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Crisis económica
Algunas reflexiones sobre la Crisis del 2008. Parte I: El mito liberal del crecimiento infinito
La inflación mundial de los precios de la vivienda
Es la mayor de la historia. Prepárense para el
Sufrimiento económico cuando estalle
(Robert Shiller, 2005, The Economist, -Premio Novel de Economía-).
Desde hacía décadas los principales teóricos económicos y financieros mainstream excluyeron la posibilidad de crisis cíclicas argumentando que habían aprendido las lecciones del pasado. A este período que va desde 1975 a 2006 lo llamaron la Gran Moderación. En 2004, Ben Bernanke, futuro presidente del banco central estadounidense, afirmaba lo siguiente en la conclusión de su intervención en la reunión de la Asociación Económica del Este: “La Gran Moderación, el declive sustancial de la volatilidad macroeconómica durante los últimos veinte años, constituye un desarrollo económico sorprendente {…} Hoy he razonado que probablemente una política monetaria mejor contribuyó no solo a la reducción de la volatilidad de la inflación sino a la disminución de la volatilidad de la producción.” (Bernanke, 2004: 8) De manera similar el Fondo Monetario Internacional en sus informes hasta 2006 anunciaba que “el sistema financiero era más resistente que nunca debido a la dispersión del riesgo crediticio” (Ash; Louça, 2019: 56). Ya en abril de 2007, el FMI matizaba esta afirmación conforme aparecían algunos síntomas del desorden financiero. En su Informe sobre la estabilidad financiera mundial manifestaba que:
La situación económica a escala mundial ha propiciado un entorno financiero benigno, pero las condiciones y los riesgos subyacentes se han modificado en cierta medida desde la publicación del último informe GFSR, en septiembre de 2006 y crean la posibilidad de debilitamiento de la estabilidad financiera {…} El segmento de hipotecas de alto riesgo de Estados Unidos se ha deteriorado más rápido de lo que se habría esperado a esta altura del proceso de desaceleración del mercado de la vivienda. {…} Persisten los riesgos asociados a la afluencia de capitales hacia los mercados emergentes y a las perspectivas macroeconómicas mundiales, pero dichos riesgos se han atenuado en cierta medida {…} Ninguno de los ámbitos específicos de riesgo representa una amenaza directa para la estabilidad financiera {…}. (IMF, 2007: 8,9,10) (Traducción propia)
Como se puede observar el FMI, imbuido aún del optimismo liberal y del espejismo de la Gran Moderación, no pudo prever lo que ocurriría meses después. Solo unos pocos economistas de la corriente hegemónica neoliberal se atrevieron a discrepar de quienes predecían la prosperidad infinita. De entre ellos destacan Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, y Robert Shiller, de la Universidad de Yale. En 2005, Rajan, que fungía paradójicamente como economista jefe del FMI, preguntó, durante la conferencia anual de la Reserva Federal, si el desarrollo financiero había generado más peligro en el mundo y concluyó afirmativamente. “El desastre puede acechar porque a los directivos se les incentiva para que asuman riesgos que ocultan a los inversores” (Ash; Louça, 2019: 56). En el mismo año, Robert Shiller, Premio Novel de Economía, alertaba en The Economist que “La inflación mundial de los precios de la vivienda es la mayor de la historia. Prepárense para el sufrimiento económico cuando estalle” (The Economist, 2005, en Ash; Louça, 2019: 58). Y el desastre estalló. En agosto de 2007, David Viniar detectó algunas extrañas perturbaciones en el mercado de valores ante lo cual Goldman Sachs, siguiendo sus observaciones, comenzó a vender acciones para deshacerse de los riesgos. Dos meses antes, en junio, Bear Stearns había anunciado que iba a suspender los reembolsos de dos de sus fondos. En agosto, BNP Paribas hizo lo mismo. La desconfianza empezó a generalizarse en el mercado financiero y los activos de la banca en la sombra, es decir, la no regulada, reaparecieron en los balances financieros de los bancos. Pronto, unos meses más tarde, se extendería el pánico a las grandes entidades financieras en forma de tsunami. En cinco meses, de marzo a septiembre de 2008, ocho de las instituciones financieras más grandes de EEUU colapsaron: Bear Stearns, Lehman Brothers , AIG , IndyMac , Washington Mutual , Wachovia , Fannie Mae y Freddie Mac. Los bancos Goldman Sachs, Morgan Stanley, Citigroup y Bank of America fueron rescatados al igual que empresas como General Motors y Chrysler. De los supervivientes, como afirman Ash y Louça (2019: 49), la mayoría se han recuperado como importantes agentes de la economía mundial. La crisis se originó por tanto en el sistema bancario estadounidense en la sombra, es decir, en el desregulado y opaco, transmitiéndose a todos los sistemas financieros. En Europa explotó como una crisis bancaria ya que los bancos poseían el 80 % de los préstamos hipotecarios a diferencia de EEUU. Las autoridades de la Unión Europea primero reaccionaron con un paquete de estímulo fiscal en 2009, rescatando los bancos y permitiendo un aumento del gasto público para contrarrestar la caída de la demanda agregada. El resultado se tradujo en enormes déficits públicos produciendo una crisis en el sur de Europa. La receta del BCE, la Comisión Europea y el FMI fue la imposición de políticas de austeridad traducidas en recortes en derechos sociales. La prioridad estaba en salvar al sistema, restaurando la confianza en el sector financiero.
Pero ¿cuál fue la causa inmediata que generó esta crisis financiera? Michael Ash y Francisco Louça son explícitos en su libro Sombras: el desorden financiero en la era de la globalización. Argumentan que la causa está en el apalancamiento como método ficticio de multiplicador del valor de un producto, en este caso, una deuda, a saber: las hipotecas. En un período con ahorros abundantes y por tanto, con bajos tipos de interés, el acceso al crédito fácil promueve el uso de la deuda como apalancamiento, es decir, como multiplicador ficticio de valor. La palanca o apalancamiento es el valor de los activos totales de una empresa comparado con su capital propio (Ash; Louça, 2019: 60). Esto quiere decir que si la relación entre el valor de los activos es de 30 y el del capital propio de 1, una mera caída del 3 % del valor de las acciones aniquila el capital de la empresa. El colapso se debió a las sucesivas titularizaciones de los derivados de las deudas que el sistema bancario, no regulado, promocionó como el modo más expedito de obtención de ganancias sin acumulación, es decir, sin producción de valor en la economía real.