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“La tasa de prevalencia del trauma es muy elevada, hasta el punto de que se estima que el 90% de la población se ha visto expuesta a un acontecimiento traumático y que entre el 8 y el 20% de elles acaba desarrollando un trastorno de estrés postraumático (o TEPT) lo que implica una elevada probabilidad de que, independientemente del entorno en el que esté aplicándose, siempre haya alguien que tenga un historial de trauma”. La cita es de David A. Treleaven en Mindfulness sensible al trauma. Lo que dice David A. Treleaven, y que es cierto para cualquier grupo de mindfulness (y de yoga, de pilates, de…), también es cierto para cualquier colectivo activista. Pero, ¿somos conscientes de cómo nuestros traumas influyen en nuestro activismo? ¿De cómo impactan en nuestros colectivos? Lo dudo.
Escribo este artículo como persona superviviente de traumas, en plural. Trauma complejo por abandono emocional, negligencia y maltrato psicológico, y además por abuso sexual en la infancia. Mis traumas siempre me acompañaron en mi activismo y, debido al activismo, se han añadido unos traumas más.
Durante el último año he traducido al castellano el libro Aftershock. Enfrentarse a trauma en un mundo violento. Una guía para activistas y sus aliades de pattrice jones. En él, jones argumenta en favor de un activismo informado sobre el trauma —el trauma por activismo— y llama a les activistas, a los colectivos y organizaciones y a los movimientos sociales a hacerse responsable de las consecuencias emocionales del activismo —traumas, depresión, burnout—, para desarrollar un activismo más sano y resiliente que nos permita construir un mundo más habitable. Desde mi experiencia, en la actualidad en el Estado español estamos muy lejos de esto. En este artículo expongo mi perspectiva, la de una persona que padece multitud de traumas.
Trauma
Como dice pattrice jones, el trauma es una herida o un shock. Kai Erikson describe el trauma como “un ataque desde fuera que asalta el espacio que une ocupa como persona y daña el interior”. Vivir, ser testigo de, o, incluso, llegar a tener conocimiento sobre un evento traumático puede disparar reacciones cognitivas, emocionales y físicas perturbadoras. Erikson sigue: “El trauma puede ser el resultado tanto de una constelación de experiencias vitales como de un acontecimiento aislado: de una exposición prolongada al peligro o de un repentino destello de terror, de un patrón continuado de abusos o de una agresión aislada, de un periodo de acentuación y desgaste o de un momento de shock”. El trauma, dice pattrice jones, “siempre involucra un tipo de ruptura o fractura”, una fractura en la relación con otres y, sobre todo, con une misme.
A menudo relacionamos el trauma con un suceso traumático aislado: una pérdida, un accidente, una experiencia violenta. Pero, dice la autora, “muchas veces, factores estresantes como la violencia doméstica se repiten una y otra vez. A menudo, la reacción al estrés realmente no es ‘post’, porque el trauma sigue en curso. Con frecuencia, una serie acumulativa de eventos estresantes, pero que no son traumáticos en sí, puede generar un trauma”. E, incluso, una serie de “no-eventos” —la falta de atención a niñes o adolescentes, el abandono emocional, la negligencia— a menudo tiene consecuencias traumáticas graves, como el trauma de desarrollo o trauma complejo.
Según el psicólogo Peter Walker, “el trauma ocurre cuando un ataque o abandono desencadena una respuesta de lucha/huida tan intensa que la persona no puede apagarla una vez que la amenaza ya no está. Se queda atascado en un estado adrenalizado. Su sistema nervioso simpático está bloqueado en “encendido” y no puede cambiar a la función relajante del sistema nervioso parasimpático”.
Peter Levine, experto e investigador sobre trauma, dice en su libro Sanar el trauma: “La gente a menudo me pide que defina trauma. Después de treinta años, esto sigue siendo un reto. Lo que sí sé es que nos traumatizamos cuando nuestra capacidad de responder a una amenaza percibida queda restringida en algún sentido. Esta incapacidad de responder adecuadamente puede impactar en nosotros de maneras evidentes y también de maneras más sutiles”. Y sigue: “De hecho, el trauma puede impactarnos de maneras que no son evidentes durante años”. Para Levine, como para pattrice jones, “el trauma guarda relación con la perdida de conexión: con nosotros mismos, con nuestros cuerpos, con nuestras familias, con los demás y con el mundo que nos rodea”.
