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Migración
Soda Niasse: “Quienes solo tienen un odio visceral que les consume por dentro se van a autodestruir”
Cuando Soda Niasse aterrizó en Gran Canaria proveniente de Senegal, miles de sus compatriotas intentaban acceder al archipiélago por mar. Era 2019, año en el que aumentó drásticamente el número de personas que optaban por la ruta canaria para acceder a Europa: aquellos mil kilómetros en océano abierto se habían convertido en la manera más asequible de llegar a territorio europeo frente al férreo cierre de fronteras de un diligente Marruecos o el terror de la ruta del Mediterráneo central, que pasaba por una Libia convertida en infierno para las personas migrantes. También fue el año en el que el Ministerio de Interior, con Fernando Grande-Marlaska al frente, decidió que Canarias bien podía ser Lesbos, impidiendo a las personas migrantes seguir la ruta hacia el norte, en una estrategia afianzada por la crisis sanitaria y una política migratoria europea obstinada en blindar su frontera sur.
Mientras Niasse luchaba por obtener los papeles que le permitiesen residir legalmente con sus hijos, españoles, en el país de su marido, decidió participar en Somos Red, un colectivo surgido del espanto ante el trato que estaban recibiendo las personas migrantes y de una solidaridad beligerante frente a los planes de convertir las islas en una especie de jaula a cielo abierto. Desde allí, esta activista se ha convertido en una voz urgente para denunciar el colonialismo que persiste en las políticas migratorias y reivindicar las redes de solidaridad que ayudan, acompañan y denuncian.
Cada vez vemos más mujeres tomando el camino de la migración en países de África Occidental, y en particular en Senegal.
Creo que, por un lado, está relacionado con que cada vez hay más divorcios. En las familias, las mujeres están a cargo de los hijos, así que, cuando una mujer se divorcia, deviene madre y padre de familia. Por ello ha de tomar decisiones para asegurar un futuro a sus hijos. Las condiciones en Senegal son, sin embargo, cada vez más difíciles, la mayoría de las mujeres dependen de la industria pesquera, ellas son las que compran el pescado para después venderlo en el mercado. También son ellas quienes secan el pescado para venderlo en tiempos de escasez.
Toda esta gente, todo este sector alimentario, esta forma de oferta de servicios, se ha roto por los acuerdos de pesca con la Unión Europea, de España, de Francia. Pero también con las fábricas extranjeras de harina de pescado destinada a la exportación. Así, estas mujeres no obtienen ingresos suficientes para mantener a sus hijos. Sin la aportación de los hombres, se ven obligadas también a marcharse para mejorar su vida y la de sus hijos. Creo que este es uno de los problemas que está contribuyendo a la feminización progresiva de la migración.
¿Qué se encuentran estas mujeres en el camino después de haber tomado la decisión?
Las mujeres están más expuestas al tráfico de personas porque son una fuente de ingresos. Mujeres y niñas son las primeras víctimas de trata, se les trata como una mercancía, carne en venta.
Pero no todas las trayectorias son iguales.
Yo tengo una ruta de migración diferente porque vine por la vía legal. En realidad, para mí, todas las rutas son legales, tomes un barco para venir por el mar o llegues en avión. Todas las vías son legales porque es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, artículo 13, la que dice que todos los hombres tienen derecho a moverse. Por tanto, es un derecho querer viajar, querer descubrir, querer buscar una vida mejor. Así que lo digo entre comillas, tuve una migración “legal” porque pedí el visado, lo obtuve, y vine aquí.
No van a pedirle a una madre española que para estar con sus hijos ha de demostrar que tiene recursos suficientes para vivir en el país, ¿por qué hay que pedírselo a una madre migrante?
Pero cuando llegué aquí, también me discriminaron. Como mujer, como migrante, como persona negra. Estoy casada con un español —con un canario— y tengo dos hijos españoles. Aun siendo madre de dos niños españoles tuve todos los problemas para tener un permiso de residencia de cinco años, válido para poder trabajar y ganarme la vida, ayudar a mi familia, de aquí y de allá, que era el propósito de la migración. Tenía un visado de seis meses, y no conseguí tramitar mis papeles porque me decían que no tenía ingresos suficientes. Así es como yo lo interpreto: no tengo suficientes ingresos para vivir con mis hijos españoles en territorio español. Si yo tengo ese problema, imagínate para quienes vienen y no tienen ningún vínculo, no tienen ningún apego.
