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Medio ambiente
Una catástrofe llamada sequía
Venimos de un año hidrológico, 2020-21, con precipitaciones por debajo de la media y ausencia prácticamente total de nieve en las cumbres, que ya tenía mermados tanto el nivel de los acuíferos como el de las aguas superficiales acumuladas en los pantanos. El pasado otoño ha sido uno de los más cálidos y secos desde que se tienen registros y ahora, en el mes largo que llevamos de invierno, no ha caído ni una sola gota de agua en la región y seguimos sin nieve por segundo año consecutivo. Un bloqueo anticiclónico anómalo impide la entrada de bajas presiones a la cara occidental de la península y por desgracia todos los modelos meteorológicos predicen que esta situación va a continuar al menos en los próximos días.
La situación de grave sequía es ya evidente, los embalses de la cuenca del Guadiana están a un tercio de su capacidad nominal o teórica (menos en la práctica: el fondo lleno de lodos de los embalses es inutilizable) y en la comarca de Tentudía se ha tenido que declarar la Fase II de emergencia por sequía al contar con reservas de agua de uso doméstico para sólo un mes. En la cuenca del Tajo la situación es sólo un poco mejor, y tampoco hay volumen suficiente de agua en los embalses para encarar la próxima campaña de cultivos. Seguramente tengan algo que ver en ello los desembalses para turbinar que hizo la dueña y señora del Tajo (IBERDROLA) este otoño.
Agricultura
Reducir el regadío para luchar contra la desertificación y la sequía
Salvo que en los próximos meses haya abundantes precipitaciones, algo deseable pero que no parece fácil, Extremadura, y en general todo el occidente peninsular, se va a ver abocada a una grave sequía que generaría pérdidas económicas mayúsculas y sufrimiento social y ecosistémico difícilmente cuantificable, pero no por ello menos importante, amén de extender en el tiempo el riesgo de incendios graves, que ya no se circunscriben al verano: a primeros de diciembre ardieron 200 hectáreas de valioso bosque en la comarca de La Vera, en un incendio deliberadamente provocado que quedará impune como es ya costumbre en estos lares.
Vamos a repasar las distintas reacciones ante esta situación, porque de algún modo ilustran el modo en que enfrentamos, como sociedad, uno de los principales retos colectivos que tenemos enfrente: el cambio climático, del que la sequía es una consecuencia. Una consecuencia de la que desde el mundo académico y desde el ecologismo se nos lleva advirtiendo desde hace décadas sin que se haya tomado en serio, y es que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
El pasado otoño ha sido uno de los más cálidos y secos desde que se tienen registros, y ahora en el mes largo que llevamos de invierno no ha caído ni una sola gota de agua en la región y seguimos sin nieve por segundo año consecutivo
La inmensa mayoría de la población urbana, y también por desgracia la mayoría de la rural (que vive administrativamente en el campo, pero que en realidad sigue un estilo de vida urbano: de la pantalla al coche, al centro comercial, de nuevo al coche y a la pantalla…) no piensa en el problema. Mientras salga agua por el grifo, y esta siga siendo un gasto despreciable por su bajo coste (no llegan a 2 euros los 1000 litros) la mayoría de la gente no piensa el ciclo del agua, y sigue llamando “buen tiempo” a este anticiclón canalla, y “mal tiempo” a las lluvias. Es esa mentalidad de “los que quieren beber y no mojarse”. El día que el agua deje de salir por el grifo, o salga contaminada (como ya ocurre en muchos municipios de nuestra región), quizá despierten, y esperemos que no sea demasiado tarde. Por su parte, los responsables políticos regionales han hecho un llamamiento para que se “racionalice” el gasto de agua por parte de la ciudadanía, y es verdad que hay margen para ello: el consumo de agua per cápita es uno de los más altos de Europa pese a ser uno de los países más secos: 130 litros de agua por persona y día, a los que habría que sumar los muchos litros que se requieren para la producción de los alimentos, la ropa y otros bienes de uso doméstico. Pero lo cierto es que el sector doméstico representa sólo el 14% del consumo del agua, frente al 19% de la industria y al 67% del sector agrícola.
