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Andalucismo
En torno a la identidad política de Andalucía (I/II)
En este tiempo, que se acelera a una velocidad cada vez más rápida, necesitamos interrogarnos sobre nuestra realidad social y política, y hacerlo desde nuestro espacio político, desde Andalucía. Como dijo Pepe Mújica al comienzo de una intervención en la Universidad de Oxford: “miro al mundo desde el sur, así que perdónenme si ofendo.”
Hoy abordamos una reflexión sobre la identidad política andaluza. La identidad es un concepto difícil de definir, como todos los conceptos sociales que se refieren a las realidades mixtas, objetivas y subjetivas, surgidas de las relaciones colectivas. Bauman (2005) decía que “La identidad, digámoslo claramente, es un “concepto calurosamente contestado”. Donde quiera que usted oiga esa palabra, puede estar seguro de que hay un campo de batalla en marcha. El hogar natural de la identidad es un campo de batalla. La identidad solo vuelve a la vida en el tumulto de la batalla; se desvanece y queda en silencio cuando el fragor de la batalla se desvanece.”
Mientras escribíamos este artículo, se ha publicitado con éxito el anuncio de una marca de cerveza (Cruzcampo, enero 2021) en el que se revive a Lola Flores, mediante técnicas de deepfake, reivindicando con orgullo las señas de identidad andaluzas. No sabemos si, como dice Bauman, este anuncio también es una señal de que Andalucía vuelve metafóricamente al campo de batalla, en el sentido de incrementar la reivindicación colectiva para la transformación de Andalucía. En cualquier caso, en este artículo proponemos algunas hipótesis y categorizaciones que pueden resultar útiles para diseccionar este concepto en relación con Andalucía, desde una posición política que reivindica la renovación de la narrativa de la identidad política de Andalucía en una perspectiva ecofederalista.
Metodológicamente, abordamos la reflexión sobre la identidad política de Andalucía desde una perspectiva constructivista, entre cuyos autores destacan, además de Ramón Maíz en España y González de Molina y Pérez Yruela en Andalucía, referentes como Anderson, Gellmer, Hobsbawm, Laclau y Chantal Mouffe, Eisenstant y Giesen, Calhoun, Hardin, Laitin, Fearon, Lustick o Chai.
Una identidad cultural y social geográficamente definida
En Andalucía, el habla, la distancia corta en las relaciones, la afabilidad, una cierta afectividad a primera vista, el paisaje urbano y rural, la creación artística, la artesanía, la gastronomía, las fiestas, el clima, etc. producen, en su conjunto, unos códigos culturales comunes, que nos ayudan a relacionarnos socialmente en esta tierra, con más facilidad que lejos de ella, por una sensación de territorio conocido, de arraigo, de poseer mapas sociales familiares análogos a una gran casa imaginada, en la que no se percibe una hostilidad estructural.
Las marcas de estos bienes y objetos relacionales de la cultura diferencial andaluza destacan por conexión con las circunstancias seculares de marginación y opresión que hemos padecido, incluidas persecuciones étnico – religiosas, y con la profunda desigualdad social, que se vio agravada cuando el desarrollo del capitalismo industrial nos situó en una zona de dependencia, convirtiéndonos en la periferia de la periferia.
Hemos padecido una estructura social fuertemente polarizada, con una oligarquía muy definida frente a la mayoría de la población sumida en condiciones de pobreza y de extrema pobreza. En términos amplios, esta secular polarización social ha determinado una estrecha identificación entre la cultura andaluza y las clases populares de Andalucía.
Fuera del territorio andaluz se nos reconoce con estereotipos, en gran parte clasistas, que identifican nuestra cultura con el subdesarrollo, con el desempeño de ocupaciones subalternas, con la pertenencia a una escala social inferior, y lo conectan con una causalidad de poco esfuerzo y mucho ocio
Los rasgos culturales y sociales andaluces han producido señas de identificación (internas) y de reconocimiento (externas), que se ensamblan en un sistema referencial colectivo profundo, de límites difusos.
