Análisis
Trump, la intensificación de la estrategia contra China

Con la victoria de Donald Trump, Estados Unidos reforzará su Pivot to Asia, estrategia destinada a presionar a China para evitar que se consolide como potencia contrahegemónica.

La victoria de Donald Trump en las elecciones del 5 de noviembre supuso un terremoto de dimensiones globales. Acompañado por un notable refuerzo republicano en el poder legislativo, y a pesar de que la hipótesis de un retorno del magnate a la Casa Blanca siempre estuvo encima de la mesa, lo cierto es que, en cierta medida, el resultado tomó por sorpresa a analistas y líderes mundiales, particularmente por la contundencia del éxito. A lo largo de la campaña, Donald Trump había insistido en su enfoque aislacionista y en su tendencia a minimizar la importancia concedida desde Washington a Ucrania y Rusia.

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Si bien las instituciones democráticas formales permanecen intactas, el poder real para dar forma a la vida cotidiana ha pasado drásticamente a manos de fuerzas de mercado irresponsables.

En este sentido, la discrepancia entre demócratas y republicanos se ha visto acentuada desde la invasión rusa en 2022. El gobierno de Joe Biden mantuvo una perspectiva atlantista, hecho que habría persistido en una eventual (hoy, ya, imposible) presidencia de Kamala Harris. La ayuda financiera y armamentística a Ucrania, si bien matizada, se habría visto con toda probabilidad sostenida en el tiempo. Los demócratas han sido favorables a una presión contra Rusia en el escenario ucraniano que desgaste las capacidades de Moscú de ejercer como contención antiestadounidense en beneficio de China.

Mientras la guerra ruso-ucraniana se perfilaba como un innecesario dolor de cabeza para una nueva administración trumpista, el caso de la disputa con China es exactamente el contrario: demócratas y republicanos coinciden en la doctrina del Pivot to Asia; es decir, que Estados Unidos ha de enfocar su política exterior y sus recursos militares, diplomáticos y económicos en presionar a China en Asia-Pacífico. De esta forma, Washington busca limitar la consolidación de Pekín como gran actor contrahegemónico no alineado con el esquema de poder estadounidense y occidental.

China, más prioritaria que nunca

Los relativos fracasos de la guerra comercial de Estados Unidos contra la economía china, así como las limitaciones que demócratas y republicanos han enfrentado a la hora de tomar posiciones diplomáticas con actores regionales, elevan el carácter de urgencia del Pivot to Asia. Hace casi veinte años que la administración Obama, que empezaba por aquel entonces a dar sus primeros pasos, decretó el giro estratégico hacia Asia. Desde entonces, lo evidente es que el bloque no ha logrado su objetivo primario: impedir el asentamiento del orden multipolar.

Donald Trump buscará recrudecer la disputa contra China, intensificando además los métodos; el tiempo no parece jugar a favor de Estados Unidos. Aunque es probable que el nuevo ejecutivo trumpista no abandonará inmediatamente el escenario de Oriente Medio, sí está convencido de la necesidad de destinar buena parte de los recursos de disuasión militar a Asia-Pacífico.

China será el núcleo del interés estadounidense, pues es Pekín quien cuestiona en mayor medida el sueño unipolar de las élites norteamericanas y sus aliados en Europa y otras regiones

Trump podría apoyar a Israel en Gaza, Líbano e Irán, sí, pero es posible que exija a Netanyahu una suerte de aceleración —las nominaciones de figuras “turbosionistas” para su gabinete refuerzan esta idea—, a cambio de algo parecido a una paz antes de 2026. Es decir, el nuevo gobierno en Washington daría “manga ancha” a Tel Aviv para que avance todo lo que pueda a lo largo de 2025, buscando así una especie de paz sobre “lo logrado” que permita derivar recursos a Asia y concentrar los que queden en Oriente Medio en torno a Irán.

En cualquier caso, China será efectivamente el núcleo del interés estadounidense, pues es Pekín quien cuestiona en mayor medida el sueño unipolar de las élites norteamericanas y sus aliados en Europa y otras regiones. Sin buscar el colapso del Gigante asiático o, en su defecto, su debilitamiento relativo, será imposible retornar al esquema de poder de la década de los noventa y los primeros años del siglo XXI.

De hecho, la narrativa trumpista de la reindustrialización nacional está estrechamente ligada con el Pivot to Asia: dado que la competitividad de las industrias chinas se ha logrado mediante prácticas “desleales” —que se parecen, sospechosamente, a las empleadas por las principales economías occidentales durante su fase de crecimiento—, y considerando que es esta misma competitividad la que atenta contra los intereses de la clase trabajadora nativa estadounidense, presionar a China militar, comercial y diplomáticamente es, en esencia, “defender” a los trabajadores de Estados Unidos.

