Tribuna
Traer hijos al mundo

Necesitamos contar y contarnos, llenar los huecos y reclamar el papel fundamental de las madres, por mucho que Elvira Lindo considere que este es un relato secundario que nos aparta de lo importante.
Diana Oliver Traer Hijos Mundo
La escritora Diana Oliver con su hija en una foto cedida por la autora.
Periodista especializada en maternidades y autora de ‘Maternidades precarias’
19 jul 2022 14:02

Es domingo. Mi hijo pequeño se ha caído de la cama a las 7 de la mañana y ya no he recuperado el sueño. En el desvelo y el silencio de una casa que sí duerme leo sorprendida que las mujeres “no solo traemos hijos al mundo”. Que a qué viene tanto relato de la crianza. Pienso que ahora soy yo la que está a punto de caerse de la cama, pero sigo leyendo una columna en la que Elvira Lindo ha decidido desollar el relato de la experiencia de la maternidad porque, según ella, es un relato secundario, que nos empobrece el intelecto y nos aparta de los asuntos que sí son importantes. Esos que intervienen “en el devenir político y social”. Eso dice. Yo dudo que haya un asunto que intervenga más en ese devenir que la maternidad.

A lo largo del tiempo, la idea que tenemos de la maternidad ha ido cambiando pero las mujeres siempre hemos tenido hijos. Cómo nacemos, dónde, de quién, por qué, cuándo, qué consecuencias tiene, son cuestiones que se pueden explicar desde la filosofía, la historia, la antropología, la sociología, la política, la biología. Desde la literatura. Pero no es nada fácil encontrar estos análisis porque, en un contexto de androcentrismo, la maternidad se obvia, quizás, por ser una experiencia exclusiva femenina.

Lo difícil que es hablar de las experiencias maternas cuando la literatura universal orbita alrededor de las guerras, de la muerte y de los héroes evitando el meteorito de la maternidad

Por suerte, en las últimas décadas son muchas las mujeres que han buscado romper ese vallado alrededor de la experiencia y salir a explorar. Si algo han demostrado escritoras como Olsen, Lazarre, Rich, Plath, Berlin, Ernaux, Riera, Freixas, Nanclares, Del Olmo, es lo difícil que es hablar de las experiencias maternas cuando los temas son otros. Cuando la literatura universal orbita alrededor de las guerras, de la muerte y de los héroes evitando el meteorito de la maternidad. “Que los hombres detengan su alboroto / frente a la maravilla del bebé”, escribía la poeta norteamericana Anne Waldmann.

Parece que ser una mujer preocupada por la crianza y lo materno no está apuntando al objetivo correcto y será acusada de pobreza intelectual: ¿Cómo tendrá en el futuro conversaciones con sus propios hijos más allá de las relacionadas con su condición de madre?, se cuestiona Lindo. Yo me planteo qué problema habría si así fuera, si no es clasismo intelectual. Además, no creo que sea incompatible narrar el relato de nuestro parto con tener otras inquietudes, saber de los océanos y del espacio, conocer el contexto político y amar la literatura. Incluso se puede relacionar ese relato de parto con todo lo anterior. ¿Lo personal no es político? Sorprende cuántos estereotipos y prejuicios siguen operando en la maternidad y duele ver qué lugar sigue ocupando en la sociedad.

El de la maternidad como condena es un discurso que algunas siguen consumiendo pese a estar ya caducado. Es justo reconocer que en un momento determinado las mujeres de clase media necesitaron independizarse de la institución familiar, de la dependencia económica del marido. Se produjo una potente reivindicación de sus cuerpos, sus tiempos, sus decisiones. Compraron que trabajar fuera de casa y no dar la teta les permitía no estar “atadas” a la crianza, a la casa. Escapar de “la cárcel de la domesticidad”.