La interrelación entre identificación y reconocimiento, ha originado la generalización de este sistema referencial, que nos afecta de forma diferente en función de nuestras propias identidades personales. En todo caso, adquiere más intensidad cuando más participamos en actividades sociales.
Cuando estas características culturales y sociales difusas se superponen en el imaginario colectivo con el marco geográfico andaluz tal como, por ejemplo, se venía reflejando en los libros escolares durante los siglos XIX y XX, podemos hablar de una identidad andaluza (prepolítica) que distingue a Andalucía como una unidad diferenciada, de forma que el sistema referencial generalizado se asocia de forma perceptible con la unidad interna del territorio andaluz y con su delimitación externa. “Los andaluces consideran que Andalucía culturalmente es “una” pero con particularidades y peculiaridades que sumadas son las que ofrecen unos rasgos propios y definitorios de lo que es “ser andaluz” (Abela, y Pérez Corbacho, 2009).
Fuera del territorio andaluz se nos reconoce con estereotipos, en gran parte clasistas, que identifican nuestra cultura con el subdesarrollo, con el desempeño de ocupaciones subalternas, con la pertenencia a una escala social inferior, y lo conectan con una causalidad de poco esfuerzo y mucho ocio que, en una visión complaciente, también se formula como “un ideal vegetativo”, teorizado en la década de los años veinte del pasado siglo por Ortega Gasset (1927) en su “Teoría de Andalucía”. Estos estereotipos componen una especie de andalufobia que “se pueden cerrar en dos cuestiones: sobre cómo hablamos y sobre cómo afrontamos el trabajo o los estudios” (Nuñez Dominguez, 2018).
Andalucía
Andalufobia… ¿Sí o qué?
Vestrynge o Tejerina. No serán los últimos, ni su actitud de superioridad cuando se refieren a la población andaluza es una novedad. Las muestras de andalufobia vienen de lejos y siguen reproduciéndose. ¿Hasta cuándo?
La conexión entre rasgos culturales diferenciales, percepción social y territorio delimitado, constituye un hecho cultural diferencial con un fuerte contenido social, vinculado al territorio andaluz. No está directamente vinculada a un proyecto político, pero está conectada con la política tanto en cuanto que ya determina un espacio y unos contenidos que originan una relación afectiva con respecto a Andalucía. Por eso, a esta identidad andaluza la definimos como prepolítica, en el sentido de que es el puente entre la matriz sociológica y una posible construcción política, por lo que contiene las precondiciones aptas para ser activadas por un proyecto político de fuerte base popular. Esta identidad andaluza (cultural y social, vinculada a la unidad geográfica de Andalucía) es la matriz de la identidad política andaluza que se ha ido construyendo en los siglos XX y XXI.
Identidad política, Comunidad y capital social
La identidad política es una construcción colectiva y consciente, siempre inacabada, que va dotando de unidad en el tiempo, de bienes culturales y simbólicos compartidos y de objetivos políticos y sociales de naturaleza transversal, a las personas que participan de un sistema referencial generalizado, vinculado a una unidad geográfica, impulsando una dinámica de transformación para cimentar una Comunidad, donde lo común equilibra los elementos de conflicto, por lo que se crean sentimientos ciudadanos de solidaridad transversales y de pertenencia a una institución política territorial o a un proyecto de ésta.
Como ha escrito Ramón Maíz (2005) “Las identidades colectivas no se “descubren”, ni se “reconocen”, sino que se producen políticamente mediante movilización, discurso, regulación institucional, y antagonismo en determinados contextos sociales y políticos. Toda superación de una identificación grupal local, familiar etc. requiere un trabajo político de organización, movilización y discurso que construya un “nosotros” por encima de las diferencias de clase, cultura, religión, contexto geográfico etc.; lo cual no implica que las identidades sean arbitrarias, infinitamente maleables, que cualquier configuración identitaria resulte siempre posible, sino que por el contrario, si bien contingentes, resultan duraderas, dependientes de contexto y trayectoria.”