La agresividad antichina del trumpismo, enmarcada en el Pivot to Asia, es parte también de una ofensiva cultural. La problemática del fentanilo, evidencia del negligente sistema de salud pública y prevención de problemas asociados a la drogadicción de Estados Unidos, ha sido empleada durante la campaña como parte de la arquitectura discursiva contra Pekín. Howard Lutnick, el nominado por Donald Trump para la secretaría de Comercio, llegó a asegurar que la droga estaba siendo introducida directamente por China para “atacar desde dentro” a la clase trabajadora norteamericana.

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Los hombres de Trump

Aunque la mayoría han de recibir todavía el aval del Senado estadounidense, los nombres puestos encima de la mesa evidencian la voluntad de Trump de incidir en la lógica del Pivot to Asia contra China. JD Vance, el elegido por Trump para ser su candidato a la vicepresidencia (y, por ende, hoy vicepresidente electo), Marco Rubio, su secretario de Estado, Pete Hegseth, su secretario de Defensa, Howard Lutnick, su secretario de Comercio o Mike Waltz, su consejero de Seguridad Nacional. Todos coinciden, a grandes rasgos, en el enfoque respecto a China.

Lutnick, sin ir más lejos, fue uno de los nombres propios que en mayor medida mencionó la idea del fentanilo chino. Además, ha sido seleccionado por Trump para el área destinada a las políticas arancelarias, pues se ha manifestado favorable a un arancel del 60% para todos los productos chinos —una de las ideas sostenidas por el presidente electo durante la campaña—. La batalla arancelaria, pues, debería ser un pilar más firme de lo que ya lo fue con Biden o con el primer Trump. A través de esta presión, Washington aspira a limitar o detener el crecimiento económico chino, que es la base de su consolidación como potencia contrahegemónica.

Rubio ocupará la cartera más importante de la política exterior estadounidense: será el secretario de Estado. Es cierto que su nominación responde en cierta medida al peso del electorado latino en las elecciones, pues Rubio (de ascendencia cubana) se ha mostrado como senador particularmente agresivo contra gobiernos regionales como el cubano o el venezolano. Sin embargo, y a pesar de que es reseñable que Trump otorgue esta cartera a un perfil “latinoamericanista”, no es menos notoria su posición al respecto de China.

Rubio fue protagonista, desde el Senado, en varias campañas contra el Gobierno chino, en particular las relacionadas con Huawei, Tiktok y la minoría uigur en la región occidental de Xinjiang. Con nombres como Rubio, Lutnick o el propio Vance, es previsible pues que Estados Unidos intensificará su agresividad contra China, incluso aunque haya ciertas discrepancias al respecto en algunos sectores del capitalismo norteamericano.

Si Trump logra “apagar los fuegos” en Ucrania y Oriente Medio, podrá desviar recursos militares a Taiwán y, en general, al Asia-Pacífico

Las alianzas regionales aspiran a ser decisivas en el apartado diplomático de la estrategia antichina. La incipiente “tríada” con Japón y Corea del Sur, el AUKUS con Reino Unido y Australia o el Quad, con Japón, Australia e India, acompañan la que apunta a ser la alianza más importante de Washington: la de la isla de Taiwán. Allí, los sectores anticomunistas y favorables a los intereses occidentales en Asia-Pacífico han ganado tres elecciones consecutivas, consolidando el protonacionalismo taiwanés en oposición a quienes defienden una reunificación con la China continental.

La “nueva” fase de la política exterior de Estados Unidos no es estrictamente “nueva”. Se trata, en realidad, de la intensificación de dinámicas ya existentes. Con Obama, primero, con Trump, después, con Biden, nuevamente, y ahora con Trump, Washington y su esquema colectivo de poder han puesto el foco en la presión contra China desde 2008. Lo que probablemente cambie sea la magnitud de dicha estrategia.

Comercialmente, el ascenso a un 60% generalizado de aranceles para productos chinos es un salto notable. Estratégicamente, este mandato será crucial. Si Trump logra “apagar los fuegos” en Ucrania y Oriente Medio, podrá desviar recursos militares a Taiwán y, en general, al Asia-Pacífico. De lograrlo, la dinámica multipolar podría tornarse bipolar. Si Washington no lo logra, es esperable que la consolidación china sea casi irreversible. El próximo lustro marcará la geopolítica del siglo XX… y el primer gran evento ha sido la victoria de Trump.

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