Opinión
Cáceres: ¿cultural o turística?

Uno de los debates pendientes, también, en la ciudad de Cáceres, es el que debe determinar su modelo turístico y cultural, en permanente tensión con el negocio y el mercado.
Vista de Cáceres
Vista del Casco Histórico de la ciudad de Cáceres. Foto: Gunnar Ridderström
15 abr 2021 09:00

Cuando transitas al mismo tiempo por dos caminos profesionales distintos pero peligrosamente afines, como la cultura y el turismo, es fácil entrelazar y confundir el ámbito de cada uno. En mi caso particular he procurado desde el principio, y aún lidio con ello frecuentemente, mantener bien diferenciadas las cuestiones de interés cultural (como historiador) de las de interés turístico (como guía oficial de turismo). No siempre es posible evitar las contradicciones pero digamos que la Cultura —“mayusculicémoslo”— es aquella que persigue la rentabilidad social —es decir, nos humaniza— mientras que el turismo comúnmente queda circunscrito a la rentabilidad económica —y esto, de manera muy habitual, es potencialmente deshumanizador—.

Esto no supone, como muchas personas creen, que la Cultura tenga que ser gratis, es más, sus trabajadores deberían de gozar de mayor prestigio social en tanto que “desaborregan”. Tampoco lo cultural es ineludiblemente ocioso, como otros tantos se afanan en afirmar, puesto que se trata de una necesidad para “el ser” (humano) y no solo para “el estar” o “el disfrutar” (el momento). Luego surgen expresiones como “turismo cultural” —que normalmente quiere decir “turismo patrimonial”, a no ser que se viaje con el objetivo real de aprender y reflexionar— que distorsiona la realidad de muchas ciudades en nuestros días.

El turismo es a menudo un lobo para la cultura. Dicho de otro modo, el apartamento turístico termina por expulsar al vecino de toda la vida. Parece ser que hoy se aprecia más al que viene que al que está

Y en estas estamos, dejando ya de teorizar, cuando nos surge la reflexión sobre Cáceres, ciudad que hace unos años aspiró a ser declarada Capital Europea de la Cultura. Desde mucho antes en Extremadura se daba por hecho que Cáceres era su capital cultural, sin duda fundamentado ello en el extraordinario patrimonio histórico conservado y en el peso de la universidad extremeña en la ciudad. Pero ni la capitalidad europea se consiguió en 2016 ni la condición patrimonial o universitaria ofrecen vitalidad cultural por sí mismas. Cáceres sigue gozando de una potencialidad enorme para constituirse en un centro culturalmente atractivo pero la falta de perspectiva estrictamente cultural del grueso de su sociedad civil y política impide una explosión definitiva.

Las autoridades públicas y empresariales cacereñas —en otras ciudades extremeñas y españolas ocurre lo mismo— se han decantado por el turismo. Cierto que la mayoría de los políticos y del resto de los ciudadanos (hay excepciones, por supuesto) piensan que apostar por el desarrollo turístico es hacerlo por la Cultura, pues desconocen la diferencia entre ambos conceptos. Pero nada más lejos de la realidad, el turismo es a menudo un lobo para la cultura. Dicho de otro modo, el apartamento turístico termina por expulsar al vecino de toda la vida. Parece ser que hoy se aprecia más al que viene que al que está. La inercia de Cáceres es, lamentablemente, convertirse en una ciudad de visita, sin vida.

Si no fuera así, todavía pervivirían en la parte antigua algunas facultades de la Universidad de Extremadura o habría bibliotecas u otros espacios culturales que mantuvieran la vitalidad cacereña en el casco histórico. Ha habido oportunidades de establecer la Escuela Oficial de Idiomas o el Conservatorio de Música en edificios históricos, pero los proyectos han fracasado. Se ha preferido que, por ejemplo, el Palacio de Godoy se vaya a convertir en un hotel de cinco estrellas. Afortunadamente aún están en intramuros la Filmoteca de Extremadura, la sede de la Escuela Superior de Arte Dramático o, de momento, el Archivo Histórico Provincial, así como otros lugares que, aunque de manera tangencial, tienen como objetivo también al habitante de Cáceres o de su entorno cercano. Véase, por ejemplo, las actividades desarrolladas por el Museo Provincial o el Palacio de Carvajal, las organizadas por entidades privadas como las fundaciones Tatiana Pérez de Guzmán y Mercedes Calle, e incluso los conciertos de El Corral de las Cigüeñas o los Cafés con Historia de Guías-Historiadores de Extremadura en Los 7 Jardines.

