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Por Daniel Seijo
“El símbolo sería ese ciudadano medio cargado de paquetes que está dispuesto a tragar con cualquier bajeza política o moral con tal de seguir consumiendo hasta el final de sus días.”
Manuel Vicent
“De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo; ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido.”
Facundo Cabral
Comienza 2018 con una pírrica subida del 4% en el Salario Mínimo y del 0,25% en las pensiones, mientras las subidas en la tarifa de gas natural, internet, los sellos, los peajes de las autopistas -no esperen descuentos por la incompetencia de las concesionarias- y una revisión catastral en cerca de 1.800 municipios nos preparan para una nueva derrota proletaria en lo que es ya sin duda una encarnizada lucha de clases librada particularmente en el terreno del consumo.
Atrapados entre los numerosos oligopolios aparentemente invisibles para nuestros gobernantes, las progresivas y numerosas privatizaciones de servicios hasta ahora públicos y la continua precarización de nuestros puestos de trabajo, la mayoría de los españoles de a pie como usted y como yo, nos lanzamos inconscientemente a la búsqueda de un nuevo estimulo que de sentido a nuestras vidas entre las llamativas luces y los sonidos siempre atrayentes de los comercios o los faraónicos centros comerciales que pueblan nuestras ciudades. Cual perro pavloviano, el moderno homo consumus encuentra en el estimulo de la compra continua su particular sustento emocional, nos encontramos cada día más inmersos en una sociedad despersonalizada, encerrada entre las pantallas de nuestros terminales y las apariencias estéticas, unas zapatillas Nike, un nuevo televisor ultraligero, ediciones de La conquista del pan con camiseta protesta incluida o cualquier otro bien de usar y tirar suponen para nosotros pequeñas dosis de felicidad más accesibles y menos problemáticas que la realización personal a través de la lucha social o el completo abandono a las drogas, esta última opción únicamente legal con una prescripción médica que preferiblemente no nos inhabilite para nuestra tarea como consumidores y que suele quedar definida en las sociedades occidentales bajo esa nueva pandemia que es ya la depresión crónica.
Aprendamos a obligar a las empresas a proporcionar mejores servicios y mejores tarifas para ganarse nuestro escaso salario
Como si la explotación bajo la apropiación del trabajo ajeno por medio del salario no fuese suficiente, esos abstractos entes que rigen el sistema y nuestro destino bajo las premisas de este sistema depredador que es el capitalismo, decidieron en su momento que debían estrujarnos un poco más, extraer hasta la última gota de nuestra savia utilizando para ello un mecanismo de apropiación del trabajo ajeno más complejo y adictivo, después de todo pocos son los individuos que sonríen tras una dura jornada de trabajo produciendo beneficios para sus patronos, pero son legión los españoles y españolas que cada día soportan stoicamente largas colas incluso de horas para depositar directamente gran parte de sus escasas ganancias en los bolsillos de los dueños de las grandes multinacionales, a cambio de productos producidos en su inmensa mayoría en países del Sudeste Asiático en donde el proletariado permanece cruelmente explotado entre vagas esperanzas de un futuro mejor en el que poder acceder a días libres en los que acudir al McDonald's y un salario digno con el que dar la señal para comprar un coche propio que les ahorre las largas travesías en el deficiente transporte público de sus ciudades.
Lo onírico le ha ganado definitivamente la batalla a la razón, vivimos inmersos en un sistema basado en la obvia falacia de la viabilidad de un crecimiento continuo en un planeta con recursos finitos, quemamos recursos extremadamente valiosos para producir bienes de consumo que no necesitamos: desodorantes para el culo, aparatos para hacer abdominales sin movernos del sillón, guantes pelapatatas...Cuando nos extingamos -con toda probabilidad tarde o temprano llegará el momento- tan solo espero que las especies futuras que investiguen nuestros yacimientos, engañados por la obra de Franklin Schaffner, lleguen a la conclusión de que fuimos una raza inferior sometida por los simios, al menos de ese modo conservaremos parte de nuestra dignidad como especie.
Nuestro papel en la sociedad capitalista hace ya tiempo que ha pasado de ser el de trabajadores para convertirse principalmente en el de meros y zombificados consumidores, a ningún gobierno le importa un carajo si la industria del carbón, los astilleros, los bomberos, los farmacéuticos o los taxistas se tienen que ir masivamente a la calle en un momento dado, siempre que la rueda del consumo siga girando sin detenerse. Echemos un vistazo a la reciente crisis global que ha afectado a toda la eurozona y muy especialmente a países como Portugal, Grecia o España, lo que ha sucedido es una reestructuración de las prioridades de consumo de los estados que amparados bajo una supuesta crisis estructural del sistema capitalista que amenazaba con el Apocalipsis total si no reaccionábamos a tiempo -por lo cual no hubo tiempo para el debate racional- han implementado nuevas políticas neoliberales de privatización devolviendo de ese modo al sector privado los escasos espacios de consumo garantizados por el Estado de Bienestar europeo surgido el pasado siglo como contraposición al comunismo presente al otro lado del muro. Estados y sector privado han derivado recursos sociales al pago de una deuda externa a todas luces ilegítima, ficticia e inasumible, gobiernos como el español con un superávit presupuestario antes de 2007 y 2008, se encontraron de golpe inmersos en una espiral de deuda y amenazas especulativas globales que suponían la ofensiva final de una crisis que en palabras de Alan Greenspan, quien fuera presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, “se ha producido porque se ha dejado que la banca cometa un fraude generalizado”.
