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Opinión
Educación: gobiernos y bagaje político
Los sistemas educativos, así como las leyes que los regulan, se desarrollan a la vez que lo hace el proceso político de los estados en los que tienen lugar, hasta tal punto que analizar aquellos nos descubrirá cómo es este y viceversa. No cabe duda de que la verdad de esta afirmación trae como corolario esta otra: los gobiernos, que supuestamente ejercen el poder político, solo cambian formalmente los contenidos de los sistemas educativos, dejando sin modificar el fondo de los mismos. Y esto es así porque la función de la educación en general y de la reglada (la que tiene lugar en los centros de enseñanza) en particular no es otra que asegurar la perpetuación del sistema político que las engendra.
Por eso es tan importante separar las finalidades que dicen pretender las distintas leyes educativas —finalidades siempre elogiables, pero puramente decorativas— de las medidas concretas que toman los gobiernos que las elaboran. Así, por ejemplo, expresar en una ley el objetivo de buscar una mayor justicia social a la vez que, en la práctica, se permiten, potencian y mantienen con dinero público centros de enseñanza privados, supone no solo una contradicción, sino un engaño.
Educación
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Esa verdad de Perogrullo, que vincula indefectiblemente el contenido del sistema educativo a los intereses de quienes detentan el poder, cada vez es más ignorada por parte de quienes desde la izquierda —partidos, sindicatos, movimientos pedagógicos, profesorado, etc.— pretenden transformar la realidad política mutándola hacia los valores que esa izquierda representa —espíritu crítico, igualdad, libertad, autonomía, solidaridad. etc.—.
Al alumnado hay que mostrarle los caminos que puede recorrer para que, partiendo de su propia situación, transforme la realidad social injusta por otra justa
¡Claro que la realidad social es distinta aquí y ahora a la que existía, por ejemplo, en la época en la que Paolo Freire escribió su Pedagogía del oprimido a finales de los 70! Pero, sin embargo, y como me decía mi profesor y amigo Iñaki Ochoa de Olza, en el Estado español hay una costumbre de dar las teorías por superadas sin haberlas leído nunca. Porque el mensaje de Freire, aquel que afirma que el cambio social, autónomo y consciente necesita de la educación y que, para ello, no se debe “utilizar” el mismo instrumento que utiliza quien detenta el poder, sigue siendo absolutamente cierto y actual, actualidad que nunca perderá mientras en la sociedad reine la desigualdad y la injusticia, como sigue ocurriendo ahora. Esto significa que no hay que pretender que el alumnado se adapte a lo que las instituciones tienen diseñado para su incorporación en la sociedad, sino, por el contrario, hay que mostrarle los caminos que puede recorrer para que, partiendo de su propia situación, transforme esa realidad social injusta por otra justa.
Cuando todavía perduraba el franquismo con Franco muchas personas que nos dedicábamos a la docencia pertenecíamos a distintos partidos políticos, mayoritariamente de izquierdas
Labor política
Hacer realidad este mensaje exige que quienes se dedican a la docencia, directa o indirectamente, entiendan que su labor es política y no meramente administrativa.
Allá por los años 70, cuando todavía perduraba el franquismo con Franco (el otro sin el tirano sigue en buena parte vigente) muchas personas que nos dedicábamos a la docencia pertenecíamos a distintos partidos políticos, mayoritariamente de izquierdas. Entonces, entendíamos nuestra labor docente como una proyección de nuestra militancia e intentábamos enmarcarla dentro de los objetivos políticos que emanaban de nuestra ideología. Y no lo hacíamos desde el adoctrinamiento sino desde el descubrimiento de otra realidad distinta a la oficial para que fuera el propio alumnado quien tuviera la opción de elegir cómo orientarse en la vida.
Por ese motivo, buscábamos y promovíamos alternativas al saber oficial que recogían los libros de texto y el profesorado que se identificaba con el franquismo. Ejemplos de ello fueron: ADARRA, el movimiento pedagógico alternativo que tanto ayudó a quienes deseábamos mejorar nuestra práctica educativa, o el funcionamiento asambleario que logró, entre otras cosas, elaborar un baremo para acceder a la docencia, quitando a los directores de los centros la potestad arbitraria de elegir al profesorado, o la gran afluencia a los cursos de AEK para aprender euskara, no con finalidades prácticas de acceso a determinados puestos de trabajo sino movidas por el deseo de recuperar la lengua que se estaba perdiendo, o el impulso que se dio a la participación de padres, madres y alumnado en la gestión de los centros a través de las asambleas. Todo tenía una finalidad política práctica: crear conciencia social para cambiar el sistema generador de injusticias.
En los años 70 todo tenía una finalidad política práctica: crear conciencia social para cambiar el sistema generador de injusticias
Hoy se puede afirmar que el sistema capitalista ha engullido y hecho desaparecer la mayoría de aquellos intentos alternativos a través de su institucionalización y de la apropiación de los conceptos que los definían. Así, el movimiento por la renovación pedagógica pasó a ser Formación e innovación pedagógica que serían función de los llamados “berritzegunes”, convertidos más en lugares de huida de la tiza que de centros para ayudar al profesorado; el aprendizaje del euskara se oficializó y, a partir de entonces, se dio más importancia a la preparación para conseguir títulos, con unos exámenes que provocaban, y provocan hoy, mucha frustración; se regularon por ley los consejos escolares que dejaban la representación del alumnado en algo anecdótico; y, en fin, de la mano del PNV, y de su propuesta de nueva ley educativa, se pretende que nuevamente las direcciones de los centros tengan la facultad de elegir a su profesorado convirtiendo los centros en reinos de taifas enfrentados entre sí. Y a todo lo anterior habría que añadir la fiebre irracional y perniciosa por implantar los mal llamados “sistemas de calidad”, creados en su origen para mejorar la producción y la venta en las empresas, y que las administraciones, asesoradas por supuestos expertos y empresas que se lucran de ello, están intentando implantar en los centros de enseñanza, convirtiendo a estos en simulacros de fábricas, al alumnado en clientes y pretendiendo, a través de innumerables documentos a rellenar por el profesorado, controlar el aprendizaje cual si fuera un producto elaborado en una cadena de producción.
Hoy se puede afirmar que el sistema capitalista ha engullido y hecho desaparecer la mayoría de aquellos intentos alternativos a través de su institucionalización y de la apropiación de los conceptos que los definían
Huir de esa pretensión de que el alumnado sea un conjunto de copias de un original que representa los intereses de quienes causan la injusticia, no dejar en manos de quienes no están en el aula la decisión de lo que hay que hacer en ella, compartir experiencias sin depender de las instituciones que controla el poder, sortear las imposiciones en forma de burocracia estéril para dedicar el 100% a la programación y su desarrollo, partir de la realidad social del alumnado para la elaboración de dichas programaciones, exigir más medios para la pública y la desaparición de ayudas públicas a la privada y así poder compensar en mayor medida las desigualdades de origen son propuestas, entre otras, que sí mejorarían la educación que tiene lugar en los centros de enseñanza.