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Fotografía
Cerca de aquí / Hemendik hurbil
A finales de los años 80 sentí que necesitaba contar ese conflicto con el que estaba tan familiarizado y que tenía lugar justamente donde había nacido y donde vivía: en mis calles, en personas conocidas, en mis amistades, en mi familia, en los ámbitos públicos y privados que frecuentaba… En todas partes. Por eso se titula Cerca de aquí/Hemendik hurbil. Me gusta mirar aquello que me es cercano, quizá porque ahí me encuentro con todos mis fantasmas y mis miedos. La propia imagen de la cubierta de este trabajo que ahora presento habla bien a las claras de ello: es una fotografía de una pegatina de apoyo a un miembro de ETA del barrio en el que vivíamos que se encontraba encarcelado, colocada en el portal de nuestra casa de Pamplona/Iruñea, y que fue rayada con una llave o punzón. El conflicto estaba ahí mismo, no a miles de kilómetros de distancia, en la imaginación de nadie ni en las citas a pie de página de ninguna tesis doctoral. Quien colocó la pegatina y quien la rayó convivían en el mismo lugar y en el mismo tiempo. El aquí y el ahora como territorios preferentes de la imagen documental.
Decidí enfrentarme como fotógrafo a ese conflicto que causaba una enorme desazón y que había conseguido alterar profundamente la convivencia —nuestra convivencia— a través de asesinatos, incidentes callejeros, detenciones, secuestros, extorsiones, ausencia de libertad de expresión, amenazas, violencia policial, arbitrariedades de todo tipo, censura, torturas, guerra sucia del Estado, inseguridad generalizada y una gran incertidumbre.
Las víctimas mortales, las personas heridas, las secuestradas, torturadas, detenidas y aquellas que acababan presas se contaban por miles. Sin embargo, su visibilidad era prácticamente inexistente, como si todo ocurriese en un plano de la realidad al que era muy difícil acceder, asentándose en una serie de estereotipos que cumplían su cometido sin mayores problemas y en una simbología que era capaz de solucionar en cualquier momento los requerimientos visuales que podía demandar la comunicación del conflicto. Era como si todo el sufrimiento acumulado, todas las muertes y la destrucción social se pudieran representar con unas banderas al viento y algunas imágenes repetitivas de manifestaciones o ruedas de prensa. Sin embargo, los símbolos no permiten profundizar en el sufrimiento de las víctimas, que padecían en silencio bajo una representación que no las visibilizaba.
El resultado era que un conflicto que intoxicaba a toda una sociedad permanecía oculto tras un espeso muro de silencio. Y dentro de esa invisibilidad, aún existían zonas de una opacidad tan profunda que eran auténticos tabús, cuestiones que nadie planteaba que pudieran existir, porque los medios de comunicación miraban para otro lado, construyendo una versión oficial que no admitía discrepancias. Esas zonas de inestabilidad fueron precisamente sobre las que traté de apuntalar mi trabajo. Traté de situarme en esos espacios para intentar encontrar un ángulo desde el que mirar de una forma que pudiera cuestionar la representación normalizada del conflicto.
Hubo momentos en los que el trabajo parecía organizarse a sí mismo y momentos en los que se desmoronó por completo. El tiempo pasaba por él de la misma forma que pasaba por el propio conflicto y por mí mismo. En realidad, hubo un momento en el que lo di por muerto y por abandonado, desanimado por cierta sensación de hastío al no tener claro cuál era el rumbo exacto del trabajo y también harto de soportar desautorizaciones de todo tipo. Pero un día de 2015 pude entrar por un agujero de la pared en la nave abandonada del diario Egin, clausurado en 1998 por el juez Baltasar Garzón. Y al mismo tiempo que descubría un mundo ya pasado como si fuera una cápsula del tiempo que me transportaba a una dimensión perdida, comprendí que en aquella nave del polígono Eziago de Hernani se reactivaba de nuevo aquello que estaba dormido y se encontraba el colofón perfecto a aquellas fotografías olvidadas. Aquella nave perdida en el tiempo y olvidada por todos estaba llena de memoria.
A partir de un momento se dice que comenzó a librarse una batalla por el relato sobre el conflicto vasco, en la que todas las partes implicadas tratan de construir una versión que minimice sus culpas y que ponga todo el peso de la responsabilidad en otro lugar, y desde luego conseguir que ese relato se convierta en hegemónico. Pero creo que este va a ser un conflicto con un relato pequeño y estereotipado que se escribirá con minúsculas en un lugar recóndito de los libros de texto, aplastado por una versión oficial imperial e implacable. Este ha sido un conflicto invisibilizado, opaco, oculto y silenciado porque se determinó que así debía ser y porque no hubo ninguna voluntad de mostrarlo en toda su complejidad.
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