La identidad política es constructora de Comunidad y al mismo tiempo es parte del capital social de una Comunidad. Como lo ha definido Pierre Bourdieu (1985) “El capital social es el conjunto de recursos actuales o potenciales relacionados con la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de entre-conocimiento y entre-reconocimiento.”
Blas Infante alumbró un nacionalismo heterodoxo a través del cual catalizar la identidad prepolítica andaluza en un sentimiento colectivo de unidad y pertenencia, para la defensa de los intereses populares, lejos de las ideas románticas que identificaban Estado y nación
Ampliando esta idea, Amartya Kumar Sen (2007), expone que “La reciente bibliografía sobre el “capital social”, explorada en profundidad por Robert Putman y otros, ha expresado en forma suficientemente clara cómo el hecho de identificarse con los demás en la misma comunidad social puede hacer que la vida de todos sea mucho mejor dentro de esa comunidad; por tanto, el sentido de pertenencia a una comunidad es considerado un recurso, como el capital.”
Camarero Rioja (2009) distingue entre capital social vinculante y capital social aglutinante. “El capital social vinculante promueve la norma de reciprocidad generalizada y se hace efectiva en la cooperación, mientras que el capital social aglutinante promueve la reciprocidad específica y moviliza la solidaridad.”
La formulación de la identidad política andaluza
Antonio Zoido (1998) ya señaló que “Andalucía llega a la modernidad como un hecho geográfico e histórico diferenciado, como un producto cultural con personalidad singular y, sin embargo, la conciencia de pueblo no logra despegar de la pista del tópico”.
Fueron los andalucistas históricos los que, en plena convulsión política del Estado español (crisis de la restauración, primera guerra mundial, trienio bolchevique, dictadura de Primo, II República, etc.), formularon el contenido político y social e impulsaron la idea de transformar la identidad prepolítica andaluza en una identidad política para un proyecto que tenía, y esa era su singularidad (tal vez con la única excepción de Luis y su hijo Anselmo Carretero, en Castilla), una triple dimensión, transformar Andalucía y transformar a España, en una interacción necesaria, en base a los valores universales de la igualdad, la libertad y la fraternidad. El lema que resumía su programa político, y que incluyeron en su propuesta de escudo, tenía esa triple dimensión “Andalucía por si, para España y la Humanidad”.
Blas Infante alumbró un nacionalismo heterodoxo a través del cual catalizar la identidad prepolítica andaluza en un sentimiento colectivo de unidad y pertenencia, para la defensa de los intereses populares, lejos de las ideas románticas que identificaban Estado y nación. Ideas románticas pero que respondían a la funcionalidad para la burguesía de ser la forma “más económica” de control del Estado.
El andalucismo se postulaba como la expresión política de las clases populares andaluzas, conectadas transversalmente en la construcción de Andalucía, instaurando un marco común para transformar sus demandas en un proyecto para la inmensa mayoría, fortaleciendo los vínculos entre el trabajo y la cultura y entre lo rural y lo urbano, mediante la agregación de intereses y el intercambio de material simbólico.
Estas raíces del andalucismo histórico, la desconexión entre las ideas de Estado y Nación, su conexión con la defensa de los intereses de los no privilegiados y su defensa de valores universales, es lo que le da al andalucismo su plasticidad y su modernidad, porque lo ancla en las dinámicas de extensión de la democracia y de los valores republicanos, frente a los nacionalismos excluyentes.
Andalucía por si
Infante se propuso transformar la unidad geográfica, cultural y social, la identidad andaluza prepolítica, en una unidad política territorial, con una genealogía, una historia propia, vinculando el pasado con el presente y el futuro como proyecto político, de tal modo que existiera una continuidad un relato coherente de su identidad en el tiempo, aportando a Andalucía las coordenadas para un espacio y un tiempo social propio.
La identidad política también implicaba un horizonte ético, una fuente de valores compartidos de compromiso con el bienestar de Andalucía, que enlaza con el marco afectivo que proporciona la identidad prepolítica, implementando su fuerza afectiva y propiciando formas de solidaridad más intensas.