Es este último el que ya ha levantado las voces de alarma. Y es que el sector agrícola y ganadero ve con mucha preocupación una situación que, de alargarse, impedirá el cultivo de productos tan emblemáticos como el tomate, sandías, melones, maíz, arroz, o mermará la producción de pasto, etc. La UPA-UCE afirma que “no tenemos agua ni medidas alternativas a la sequía” y exige a la Confederación Hidrográfica del Guadiana que tome “medidas urgentes”. Por su parte, La Unión Extremadura anuncia una tractorada de 500 vehículos que irá hasta Mérida a exigir que se ponga en marcha una Mesa de la Sequía. Dicha Mesa de la Sequía estaría compuesta por representantes de la Junta, de la Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG), comunidades de regantes, asociaciones agrarias, cooperativas, y ya. Las medidas que proponen van todas en el sentido de paliar las pérdidas económicas del sector: exención de impuestos, ayudas económicas, permiso para extraer más agua de los acuíferos, etc. En general, se detecta en las reacciones de estas organizaciones un sesgo cortoplacista y meramente economicista de su percepción del problema, así como esa costumbre de echar balones fuera, buscar culpables externos y pedir a “papá Estado” que enjuague las pérdidas de sus actividades privadas.
La movilización que convoca La Unión es, en este orden de cosas, un ejemplo paradigmático de disonancia cognitiva y cortas miras: como no llueve se sacan los tractores a la calle, a generar emisiones contaminantes que bien nos podíamos a ahorrar. Quizá habría que explicarles que “sacar a los santos” para implorar lluvias es tan efectivo o más que su tractorada, pero sin emisiones de dióxido de carbono. Y respecto a la Mesa de la Sequía, sin duda la idea sería loable si miraran un poco más allá de su nariz (y su cartera) y estuviera constituida por todos los sectores que están afectados por la sequía, que son ni más ni menos que todos los sectores de la sociedad, sin exclusión. Así, en una Mesa de la Sequía que sirviera para algo más que para rascar más el bolsillo de la Administración y lavarse la cara, debieran estar representados los sindicatos, las organizaciones vecinales, los ecologistas, el mundo académico y universitario, los partidos políticos, etc.
Lo cierto es que el sector doméstico representa sólo el 14% del consumo del agua, frente al 19% de la industria y al 67% del sector agrícola
Las reacciones de la propia Administración también son dignas de atención, la Consejera de Traición ―perdón, Transición Ecológica― Olga García, aprovecha la crítica coyuntura para pedir al Estado más recursos para ejecutar más infraestructuras, algo así como convertir la sequía en un nicho de negocio al tiempo que se sigue promoviendo la extensión de los regadíos, como por ejemplo el plan de Tierra de Barros. Doña Olga es una ingeniera industrial que anteriormente ocupó la dirección general de Industria, Energía y Minas y la Consejería de Economía, lo que explica el sesgo desarrollista y profundamente ecoignorante de las políticas de su Consejería, en esa línea heredada de ecofobia que caracteriza a las huestes del “ibarrismo” depredador del territorio y los recursos. Respecto a los desembalses en el Tajo de este verano la Consejera cuenta que continúan “los expedientes de investigación”, “son procesos que llevan relativamente cierto tiempo (sic), pero estamos recibiendo información que estamos analizando”, declaró el pasado 19 de enero. Que nuestra casta política nos trate como imbéciles a los ciudadanos tiene un pase porque probablemente lo somos si seguimos votándoles, pero al menos habría que exigirles que nos mientan mejor y que aprendan a hablar.
Sequía
Y por fin, la lluvia
Reconocer que la sequía es un problema estructural que hunde sus raíces en la problemática global del cambio climático es el primer paso para poder siquiera imaginar soluciones que vayan más allá de lo meramente coyuntural y cortoplacista. Soluciones que no son sencillas y que tienen componentes que superan totalmente el marco de una sola comunidad autónoma e incluso de un solo país. Asumir que todos los sectores económicos, y todas y cada una de las personas, tenemos algo de responsabilidad en la situación y dejar de recurrir a la búsqueda de culpables fáciles, son otros de los requisitos para pensar creativamente la complicada y dramática situación de un recurso indispensable para la vida de todas como es el agua.
A nivel ciudadano, es perentorio reducir el consumo personal de agua y disminuir la presión sobre las infraestructuras de abastecimiento, cómo también habría que insistir en redoblar las campañas de educación ambiental en el sentido de no arrojar al wáter todo tipo de objetos y productos que dificultan y encarecen la, de por sí, difícil tarea de depurar las aguas negras que vertimos en nuestros ríos. Eso es un compromiso mínimo que ya, a estas alturas, deberíamos tener claro.
