Música
Public Enemy, Bomb Squad y el sonido de la revolución
Hace 30 años que Public Enemy irrumpieron con Yo! Bum rush the show, su primer disco, en el que inauguraron alianza con el equipo de productores Bomb Squad. Los mismos que empujaron la materia funk al cuadrilátero, donde la celebración era el miedo a un planeta negro.

Nada más pinchar “You’re gonna get yours”, el corte que abre el LP inicial de Public Enemy, retumba un pálpito perturbador bajo las rimas speedicas de Chuck D y el verbo bufonesco de Flavor Fav.
Ese sample de guitarra en bucle chocando contra el sonido de un 98 Oldsmobile frenando en seco. El retumbar de una batería con cadencia funk granítica. El puzle resuena como la readaptación posapocalíptica de un black panther en plena era Reagan.
Descontento y llamada a la acción. Se había acabado la música de negros para blancos. Esto era un gueto para el gueto, como el soñado por Sly & The Family con There’s a riot goin’ on (1971) y Miles Davis por medio de On the corner (1972). En su momento, tanto el disco de Miles como el de Sly fueron vapuleados, aunque hoy en día cumplen la máxima de “regional=universal”.
Ambas muestras de orgullo enfebrecido fueron recogidas por Public Enemy, comenzando por los métodos de Hank Shocklee y su troupe de científicos del ritmo. “Cuando Chuck D y yo comenzamos a trabajar, convencí a Eric Sadler para poder ahuyentarme de mis locas ideas. Quería a alguien en quien pudiera confiar a partir de sus habilidades como músico, porque había cosas que quería probar con las frecuencias. Quería hacer algo que no fuera melódico. Deseaba frecuencias que chocaran entre sí y crearan otra frecuencia de disonancia. Y eso es algo complejo, porque si lo haces mal, creas desorden y te quedas en nada”.
“Cuando trabajas con escalas musicales, hay un montón de cosas que sabes que funcionarán bien juntas. Pero cuando estás trabajando con disonancias, estás tomando el concepto de escalas y arrojándolo por la ventana. Si las tocas en un piano, sonarán como una mierda. Pero si creas el sonido y el concepto que acompaña a ese sonido, entonces harás algo diferente”. Y el resultado fue la adaptación bélica de las interioridades del groove; citando a la épica: el sonido de la revolución funk.
Schocklee tardó tres años en forjar un armazón rítmico apropiado para Yo! Bum rush the show (1987). Un cuerpo de trabajo para el que, al principio, ni el propio Shocklee sabía que iban a formar parte sus fórmulas sobre estilo y texturas de sonido.
Solo un año después, los tempos moderados y minimalistas de la escuela hip hop se alimentaban de una tensa coagulación instrumental, con un trío de trabajos marcando la pauta: Follow the leader (1988) de Eric B. & Rakim, Straight outta Compton de N.W.A. y sobre todo It takes a nation of millions to hold us back, la segunda colaboración de Bomb Squad con Public Enemy.
En uno de sus cortes, “Night of the living baseheads”, Shocklee se apropia de una pieza pequeña del “Fame” de David Bowie. La razón de hacerlo era liberar la tensión en el crescendo y poder retomar el complejo guión de musical armado, donde los samples de trompeta se repiten como la versión funk de un demente.
La cirugía aplicada a las posibilidades del ritmo cobraba cada vez mayor responsabilidad con una empresa que, a cada nuevo descubrimiento o giro, se hacía más y más relevante, como las ambiciones esgrimidas por Shocklee en “Rebel without a pause”: “Si la línea de saxo de la canción la hubiera tomado en el downbeat, sonaría mucho más funky. El oyente podría estar más en contacto con el groove, pero perdería mucha intensidad. Esta muestra que, originalmente, era una pieza melódica genial, ahora suena como si se tratara de una guitarra de rock. Y cuenta con ese mismo sentimiento y vibración. Porque una de las cosas que realmente quería hacer era captar la sensación del rock & roll sin tener que hacer uso de guitarras”.
La necesidad de adoptar la semántica de la electricidad como fuente de intensidad generó un punto de contacto viral en plena readaptación pop de bandas que, como Disco Inferno y My Bloody Valentine, bebieron de los métodos de Bomb Squad para poder metabolizarse en una música de mayor fisicidad.
En cuanto a la formación irlandesa comandada por Kevin Shields, en su corte “Instrumental No 2”, llegaron a samplear “Security of the First World”, interludio perteneciente al segundo LP de Public Enemy. Aunque donde su eco resulta todavía más patente es en “Soft as Snow (But warm inside)”, primer corte de Isn’t anything (1988).
“Me estaba volviendo más consciente de las frecuencias altas del sonido y, en parte, de la materia hip hop. Estaba pensando:‘No tengo que seguir aunando todas estas pistas unas encima de otras; hazlo de forma separada y luminosa”. En estas declaraciones de Shields queda expuesta la esencia de las técnicas empleadas por Shocklee y los suyos: un novedoso y sorprendente método para hacer mover la música: en lugar de cambiar los acordes o las notas, sus pistas se desplazan a través de diferentes combinaciones de sonido sampleado. Cada bloque ocupa una posición diferente en el paisaje sonoro.
Inventores de desarrollos concentrados, configurados entre pistas de tracción milimétricamente horizontal, aparte de los espeleólogos más aventurados en materia pop, donde la patente de Bomb Squad se extendió con más fuerza fue hacia grupos que compartían su mismo enfoque aguerrido del funk. Como EPMD, que, con su LP Strictly Business (1988), sonaban como alumnos queriendo jubilar al maestro antes de tiempo.
Sin embargo, a Shocklee y a The Bomb Squad aún les quedaba mucho kilometraje por cubrir. Y la excusa ideal fue Fear of a black planet (1990), donde albergó una versión funk maximalista perfectamente ordenada.
Del primer al último tema, ensambla un discurso que reclama los poderes instrumentales como forma crítica. Aunque lo más asombroso es la táctica empleada: la reinvención del legado de la “música negra para blancos”, la cual filtra en las tripas de un mega conglomerado rítmico, donde todo sample es volatilizado hacia la confrontación frontal. La misma que es inflamada por unas rimas, nacidas desde la ambigüedad, la provocación y la controversia, que incitan al razonamiento transversal.
Las arterias de la calle sudando funk combativo, Shocklee entendía Public Enemy como un concepto, no un grupo formal: “Para mí, Public Enemy es todo señal, sin ruido. Escucha una pista como "Brothers gonna work it out" de Fear of a black planet. Claro que evoca imágenes de caos. En la misma, son repartidos pedacitos de Prince, James Brown, Melvin Bliss y muchos otros, con total desprecio por la compatibilidad musical. ¿Pero está hecho al azar?, ¿es accidental? No para mis oídos”.
Y mucho menos para alguien que simbolizaba la representación musical de los discursos de Chuck D y que, dos décadas después de haber realizado la obra de su vida, reconocía que “en un momento en el que tenemos más cosas por las que estar enojados, el negocio de la música, en su totalidad, ya no tiene nada que decir. Si miras hacia atrás, desde la década de los 60 y 70, la música siempre reflejaba lo que estaba pasando en la sociedad. Había artistas que, incluso sin tener un punto de vista político, podían hacer uno o dos discos que eran significativos en un frente social o político”.
Nostalgia por las trincheras, aun así, nunca debemos obviar a formaciones de hoy en día como Death Grips, que han entendido mejor que nadie la herencia de Shocklee: cómo una base instrumental puede destilar tanta o más reflexión que la fuerza de la palabra.
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