Cine
La muerte del héroe, según ‘Napoleón’ de Ridley Scott

Tras estrenarse en España el pasado 24 de noviembre, la última película de Ridley Scott, Napoleón, ha recibido numerosas críticas negativas, entre las que se destaca su falta de rigor histórico, pero también su fracaso narrativo y quizá lo más imperdonable: lo aburrida que había resultado. Esto quizá pudiera explicarse mejor sabiendo que la película originalmente dura cuatro horas pero la versión cinematográfica que hemos podido visionar estos días quedó en unas escasas y sin embargo lentísimas dos horas. Un recorte de montaje hace que la historia carezca de hilo conductor, casi como si nos hubieran presentado unos teasers de la mayoría de escenas relevantes de la visión histórica que tradicionalmente tenemos de Napoleón.
Frente a la habitual exuberante pompa de carácter e imágenes que arrastra el nombre de Napoleón, Scott nos lleva a una impresión de Bonaparte muy distinta
Sin embargo, la película de Scott es interesante por la manera en la que plantea la historia de Napoleón como la vida de un hombre gris desde el principio del metraje, con unos colores desvaídos a juego con su forma de ser. Frente a la habitual exuberante pompa de carácter e imágenes que arrastra el nombre de Napoleón, Scott nos lleva a una impresión de Bonaparte muy distinta a la que estamos acostumbrados. La imagen del general como el hombre omnipotente que alcanza la gloria nos ha acompañado durante mucho tiempo, resonando en ella el eco de los grandes conquistadores del pasado, como César y Alejandro Magno, a quienes Napoleón admiraba y a quienes aspiraba a emular. Esta concepción se desvanece en la visión de Scott, quien nos obliga a reconsiderar el concepto de grandeza.
En palabras del crítico cultural Carlos Crespo, “no es una película perfecta ni mucho menos, pero me parece que tiene una perspectiva refrescante no solo sobre la figura del mismo Napoleón, sino también sobre el concepto de biopic histórico”.
En la película, las escenas de la vida de Napoleón están influidas notablemente por la imaginería pictórica del siglo XIX que normalmente refuerza la idea del hombre frente al destino, porque la historia de Napoleón es, ante todo, la historia de la idea del genio y también la del destino. Pero que, en este caso, como apunta el doctor en historia e investigador de la relación entre la historia y los videojuegos Alberto Venegas, “Scott no solo utiliza las imágenes de la gloria” como ocurre con los ya famosísimos retratos hagiográficos que le hace David en su coronación, “sino también las imágenes de la caída. Por ejemplo con una imagen difundidísima, el retrato que le hace Delaroche en 1846 en la que aparece representada su abdicación en la ciudad de Fontainebleau, la cual, si la situamos frente a la pintada por Jacques-Louis David, aparece un nuevo emperador, ahora humanizado, derrotado y triste”.
Una de las primeras cosas que llaman la atención en la película son las referencias a la primera etapa de la revolución francesa, que dura de 1789 a 1794, y que Scott utiliza para dar un contexto parcial a los inicios de la carrera de Napoleón
Si bien Scott humaniza a Napoleón representando su miseria, también se desquita con la lucha comunitaria desde la que se forja su destino, la revolución francesa, presentándola como una autentica jaula de grillos. Precisamente, una de las primeras cosas que llaman la atención en la película son las referencias a esta primera etapa de la revolución, que dura de 1789 a 1794, y que Scott utiliza para dar un contexto parcial a los inicios de la carrera de Napoleón.
En estas escenas aparecen representados muchos de los tópicos que se tienen de este periodo, derivados de la propaganda Termidoriana —aquella que se tomó las riendas del relato después de la caída de Robespierre y sus aliados, y que ha continuado hasta nuestros días—. Es decir, tirando de clichés exagerados e inventándose detalles, Scott presenta el pueblo revolucionario y a los representantes de este como una masa vociferante que es incapaz de hacer otra cosa que humillar a una Maria Antonieta altiva que avanza sobre la escena como una figura estrambótica, creando una escena inicial casi salida de una pesadilla.
Esta falta de credibilidad histórica en la película le ha hecho cosechar muchas críticas, como las del biógrafo de Napoleon Andrew Roberts o el historiador Dan Snow, que señalan cómo ciertas escenas no transcurrieron de la manera en las que las presenta. Algunos otros historiadores reconocen que quizá se estaban inmiscuyendo demasiado en la película e incluso el experto en la figura de Robespierre Peter McPhee entiende las funciones de la industria del entretenimiento, disculpando las elecciones de la película: “El director de Napoleón, Ridley Scott, nos pide a los historiadores que ‘nos busquemos la vida’, y no le falta razón. El arte va más allá de los hechos históricos”. Sin embargo no podemos olvidar la influencia cultural que suelen tener estos blockbusters y cómo pueden modelar y reinterpretar el imaginario cultural sobre un personaje o sobre una época.
“Las películas, como decía Marc Ferro, son todas películas de su tiempo y a menudo no hablan tanto de Napoleón, como ocurrió con el Napoleón de Abel Gance, que hablaba de la Francia de los años 20, o en este caso, Scott que nos habla de nuestro tiempo”, recuerda la crítica cultural y experta en cine Deborah García. Así como recogen las preocupaciones de su época, también son capaces de construir una narrativa que afecta a la visión de la época. Si en este momento los relatos que glorifican a los grandes hombres de la historia occidentales —según el canon— están de alguna manera agotados, la visión de Scott es capaz de llevar estas preocupaciones a la pantalla.
Siguiendo de cerca esta corriente visual que desmitifica la figura del hombre genio tenemos películas que dosifican un poco más el tono de la época y aportan un contexto más amplio de las luchas comunitarias que vivió Napoleón, como ocurría en la serie La Revolución Francesa (1989), o en Un peuple et son roi (2018) de Pierre Schoeller, en la que la historia de la revolución francesa no pasa simplemente por la de sus más destacados políticos, sino que transcurre en su mayoría desde el punto de vista de varios súbditos que pasan a ser ciudadanos mientras participan activamente en la revolución, mostrando el trabajo comunitario y el pensamiento reivindicativo de las clases oprimidas de la sociedad, manteniendo el equilibrio entre el entretenimiento y la veracidad histórica.
Esta visión desde abajo también la comparte uno de los documentales más recientes sobre la Revolución Francesa, Révolution! (2021) de Hugues Nancy y Jacques Malaterre. Construido como si fuera un reportaje —entrevistando a los representantes de la revolución— y desde el punto de vista popular, de las pequeñas asambleas y la lucha de los sansculottes, logra recrear el ambiente reinante de la época en los quartiers y faubourgs parisinos. En una idea que recuerda a la película de Peter Watkins sobre la Comuna de París —La Comuna (Paris 1871)— que aporta una imagen más certera de ese movimiento revolucionario, construido entre todos, y en la que caben muchas más voces frente a la victoria y el ego de un solo hombre.
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