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Agrotóxicos
Relaciones tóxicas
La investigadora Birgit Müller habla de la historia de amor entre agricultores y el glifosato. Müller argumenta que el amor por los pesticidas se manifiesta, por ejemplo, en el amor por campos homogéneos y “limpios”, imperativo de la agricultura productivista. No cabe duda de que hay amor, pero la relación entre agricultores y pesticidas se puede explicar también como una verdadera historia de destrucción, una relación tóxica.
Que los pesticidas dañan la salud humana y el medio ambiente está más o menos probado (la falta de consenso científico es inherente a la naturaleza de estos químicos y a las prácticas de las empresas que los producen, como bien argumenta Vincanne Adams en el libro Glyphosate and the Swirl) y en cualquier caso parece lógico que tirar millones de toneladas de productos químicos diseñados para matar sobre los campos donde producimos comida no puede ser bueno. A los agricultores, además, los pesticidas les dañan de más maneras. Estos son la base de la agricultura moderna industrializada, productivista y explotadora que está matando la agricultura como la conocemos, un modelo de agricultura que hace imposible la supervivencia de los agricultores en condiciones dignas.
Se ha puesto el foco estos días en que los pesticidas usados en otros países con regulación medioambiental más laxa están ahogando a los productores (también, muy probablemente y de manera literal, a los trabajadores de campo de esos países). Pese a los grandes reclamos de los pesticidas, la eficiencia y la productividad, sabemos que la agricultura productivista y las lógicas del mercado generan sobreproducción de muchos alimentos con consecuentes bajadas de precios, en un contexto en el que los agricultores tienen poco o nulo control sobre los precios de los alimentos que producen.
Los pesticidas, cuyos centros globales de producción están en India, China o Malasia, nos han atado a un modelo productivo y a las grandes agroempresas multinacionales que hacen negocio con cada pieza de este
No se habla tanto de que, por muchos años, los pesticidas han matado polinizadores, han dañado los suelos, han contaminado el agua que bebemos y con la que regamos, han creado resistencias en plagas y plantas adventicias, y han estropeado cultivos “accidentalmente”. Los pesticidas, cuyos centros globales de producción están en India, China o Malasia, nos han atado a un modelo productivo y a las grandes agroempresas multinacionales que hacen negocio con cada pieza de este. Estos compuestos, en contra del imaginario popular de la agricultura productivista, también han hecho la agricultura más difícil.
Se dice que los biocidas simplifican la agricultura, pero lo hacen sobre todo cerrando el debate sobre cómo vamos a producir comida de manera (social-económica-ambientalmente) sostenible en el futuro. Los pesticidas (y el lobby agroquímico que los controlan) cierran posibilidades de imaginar una agricultura gobernada de manera radicalmente diferente a lo que conocemos.
El objetivo de reducción de agrotóxicos marcado por el Pacto Verde en 2020 había abierto una ventana a una agricultura diferente, si bien es verdad que no estuvo nunca bien implementado (se puede cuestionar si estuvo implementado realmente). Para tal reducción, no sólo han de prohibirse ingredientes activos. También se debe trabajar conjuntamente con los técnicos que asesoran a los agricultores, debe hacerse una introducción masiva de nueva maquinaria (minimizando trámites burocráticos), formación práctica para usarla y acompañamiento, e iniciativas de intercambio de experiencias y conocimiento. Los planes de reducción deben de hacerse desde una visión local que tenga en cuenta las realidades socio-económicas y ecológicas de cada región y tipo de cultivo.
El giro de la Comisión Europea anunciado el martes sobre frenar los objetivos de reducción de pesticidas muestra que no habrá una agricultura diferente en la UE por ahora
Ha de haber un debate informado sobre qué tecnologías van a sustituir a los pesticidas, no unos eslóganes fáciles sobre los beneficios de una digitalización caída del cielo (del cielo de las empresas tecnológicas). La digitalización/automatización puede llegar a ayudar, sí, pero no han de subestimarse sus limitaciones que son reconocidas por usuarios e incluso fabricantes cuando se analizan las posibilidades reales de la tecnología en mejorar tareas concretas (más allá de recoger datos y ayudar a los agricultores a tomar decisiones). Esta digitalización —incluido el cuaderno de campo digital— no favorece a los pequeños agricultores, si no a los grandes y a las empresas de servicios. La digitalización no va a parar, pues, las protestas.
Y más allá, la reducción del uso de pesticidas no puede tratarse de manera aislada dentro de la política agraria. Debe acompañarse de mejoras de la renta agraria (una subida del precio de los alimentos se ve como inaceptable, pero no lo sería si el precio de la vivienda bajara drásticamente) que hagan viables, económica y emocionalmente mejoras en las fincas.
El giro de la Comisión Europea anunciado el martes sobre frenar los objetivos de reducción de pesticidas muestra que no habrá una agricultura diferente en la UE por ahora. Los pesticidas, reguladores de vida y de muerte, se usan otra vez para alargar —de manera artificial— la promesa del paradigma “modernizador” de la agricultura, que no se ha preocupado hasta ahora de la muerte del agricultor pequeño y mediano.
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