El trauma no solo deja secuelas psíquicas, sino que también cambia el funcionamiento del cerebro, aún más en el caso de un trauma prolongado: el trauma complejo o de desarrollo. El experto en trauma Bessel van de Kolk dice en su libro El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la superación de trauma: “El trauma produce verdaderos cambios fisiológicos, incluyendo el recalibrado de la alarma del sistema cerebral, un aumento en la actividad de las hormonas de estrés y alteraciones en el sistema que distingue la información relevante de la irrelevante. Sabemos cómo afecta el trauma a la parte del cerebro que transmite la sensación física de estar vivos. Estos cambios explican por qué las personas traumatizadas desarrollan una hipervigilancia ante las amenazas, a costa de la espontaneidad en su vida diaria”. En este sentido deberíamos entender el trauma como una neurodivergencia adquirida.
No todas las personas que sufren un suceso traumático desarrollan lo que se llama trastorno de estrés postraumático (TEPT). Dejando a un lado los problemas con diagnósticos psiquiátricos y el término “trastorno” —quizás el trauma y el TEPT son una reacción sana a un contexto trastornado— las características más importantes del TEPT son cuatro: revivir la experiencia traumática (a través de pesadillas, recuerdos o imágenes intrusivos, flashbacks o respuestas emocionales intensas a recuerdos de la experiencia); evitar recuerdos de la experiencia (que puede incluir desarrollar fobias a personas, lugares, sensaciones, palabras o actividades que recuerdan a la persona la experiencia traumática); activación aumentada (en forma de una sobre-reacción a, por ejemplo, un ruido, o un estado de hipervigilancia, lo que lleva consigo insomnio o dificultades para concentrarse, entre otras) y entumecimiento emocional (como es el caso de la indiferencia o distanciamiento emocional, de la perdida de interés, de la falta de emociones positivas, o de una falta absoluta de cualquier emoción).
Aunque muchas personas quizás no cumplen los criterios estrictos para un diagnóstico de trastorno de estrés postraumático, esto no significa que no estén luchando con un estrés postraumático significativo. La vida no es binaria, el TEPT tampoco
Aunque muchas personas quizás no cumplen los criterios estrictos para un diagnóstico de trastorno de estrés postraumático (o trastorno de estrés postraumático complejo), esto no significa que no estén luchando con un estrés postraumático significativo. La vida no es binaria, el TEPT tampoco. El trauma altera la respuesta lucha-huida del sistema nervioso, una respuesta innata automática ante el peligro en todos los seres humanos (o todos los mamíferos), de una manera profunda. Una descripción más completa y precisa de este instinto es la respuesta de lucha/huida/parálisis (congelación)/adulación. El cableado complejo del sistema nervioso de esta respuesta permite a una persona en peligro reaccionar de estas cuatro maneras diferentes.
Pete Walker explica estas respuestas del siguiente modo: “Una respuesta de lucha se desencadena cuando una persona de repente responde de manera agresiva a algo amenazante. Una respuesta de huida se desencadena cuando una persona responde a una amenaza percibida yéndose, o simbólicamente, lanzándose de lleno en la hiperactividad. Una respuesta de parálisis se desencadena cuando una persona percibe que resistirse es inútil, entonces se rinde, se atonta en la disociación y/o se colapsa como aceptando la inevitabilidad de ser dañado. Una respuesta de adulación se desencadena cuando una persona responde a una amenaza tratando de agradar o ayudar con el fin de calmar y anticipar al atacante”.
Mientras estas respuestas, muchas veces llamadas “las 4F” (según sus siglas en inglés: fight/flight/freeze/fawn), son naturales y nos permiten sobrevivir en momentos de peligro, en personas traumatizadas con el sistema nervioso alterado y en un estado de hipervigilancia, pueden producirse estas respuestas aunque no exista realmente un peligro. Como dice pattrice jones, el miedo se aprende rápidamente, solo hace falta un suceso de peligro, pero desaprender la respuesta de miedo necesita mucho más trabajo.