Durante años, empresarios, banqueros, publicistas y políticos nos han bombardeado con estímulos continuos para que aumentásemos nuestro nivel de consumo: Just Do It, Think Different, Every Little Helps...Cualquier slogan valía para colarnos pulpo como animal de compañía y de ese modo hacernos caer víctimas de las hipotecas modelo, los créditos rápidos encadenados unos tras otro y las tarjetas de crédito como solución para todo. No lo vamos a negar, claro que muchos españoles vivieron por encima de sus posibilidades, pero lo hicieron guiados por un sistema que todavía hoy lo hace, así que si tenemos que caer, arrastremos a todos esos falsos profetas con nosotros.
Las posibilidades son enormes, y aunque no lo parezca, en nuestro consumo los pies de este gigante que es el sistema capitalista comienzan a transformarse en barro
El ámbito vinculado al consumo se dibuja hoy como un campo en donde es posible desarrollar importantes resistencias, luchas sociales y una vez alcanzadas mayores cuotas de poder, políticas contrarias a un modelo capitalista a todas luces insostenible durante mucho más tiempo. Basta ya de quejas en estúpidos foros en los que volcar nuestra frustración o consolarnos mutuamente, basta de esa ira pasajera cada vez que en nuestro buzón encontramos una factura en la que la empresa en cuestión ha logrado hallar una nueva excusa para subir la tarifa sin que el gobierno haga nada. Organicémonos como lo que realmente somos para este sistema, consumidores. Hoy solo tenemos importancia para el capitalista como minúsculos puntos en sus gráficas de consumo, esas a las que solo prestan verdadera atención cuando aglutinados logramos arrastrar sus previsiones hasta el fondo de la línea que separa unos suculosos beneficios de las tan temidas perdidas. Utilicemos nuestra fuerza como consumidores, hagamos de nuestro consumo también nuestra principal arma, una herramienta profundamente desigual, pero que utilizada conjuntamente puede tener un mayor efecto sobre nuestras vidas que cualquier reivindicación salarial de los viejos sindicatos o las etéreas promesas políticas cada cuatro años. Admitamos de una vez por todas que nuestros gobiernos tienen las manos atadas ante sectores tan poderosos como los medios de comunicación, la industria de la energía, las telecomunicaciones, la banca o los cientos de lobby's más que han convertido nuestros sistemas políticos en auténticas plutocracias en donde la única vía para la supervivencia obrera se dibuja en la unidad y coordinación en torno a acciones de resistencia no convencionales.
Hoy la mayor parte de los servicios necesarios en el día a día de un español y en su futuro desarrollo vital, ya no se encuentran en manos del estado, nuestros gobiernos, sin que sepamos muy bien el motivo, han renunciado a gestionar la energía, la vivienda, el transporte, las comunicaciones... y comienzan también progresivamente a hacerlo con sectores tan vitales para nosotros como la sanidad o la educación. Hoy para reclamar una bajada en el recibo de la luz o para exigir un servicio más justo cuando continuamente las compañías intentan estafarte con los vaivenes de sus tarifas, resulta inútil acudir al gobierno, normalmente debido a la tibia reacción de nuestros políticos a las empresas les compensa cometer la trampa, nuestra principal arma es nuestro consumo. La próxima vez que una compañía telefónica, eléctrica etc suba sus tarifas o empeore drásticamente las condiciones de su servicio sin una explicación plausible, utilicemos esos foros de internet únicamente para comunicarnos y a continuación procedamos a darnos masivamente de baja en dicha compañía para contratar el mismo servicio en cualquier otra que nos proporcione un mejor servicio. A las compañías les importas más bien poco, no eres parte de Movistar, ni de Abanca, Nike o Apple, pero estoy seguro de que todas ellas atenderán con mayor celeridad a razones tras una baja masiva de usuarios que tras cualquier reprimenda del presidente del gobierno.
Aprendamos a obligar a las empresas a proporcionar mejores servicios y mejores tarifas para ganarse nuestro escaso salario, juguemos con su codicia y sus ansias de beneficios en un mercado saturado y en cinco meses cambiemos en masa todos y todas nuestros contratos a las compañías que durante ese tiempo nos hayan garantizado el mejor servicio posible a un precio razonable. Nuestro banco, luz, internet, seguro del coche, el seguro de la casa....Estoy seguro de que organizaciones como FACUA nos ayudarán a identificar claramente a las que más se hayan esforzado por satisfacer nuestras necesidades durante este proceso. Hagamos la primera revolución desde el consumo en España y pongamos fin a la dictadura de las grandes compañías.
