Otra modernidad

A juicio de Humberto Beck el pensamiento de Illich nos sirve tanto para vislumbrar las coordenadas del presente como para entrever los rasgos del futuro.

Humberto Beck
Victor Serri El historiador y ensayista Humberto Beck durante la presentación de su libro en Barcelona.
@magoa_
20 nov 2017 19:49

En Otra modernidad es posible. El pensamiento de Iván Illich, editado por Malpaso, Humberto Beck (Monterrey, 1980) nos aproxima al pensamiento del historiador, teólogo y agitador intelectual Iván Illich (Viena, 1926–Bremen, 2002). A juicio de Beck el pensamiento de Illich nos sirve tanto para vislumbrar las coordenadas del presente como para entrever los rasgos del futuro. Sus críticas sobre economía y política asientan las condiciones de otra modernidad, que pasa por la reformulación del sentido de lo humano en términos de su autonomía pues, continuador de los principios del anarquismo, Illich cree radicalmente en la capacidad de las personas para organizarse por sí mismas. El principal objeto de la crítica illichiana es la expansión ilimitada de la productividad, que amenaza la autonomía personal y hace que la única forma de consumo sea el industrial.

La contraproductividad

Iván Illich se da cuenta de que hay algo en la manera en la que organizamos el mundo que resulta contraproductivo. Según él, rebasado cierto umbral del crecimiento, las herramientas, en lugar de medios, se transforman en fines, impidiendo la consecución del fin para el que estaban inicialmente diseñadas. Superado cierto límite de crecimiento, tanto el sistema escolar como la medicina institucional, por ejemplo, generan efectos contrarios a los deseados: la educación tiende a producir desigualdad e ignorancia y la medicina enferma, pues la medicalización de la vida se apropia de la capacidad individual para sanar de forma autónoma.

De su análisis de la contraproductividad se desprende una tendencia consustancial al proceso de industrialización: la creación de grandes monopolios y la instauración del consumo de determinadas mercancías.

En los años 70 circularon las críticas radicales de Ivan Illich a tres grandes instituciones del mundo moderno: la escuela, la medicina y el transporte. 

La escolarización

En La sociedad desescolarizada (1971) Iván Illich analiza los efectos contraproductivos de la escolarización universal obligatoria. La escolarización, según Illich, consiste en la transformación del aprendizaje en «una mercancía cuantificable y acumulativa monopolizada por la escuela: la educación.» Uno de los problemas de la escolarización es que olvida que gran parte de nuestros conocimientos se dan fuera de la institución escolar y no dentro. Esta visión de la institución escolar como monopolizadora del conocimiento acaba despreciando la capacidad de aprender por uno mismo. La escuela nos hace creer que el saber escolarizado es la única forma válida de saber.

Reducida la educación a una mercancía, la escolarización solo puede dividir a la sociedad en dos grupos: una minoría con una escolarización completa y una mayoría marginada debido a una escolarización deficiente. Porque la escuela estigmatiza a quienes abandonan la estructura escolar antes de completar todos los niveles de escolarización, creando una nueva variedad de pobres. La escuela se convierte en una máquina de discriminación que conlleva una nueva estructura de clase, un modo en que se sigue perpetuando el privilegio social: quien ha acumulado más certificados y diplomas opta a trabajos mejor remunerados pero, en realidad, estas personas ya pertenecían a un sector privilegiado (el que dispone del capital necesario para hacer frente al gasto educativo previo a la obtención de esos certificados). Así pues, debido a una desigualdad una minoría termina la serie de niveles en los que está organizada la escuela y la mayoría se queda en algún punto intermedio. Esta desventaja inicial no se ve corregida sino acentuada por la educación. 

el transporte

En Energía y equidad (1974) Illich analiza otro fenómeno de contraproductividad, esta vez en lo que respecta al transporte motorizado. El uso masivo de medios de transporte, más allá del umbral de cierta velocidad, en lugar de reducir la cantidad de tiempo destinada socialmente a la movilidad, la incrementa.

La sustitución del caminar por el uso del transporte motorizado conlleva un aumento del tiempo dedicado a los desplazamientos. Según él, la aceleración de los transportes priva a las personas de la autonomía en su movilidad obligando a depender de medios de transporte motorizados: «A mayor velocidad de los transportes motorizados de una sociedad, menor será la cantidad de tiempo social disponible para actividades distintas de la locomoción.» El tiempo dedicado al automóvil no se reduce al tiempo de su uso en la conducción sino que hay que tener en cuenta el de su mantenimiento, el del trabajo para poder pagarlo, así como su seguro, el gasto en combustible, etc.