Según la ONG británica PTSDUK (Post Traumatícelas Stress Disorder United Kingdom), une de cada trece niñes ya tiene TEPT. Si seguimos a David A. Treleaven, a quien cité al inicio de este artículo, un 90% de la población ha vivido una situación traumática, y entre un 8 y un 20% de esta desarrolla TEPT, es decir, hasta un 18% de la población. Pero pienso que el trauma y el estrés postraumático son mucho más prevalentes, quizás no cumpliendo los criterios para un diagnóstico de TEPT o TEPT complejo, pero aun así con un impacto importante en las personas. Sabemos que uno de cada cinco niñes sufre abuso sexual en su infancia —una de cada tres o cuatro niñas, uno de cada seis u ocho niños, y une de cada dos o dos de cada tres niñes trans—.
Vivimos en una sociedad traumatizada y estos traumas forman parte de todas nuestras relaciones. Nuestras relaciones activistas no están exentas, pero actuamos como si el trauma no existiera
Los estudios sobre experiencias adversas en la infancia (ACE por sus siglas en inglés) en Estados Unidos reflejan altos niveles de experiencias adversas, desde abuso sexual, físico, y/o emocional, hasta vivir en contextos de violencia doméstica, de problemas de salud mental de une de les cuidadores principales, etcétera... todos factores traumatizantes. Según una investigación en Estados Unidos, adultes LGBTIQA+ informan de haber sufrido más frecuentemente experiencias adversas en su infancia. De pobreza, racismo, capacitismo, LGBTIQA+fobia y otras opresiones estructurales también traumatizantes ni hablar. Según varias investigaciones, el estrés de minorías al que están expuestos personas LGTBIQA+ (pero también personas racializadas, diska…) causa síntomas compatibles con el TEPT complejo. ¿Quizás tiene más sentido decir que el estrés de minorías es traumatizante?
Sin entrar en poner cifras, quiero reforzar lo que dice David A. Treleaven: “Independientemente del entorno en el que esté aplicándose, siempre habrá alguien que tenga un historial de trauma”. Alguien. O, más bien, algunes, es decir, más de una persona. Vivimos en una sociedad traumatizada y estos traumas forman parte de todas nuestras relaciones. Y nuestras relaciones activistas no están exentas. Pero actuamos como si el trauma no existiera.
Trauma y activismo
Todes nosotres trasladamos nuestros traumas a nuestro activismo y a nuestras relaciones con otres activistas. Llevamos nuestros problemas para relacionarnos, nuestra ansiedad social, nuestro miedo al abandono y al rechazo, nuestra vergüenza y nuestro sentimiento de culpa. También nuestro deseo de sentirnos querides y aceptades, de pertenencia, de un propósito para nuestra vida. Y llevamos nuestra hipervigilancia, nuestras respuestas de los 4F, nuestras tendencias de huir (escapar hacia más activismo todavía), de disociarnos, el entumecimiento emocional. Todo esto va a estar ahí, en nuestro activismo, y todo esto lo llevamos a nuestros colectivos, a cada asamblea, cada encuentro, y al trabajo entre asambleas. ¿Cómo podemos pensar que el trauma no va a afectar a nuestro activismo, a nuestros colectivos? Nuestro propio trauma y/o el trauma de compañeres activistas.
Y, quizás, ¿nuestros traumas también tienen algo que ver con nuestro activismo? Dice Gabor Mator: “Y si el mundo no te quiere, una forma de lidiar con ello es convertirte en alguien importante, convertirte en alguien que ayuda, convertirte en un médico, porque entonces la gente te va a querer todo el tiempo. Pero eso es muy adictivo, porque sigues intentando demostrarte a ti mismo algo que realmente no crees, que eres una persona querida”. No me hice médique, sino activista, pero la dinámica de la que habla Gabor Mate me resuena mucho. Y, hablando con compañeres activistas, no solo me resuena a mí.