El movimiento andalucista construyó una nueva autocentralidad para Andalucía que nos proporcionaba una fuente de autoestima colectiva frente a los estereotipos dominantes, así como la capacidad para interpretar a España y a la humanidad desde nuestra propia posición autónoma.
Blas Infante acuñó los elementos simbólicos, la bandera, el himno y el escudo, con los que traducir la identidad prepolítica en un proyecto político colectivo, en una base común para el consenso identitario, en el que se pudieran desplegar democráticamente los conflictos sociales y políticos propios de una sociedad plural, como la andaluza, con profundas desigualdades.
El contenido político de la identidad andaluza era la liberación de Andalucía de su situación de pobreza, injusticia, atraso, subdesarrollo y dependencia, tal como reflejó, por ejemplo, Eloy Vaquero (1987) sobre lo ocurrido en 1903 en Córdoba en El drama de Andalucía: “Los jornaleros se pasaban los meses sin dar un peón. El ayuntamiento no los podía emplear ni socorrer. A muy pocos le fiaban ya en las tiendas. Los más decididos o más desesperados, o menos escrupulosos, merodeaban de noche por el campo, en busca de pájaros con la farola, o de aceituna por los olivares, siempre temblando por la evocación siniestra de los encargados por velar por la sagrada propiedad, quienes cuando llegaba el caso encarcelaban y bárbaramente apaleaban a los algarines”.
Andalucía
La doble desigualdad andaluza
¿Por qué Andalucía ostenta las mayores cifras de población en riesgo de exclusión social? Viajamos a las raíces de la desigualdad para averiguarlo.
En una España democrática y federal
Restaurar la historia de Andalucía, integrando todas sus culturas históricas, en especial la Andalucía musulmana, implicaba, paralelamente, transformar los cimientos ideológicos sobre los que se había construido el Estado español. Unos cimientos, defendidos de forma continuada por las oligarquías de cada momento, que identificaban la idea de España con la monarquía católica y la unidad religiosa, lograda a sangre y fuego con instrumentos tales como las expulsiones de judíos y moriscos, el poder de la inquisición o los estatutos de limpieza de sangre, sustentada en unos mitos fundacionales tales como Covadonga, Don Pelayo, la reconquista o la cruzada, que fueron recreados de forma tardía e implicaban, paralelamente, la negación de la historia integral de Andalucía.
La oligarquía española ha considerado históricamente estos cimientos ideológicos como su escudo social, de tal forma que la transición en España del Estado absolutista al Estado liberal, durante el siglo XIX, estuvo plagada de obstáculos, agravando la crisis secular del Estado español.
La liberación de Andalucía exigía, al mismo tiempo que conquistar nuestra Autonomía, que la identidad dominante política española se transformase, desde una identidad excluyente, en una identidad plural
Esos cimientos ideológicos resultaron incompatibles sobre todo con la transformación democrática del Estado español durante el siglo XX, por lo que recurrieron primero a la dictadura de Primo de Rivera y luego al genocidio programado por el franquismo, al que calificaron como una cruzada, al igual que la “reconquista”.
Frente a esta concepción excluyente de la idea de España, incompatible con el pluralismo democrático, el andalucismo político reivindicaba una Andalucía dotada de Autogobierno, en una España federal y republicana, en torno a valores universales y no particularistas, con el convencimiento de que Andalucía solo podía renacer en una España democrática y, simultáneamente, España solo podía construirse como Estado democrático mediante el reconocimiento de la identidad política de Andalucía.
La liberación de Andalucía exigía, al mismo tiempo que conquistar nuestra Autonomía, que la identidad dominante política española se transformase, desde una identidad excluyente, en una identidad plural, inclusiva y social, es decir, democrática.
