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Guerra en Ucrania
Reconstruir Bucha para sanar Ucrania
Andriy, el sacerdote ortodoxo de San Andrés de Bucha, enseña, en la pantalla de su móvil, la imagen alegre de su hija en la Sagrada Familia de Barcelona. Él, sin embargo, permanece muy serio, con el rostro de alguien que no volverá a reír nunca más. “Fue en otra vida, antes de la guerra”.
Hace un año, Rusia intentó comerse el corazón de Ucrania. El plan de Vládimir Putin en los primeros días era llegar a Kyiv lo antes posible, descabezar al gobierno de Zelensky y hacerse con el control político del país.
En su carrera a la capital, los tanques y misiles rusos arrasaron todos los pueblos al oeste del río Dnipro, hasta toparse con la bonita Bucha, a las puertas de Kyiv. Antes de la invasión, era una pequeña ciudad acomodada de las afueras para aquellas familias de clase media que preferían las casas adosadas con jardín al bullicio del centro. Un hotel con restaurante a la entrada de la población recuerda que hubo un tiempo en el que la gente iba allí a disfrutar.
Pero llegaron los rusos, y Bucha quedó aislada del mundo. Las tropas entraron en la ciudad un domingo. “Todos estaban preparados para ir a misa”, explica Andriy. “Lo primero que hicieron los tanques fue disparar contra la iglesia”, dice, señalando las muescas en la pared y las ventanas rotas.
Desde las ventanas de aquella capilla subterránea, Andriy pudo ver como diversos militares cavaban una fosa en el barro y la llenaban con los cuerpos de sus vecinos. Nadie sabría de los horrores de Bucha hasta un mes después
Aquel día empezó el apagón. Se quedaron sin internet, luz y comida. Durante un mes, los soldados del Kremlin cometieron asesinatos y torturas contra la población civil. El sacerdote decidió esconderse entonces en el sótano de la iglesia, aunque, de vez en cuando, regresaba a su casa. Pasó ese tiempo totalmente solo; su mujer e hija habían huido poco antes de que comenzara la guerra.
Desde las ventanas de aquella capilla subterránea, Andriy pudo ver como diversos militares cavaban una fosa en el barro y la llenaban con los cuerpos de sus vecinos. Nadie sabría de los horrores de Bucha hasta un mes después, cuando el ejército ucraniano logró desocupar la región. Tras un mes de batalla, consiguieron hacer retroceder poco a poco a las tropas rusas y detener las columnas de tanques que paseaban por sus urbanizaciones. El 1 de abril, los soldados y periodistas entraron en la ciudad y las imágenes que tomaron recorrieron el mundo. Decenas de cadáveres esparcidos en las aceras, en los patios y sótanos de las casas. Muchos de ellos con signos de tortura y violencia sexual.
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Uno de ellos era Andriy Shypylo, el tenor del coro de la iglesia. Fue asesinado junto a su madre, su padre y su tío. Para borrar las señales de tortura, los soldados rusos quemaron sus cuerpos.
Durante esa primera fase de la ocupación, se calcula que unas 1.400 personas murieron en la región de Kyiv, un tercio de ellas en Bucha. El sacerdote asegura que a día de hoy siguen encontrando restos de más víctimas en los bosques de los alrededores. Descubrieron, además, diversas fosas comunes, pero ninguna tan grande como la de San Andrés, con los cuerpos de 116 personas, entre ellos dos niños.
Desde ese momento este sacerdote se ha convertido en uno de los principales testigos de la tragedia. Por su parroquia han pasado dignatarios de todo el mundo. Andriy les acompaña vestido de hábito hasta la cruz que marca el lugar donde se encontraba la fosa común. Allí, en el barro, se pueden ver las ofrendas florales de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni o Pedro Sánchez.