Se detecta en las reacciones de estas organizaciones [agrarias] un sesgo cortoplacista y meramente economicista de su percepción del problema, así como esa costumbre de echar balones fuera, buscar culpables externos y pedir a “papá Estado” que enjuague las pérdidas
Pero si el sector agro-ganadero representa casi el 70% del consumo de agua y en torno a un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, es ahí donde se concentra el mayor nudo del problema de la sequía, y dónde hay que empezar a actuar con urgencia. Hay que decirlo claro: el actual modelo agrario, industrial y cada vez más intensivo en capital, agua, maquinaría, recursos fósiles, pesticidas y transgénicos, es el principal responsable estructural al alimón con el sector del transporte, del cambio climático y, por lo tanto, es culpable directo de fenómenos meteorológicos adversos como la sequía, las inundaciones, los granizos, las olas extremas de calor, etc. Paradójicamente, los principales responsables son también las primeras víctimas: se calcula que las condiciones derivadas de la alteración climática que hemos perpetrado están reduciendo la productividad agraria en todo el mundo y, por ende, la rentabilidad de las explotaciones está cayendo en picado. Es verdad que el campo extremeño tiene otros problemas de rentabilidad añadidos: el libre comercio que exacerba la competencia entre los agricultores del mundo, el control monopolístico de las cadenas de distribución, el incremento de los precios de la energía fósil que tira al alza del precio de fertilizantes, pesticidas y maquinaria, etc., etc., pero es sin duda el cambio climático la amenaza, no coyuntural sino de fondo, más seria para “el campo” y lo que va a precipitar la quiebra de muchas explotaciones agrarias, primero, y luego de todo el sistema.
Porque la buena noticia es que este modelo agroindustrial tiene los años contados: la mutación hacia un modelo más agroecológico, con menos consumo de agua, con menos recursos fósiles, más biodiverso, que regenere suelo, con menos maltrato animal, etc., es inevitable. Que la agricultura deje de ser un problema y un emisor neto de CO2 y otros gases de efecto invernadero (GEI) y pase a ser una solución, de modo que absorba y fije CO2 en el suelo en forma de materia orgánica… es deseable e inevitable. Esta transición en clave de sostenibilidad del modelo agroganadero colocará al sector primario en una situación de mayor capacidad de resistir períodos de sequía extrema como el que atravesamos.
Medio ambiente
Cáceres Sorprendente sequía en el pantano de Valdecañas
Los agricultores de hoy en día sólo tienen dos opciones: o se aferran al modelo capitalista-PAC-financiarización, con gran depredación de recursos y malo para la salud, y quiebran estrepitosamente en unos años con todo el modelo, o empiezan ya la transición agroecológica y como mínimo neutra de carbono. La sociedad tiene enfrente una bifurcación parecida pero inversa: seguir como hasta ahora apostando con nuestros votos y nuestras opciones de compra y consumo por el modelo de macrogranja, macrocentro comercial, macrohuella de carbono de nuestra dieta, macroinsania, hasta que llegue el día que colapsen las cadenas alimentarias globales y el súper se quede vacío… O empezar también a pensar en el ciclo completo de nuestros alimentos volviendo a consumos más locales, de temporada, sostenibles, solidarios, desviando los recursos económicos que damos a las grandes empresas hacia la promoción de iniciativas agroecológicas y solidarias, al fomento de una agricultura a escala humana integrada virtuosamente en el ecosistema global.
Las administraciones tienen, por ende, el reto de optar por seguir apoyando el modelo que se está cavando su propia ruina y la de todas, o empezar a promover aceleradamente la necesaria e inevitable transición agroecológica
Las administraciones tienen, por ende, el reto de optar por seguir apoyando el modelo que se está cavando su propia ruina y la de todas, o empezar a promover aceleradamente la necesaria e inevitable transición agroecológica, de modo que este complejo proceso sea lo menos traumático posible. En Extremadura optan por lo que da votos a corto plazo, por la demagogia y por los intereses crematísticos más chuscos, aunque sea un suicidio.
Mientras, habrá que cruzar los dedos (o sacar los santos, o hacer la danza la lluvia, o lo que sea pero sin alimentar al monstruo quemando más petróleo) para que el buen cielo no siga castigando a esta atribulada tierra, que bastante maldición tiene ya con la casta parasitaria e inculta de políticos que la malgobierna.