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Crisis climática
La industria del hormigón más allá de su descarbonización
Es difícil imaginar un mundo donde todas las construcciones necesarias para satisfacer nuestras necesidades —viviendas, hospitales, escuelas, comercios, espacios de recreo o religiosos— fueran de una sola planta y no existieran edificios. En países como el nuestro, donde el acceso a sistemas de agua potable y saneamiento es universal, resulta impensable una vida sin grifos en casa o sin un sanitario disponible. Así como el agua es, de manera obvia, el recurso más consumido en el mundo, el segundo en esta lista es el material que hace posibles nuestras infraestructuras esenciales: el hormigón.
La importancia del hormigón
El hormigón, llamado asiduamente cemento, haciendo alusión a su componente principal, es parte esencial de la vida actual y facilita el cumplimiento, por ejemplo, del derecho humano al agua y saneamiento. Sin embargo, no es un elemento de reciente descubrimiento: lleva utilizándose de diferentes formas desde hace miles de años para crear mejores condiciones de habitabilidad.
Ya en el antiguo Egipto se proponían unas mezclas de yesos y calizas para sus construcciones y los romanos desarrollaron el cemento puzolánico, fundamental para el desarrollo de todo su imperio, y que está presente en edificaciones que llegan hasta nuestros días, como el Coliseo de Roma. Incluso el término “puzolana” sigue vigente hoy, y se cree que podría estar relacionado con el sobrenombre “Pucela” que se da a la ciudad de Valladolid, posiblemente por su asociación con este material.
No obstante el despegue del uso masivo del hormigón se produjo con toda probabilidad a partir de la invención del cemento Portland, en el siglo XIX. Es ahí cuando este material adquiere una relevancia sin precedentes, consolidándose como un componente imprescindible de la industria de la construcción debido a sus propiedades de durabilidad, resistencia, bajo coste y facilidad de producción.
Aunque la transición a las renovables reducirá las emisiones de la fuente de energía, las emisiones que se generan por el proceso de fabricación son de mayor magnitud y muy difíciles de disminuir
Actualmente, sin hormigón no tendríamos canalizaciones de agua, y tendríamos que ir a buscarla por caminos que tampoco estarían pavimentados, resguardándonos de la lluvia en una cabaña de paja o barro con los pies mojados. Esta es la realidad de muchas personas en muchos lugares del mundo. Y es que el hormigón nos da cobijo, nos protege del frío, posibilita el acceso al agua y saneamiento… Emplear hormigón en construcciones sustituyendo otros materiales como el barro ha conseguido por ejemplo evitar la propagación de enfermedades parasitarias. Es por ello que su uso se ha instalado de manera permanente en muchos países.
Impactos negativos
Sin embargo, el hormigón tiene sus sombras. Su omnipresencia en las infraestructuras a nivel global ha generado una dependencia muy grande, lo que ha derivado en importantes impactos ambientales. La producción de hormigón es responsable del 8 % de las emisiones mundiales de CO2.
Un impacto notable de las instalaciones cementeras es la emisión de contaminantes, lo que empeora la calidad del aire y perjudica la salud de la población cercana. Muchas cementeras actúan también como incineradoras de residuos sólidos urbanos, al utilizarlos como combustible, y algunas llegan a incinerar residuos industriales peligrosos, como neumáticos y disolventes, con un control que muchas veces resulta insuficiente.
Además de estas emisiones directas, la industria del hormigón contribuye al calentamiento global y a la crisis climática de múltiples formas. La minería extractiva necesaria para obtener su materia prima destroza entornos naturales, arrasando con la vegetación y la biodiversidad circundante. Puede ser también un problema en lugares con escasez de agua, pues compite por este recurso.
Las tres medidas de las que disponemos para ajustar las emisiones son la mejora en la eficiencia energética del proceso, el cambio en los insumos materiales y la captura de carbono.
Su excesivo uso en determinadas zonas presenta complicaciones: enormes extensiones de tierras fértiles quedan sepultadas bajo planchas de hormigón, y al ser un material tan resistente e impermeable, puede derivar en inundaciones que serían evitables con suelos porosos y cobertura vegetal. En las ciudades, el cemento de las calles se recalienta, dando lugar a hornos urbanos como la Puerta del Sol de Madrid y creando ciudades poco habitables.
La imagen de “progreso” que se proyecta con ciudades de rascacielos hace que nos vayamos asfixiando en terrenos duros y estériles.
Entonces, ¿el hormigón es amigo o enemigo?
Ante este panorama, cabe preguntarse si es indispensable producir tantas toneladas de hormigón. La respuesta es complicada, pero es importante tener en cuenta que, como siempre, no es una cuestión de blanco o negro, hormigón sí o no. Es un material útil que puede mejorar nuestra calidad de vida, pero, es evidente que es primordial realizar cambios y que, pese a considerar las cementeras industrias necesarias, debemos reflexionar en otros aspectos para no derivar en efectos destructivos. Las preguntas que debemos responder son: ¿cuánto hormigón se necesita para que sea justo? ¿Y cómo producirlo con el menor impacto posible?
La industria cementera tiene que descarbonizarse para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París sobre el cambio climático, pero esta descarbonización no es sencilla. Aunque la transición a energías renovables reducirá las emisiones de CO2 de la fuente de energía, las emisiones que se generan directamente por el proceso de fabricación son de mayor magnitud y, lo peor, muy difíciles de disminuir.