El de la maternidad como condena es un discurso que algunas siguen consumiendo pese a estar ya caducado: hoy muchas mujeres conscientes y agradecidas por lo alcanzado, asumimos la renovación de los discursos y de los retos

Pero esto ya pasó. Hoy muchas mujeres conscientes y agradecidas por lo alcanzado, asumimos la renovación de los discursos y de los retos. Porque si bien pudimos en cierto modo decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras maternidades, que la maternidad puede ser elegida o no ser, resulta que los nuevos condicionantes son tantos que cabe preguntarse si somos realmente libres o no. Nuestras luchas son otras muy distintas a aquellas. Ni más nobles ni menos importantes. ¿Qué ocurre cuando una mujer quiere ser madre y dedicarse a su hijo o a su hija? ¿Qué recibe cuando se baja de la rueda productiva? ¿Qué pasa cuando quiere amamantar? ¿Y si lo hace más allá del tiempo que considera el imaginario colectivo? ¿Qué ocurre cuando visibiliza la violencia sobre su cuerpo de madre? El feminismo debe respetar todas las decisiones y debe reclamar cuidar aquello que nos atraviesa porque de lo contrario no hay lugar para todas. El abanico de maternidades es tan enorme, las diferencias son tantas, que abruma el reduccionismo. 

En el ataque a la lactancia, a nuestra biología, a los procesos reproductivos también hay un ataque a las madres. En ellas se descarga la culpa de sus decisiones siempre incorrectas. Inválidas. Incompletas. “La madre que se resiste a favorecer la independencia”, dice Lindo de aquellas que amamantan hasta que desean. Las ideas de independencia maternal pasan para muchas por la negación de lo propio. De la diferencia. Quienes se resisten a invisibilizarlo son tachadas de mujeres sobreprotectoras, controladoras. A las madres se las acusa de su ensimismamiento, de no ver más allá de su realidad, de quejarse. Hemos perdido el derecho a la queja porque se nos convence de que siempre habrá alguien peor. De que no vemos nuestros privilegios. Decir que las madres de hoy son narcisistas porque no ven las dificultades reales de otras épocas es como si dijéramos que la clase obrera no puede reclamar mejoras porque otros antes vivieron la esclavitud.

Carme Riera ya decía en los 90 del pasado siglo XX que llevamos demasiados siglos pariendo con dolor, que ha llegado la hora de trasgredir ese dolor y transformarlo

Dice Elvira Lindo que lo que soñaba Virginia Woolf es que las mujeres escribieran sobre esos territorios que les habían sido vedados, el de la historia, el del ensayo político. Precisamente por eso necesitamos relatos de lactancia y de crianza, diarios de embarazo, textos sobre violencia obstétrica y también sobre partos maravillosos. Necesitamos contar y contarnos, llenar los huecos. Reclamar el papel fundamental de las madres. Acabar con la invisibilidad. Cuando Silvia Nanclares me pidió en la presentación de Maternidades precarias que contara quién era yo, dije que yo era una madre que leía y escribía, una madre que tenía curiosidad, que quería aprender y saber. Visibilizar que somos madres, reivindicarlo, me parece una forma de activismo en un mundo desmaternizado.

Acabo con una reflexión de Carme Riera, que ya decía en los 90 del pasado siglo XX que llevamos demasiados siglos pariendo con dolor, que ha llegado la hora de trasgredir ese dolor y transformarlo, “de pasar de la casi inconsciente gestación a la experiencia de una maternidad consciente, asumida desde la inteligencia”. Porque “tengamos o no tengamos hijos, la posibilidad recreadora, la posibilidad maternal está escrita en nuestro código genético. Estériles o prolíficas, todas las mujeres nacemos con ovarios y con útero. Deberíamos aprender a reivindicar y a valorar mucho más nuestra condición. A mirar el mundo con ojos maternos”. Necesitamos con urgencia hacer un ejercicio intelectual hacia las diversas formas de maternar. Darle valor. De lo contrario aquí seguiremos, maternando con privilegios precarios.

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