La primacía del uso del transporte motorizado tiene otra consecuencia: hace que la configuración de las ciudades se ponga al servicio de los automóviles (en detrimento de peatones y bicicletas) convirtiendo a ciudadanos en usuarios. Como consecuencia, asistimos a la pérdida del poder político del caminar.

La salud

En Némesis médica (1975) Iván Illich nos ofrece un tercer ejemplo de contraproductividad: las consecuencias del modo industrial de producción en el ámbito de la salud, el fenómeno de la medicalización.

En la sociedad medicalizada la medicina convierte a las personas en consumidores de medicina. De esta forma, la medicina, con su aparataje burocrático y simbólico, se atribuye la interpretación de las manifestaciones del dolor y la enfermedad, usurpando el derecho individual de hacer frente al sufrimiento, de forma que la experiencia del dolor «se vuelve un problema técnico, carente de significado personal o cultural.» Al estar los cuidados médicos monopolizados por médicos y clínicas las personas no solo pierden autonomía en su propio enfrentamiento con la enfermedad, sino también capacidad de asistencia mutua. El entorno social sufre así una transformación: «las casas se vuelven inhóspitas para el nacimiento, la sanación o la muerte.»

La convivencialidad

En La convivencialidad (1973) Iván Illich abre la posibilidad de nuevas maneras de concebir las relaciones entre los individuos, sus instrumentos y la sociedad: «Llamo sociedad convivencial a aquella en la que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta.» 

Una de las condiciones para poder llegar a crear una sociedad convivencial sería ejercer un control social sobre la tecnología que establezca límites al mundo industrial (algo que podría llegar a hacerse, según el autor, de forma comunitaria). En la sociedad convivencial la autonomía personal recuperaría su valor.

Uno de los modelos de convivencialidad es la biblioteca pública, ya que permite un acceso libre y no programado para obtener una serie de saberes, donde cada persona puede tomar o dejar los materiales de acuerdo a sus propios intereses. El libro (junto al alfabeto y la imprenta) sería otro ejemplo de herramienta convivencial en el ámbito del aprendizaje. En el ámbito del transporte una herramienta convivencial es la bicicleta, pues permite reducir el tiempo para llegar a un sitio y a la vez elegir el destino. Otras herramientas convivenciales serían los parques, el teléfono o las redes postales, que favorecen la comunicación espontánea entre personas.  

imaginacíon política

La crítica de Iván Illich es a la ideología del progreso y a la asunción acrítica de las consecuencias del crecimiento económico. Ya sea a través del trazado urbano de una gran ciudad (diseñado al servicio del coche, con su respectivo problema de polución), la tecnocracia en el ámbito educativo o las derivas de la medicalización de la vida, se nos muestran modos en los que se ataca la autonomía personal, el equilibrio con el medio natural, la valoración de la autonomía en el aprendizaje, la libertad creadora. 

En este contexto, Illich apuesta por la autonomía y la equidad; él cree que las capacidades de aprender, sanar o moverse son comunes a todas las personas. Por eso, uno de sus objetivos es que disminuya nuestra dependencia del consumo de mercancías y su mecanismo de frustración, que nos hace aumentar el consumo de forma adictiva aunque la satisfacción asociada sea cada vez menor. 

Los límites al crecimiento deberían establecerse políticamente. La sociedad convivencial que él propone sería resultado de un proceso político democrático y participativo que vendría acompañado por una revolución de la conciencia. Este proceso de emancipación pasaría por la desescolarización y la creación de nuevas instituciones educativas convivenciales. Un régimen educativo convivencial permitiría compartir el conocimiento a través de lo que Illich llamaba "tramas educacionales", esto es, redes reticulares que permitirían difundir las propias habilidades e intereses en igualdad de oportunidades.

El análisis de Illich nos ayuda a pensar el equilibrio en el vínculo entre el individuo, la comunidad y el entorno. Y, en un momento en el que los problemas del calentamiento global, la calidad de vida en nuestras ciudades o los límites del crecimiento se hacen acuciantes, nos ofrece una perspectiva crítica capaz de desbloquear la imaginación política y social. Hacer pensable, en suma, otra modernidad.

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