El altruismo y la emergencia permanente en casi todos los ámbitos del activismo —la emergencia climática, el racismo de la política de migración, la violencia de género, el genocidio en Gaza...— llevan a muches activistas a ignorar sus propias necesidades
Pensamos en activistas como personas altruistas que militan para mejorar la vida de otres, salvar al planeta, conseguir más justicia social o de género. Y es cierto que este altruismo es parte del ADN de todes les activistas. Pero, se puede estar mezclando con el deseo de sentirse queride a través del activismo, como dice Gabor Mate, un deseo imposible de satisfacer cuando une misme no se lo cree… Ya solo el altruismo y la emergencia permanente en casi todos los ámbitos del activismo —la emergencia climática, el racismo de la política de migración, la violencia de género, el genocidio en Gaza...— llevan a muches activistas a ignorar sus propias necesidades. Sumando el trauma y el deseo de sentirte queride, es probable que te entregues a un hiperactivismo poco sano, que, además, es una forma de evitarse a une misme, como bien sé… Tarde o temprano, esto derivará en burnout y en depresión, cuando el cuerpo ya no puede. Esto también lo sé de primera mano.
En su libro, pattrice jones señala otras maneras en las que el trauma influye en el activismo: “Estoy luchando con la timidez, que tiene su raíz en la vergüenza relacionada con un trauma de infancia. Más veces de las que puedo contar, esa timidez me ha impedido aprovechar la ventaja de hacer contactos activistas útiles. Tanto mi trabajo como yo misma hemos sufrido las consecuencias de mis dificultades intermitentes para contactar con gente. Esto es solo una de las muchas maneras posibles en las que las repercusiones relacionales del aftershock pueden causar dolor personal y al mismo tiempo interferir con un activismo eficaz”.
El trauma y las respuestas de las 4F también están presentes en todas las asambleas, y pueden influir negativamente en momentos de conflicto, tanto a través de una sobre-reacción (la respuesta “lucha” se activa) o al intentar huir del conflicto (disociación o adulación). Ambas reacciones tienen un impacto negativo en la dinámica grupal del colectivo e, incluso, pueden dañarlo y/o causar la salida de la persona traumatizada o de otras personas que se ven atacadas por la respuesta traumática de lucha de esa persona (o personas). Las cosas pueden ponerse todavía más complicadas cuando la respuesta traumática de una persona dispara el trauma y la respuesta traumática de otra...
No quiero decir que todos los conflictos en nuestros colectivos tengan que ver con nuestros traumas. Al contrario, los conflictos son necesarios para crecer como colectivos, para construir posiciones y acciones. Desafortunadamente, muchas veces se mezclan con dinámicas y conflictos interpersonales, aumentadas por nuestros traumas. Un desacuerdo político puede activar mi trauma de abandono y rechazo, y disparar una respuesta de lucha (atacando a otra persona) o huida (desvinculándome del colectivo), ambas respuestas poco constructivas. Nuestros traumas influyen negativamente en nuestra capacidad de gestionar esos conflictos, sobre todo cuando no somos conscientes de nuestros patrones de respuesta traumáticos. Tomar consciencia como colectivo de los síntomas y dinámicas del trauma puede ayudar mucho a hacer una mejor gestión de conflictos, sin que el colectivo se convierta en un grupo de terapia (que no tendría sentido). Volveré al tema al final del artículo.
Trauma por activismo
No solo trasladamos nuestros traumas a nuestro activismo, también el activismo mismo nos puede traumatizar, algo que tampoco se habla en los movimientos sociales, y, aún en menor medida, los colectivos y los movimientos sociales se responsabilizan de esos traumas.
Quizás lo más obvio es la experiencia de violencia policial. Soy consciente de que al menos dos situaciones de violencia policial, ambas en Alemania, me han dejado aftershock, el término cuñado por pattrice jones para hablar del trauma por activismo. La primera situación fue mi primera detención en una acción anti-nuclear en 1986 en Baviera. Me di cuenta por la amnesia parcial que tengo de esta detención: desde el momento en el que vi una caravana de furgonetas de la policía acercándose a nuestro grupo de ciclistas hasta después de la liberación de la comisaría. No tengo ningún recuerdo de la detención misma, de como llegué a la comisaría, del proceso de llevarme a una celda, de la liberación...
La segunda situación fue una acción de desobediencia civil contra un transporte nuclear Castor en Wendisch-Evern en 2001. Desde una acampada con más que mil personas salimos en dos grupos, todos organizados en grupos de afinidad, para intentar bloquear el tren. Yo fui una de las personas responsables de intentar comunicar con el mando de la Policía en caso necesario y tenía móvil (poco usual en aquellos tiempos). Pero, cuando llegué a la vía del tren había personas sangrando con heridas en la cabeza. Poco después llegaron cinco o más helicópteros de transporte de tropas, sobrevolándonos bastante bajo y aterrizando a unos cientos de metros, con unos 20-25 policías antidisturbios en cada uno. A partir de este momento ya no tengo recuerdos. No me acuerdo que pasó, no recuerdo cómo volví a la acampada. Sé que después me fui a mi casa, pero no sé si el mismo día o el día siguiente.
