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Pensamiento
¿Por qué obedecemos?
Los participantes (reclutados a través de anuncios en periódicos locales) acuden a un laboratorio psicológico para formar parte de una investigación sobre memoria y aprendizaje. Más concretamente, el experimentador les explica a su llegada que la investigación está relacionada con el efecto del castigo en el aprendizaje. Uno de los participantes en el experimento asume el rol de “enseñante” y el otro de “aprendiz”. El aprendiz, un hombre de 47 años, forma parte del equipo de investigación, por tanto el sorteo inicial de roles en realidad está trucado, siendo el verdadero sujeto del experimento el enseñante. El aprendiz debe quedarse en una habitación, con un electrodo en la muñeca y sujeto con correas. El enseñante, por su parte, es llevado a otra habitación, donde se sienta delante de un generador de descargas. La tarea que se encomienda al aprendiz es memorizar una serie de parejas de palabras. Si el aprendiz responde de forma correcta a las palabras que el enseñante le pregunta, éste continúa con la siguiente palabra de la lista y, en caso contrario, debe dar al aprendiz una descarga eléctrica, que irá aumentando en quince voltios de potencia con cada nuevo error. Así empieza el experimento. El enseñante pregunta las primeras palabras y da las primeras descargas eléctricas al aprendiz. El conflicto aparece cuando, tras varios errores y el aumento del voltaje de las descargas, el aprendiz manifiesta signos de dolor e incluso gritos después de recibirlas, gritos que el enseñante es capaz de oír, pues las habitaciones están comunicadas. A pesar de esto, los enseñantes siguen las órdenes del experimentador y continúan con las preguntas y las descargas hasta llegar a la de mayor voltaje, de 450 voltios, sin abandonar el experimento. ¿Cómo es posible?
Cuando se explicó el experimento a un grupo de psiquiatras, alumnos de psicología, estudiantes graduados de ciencias de la educación y adultos de clases medias y se pidió que predijesen los resultados, todos consideraron que la mayoría de las personas que participasen en el experimento lo detendrían, es decir, desobedecerían al experimentador y solo un porcentaje muy reducido de ellas, un 1 o 2% seguiría hasta el final. La realidad fue bien distinta: de 40 personas 26 de ellas completaron el experimento hasta la descarga de mayor voltaje.
En ‘Obediencia a la autoridad. El experimento Milgram’ se analizan los pormenores del experimento, sus múltiples variantes y diversas cuestiones metodológicas. Así sabemos que el resultado no varió al ser los sujetos del experimento mujeres ni al mencionarse, entre los gritos, los problemas de corazón del aprendiz, entre otros. Cuando sí se observó un descenso de la obediencia, sin embargo, fue cuando se introdujo el factor de ‘proximidad’ en el experimento, es decir, cuando el aprendiz y enseñante se encontraban en la misma habitación. La cercanía con el aprendiz y sus muestras de dolor hacía que la tensión y el conflicto en el enseñante aumentasen y desencadenase su desobediencia y la detención del experimento. De hecho, la distancia con el aprendiz actúa como amortiguador, “la distancia, el tiempo, las barreras físicas neutralizan el sentido moral”.2
CONCIENCIA Y AUTORIDAD
Milgram pertenecía a una familia de emigrantes judíos y este hecho tuvo un protagonismo central en los experimentos que llevó a cabo sobre la obediencia. En 1961 Eichmann, teniente coronel de las SS, era juzgado en Jerusalén. Para que fuese posible la persecución y el exterminio de los judíos por parte de los nazis fue necesaria la colaboración de muchísimas personas a través de una simple obediencia a órdenes. ¿Hasta qué punto puede una persona, se preguntaba Stanley Milgram, simplemente por el hecho de obedecer órdenes, cometer actos criminales sin que le importen sus consecuencias?
En el libro se aborda también el ejemplo de la guerra de Vietnam y la matanza cometida en My Lai, donde se ve hasta qué punto eran deshumanizadas las personas (hombres, ancianos, mujeres, niños) de la aldea aniquilada por los soldados estadounidenses. Las personas que intervinieron en estas matanzas, dice el autor: “se ven dominadas por una perspectiva más administrativa que moral.”3
Pero Stanley Milgram constata que el conflicto entre conciencia y autoridad es consustancial a la naturaleza de la sociedad, al margen de la existencia del holocausto u otros conflictos bélicos. En realidad, la organización jerárquica de la sociedad lo hace posible.
Que un elevado número de personas hagan lo que se les dice si creen que la orden viene de una autoridad legítima es una conclusión incómoda si la orden consiste en hacer daño a otra persona. Sabemos que así es cómo funcionan las guerras: en un contexto bélico se llevan a cabo acciones de ese tipo simplemente obedeciendo a órdenes, con un gran sentimiento del deber y justificándolas ideológicamente, pero ¿cómo admitir que personas corrientes podrían llevar a cabo acciones semejantes en un escenario de paz, en un laboratorio? En los experimentos realizados, afirma Milgram: “se nos revela algo mucho más peligroso: la capacidad del hombre de dejar de lado su humanidad, más aún, la inevitabilidad de conducirse de esa manera cuando hace desaparecer su personalidad única en estructuras institucionales más amplias.”4
Otra de las conclusiones de la serie de experimentos sobre la obediencia es la diferente asignación de responsabilidades a sus integrantes: “Los sujetos desobedientes se consideraban a sí mismos responsables en mayor medida del sufrimiento del aprendiz, asignándose a sí mismos un 48% de la responsabilidad total, y un 39% al experimentador. (…) Los sujetos obedientes le atribuían [al aprendiz] una parte de responsabilidad por su propio sufrimiento, dos veces superior a la que le atribuían los sujetos desobedientes.”5
No es necesario ingresar en un laboratorio de una universidad para hacernos conscientes de nuestra propia obediencia, aunque muchos de los participantes en el experimento afirmaban haber aprendido más sobre sí mismos tras haber formado parte de él. En el día a día, a través de gestos se diría nimios y pequeñas pruebas a las que no siempre damos mayor importancia, es donde se tensan los límites de nuestra obediencia y responsabilidad, donde se dirime, en definitiva, la existencia misma de nuestra libertad.
Los experimentos sobre la obediencia realizados por Stanley Milgram amplían nuestro conocimiento sobre el conflicto y la tensión que se da entre la conciencia moral y la autoridad. Dado que sus conclusiones no son reconfortantes sino que nos hacen dudar sobre la naturaleza humana, nuestro pensamiento se desplaza hasta acabar por preguntarnos -ya fuera del experimento- con Étienne de La Boétie: ¿por qué obedecemos si podríamos dejar de hacerlo?
Hace unos años fue reproducido el mismo experimento con resultados semejantes a los obtenidos en el original de Milgram, realizado en los años sesenta. Puede verse un resumen en el siguiente video:
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1 Stanley Milgram: Obediencia a la autoridad. El experimento Milgram, Capitan Swing, Madrid, Trad. de Javier Goitia, 2016, p. 26
2 ibíd., p. 211
3 ibíd., p. 247
4 ibíd., p. 249
5 ibíd., pp. 271-272