Se trata de la obsesión política de hacer de Cáceres “un destino turístico de primer orden” que, traducido, significa hacer de la parte antigua un “parque temático” –“de la Edad Media”–, la auténtica industria cacereña que busca año tras año que las cifras aumenten

Más allá de las murallas encontramos el Espacio Belleartes, la Sala de Arte el Brocense o el Gran Café para exposiciones, y el Mastropiero o el Psicopompo para conciertos y recitales de poesía, así como presentaciones de libros en varias librerías de la ciudad. Por la Cultura también apuestan, de manera obvia, la Biblioteca Pública, el Palacio de la Isla (Archivo Municipal, biblioteca, exposiciones) y los enormes proyectos del Ateneo de Cáceres o del Gran Teatro. Asimismo, ha de destacarse la labor de la Institución Cultural “el Brocense”. La labor de éstas y otras iniciativas es digna de resaltarse teniendo en cuenta las limitaciones económicas y el reducido porcentaje de población cacereña partícipe, principales problemas del desarrollo cultural local. El cierre de la Sala Maltravieso poco después de su reapertura me reafirma en esta conclusión.

Sin embargo, espacios municipales que en ocasiones se califican de culturales, como el “centro de interpretación” de la Torre de Bujaco o el de “documentación” de la Semana Santa, entre otros muchos, distan bastante de ser considerados como tales. Son, en realidad, espacios turísticos. Paradigmático es el caso del “centro turístico Baluarte de los Pozos” —sí lleva, por tanto, su dimensión turística en el nombre—, que engloba su contenido como un batiburrillo de maquetas de la arquitectura histórica y (pseudo)información sobre “juderías”, cuando podría concebirse como un excelente espacio para explicar y comprender la historia y fortificación andalusí de Cáceres y de Extremadura. Eso sí, ha de reconocerse el acierto de sus veladas musicales veraniegas. Otros espacios patrimoniales pertenecientes o gestionados, al menos en parte, por la institución pública municipal, han sido habilitados buscando exclusivamente su utilidad turística. ¡Para que venga más y más gente! ¿Y para el cacereño pa’ cuando?

Se trata de la obsesión política de hacer de Cáceres “un destino turístico de primer orden” que, traducido, significa hacer de la parte antigua un “parque temático” —“de la Edad Media”—, la auténtica industria cacereña que busca año tras año que las cifras aumenten, esto es, apostar por la cantidad más que por la calidad del visitante. El tiempo dirá si la parte antigua se cierra en un futuro, como Carcasona, y se pone una tarifa para acceder a ella. La conservación de prácticamente todo el perímetro de la muralla y la progresiva desaparición de los habitantes intramuros posibilitarán esta circunstancia. Ojalá la pandemia tenga consecuencias suficientes para terminar con esta inercia urbana. Las soluciones pasarán irremediablemente por limitar las licencias de apartamentos turísticos y por fomentar y facilitar la vida en el casco histórico (¿uniformización del empedrado?, ¿zonas de juego para niños?, ¿bonificaciones fiscales para los residentes?, ¿mercado semanal en la Plaza Mayor?, ¿mayor presencia de universitarios?). No hay que irse muy lejos para buscar modelos de ciudades que combinen la vida local, el turismo y la oferta cultural: Salamanca o Santiago.