En ambas situaciones me sentí bastante sole, es decir, no tuve mi propio grupo de afinidad para apoyarme y arroparme. He vivido otras situaciones de violencia policial, quizás incluso peores, pero no siento que me han dejado traumatizade de la misma manera. Esas dos, sí.
En su libro, pattrice jones habla de ejemplos de acciones de liberación animal o de investigación encubierta en laboratorios de experimentación con animales. Ser testigo de tanto sufrimiento de animales no humanos puede tener un impacto traumatizante, sobre todo en combinación con la sensación de impotencia ante tanto sufrimiento. El sentimiento de impotencia a ser testigo de violencia es uno de los factores que puede conducir al trauma, o aumentar el efecto traumatizante.
No solo experimentar o presenciar violencia policial (o de otro tipo) puede causar estrés o trauma. También escuchar las historias de violencia de víctimas/supervivientes, o ver vídeos sobre violencia
Pero no solo experimentar o presenciar violencia policial (o de otro tipo) puede causar estrés o trauma. También escuchar las historias de violencia de víctimas/supervivientes, o ver videos sobre violencia. Sam Dubberley, asesor especial del Evidence Lab y director del Cuerpo de Verificación Digital de Amnistía Internacional lo explica así: “Si te expones a experiencias angustiosas, aunque no estés físicamente presente, tu cerebro tiene la capacidad de experimentar síntomas de angustia similares a los que experimentarías si hubieras estado allí. Nuestros cerebros están preparados para tomar medidas con el fin de protegernos frente a lo que perciben como amenazas a nuestra seguridad. Cuando vemos algo inesperado, el cerebro lo evalúa para decidir si estamos a salvo y seguros o si tenemos que reaccionar rápidamente”.
¿Cuántos videos has visto sobre la violencia del genocidio en Gaza? ¿Cuántas veces has escuchado a migrantes contando su historia? ¿Cuántas veces has escuchado a personas víctimas de violencia de género o de LGBTIQA+-fobia?
Amnistía Internacional señala: “Las señales habituales de trauma vicario incluyen sensaciones persistentes de rabia, ira y tristeza. En algunos casos más extremos, la exposición intensa a ese contenido puede generar ansiedad, estrés, agotamiento y trastorno de estrés post-traumático”.
Personalmente, soy consciente de varios traumas vicarios generados al escuchar a víctimas de violaciones de derechos humanos en Colombia, incluso a las madres de los “falsos positivos”, jóvenes de barrios populares secuestrados por los militares, asesinados y presentados como guerrilleros. También por visitar al Kurdistan kurdo varias veces entre 2015 y 2017, durante e inmediatamente después de los toques de queda en varias ciudades, escuchando los testimonios sobre las matanzas del ejército turco en esas ciudades, e, incluso, visitando en los barrios destruidos los lugares de matanzas. Nunca voy a olvidar la imagen de una mujer mayor buscando pertenencias entre los escombros de unas casas en cuyos sótanos los militares turcos mataron a más de cien jóvenes kurdos.
En ambas situaciones mi respuesta por defecto —la disociación— me protegía en el momento. Pero las emociones se me quedaron, hasta el día de hoy. Los traumas siguen ahí.
El trauma secundario o vicario es un tema reconocido en las profesiones de cuidados: enfermería, psicología, trabajo social. Incluso, se empieza a hablar del tema en la abogacía. ¿Y, en el activismo?
En los colectivos LGBTIQA+, colectivos feministas, colectivos diska, colectivos de apoyo a migrantes, escuchamos historias de violencia con frecuencia. Y esas historias dejan sus secuelas en nosotres, aunque quizás nuestros síntomas no llegan a cumplir los criterios diagnósticos del trastorno de estrés postraumático.