Valores universales y antagonismo político social
El andalucismo histórico se construyó sobre valores universales y no particulares. Esta es su gran diferencia con respecto a otros nacionalismos periféricos españoles, hegemonizados por las burguesías industriales que ansiaban controlar unas fronteras con las que defender su producción y sus mercados. El andalucismo histórico, por el contrario, defendió los valores universales del pluralismo democrático republicano, tanto políticos como territoriales. Son los valores universales de la justicia, la libertad y la solidaridad los que impulsaron la reivindicación de justicia, libertad y solidaridad para una Andalucía empobrecida e invisibilizada.
Los resultados del referéndum del 28F provocaron una mutación constitucional al orientar en una dirección federalizante la concreción práctica del Título VIII de la Constitución española
La conexión entre andalucismo, valores universales y democracia es básica, porque la democracia se sustenta en última instancia en el axioma de la universalización de los derechos fundamentales y, por lo tanto, en el concepto de ciudadanía universal, tal como escribió Jose Luís Serrano (2013) “Todos los humanos nacen libren e iguales, todos los humanos tienen todos los derechos, todos los humanos son ciudadanos”.
Por eso el enemigo no era el Estado español, porque no se trataba de una competición entre Estados. El enemigo era la simbiosis de la oligarquía española y andaluza, el señorito rentista y la casta aristocracia, que basaban sus privilegios en el control del Estado y que negaban la Andalucía mestiza y sincrética, porque su forma de dominación implicaba el centralismo sustentado en la unidad religiosa, en su versión más intransigente y reaccionaria.
La identidad política andaluza y la conquista de la Autonomía
Las manifestaciones del 4 de diciembre de 1977 y 1979
Durante la transición democrática, los contenidos políticos de la identidad andaluza constituyeron el eje que movilizó a los andaluces y andaluzas de forma masiva y unitaria, sobre todo, durante las manifestaciones de los 4 de diciembres de 1977 y 1979 (en 1978 no hubo por respeto al referéndum constitucional). Fueron unas movilizaciones resultado de la simbiosis entre la reivindicación de Autonomía plena, la lucha por la igualdad social y la transformación democrática de España. En estos años eclosionó, además, de una cultura popular que se identificaba explícitamente con la identidad andaluza, desde Carlos Cano al rock andaluz.
El 28F y los Estatutos de Autonomías
El resultado directo de las movilizaciones andaluzas en torno a los 4 de diciembres fue la conquista del Autogobierno por la vía del artículo 151 de la Constitución mediante el referéndum del 28 de febrero de 1980, en el que el voto favorable a la vía del 151 obtuvo el 87% de los emitidos: Andalucía alcanzaba el Autogobierno y, por lo tanto, el reconocimiento constitucional de su existencia, con una institucionalidad propia, la Junta de Andalucía, dotada de personalidad jurídica única.
Al mismo tiempo, los resultados del referéndum del 28F provocaron una mutación constitucional al orientar en una dirección federalizante la concreción práctica del Título VIII de la Constitución española: “El proceso autonómico andaluz fue uno de los acontecimientos más significativos de la transición a la democracia en España. Las movilizaciones en reivindicación de una autonomía que tuviera un mismo tratamiento que las nacionalidades históricas, culminadas en el referéndum del 28 de febrero de 1980, no sólo tuvieron impacto en Andalucía, sino que alteraron sustancialmente el modelo de articulación territorial del Estado diseñado en la Constitución de 1978.” (Soto, Villa, Infante y Jaén, 2015)
Mediante el referéndum del 20 de octubre de 1981, el pueblo andaluz adoptó su primer Estatuto de Autonomía, con el 89,38% de votos favorables emitidos. El Estatuto del 81 carecía de preámbulo, pero el Pleno del Parlamento de Andalucía aprobaba, en sesión celebrada los días 13 y 14 de abril de 1983, la Proposición no de Ley 6/83 para que las ediciones oficiales del Estatuto contuvieran como preámbulo un texto en el que se reconocía la figura de Blas Infante como padre de la patria andaluza e ilustre precursor de la lucha por la consecución del autogobierno, en la vanguardia del andalucismo al luchar incansablemente por recuperar la identidad del pueblo andaluz.