He luchado durante dos años, tras expirar el visado devine “ilegal”, entre comillas. De un momento a otro podían detenerme y expulsarme del país, teniendo hijos españoles. A una madre española no le van a pedir que para estar con sus hijos demuestre que tiene recursos suficientes para residir en el país, ¿por qué hay que pedírselo a una madre migrante?
Escuchamos una y otra vez, entre partidos políticos muy diversos que van desde la extrema derecha al principal partido del gobierno, que ellos no tienen nada contra las personas migrantes “legales”, que el problema es la ilegalidad.
Creo que mi caso muestra que lo que dicen y lo que hacen son dos cosas diametralmente opuestas. Además, ellos mismos están infringiendo sus propias leyes. No puedo entender que España, que necesita mano de obra para poder seguir pagando las pensiones de sus ancianos, se niegue a dar permisos de trabajo a estas personas, personas que trabajarán con normalidad, ganarán su sueldo y cotizarán en el país donde trabajan, comprarán alimentos en el país donde trabajan, alquilarán una casa en el país donde están. Todo esto ayuda a la economía española. Me supera, no consigo entenderlo.
Formas parte de Somos Red.
Empecé a participar en el colectivo en 2020. Llegué aquí, a España, en junio de 2019, después de unos meses en 2020 vi en las redes que habían organizado una concentración. Fui a esa reunión y decidí que quería sumarme. Y de ahí partí. Un tiempo después, senegaleses y marroquíes que habían salido de los campamentos de la Cruz Roja empezaron a dormir en la calle. Había muchas personas migrantes durmiendo por todas partes y empezamos a ayudarles, a llevarles bocadillos, a acompañarles para conseguir papeles, pedir asilo, intentar viajar, porque la mayoría no quería quedarse en Canarias. Solo estaban en tránsito, querían ir a Francia o a España, como dicen, “a la península”, y reunirse con su hermano, tío o algún miembro de su familia, para poder encontrar una vida mejor. Ahí es donde empecé con Somos Red, acompañándolos, ya que los senegaleses hablan mayoritariamente wolof. Todos eran pescadores, no hablaban francés, así que yo me las arreglaba para hacer la traducción.
Somos Red, además del apoyo directo a personas migrantes, apunta a la denuncia política.
En junio de 2020 nos manifestamos para decir que Canarias no es una cárcel abierta, que la gente tiene derecho a moverse, a pedir asilo, porque España ha ratificado la Carta de la ONU. Y España es un país que forma parte de las Naciones Unidas, por lo que tiene que respetar la ley que ella misma ha firmado. Hicimos más manifestaciones, también escribimos cartas, realizamos muchas acciones y, finalmente, la situación mejoró.
Cuando mis compatriotas llegaban tenían otra visión totalmente distinta de Europa. Pensaban en España como un país de democracia, tolerancia y todo lo que conlleva, porque, cuando estás en mi país, lo que ves en la televisión es otra cosa. Cuando llegan sufren un shock, un shock terrible, ya que lo que pensaban de Europa y lo que encuentran en el terreno son dos cosas diametralmente opuestas. Al menos el colectivo les daba otro espacio, diciéndoles que no todo el mundo es así. Este colectivo, a sus ojos, era el que representaba la visión de esta Europa solidaria. Esta Europa que lucha por los derechos humanos. Que no tiene nada que ver con la institución.
En una mesa redonda en la que participaste en ocasión de la marcha por la dignidad de El Tarajal, insististe en relacionar lo que pasó allí con otros hechos del pasado colonial que quedaron impunes.
Es que, históricamente, hay una impunidad que apesta. Nunca se juzgó a los culpables de la masacre de Thiaroye, en 1944, cuando dispararon a los fusileros senegaleses [soldados de infantería que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial y a quienes se debía el pago de sus salarios] que solo reclamaban sus derechos. Nunca se condenó a los culpables de la matanza contra los argelinos que se manifestaron en 1961 en París por más dignidad, más igualdad. Pues lo mismo ocurrió en El Tarajal. Es decir: dispararon pelotas de goma contra gente que huía quizás de la guerra, quizás del hambre, y nadie fue condenado.
