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Tras una victoria aplastante e histórica de Donald Trump, que le ha permitido recuperar la presidencia de Estados Unidos, la narrativa convencional se ha centrado en gran medida en la polarización partidaria, la desinformación y las fortalezas o debilidades de cada candidato. También parece que dentro del Partido Demócrata se está dando cuenta de que el hecho de no centrarse en las poblaciones y políticas de la clase trabajadora ha catalizado su dramática derrota.
Sin embargo, este análisis superficial pasa por alto la crisis más profunda que está en juego, que no se origina sólo en el populismo de derecha, sino en la estructura misma del capitalismo moderno. Para entender el atractivo duradero de Trump es necesario examinar cómo las fuerzas del mercado han ido vaciando gradualmente la promesa democrática, creando las condiciones para que florezcan alternativas autoritarias. El enfoque tradicional en la defensa de las instituciones democráticas contra las amenazas de la derecha, si bien es necesario, pasa por alto hasta qué punto la lógica del mercado ha erosionado la fe en la resolución de problemas por la vía democrática.
La ilusión de la democracia de mercado
Durante casi cinco décadas, a los estadounidenses se les ha dicho que los mercados libres y la democracia son gemelos inseparables, que cada uno se refuerza y fortalece mutuamente. La realidad que experimentan millones de personas cuenta una historia diferente. Si bien las instituciones democráticas formales permanecen intactas, el poder real para dar forma a la vida cotidiana ha pasado drásticamente a manos de fuerzas de mercado irresponsables y de las salas de juntas corporativas.
Este culto al CEO se ha arraigado tanto que incluso los críticos de Trump a menudo se centran en sus fallas personales como hombre de negocios
Los costos de la atención médica, la asequibilidad de la vivienda, el estancamiento salarial, la inflación, la ansiedad climática, las guerras aparentemente eternas alimentadas por los fabricantes de armas: en una cuestión tras otra, los votantes ven a sus representantes electos parecer impotentes ante las presiones del mercado y los intereses corporativos.
La influencia omnipresente de la ideología de mercado se extiende mucho más allá de las decisiones políticas explícitas. Conforma nuestra propia concepción de qué cambios son posibles y quién puede implementarlos eficazmente. La elevación de los ejecutivos de empresas como los principales solucionadores de problemas de la sociedad refleja décadas de mensajes culturales según los cuales la experiencia del sector privado prevalece sobre el servicio público. Este culto al CEO se ha arraigado tanto que incluso los críticos de Trump a menudo se centran en sus fallas personales como hombre de negocios en lugar de cuestionar la suposición de que la perspicacia empresarial se traduce en capacidad de gobernar.
Esta brecha entre los derechos democráticos teóricos y la impotencia práctica crea un terreno fértil para los llamamientos autoritarios. Cuando los procesos democráticos tradicionales parecen incapaces de abordar las preocupaciones materiales, los votantes se vuelven más receptivos a los líderes que prometen eludir o derribar por completo el sistema. El atractivo de Trump se basa en gran medida en su imagen de ejecutivo de negocios decisivo que puede “lograr que se hagan las cosas” fuera de los canales políticos normales, una noción que refleja décadas de mensajes culturales que elevan a los directores ejecutivos a los líderes y agentes de cambio más eficaces de la sociedad. La creencia de que la experiencia empresarial de los ejecutivos se traduce en una gobernanza eficaz revela hasta qué punto la lógica del mercado ha colonizado nuestra imaginación política.
Décadas de estancamiento salarial, desindustrialización y creciente desigualdad han creado un contexto en el que los mensajes antidemocráticos encuentran audiencias dispuestas
La estrategia del establishment demócrata de hacer campaña defendiendo principalmente el statu quo anterior a Trump muestra la pobreza y la “política extrañamente vacía” del pensamiento liberal dominante actual. Si bien la vicepresidenta Kamala Harris hizo hincapié en la competencia y la normalidad, este mensaje resuena mal entre los votantes que sintieron que la “normalidad” anterior no funcionaba para ellos. El predominio de la ideología de mercado ha convencido a muchos de que no existen alternativas reales a los acuerdos actuales. Incluso cuando enfrentamos amenazas a la civilización como el cambio climático —que los mercados es un hecho que no pueden resolver— las propuestas políticas siguen atrapadas en marcos basados en el mercado.
Esta camisa de fuerza ideológica limita las respuestas a los problemas sociales más acuciantes. La asequibilidad de la vivienda se aborda mediante créditos fiscales y ajustes de zonificación en lugar de mediante la provisión pública directa. La reforma de la atención sanitaria se centra en la regulación del mercado de seguros en lugar de tratar la salud como un bien público. El cambio climático se filtra a través de los mercados de carbono y los incentivos fiscales en lugar de la planificación democrática. El menú de políticas resultante parece técnico y poco inspirador para los votantes que buscan un cambio fundamental.
Las raíces materiales de la decadencia democrática
El predominio continuo del fundamentalismo de mercado no existe en el vacío; se ve reforzado por condiciones materiales que hacen que millones de personas se sientan económicamente inseguras y políticamente impotentes. Décadas de estancamiento salarial, desindustrialización y creciente desigualdad han creado un contexto en el que los mensajes antidemocráticos encuentran audiencias dispuestas. La pandemia de Covid-19 y la consiguiente avaricia intensificaron esta dinámica. Mientras las corporaciones registraban ganancias récord al mismo tiempo que los trabajadores luchaban contra el aumento de los precios, la desconexión entre los ideales democráticos y la realidad económica se hacía cada vez más evidente.