Muchos de los objetivos políticos de las manifestaciones del 4D de 1977 y 1979 se habían alcanzado. El proceso había sido impulsado sobre todo por un bloque progresista formado por los partidos de izquierda y por los sindicatos y organizaciones sociales, con la participación decisiva del PSA.
El PSOE, que supo maniobrar con habilidad dentro de este bloque, consiguió rentabilizar por completo la conquista de la Autonomía por la vía del 151, logrando sus líderes, casi todos andaluces, el gobierno del Estado en 1982 por mayoría absoluta, y el gobierno en la Junta de Andalucía durante 36 años, en buena parte por aparecer como el partido que había logrado imponer el reconocimiento de los resultados del 28F. Este impulso lo convirtió en el único partido que, desde entonces, ha articulado los distintos subsistemas políticos territoriales en España.
El nuevo Estatuto de Autonomía de Andalucía, aprobado en referéndum el 18 de febrero de 2007 con el 87,45% de los votos favorables emitidos, está dotado de un preámbulo en el que se describen los rasgos geográficos, culturales, sociales y políticos de la identidad política andaluza. Este preámbulo comienza así: “Andalucía, a lo largo de su historia, ha forjado una robusta y sólida identidad que le confiere un carácter singular como pueblo”. El reconocimiento de la identidad política de Andalucía en el preámbulo del Estatuto de 2007 tiene una significación extraordinaria por cuanto eleva a categoría jurídica la identidad política de Andalucía.
Andalucía
Pérez Trujillano: “Andalucía ha tenido un papel protagonista en todos los momentos constituyentes”
Premio Memorial Blas Infante 2017, Pérez Trujillano defiende que Andalucía es la pieza clave para comprender los procesos constituyentes en el Estado español del pasado y del futuro.
El Estatuto del 81, en su artículo 1º, vinculaba a Andalucía, de forma indirecta, con el concepto de nacionalidad: “Andalucía, como expresión de su identidad histórica y en el ejercicio del derecho al autogobierno que la Constitución reconoce a toda nacionalidad, se constituye en Comunidad Autónoma…”.
Dando un paso más allá, el Estatuto de 2007 calificaba directamente a Andalucía como nacionalidad histórica, también en su artículo 1º: “Andalucía, como nacionalidad histórica y en el ejercicio del derecho de autogobierno que reconoce la Constitución, se constituye en Comunidad Autónoma…”
Frente al dualismo nación o región, cuyos significantes se identifican, respectivamente, con plena soberanía o ninguna soberanía, lo que nos conduce a un escenario formal, sin relación con la realidad de este mundo globalizado que está determinada por la interdependencias económicas y políticas, el concepto de nacionalidad establece una categoría intermedia que se puede identificar con la idea de soberanía compartida, lo que nos sitúa en un territorio mucho más real, el de distribución de competencias.
Como ha defendido Ramón Maíz (2018) “La liquidación de la idea de soberanía (absoluta, ilimitada, indivisible) abre el espacio teórico necesario para pensar el poder abandonando las sólitas metáforas de la jerarquía y la verticalidad, para posibilitar una nueva cartografía política basada en la competencia (distribución de competencias entre diversos centros de decisión y control) y en la horizontalidad (una estructura en red que desplace la visión piramidal en niveles superiores e inferiores)”.
La dimensión europea
La integración en 1985 del Estado español, y por consiguiente de Andalucía, en la entonces Comunidades Europeas, estableció una nueva dimensión para los referentes de pertenencia política de Andalucía. La voluntad mayoritaria de pertenencia de Andalucía a la Unión Europea encuentra su expresión más clara en los resultados del Referéndum sobre la Constitución europea, celebrado el 20 de febrero de 2005, en el que el sí obtuvo, en todas las provincias andaluzas, un porcentaje superior al 81% de los votos.
