Azra tiene un pequeño café cerca de la estación, en Tuzla, Bosnia y Herzegovina. Otros comercios no dejan entrar a la gente migrante, pero ella siempre atiende a todo el mundo, aunque eso signifique tener problemas con los que no están de acuerdo. "Ha habido algunos problemas [con los migrantes], pero no todos son iguales - dice - Hay mucha gente buena, me ayudan". Con el último gran desalojo, cuando 500 personas fueron trasladadas a los campamentos de Sarajevo, perdió a muchos amigos. “Fue desgarrador”. Algunos lugareños le dijeron a Azra que no iban a ir a su café porque no querían beber en los mismos vasos que los migrantes. “Fue muy duro volver a este ambiente después del cierre por la pandemia”.