Leer: Noticias falsas, algoritmos y ‘bots’ en tu pantalla

Likes
La máquina de los 'likes' en Facebook. Sancho Somalo Byron Maher

La sociedad civil liberal estadounidense coincide: “La gente que usa esta plataforma para mantenerse en contacto con sus seres queridos puede olvidar que Facebook gana dinero sirviendo como conducto para cualquier mensaje que la gente con dinero quiera imponernos”, escribía en septiembre la columnista Zeynep Tufekci en The New York Times. Los grandes de Silicon Valley no tienen intención de compartir su fuente de riqueza principal (los datos) con los organismos internacionales, lo que dificulta la intención de algunos Estados de controlar el origen de bots y fake news.

Pero tampoco los medios convencionales tienen intención de llevar la denuncia de bots y fake news hasta sus últimas consecuencias. Se calcula que el tráfico que generan los bots es aproximadamente la mitad del que se produce en toda la red. Las fake news, por su parte, son solo una pequeña porción de un tipo de contenido de fácil consumo que se ha expandido a medios convencionales: los llamados contenidos patrocinados, un tipo de generador de clics que se ha expandido por toda la web en pocos años.

Así, esta historia no termina con los rusos sucumbiendo a la astucia y el rigor occidental, sino con hombres de traje y corbata pactando y confrontando, según el momento, confiados en que nadie estropee el negocio. Es más probable que esta historia termine con un algoritmo clasificando esta pieza en función de los gustos de un posible lector o una posible lectora, enviándolo al cajón —si calcula que nada se gana con difundirla— o premiándola si varios usuarios coinciden en pinchar el botón de like, de modo que uno o varios bots se sientan llamados a añadir su like a la colección. Si, por el contrario, usted está leyendo esto en papel, un bonito destino para este artículo puede ser convertirse en una bola e ir a parar a una lumbre.

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