En verano comenzó la exhumación. Ahora las tumbas de las víctimas se encuentran en un barrizal al fondo del cementerio de Bucha. Fueron separadas en dos parcelas de cruces ortodoxas: unas con nombres, cubiertas de coronas de flores de plástico, y otras con un número como única identificación. El gobierno ucraniano ha guardado una base datos con el ADN de las víctimas sin nombre, esperando a que las familias que se marcharon antes de la guerra regresen a reclamar sus restos.
También toca juzgar a los responsables. Esta misma semana, Estados Unidos acusaba formalmente a Rusia de cometer crímenes contra la humanidad en Ucrania. El gobierno de Zelensky también presiona a la comunidad internacional para crear un Tribunal Especial que investigue las vulneraciones del Convenio de Ginebra.
Por su parte, el Kremlin siempre ha negado todo lo sucedido. Canales como Russia Today aseguraban que la masacre de Bucha había sido un montaje por parte de los países occidentales. Mientras tanto, en la iglesia de San Andrés, Andriy enseña una foto de un cadáver en el asfalto. Junto a él se encuentra un pastor alemán con correa, mirando al que probablemente fue su dueño. “Mira si era bueno el fake, que hasta entrenaron al perro”, dice con ironía el párroco.
El proceso de memoria histórica no impide a Bucha mirar hacia el futuro. Decenas de grúas recortan el skyline de la ciudad. “Los periodistas que vienen ahora no pueden imaginar la destrucción de hace unos meses”, asegura el cura.
En la ‘calle de los tanques’, como la denominó la prensa, diversos obreros rellenan los agujeros de las balas y colocan vigas nuevas en las casas bombardeadas. Solo suenan radiales y martillos; atrás quedó el redoble de los disparos
En la ‘calle de los tanques’, como la denominó la prensa, diversos obreros rellenan los agujeros de las balas y colocan vigas nuevas en las casas bombardeadas. Solo suenan radiales y martillos; atrás quedó el redoble de los disparos. La Unión Europea financia gran parte de estos proyectos, en un intento de acercarse a Ucrania y darle su apoyo más allá de lo militar.
Los ciudadanos de Bucha también buscan su propia reconstrucción. Ivan, un anciano de la localidad, lo perdió todo durante la ocupación. Unos soldados mataron a su mujer y su hija. Él se quedó solo, en el sótano de su casa. Cuando un grupo de voluntarios le ofreció ayuda, se negó. No quería moverse.
Acude cada día al comedor instalado entre Bucha e Irpin. Junto a las ruinas de un edificio de pisos, este lugar acoge a muchos de los que se quedaron sin casa y trabajo durante la ocupación. Van para comer, refugiarse del frío y buscar compañía.
Esta parte de la región de Kyiv, acoge, además a los desplazados internos de otras ciudades ucranianas más cercanas al frente y más castigadas por la guerra. Viven en pequeños contáiners grises sin calefacción ni aislamiento del frío. La bandera de Polonia, país que ha aportado estos sucedáneos de casa, cubre uno de los lados del cubículo.
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La idea es que estas familias se instalen, en los próximos meses y años, en los altos edificios de pisos renovados. Para ellos Bucha es un refugio. También se espera que los que se marcharon, como la familia de Andriy, regresen y que los carteles de ‘Se Vende’, vayan desapareciendo de la ciudad.
Lo sucedido en Bucha será, para siempre, uno de los episodios más negros en la narración de esta guerra. El propio Zelensky reconoció en la rueda de prensa del primer aniversario que el descubrimiento de las fosas comunes había sido el momento más duro de su mandato. “Cuando llegué a Bucha. Sangre por todos lados. Cuando vi eso, pensaba que el demonio había estado allí”, aseguró. Hace un año los protagonistas eran los muertos.
Ahora, son los vivos. El reto para esta ciudad y todas las de Ucrania es pasar página. Poco a poco, Bucha cura sus heridas con masilla y hormigón. Pero solo puede sanar aquellas que provocó la artillería en sus tejados y paredes. A sus habitantes, en cambio, les costará mucho más cicatrizar.