Como activistas en un país “confortable” (cada vez menos), quizás nos decimos “¿Qué importancia tienen mis emociones en comparación con lo que han sufrido estas personas?”. Y es verdad, si hemos tenido la suerte de no sufrir violencia LGBTIQA+fóbica o violencia de género. Y, casi seguro, si eres una persona blanca, no conoces de primera mano la violencia de las rutas de migración hacia la fortaleza de Europa.
Pero, como dice pattrice jones: somos animales, tenemos emociones. Y estas emociones están ahí, y pueden ser traumatizantes. Podemos pretender no tenerlas. Podemos intentar reprimirlas diciéndonos “no son importantes”, “no son nada en comparación con ...”. Pero, no sirve. Al contrario: por más que intentemos evitar o reprimir esas emociones, lo más probable es que nos afecten de otra manera, en forma de somatización y/o estrés postraumático.
Por un activismo informado sobre el trauma
pattrice jones dice: “Nuestras emociones nos mueven para hacer cosas en vez de simplemente quedarnos sentades”. Se pregunta: “Entonces, ¿por qué solo hablamos de nuestras emociones en conversaciones apresuradas entre reuniones, como mucho?”. Y sigue: “A veces parece que las emociones estorban a la acción efectiva, y posiblemente por eso algunes activistas las evitan. Pero, muchas veces es desatender nuestras emociones de animales lo que nos causa problemas. Cuando nos olvidamos de que algunas personas están exaltadas y no les damos nada que hacer con su rabia, es cuando la ira reprimida se derrama en acciones imprudentes sin planificar. De manera similar, cuando descuidamos los aspectos emocionales de las dinámicas de grupos, es cuando nuestras organizaciones explotan o implosionan”.
Las emociones —traumáticas o no, depresivas o no— están ahí. Somos animales, no somos máquinas, aunque la lógica capitalista y productivista así nos quiera. Y, desafortunadamente, en el activismo, a menudo, reproducimos esta lógica, valoramos a les demás activistas según su “productividad”, su funcionamiento eficaz en el sentido productivista. ¿Es este el otro mundo que queremos construir? Yo, no.
Nos vendría bien como activistas tomar consciencia de los síntomas traumáticos, estrés postraumático y depresión, para poder reconocerlos en nosotres mismes y en compañeres activistas (de hecho, nos vendría bien como sociedad tomar más consciencia del trauma). Esto nos permitiría cuidarnos y cuidar a les demás.
En el activismo, a menudo valoramos a les demás activistas según su “productividad”, su funcionamiento eficaz en el sentido productivista. ¿Es este el otro mundo que queremos construir?
Para mí, las rondas de sentires al inicio de una asamblea – no obstante la critica, que me parece basada en un mal entendimiento o uso de las rondas de sentires – tienen una doble (o triple) función, y no tienen nada que ver con “terapeutizar” los espacios activistas. A un lado, poder expresar como une se siente brevemente al inicio de una asamblea sirve para “dejar al lado” la mochila emocional. Cuando puedo expresar que estoy luchando con ansiedad y estrés postraumático, no me espero que el resto de la asamblea me ayude a gestionar mis problemas emocionales, mucho menos en la asamblea, sin embargo, me permite “liberarme” de estas emociones, apartarlas y centrarme en la asamblea. Por otro lado, también sirve para que el resto de la asamblea entienda desde qué contexto emocional estoy actuando en la asamblea, y quizás en momentos de conflicto esto puede ayudar a tomar consciencia de las dinámicas traumáticas (u otras) poco útiles. Como dice Meg-John Barker en su fanzine Salud Creativa Queer, no siempre estamos en nuestro mejor momento, y esto puede influir en cómo nos comportamos y reaccionamos. Y, por último, mis compañeres activistas pueden darse cuenta de si realmente necesito ayuda, y algunes podrían encargarse de hablar conmigo después de la asamblea.
Incluso pienso que viene bien cerrar una asamblea con otra ronda de sentires enfocada en las emociones que han surgido en la asamblea y con qué emociones nos vamos. Esto sirve para visibilizar potenciales problemas de la dinámica del grupo, o, incluso, con las decisiones tomadas, que se debería tratar tarde o temprano.
pattrice jones insiste en que los colectivos, organizaciones e, incluso, los movimientos sociales, al fin y al cabo son relaciones entre personas. Cuando estas relaciones son sanas, los colectivos, organizaciones y movimientos son sanos. Cuando no, aparecen los problemas, los conflictos, los colectivos se rompen, las personas se marchan por una variedad de motivos, y la eficacia del activismo baja.