40 años desde el 28F: un balance positivo pero insuficiente
Andalucía ha cambiado radicalmente
Coincidimos con la interpretación de González de Molina y Gómez Olivar (Coords.) (2000), sobre la situación de pobreza, injusticia, atraso, subdesarrollo y dependencia de Andalucía, durante los siglos XIX y gran parte del XX:
La historia de Andalucía contemporánea podría entenderse como resultado de la importación y posterior imposición de un modelo de desarrollo extraño, propio de otras latitudes más frías y húmedas, que provocó graves daños sociales y ambientales, para el que además se tenían limites muy serios.” (p.26) y “Supone, finalmente, entender las carencias en el crecimiento económico, en el crecimiento agrario o en la industrialización no como una patología social, sino como producto de la escasa adaptabilidad tecnológica y ambiental de las grandes fases de desarrollo económico: sólo cuando fue posible ampliar el radio de los flujos de energía y materiales y se pudieron superar (aparentemente) los límites ambientales, las economías mediterráneas como la andaluza pudieron convertir algunas de sus desventajas en ventajas comparativas y emprender el camino del crecimiento económico,
La principal frustración durante la etapa autonómica ha sido que no hemos conseguido romper la brecha de desigualdad relativa con respecto a la media española y europea. La economía andaluza sigue siendo una economía periférica y dependiente
En los 41 años que han pasado desde el triunfo en el referéndum del 28F, los avances en Andalucía son constatables por todos los indicadores económicos, sociales, culturales, de infraestructura, etc. En este período, hemos construido una administración autonómica que, con todos sus defectos, supone un hito histórico en la historia de Andalucía. Somos una sociedad eminentemente urbana, con un sistema territorial equilibrado en el que destacan las ciudades medias. Los avances en libertades, renta media, igualdad de género, esperanza de vida, servicios públicos, eliminación en la práctica de la mortalidad infantil (0,4%), formación, conectividad, autovías y autopistas, líneas de ferrocarril, espacios naturales o alimentación, por citar algunos factores, han sido muy importantes. En unas palabras, Andalucía ha cambiado radicalmente en este breve tiempo histórico.
González de Molina (2014) lo ha expresado con claridad:
Aunque no en la misma medida que en otras zonas del Estado o de la Unión Europea, Andalucía tiene una economía cuyos rasgos estructurales son semejantes. Posee, incluso, sectores en este tipo de nueva economía que son competitivos en el ámbito internacional (turismo, agroalimentación, energías renovables, aeronáutica, etc.). No obstante, seguimos teniendo problemas serios que amenazan esta situación y que impiden aprovechar las oportunidades para generar un modelo económico más sostenible que se aleje de la construcción, del turismo de baja calidad o de la industria más sucia, bases del anterior modelo económico y una de las causas más relevantes de la crisis económica actual. En cualquier caso, Andalucía ya no es un país subdesarrollado. Puede considerarse un país en crisis, con una economía precaria y dependiente (hoy casi todos lo son, aunque unos más que otros), pero no subdesarrollado. Lo muestra un hecho incontrovertible: Andalucía ha pasado de ser un país de emigrantes a un país de inmigrantes. Este fenómeno refleja claramente el cambio económico, social y cultural que ha experimentado Andalucía. Si hace 30 años la agricultura tenía aún un peso decisivo en la economía, en el empleo y en el imaginario de los andaluces, hoy ese peso es inferior al 9 % del PIB y menos de 8 % del empleo. Nuestro medio rural es aún grande, pero este hecho se considera un rasgo muy positivo para la articulación y manejo del territorio.”
La implantación de nuestra Autonomía ha coincidido con la etapa de la globalización neoliberal y con la revolución de las comunicaciones. Los cambios culturales han sido vertiginosos, hasta el punto de haber supuesto una transformación antropológica de nuestros hábitos de vida, aunque la cualidad sintética de la identidad andaluza los haya asimilado en una metamorfosis continua, poniendo en valor una de sus funcionalidades más importantes: la capacidad adaptativa a los cambios.
Andalucismo
¿Qué es eso del “Nuevo Andalucismo”?