Las soluciones pasarán irremediablemente por limitar las licencias de apartamentos turísticos y por fomentar y facilitar la vida en el casco histórico 

Luego están las citas culturales. En efecto, lo son el Womad, el Festival de Teatro del Siglo de Oro, el Irish Fleadh, el Cáceres Abierto o las noches de cine en el Foro de los Balbos, puesto que fomentan la música, la danza, el arte, el teatro o el cine. También sirven, obviamente, de imán para visitantes. Igualmente, la Semana Santa cacereña, el mayor evento de carácter internacional de la ciudad (junto con el Womad) ejerce de atractivo tanto cultural como turístico. Por el contrario, el mal denominado “Mercado Medieval de las Tres Culturas”, si bien un acierto desde el punto de vista económico, no podemos considerarlo cultural sino meramente festivo, como cualquier feria o fiesta patronal. No todos los eventos de carácter festivo son culturales ni viceversa, aunque nadie puede discutir la carga de historia y tradición que desprenden San Jorge, San Fernando o la bajada de la Virgen de la Montaña. Me refiero, en cualquier caso, a meter en el mismo cajón cualquier acontecimiento señalado en el calendario cacereño, lo que desde mi punto de vista va en detrimento de fortalecer los cimientos de la Cultura en la ciudad.

Cáceres dispone de suficiente músculo para alcanzar la deseada posición de faro cultural extremeño y, ¿por qué no? —aspiremos— español. Es un camino de largo recorrido que pasa por trabajar en varios frentes. A nivel político, es imprescindible contar con responsables que tengan clara la distinción entre lo cultural y lo turístico y que desarrollen un plan para la ciudad que trascienda la legislatura de cuatro años. Hace falta, por supuesto, inyección económica que incentive la creación y promoción de las diferentes iniciativas públicas y privadas, así como inversión en espacios urbanos que todavía se hallan a tiempo de convertirse en barrios culturales de la ciudad, como la Plaza de Marrón. Pero nada de esto tendría sentido sin crear sinergias, a nivel social, entre los diferentes actores culturales locales, sin organizar calendario anual conjunto o sin contar con la opinión de las asociaciones de vecinos cacereñas.

La inauguración del Museo Helga de Alvear o la futura creación del Centro Budista pueden inclinar definitivamente la balanza hacia uno u otro lado: o ciudad cultural o ciudad turística. Insistimos, si no hay proyecto claro de ciudad, el turismo devorará a la cultura. Que se lo digan a Venecia. El Guggenheim convirtió a Bilbao en faro de la cultura contemporánea, veremos qué puede hacer el Helga de Alvear con Cáceres. Lo mismo con el complejo budista, pues no suele ser oro todo lo que reluce. Sin embargo, de nada servirán estas grandes iniciativas si las pequeñas desaparecen. Solo aumentando la formación, el interés y inquietud de la ciudadanía cacereña y extremeña mediante una oferta variada se podrá ejercer el ansiado protagonismo cultural. Será un error llevarse el Archivo Histórico Provincial fuera de las murallas y que el Palacio de los Toledo-Moctezuma se convierta en un nuevo hotel o restaurante. También será un error si Atrio sigue colonizando la parte antigua, por muy punteros que sean sus proyectos.

Nada de esto tendría sentido sin crear sinergias, a nivel social, entre los diferentes actores culturales locales, sin organizar calendario anual conjunto o sin contar con la opinión de las asociaciones de vecinos cacereñas

No hay que buscar fórmulas mágicas ni cambiar constantemente el discurso cultural de la ciudad (como ocurre sistemáticamente cada año en Fitur: que si un año Plató de Cine, que si otro la Semana Santa). Las minas reales de Cáceres pueden encontrarse, por ejemplo, en la importancia de sus museos de arte contemporáneo (Helga de Alvear, Vostell Malpartida, etc.) o en la tremenda relevancia de su patrimonio natural, histórico y arqueológico (Ribera del Marco, Maltravieso-Conejar-Santa Ana, Los Barruecos, campamento romano de Cáceres el Viejo, recinto y aljibe andalusí, etc.). Pero, claro, para ello el Consorcio Histórico de la ciudad debe erigirse como institución que aúne investigación y socialización, y no limitarse a construir rampas o acondicionar zonas ajardinadas. La última palabra, al final, la tendrá siempre el habitante de la ciudad. Si al cacereño no le interesa la literatura, la Feria del Libro seguirá siendo insignificante. Si el cacereño quiere que la Parte Antigua sea tan solo un escenario transitado por forasteros, lo será.

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