No siempre es posible o aconsejable gestionar los traumas o el aftershock sin apoyo profesional. A veces, de hecho, es muy necesario solicitar apoyo profesional de une terapeuta. Pero, necesitamos terapeutas que entiendan como funcionamos, pensamos y sentimos nosotres, les activistas, y que entiendan no solo el trauma en general, sino también las características específicas del aftershock, del trauma activista. A veces, especialmente después de acciones de alto riesgo, no podemos hablar de todo con compañeres activistas por razones de seguridad y confidencialidad. Une terapeuta está obligade al silencio por secreto profesional, aunque nunca deberíamos hablar sobre acciones futuras con une terapeuta.
Lo ideal sería tener una red de terapeutas que se haya formado y esté dispuesta a apoyar a activistas a precios solidarios. Algo así no existe en el Estado español ni remotamente, y por ahora no queda otra que buscarse une terapeuta afín a nivel individual. Quizás no sería una mala idea compartir esa información entre colectivos y organizaciones de una ciudad, y de esta manera crear una lista de terapeutas afines.
En vez de conclusiones
Vivimos en una sociedad traumatizada, en una cultura de trauma. Violencia, pobreza, racismo, LGTBIQA+-fobia, el cisheteropatriarcado, el caos climático, el colapso de la biodiversidad, la crisis de los cuidados... hay más que suficientes factores estresantes que nos pueden traumatizar, y nos traumatizan a muches. Y, el futuro tiene toda la pinta de ir a peor: el colapso del estado del bienestar y del capitalismo productivista, el avance del cambio climático, el auge de la derecha… (que conlleva el trauma colectivo e histórico de la Guerra Civil y de la dictadura franquista). La sociedad traumatizada produce cada vez más trauma, y más violencia.
Como activistas, no solo queremos frenar a la derecha y construir un mundo más justo. También, pienso, deberíamos construir otras maneras de relacionarnos, informadas sobre el trauma y basadas en el apoyo mutuo y en los cuidados.
El trauma esta ya ahí, en nuestros colectivos y movimientos. ¿Cuándo tomaremos consciencia de esto? ¿Cuándo dejaremos de actuar como si el trauma no existiese? Necesitamos urgentemente un activismo informado sobre el trauma para que podamos empezar a sanar siendo activistas, para que construyamos un activismo sanador.
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Se está montando una industria bastante jarta con el tema del trauma.. y ya está salpicando a los movimientos sociales.
Aquí va un artículo en el que se critica a uno de los pones de los chiringuitos del trauma:
https://primeravocal.org/dime-por-que-duele-de-danielle-carr/
Salud y alegría.
Gracias, Manchu, por el enlace. He leído el articulo con interés.
El capitalismo tiene una gran capacidad de convertir cualquier cosa en un negocio y en una industria. También lo ha hecho con el tema del auto-cuidado, quitandole el contexto social y político, individualizando el concepto para vendernos cada vez más productos de autocuidado y culpandonos cuando no estamos bien por no invertir lo suficiente en nuestro autocuidado. ¿Por esto el autocuidado, entendido de otra manera, no es importante? No lo creo. Me quedo con Audre Lorde, que dijo: "El autocuidado no es auto-indulgencia. Es auto-preservación y esto es un acto de batalla política". El autocuidado es político cuando lo entendemos en el contexto social y político, cuando entendemos los limites impuestos por las estructuras violentas de esta sociedad cisheteropatriarcal.
Lo mis es el caso para mi con el tema del trauma (y trauma complejo). ¿El trauma (complejo) no existe por que el capitalismo, otra vez, ha creado toda una industria en base de esto, individualizando el tema? No lo creo.
Las soluciones a una sociedad traumatizada y traumatizante no pueden ser individuales, aunque cada une tenemos que aprender vivir con nuestros traumas. pattrice jones habla de una cultura de trauma que se reproduce, y para salir de esa cultura de trauma tenemos que acabar con las estructuras de violencia y dominación, entre animales humanos y de otros animales y de lo que llamamos "naturaleza" o el planeta tierra. Esto, para mi, es una perspectiva política.