Nuestro papel en la sociedad capitalista hace ya tiempo que ha pasado de ser el de trabajadores a convertirse principalmente en el de meros y zombificados consumidores
Comencemos por lo más simple, exijamos los mejores servicios posibles al menor coste posible, tras esto quizás logremos en un futuro pedir a esas mismas empresas mejores condiciones laborales para sus trabajadores, transparencia en sus cuentas, la total y comprobable erradicación de trabajo esclavo en terceros países -¿Acaso algo te hace penar que en un futuro cuando los recursos escaseen también en Occidente tú no ocuparas su lugar?- , igualdad total entre hombres y mujeres...Las posibilidades son enormes y aunque no lo parezca, en nuestro consumo los pies de este gigante que es el sistema capitalista comienzan a transformarse en barro. Comencemos a derrotar al capitalismo y su injusta distribución de las riquezas globales desde dentro de su propia lógica, utilicemos sus contradicciones para golpearlo y obliguemos a todos sus fanáticos defensores a hacer efectiva de una vez por todas su tan cacareada competencia para servir a quien siempre debieron hacerlo, al conjunto de los ciudadanos.
46 millones de españoles dispuestos a abandonar una compañía ante la mínima subida injustificada, ante un peor servicio, ante un comportamiento insolidario con el conjunto de la sociedad, es una realidad ciertamente temible para cualquier empresario de nuestro país. Puede que llegados a este punto, para ser un ser humano realmente concienciado, para ser un trabajador concienciado, debamos comenzar a identificarnos y a ser también consumidores concienciados. Si al terminar de leer este artículo tu disposición va a ser la misma que antes de hacerlo, al menos ten la decencia de dejar de dar el coñazo en los numerosos foros de consumidores.
Texto: Daniel Seijo
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La herramienta del consumo para promover cambios ecónomicos y sociales ha de pasar, a mi juicio, por la creación de asociaciones de consumidores y cooperativas de consumo, con fuerza para negociar con las empresas y obligarlas a comercializar productos de cercanía, cuando sea posible, para beneficiar a la economía local y nacional, y productos de comercio justo, para evitar la explotación laboral. Las redes sociales y las app tienen su utilidad, pero no hay nada como tratar a las personas cara a cara, porque fomenta la cooperación. Una asociación a nivel de barrio puede ser suficiente, si hay un porcentaje suficiente de vecinos concienciados, para presionar a los centros comerciales a hacer esos cambios.
Propongo que alguien cree una app para coordinar el boicot a empresas y productos por razones como precariedad de sus trabajadores, trabajo infantil, demasiados beneficios, etc. La gente podría subir su propuesta con su argumento y estas propuestas serían votadas como en "Meneame.net". El usuario tendría acceso rápido a una lista de productos que se recomienda no comprar en señal de protesta. Esta app podría mejorarse incorporando incluso la lectura de códigos de barras con la cámara, para saber si un producto está en alguna propuesta de boicot.
La idea es genial. Propongo un boicot que se llame BDS, contra el genocidio Palestino.
Generalizar ideas como el BDS es la idea, utilizar también el consumo como un arma, sin perder de vista que la propia dinámica de consumo capitalista debería ser el objetivo final a eliminar.
La revolución debería ser exigir mejores condiciones para los trabajadores y el medio en el que el bien o el servicio se produce. Exigir mejores precios y servicios/bienes está bien pero no cambia las cosas. Las cosas se cambian comprando a cooperativas, a pequeños productores, siempre que exista la alternativa. Si jugamos contra la banca de tú a tú, esta siempre gana, así que la mejora del servicio o la bajada del precio la pagarán sus empleados, que somos nosotros. La solución es salirse de la rueda del consumismo y salirse de la batalla con los oligopolios. Que nuestro dinero circule entre los productores de la igualdad, no de unos poderosos a otros.
Por supuesto, el objetivo final siempre debe ser el de salir de una rueda de consumo insostenible fomentada por el capitalismo y que a día de hoy esclaviza a la clase trabajadora impidiendo cualquier tipo de reacción organizada por la mayoría de la sociedad, pero el crear una quinta columna dentro de la sociedad de consumo que quizás pueda tensionar las propias dinámicas del capitalismo, considero debería ser una táctica a tener en cuenta por quienes queremos cambiar el sistema. Hoy resulta complicado conectar con sectores sociales demasiado alienados con el mecanismo capitalista, pero las herramientas de lucha no convencionales podrían lograr que esos sectores comenzasen a aportar su granito de arena contra este sistema. Pero coincido plenamente en tu reflexión, especialmente en las cooperativas y pequeños productores como alternativas inmediatas al gran empresariado. Un saludo y gracias por tu lectura.
Tienes razón. Probablemente son dos "luchas" que se deben complementar. La lucha por la mejora del servicio y las condiciones encontrará más adeptos. En la lucha por "sacar" el poco dinero que ingresamos /gastamos del círculo del poder y pasarlo al círculo del respeto por las personas y el entorno seremos menos, pero no por eso vamos a dejar de intentarlo.Qué gran idea la app del consumo que proponen otros lectores. A lo mejor El Salto podría coordinar un pequeño crowdfunding para ello. Lectores comprometidos está claro que tiene.