Actualmente, han surgido nuevas expresiones culturales ligadas explícitamente a la identidad andaluza en la música, la literatura, los medios de comunicación tradicionales o en las redes sociales, en la moda, etc. muchos de ellas provenientes de espacios alternativos.
Una sociedad moderna con una economía precaria y dependiente que provoca una desigualdad endémica
Los cambios han sido muy importantes, pero no han logrado cumplir las expectativas ni las necesidades de las clases populares de tener una vida en la que las necesidades básicas estén garantizadas, sobre todo un trabajo digno y el acceso factible a la vivienda. En una encuesta de hace escasos meses (Junta de Andalucía, septiembre de 2020) a la pregunta ¿considera que Andalucía es una Comunidad a la que se le ha sacado todo el provecho posible?, el 78,3% respondía negativamente.
La principal frustración durante la etapa autonómica ha sido que no hemos conseguido romper la brecha de desigualdad relativa con respecto a la media española y europea. La economía andaluza sigue siendo una economía periférica y dependiente, con insuficiente peso industrial y financiero y sin apenas centros de poder político y económico, con excepción de los del poder autonómico. La escasa participación del PIB andaluz (13%) en la producción española, en relación con el porcentaje de nuestra población (18%), el limitado peso de la producción industrial y, por el contrario, la hipertrofia de sectores de servicio como el turismo, la dependencia de los combustibles fósiles, etc. explican las tasas diferenciales de paro y pobreza.
Tras más de 35 años gobernado en la Junta, el PSOE-A no ha sido capaz de poner las bases para superar la desigualdad y la dependencia, más preocupado por utilizar las instituciones autonómicas para tener resultados electorales a corto plazo, con deriva incluso hacia el clientelismo político
Lo más característico de esta situación es su carácter endémico, persistente y estable, por lo que no responde solo a situaciones coyunturales, sino que tiene un carácter estructural.
Desde la crisis de 2008, esta situación de desigualdad relativa, con respecto a la media española y europea, ha empeorado. En un reciente y exhaustivo estudio sobre la desigualdad territorial en España (Cañón y Ruiz-Huerta, 2020), se destaca:
la permanencia de Andalucía en la primera posición del ranking de desigualdad durante todo el periodo considerado. Como se verá posteriormente, ese problema, de gran magnitud, está conectado a una mayor incidencia también de la pobreza, la privación severa y el desempleo. La combinación de distintos problemas relacionados con el proceso de distribución de los recursos pone en un lugar central a esta Comunidad, junto a Extremadura, siendo en ambos casos regiones en las que sería más necesaria la aplicación de políticas redistributivas y/o de lucha contra la pobreza. La desigualdad en Andalucía creció notablemente durante el periodo de crisis y apenas se redujo en los años posteriores de recuperación.” Es más, “Andalucía destaca como la región que muestra de forma persistente una de las mayores tasas de privación severa.
Las causas hay que buscarlas en una doble dirección. Por un lado, en la responsabilidad del PSOE-A que, tras más de 35 años gobernado en la Junta, no ha sido capaz de poner las bases para superar la desigualdad y la dependencia, más preocupado por utilizar las instituciones autonómicas para tener resultados electorales a corto plazo, con deriva incluso hacia el clientelismo político, que por impulsar cambios estructurales a medio y largo plazo. El macro juicio de los ERES es un triste final para su larga y seminal etapa de gobierno en la Junta de Andalucía.
Por otro, la deficiente articulación territorial del Estado Autonómico, que ha generado una dinámica de compartimentos estancos en las Comunidades, al mismo tiempo que ha permitido el hiperdesarrollo fáctico del centro, por la concentración financiera, política y de infraestructuras. Y es que el Estado Autonómico es un Estado federal incompleto, al que le falta sobre todo la articulación territorial que permita vencer de una vez por toda al centralismo, estableciendo mecanismos constitucionales de cogobernanza y políticas de solidaridad interterritorial eficaces, de forma que podamos avanzar también en Andalucía hacia una autonomía estratégica en términos energéticos, industriales, tecnológicos, de infraestructura y financieros.