El afianzamiento del poder del mercado condiciona todos los aspectos de la vida cotidiana. Los trabajadores se enfrentan a condiciones de empleo cada vez más precarias, y los empleos estables han sido sustituidos por trabajos temporales y por contratos de obra. Las comunidades observan impotentes cómo las deslocalizaciones corporativas devastan las economías locales. Los jóvenes llegan a la edad adulta agobiados por la deuda estudiantil y excluidos de los mercados inmobiliarios. Cada una de estas experiencias refuerza la sensación de que la ciudadanía democrática no ofrece ningún poder real sobre las condiciones económicas.
El fracaso de los partidos de centroizquierda para articular alternativas significativas al dominio del mercado deja el campo abierto para que los populistas de derecha canalicen el descontento económico
Esta indefensión aprendida frente a las fuerzas del mercado crea una oportunidad y un deseo de recuperar el control que los populistas autoritarios aprovechan con entusiasmo. Cuando los procesos democráticos parecen incapaces de abordar los desafíos fundamentales, las promesas de simplemente anularlos o abolirlos ganan atractivo. El regreso de Trump no se trata simplemente de política partidista o personalidad individual: refleja una crisis más profunda de fe en la capacidad de la democracia para resolver problemas bajo las limitaciones de la supremacía del mercado.
Es necesario imaginar y crear un tipo diferente de economía y sociedad donde el lucro no sea la prioridad por sobre otros aspectos de nuestra existencia
El fenómeno se extiende más allá de las fronteras estadounidenses. A nivel mundial, estamos entrando cada vez más en la “era del hombre fuerte“, siendo testigos de un patrón de ascenso al poder de líderes autoritarios que prometen subordinar las fuerzas del mercado a los intereses nacionales. Si bien estas promesas suelen resultar huecas, su atractivo refleja una frustración genuina por la aparente impotencia de la democracia frente a las presiones del mercado global. El fracaso de los partidos de centroizquierda para articular alternativas significativas al dominio del mercado deja el campo abierto para que los populistas de derecha canalicen el descontento económico.
Esta dinámica afecta particularmente a las generaciones más jóvenes, que crecieron enteramente en la era neoliberal y su “realismo capitalista”. Al no haber vivido nunca un período en el que la gobernanza democrática pareciera capaz de dirigir los resultados económicos, muchos ven la política principalmente como un espectáculo cultural, en lugar de un medio para afectar las condiciones materiales. El cinismo resultante erosiona aún más la legitimidad de la democracia como herramienta para la resolución colectiva de problemas.
El éxito exige trascender la falsa elección entre fuerzas de mercado irresponsables y poder estatal autoritario. El control económico democrático no significa burocracia centralizada, sino construir instituciones y movimientos que permitan a las comunidades determinar las prioridades de inversión, las condiciones de trabajo y los patrones de desarrollo. Es necesario imaginar y crear un tipo diferente de economía y sociedad donde el lucro no sea la prioridad por sobre otros aspectos de nuestra existencia. Los riesgos de esta elección se hacen cada vez más claros a medida que se acerca el regreso de Trump al poder. Denunciar simplemente sus tendencias antidemocráticas y aceptar el dominio antidemocrático del mercado es una receta para el fracaso. La verdadera renovación democrática exige desafiar tanto al autoritarismo de derecha como al fundamentalismo de mercado que lo alimenta. El momento exige una reconsideración fundamental de la relación entre democracia y poder económico: pasar de un sistema en el que la democracia se detiene en el margen del mercado a uno en el que los principios democráticos dan forma a la vida económica misma.
Recuperando el poder democrático
El camino a seguir exige ir más allá de la simple defensa de las instituciones democráticas existentes y avanzar hacia una perspectiva de control económico democrático. Esto significa generar poder en los lugares de trabajo, las comunidades y los espacios políticos para someter a las fuerzas del mercado a la supervisión y dirección democráticas. La clave para derrotar al populismo autoritario no radica simplemente en defender el statu quo, sino en demostrar que la acción democrática puede mejorar significativamente la vida de las personas.
Esta concepción ampliada de la democracia debe ir más allá de los derechos políticos formales y abarcar la toma de decisiones económicas. Las iniciativas de la banca pública que buscan el control democrático de los flujos financieros, la democracia en el lugar de trabajo que amplía la voz de los trabajadores en la gobernanza corporativa y el control comunitario sobre el desarrollo y los servicios locales apuntan a futuros posibles en los que las fuerzas del mercado sirvan a la voluntad democrática en lugar de anularla.
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El resurgimiento de Trump o la inexistencia de alternativa de politicas de izquierdas ???
Empecemos por que los gobiernos llamados progresistas hagan unas verdaderas políticas de izquierda al servicio de la gente.
Para poder dar satisfacción a los ciudadanos insatisfechos, que entregaron su voto a Trump y sus políticas, es necesario crecimiento económico; y para esto, son necesarias dos cosas: saquear lo que queda de naturaleza, y saquear a otros seres humanos.