Compara con los ucranianos, ¿por qué a los ucranianos se les recibe con los brazos abiertos? Simplemente porque tienen la piel blanca y los ojos azules. Pero los catorce de El Tarajal son tratados como infrahombres. Es grave que no se sancione a quienes acabaron con sus vidas, a los criminales que los mataron, pero también es lo que hemos visto a lo largo de la historia: este colonialismo, este odio visceral a la piel negra, perdura. Es lo que yo veo cuando miro a El Tarajal en 2014 y a Ucrania en 2022. Cuando veo cómo reacciona Europa frente a unos u otros.
¿Por qué a los ucranianos se les recibe con los brazos abiertos?, simplemente porque tienen la piel blanca y los ojos azules. Pero los catorce de El Tarajal son tratados como infra hombres. Es grave que no se sancione a quienes acabaron con sus vidas, pero también es lo que hemos visto a lo largo de la historia
Pareciera, además, que ese racismo del que hablas se viene haciendo más explícito en los últimos tiempos, que demostrar abiertamente menos interés o preocupación por la vida de las personas negras no penaliza ni siquiera socialmente.
Antes, al menos, solo lo pensaban, pero no se atrevían a explicitarlo. Pero ahora es grave: tú ves que dicen que los ucranianos son como nosotros, luchan como nosotros, eso quiere decir que los ucranianos son hombres, pero lo otro, los otros, son falsos hombres. No debemos preocuparnos por su suerte. Si a los otros les matan, no es grave, son como perros. No, son aún menos que animales de compañía, porque cuando matan a una mascota, la gente siente dolor, siente pena. A los otros se les considera menos que a un animal.
¿Cómo afrontar esta ignorancia sobre el pasado colonial y las maneras en las que se manifiesta en el presente?, ¿se puede salir de este ciclo?
Hay que informar con justicia y con verdad, y educar a nuestros hijos, porque siento que esta generación está perdida, ya no hay nada que hacer. Creo que es en la infancia, desde la cuna, que deben cambiar las mentalidades. Es desde la cuna donde debemos educar a nuestros jóvenes para que sientan que somos una comunidad. Es a una edad temprana cuando hay que enseñar a nuestros hijos que somos un pueblo, que somos hermanos humanos; que, en realidad, esas diferencias que nos meten en la cabeza no existen.
¿De qué forma se manifiesta ese racismo de manera específica hacia las mujeres negras africanas?
No pensamos, se nos trata como objetos, el cuerpo de la mujer es un objeto. No tiene cerebro para razonar. Tiene que callar, tienes que pensar en ella como un padre que cuida a su hija, con ese paternalismo. Deducen que no somos capaces de reflexionar, que no hemos estudiado. Es de una pereza que no alcanzo a explicar: no saben nada de ti, no te conocen, pero para ellos eres la pobrecita, la pobrecita que no piensa, a la que explotan, que es una mujer sumisa.
Como mujer migrante negra también hay muchas mujeres que te tratan como si fueras un bebé. Ves reacciones terriblemente paternalistas entre personas que no creo que sean mal intencionadas, que son innatas, están en el subconsciente. Ni siquiera se dan cuenta cuando dicen ciertas cosas o hacen ciertos gestos. Me dan ganas de decirles: ¡yo también pienso! ¡puedo tener ideas contrarias a las tuyas! Cuando esto pasa con alguien me digo que es un fracaso de la educación que ha recibido, que no vale la pena que me dedique a reeducarla, porque es un caso perdido.
Esto contrasta con tu optimismo respecto a las generaciones futuras.
Es que yo soy muy optimista por naturaleza. No creo que esta situación perdure. Tengo dos hijos en casa y los educo para que sean personas responsables, que sepan que son quienes son, no quienes los demás dicen o creen que son. Intento inculcarles una personalidad fuerte que hará que no tengan ningún complejo frente a los demás, eso ya es un primer paso. Es algo que todas las personas fruto de la migración han de asimilar, no solo por ellos mismos, también para ser tratados con respeto por los demás, para no dejarse pisar. Y creo que, con la llegada de las redes, de internet, del acceso a otras miradas, a pesar de la influencia de los medios de comunicación o de las familias, esta generación va a estar mucho más abierta a la esperanza que las generaciones anteriores. No me dejo quemar por esa fuerza negativa que proviene de personas ignorantes que solo tienen un odio visceral que les consume por dentro. Se van a autodestruir.