Opinión
Análisis Más allá de la descarbonización: nuevas industrias para nuevos tiempos
La fabricación del hormigón consta de varias etapas: una de ellas es la fabricación de su componente principal, el cemento. En esta fase se forma el llamado clínker, que consiste en —simplificando un poco— calcinar piedra caliza (carbonato cálcico) para obtener óxido de calcio y, de regalo, dióxido de carbono. Las emisiones de la formación del clínker representan aproximadamente el 60% de las emisiones de CO2 del proceso de fabricación del hormigón, sin tener en cuenta las derivadas de la combustión de combustibles fósiles. Por tanto, tiene sentido que sea en esta parte en la que tengamos que buscar soluciones o alternativas tecnológicas.
La industria del cemento se encuentra ligada a la humanidad desde hace miles de años, pero es necesario implementar cambios para que juegue a favor de nuestro bienestar
Las tres medidas de las que disponemos en este momento para ajustar las emisiones y lograr la neutralidad en carbono en el proceso de fabricación de hormigón son: la mejora en la eficiencia energética del proceso, el cambio en los insumos materiales y la captura de carbono.
El carácter intensivo en energía, “energívoro”, de la industria cementera limita las fuentes energéticas que pueden utilizarse. Para alcanzar las temperaturas requeridas en el horno, es imprescindible contar con un combustible físico, lo que hace que opciones como la energía eólica no sean viables. La biomasa y el hidrógeno se presentan como alternativas a los combustibles fósiles, aunque, en el caso de la biomasa, las emisiones de partículas y óxidos de nitrógeno podrían generar efectos adversos.
Por otro lado, el cambio de insumos es más desafiante. A día de hoy, no hay una alternativa a la quema de caliza para obtener clínker. Se suele sustituir parte con escoria de procesos metalúrgicos. Sin embargo, pese a que esto reduciría emisiones directas e, incluso, ahorraría energía y abarataría el proceso, no es una solución tan simple: solo es posible sustituir un porcentaje y suele ser necesario complementar el proceso con otras etapas adicionales.
Abordar la descarbonización de la industria cementera es esencial, pero para lograr los cambios necesarios más allá de la descarbonización del proceso necesitamos planificar este cambio de manera integral y transversal
Por el momento, la única solución real de descarbonización que se ha encontrado es la captura y almacenamiento de carbono. No obstante, esta es una tecnología costosa que no está desarrollada a gran escala y que tiene bastantes dificultades geológicas, incluso de riesgo de fuga. Existen algunas iniciativas que trabajan, por ejemplo, en un hormigón que captura el CO2 del aire, pero por ahora son poco viables.
Tal vez el hormigón genere una de las emisiones industriales que no podemos eliminar. En todo caso, aunque la descarbonización es necesaria, no es lo único que debemos hacer.
Más allá de la descarbonización
De nuevo, nos encontramos ante uno de los retos de nuestro tiempo: decrecer, que no significa volver a vivir en una cueva. El postcrecimiento es usar en nuestro favor los conocimientos, los avances científico-técnicos, pero también los aprendizajes adquiridos para conseguir una vida de calidad y digna para todos los seres.
Por ejemplo, el acceso a un agua limpia y de calidad, así como a un adecuado saneamiento, no sólo aporta comodidad, sino que contribuye a la salud y los derechos humanos en muchos aspectos diferentes: alimentación, higiene, higiene femenina, tiempo para desarrollarnos como seres humanos (que puede entrar en conflicto con otras tareas, como el desplazamiento necesario para conseguir agua si se carece de una canalización adecuada), disminución de enfermedades y mortalidad, menor contaminación de ríos y acuíferos… El alcantarillado de Londres en el siglo XIX, tras la etapa de El Gran Hedor, salvó muchas vidas de enfermedades como el cólera y cambió la ciudad para siempre. El uso de 800.000 m³ de cemento Portland, algo nuevo para la época, resultó fundamental.
La industria del cemento se encuentra ligada a la humanidad desde hace miles de años, pero es necesario implementar cambios para que juegue a favor de nuestro bienestar, desarrollar alternativas y sacar el exceso de cemento de nuestras calles y ciudades. Irónicamente, o no, en Portland (EE UU) algunas personas han empezado a organizarse para recuperar el suelo, movidas por las altas temperaturas que sufren. El uso de otros materiales de construcción continúa avanzando, recuperando técnicas y materiales de bioconstrucción, como la madera, que venían siendo estigmatizadas por ser más caras.
Industria pesada
Análisis La industria del acero más allá de la descarbonización
Hay algunas propuestas tecnológicas, como el cemento autorreparable, pero son insuficientes. Son necesarias políticas que legislen en consonancia. Medidas que regulen no solo los procesos, sino que también busquen alternativas reales y globales, desde la planificación de las ciudades, el diseño de infraestructuras, hasta el uso de materiales, promoviendo alternativas sostenibles. Y políticas que corten de raíz problemas que hemos vivido en el pasado y seguimos soportando, como la problemática del acceso a la vivienda, fuertemente vinculada a la industria cementera. La construcción, no es ningún secreto, viene siendo un negocio muy rentable para algunos, (hablan de construir 150.000 viviendas anuales) siendo caldo de cultivo para sobornos y mordidas desde hace décadas. Necesitamos medidas que regulen y fiscalicen al sector de la construcción de verdad, evitar pelotazos urbanísticos o construcciones al borde del mar, como la Ley de costas.
Conclusión
Tras décadas con un desproporcionado uso del hormigón, toca recular, aplicar algo de raciocinio y darle un uso más justo, el que nos asegure una vida mejor y sea coherente con la protección del planeta y de las personas. No se trata de renunciar a que haya hospitales y escuelas con una adecuada infraestructura, por ejemplo, o canalizaciones y alcantarillado, pero no habrá vida en un mundo hecho de cemento.