We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Sequía
La ermita del pantano más seco de Cádiz, exhumada del agua pero no de la memoria
“Es el momento”. La frase retumba en la única de las paredes que se mantienen en pie de la casi extinta ermita del Mimbral, a escasos metros del pantano de Guadalcacín II, el más grande de la provincia de Cádiz. A los pies de la Sierra de Grazalema y del Parque Natural de Los Alcornocales, la ermita del Mimbral guarda el testigo de la historia de represión fascista tras el golpe de Estado militar del 18 de julio del 1936. El tiempo se paró, el dolor se hizo silencio y la ermita ha estado enterrada desde el 1995 por las aguas del pantano de Guadalcacín II hasta que la sequía extrema de Cádiz ha abierto el paso al templo. La memoria y la sequía se dan la mano en esta historia, que se escribe a las afueras de la pequeña localidad gaditana de San José del Valle, término municipal donde se enclava la ermita y cuyo pasado resuena en un presente caluroso.
Bajo la ermita del Mimbral hay un número desconocido de víctimas repartidas en dos fosas, según recoge el Mapa de Fosas del Ministerio de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática de España. Hasta hace muy pocos meses, acercarse a la ermita del Mimbral era como ver un barco en medio de un océano. Ahora, ese barco cargado de historia y memoria por restaurar está a la vista y al alcance de todos debido a que las aguas del raquítico embalse han dejado a descubierto esta construcción de entre los siglos XVI y XVII, promovida por un ermitaño, Alonso Bernardo, que allí empezó a oficiar misas. El paraje fue un lugar de esparcimiento porque reunía “bondades de la tierra”, como recuerda Agustín García Lázaro, profesor jubilado y uno de los mejores conocedores del entorno rural de Jerez de la Frontera.
El templo perdió todo el valor ritual y simbólico que tuvo antes de ser absorbido. Los restos del cementerio – algunos del siglo XIX –que albergaba fueron exhumados poco antes de sumergirse y fueron trasladados al nuevo cementerio de la localidad. Las vacas son ahora las únicas habitantes de la zona. Los días soleados, las familias acuden a hacer pícnic en los alrededores de la ermita, totalmente ajenas a lo que allí ocurrió. La vida se hizo paso también entre las paredes que un día escucharon sermones, avemarías y disparos; hoy derruidas y cubiertas de los invasores mejillones cebras.
El Mimbral, “un grito de silencio”
“Mi tierra guarda un grito de silencio”, condena Rosa Pérez Gil, una mujer atravesada por el dolor de no saber dónde están los restos de sus abuelos, María Silva Cruz, ‘La Libertaria’ y Miguel Pérez-Cordón, que fueron asesinados en el 1936. ‘La Libertaria’ fue una de las luchadoras anarquistas más célebres de España, cuyos orígenes están ligados a los trágicos sucesos de Casas Viejas, en 1933, cuando la Guardia Civil republicana asesinó a una veintena de campesinos que se habían levantado para pedir “tierra y pan” en la pedanía de Casas Viejas, entre ellos al padre de Silva Cruz. Ese hombre asesinado tenía seis dedos. Su bisnieta Rosa, también. El sexto dedo que amputaron a Rosa cuando era poco más que una adolescente le reveló el terror familiar que lleva toda la vida intentando dignificar: la memoria de los represaliados, torturados y asesinados por el ejército sublevado tras el 18 de julio. “Yo soy la mujer de los porqués. Por qué pasó esto, por qué pasó lo otro, por qué no se hace nada para dignificar a los asesinados… ”, recuerda ella con una sonrisa en la cara que se borra cada poco.
La memorialista tiene una conexión casi espiritual con los desaparecidos. Como si su cuerpo, su voz, sus ojos, necesitasen encontrar respuestas. Para ello, ha fundado la Asociación de Memoria Histórica de San José del Valle, con la que presiona, negocia y exige que se haga justicia en una localidad en la que pueden existir cuatro fosas comunes y un número indeterminado de víctimas. “Donde hay una fosa allí estoy”, reconoce orgullosa.
“Existe un registro donde hay 54 fusilados. El padre Alberto, el cura de la localidad, lo llevaba todo censado”, afirma Rosa. Esa ‘lista’ es el único documento que habla del número de víctimas que pueden yacer bajo el Mimbral. Encontrar informes que certifiquen quienes son los cuerpos sepultados es una odisea: los represores intentaron que así fuera. Una de esas víctimas sin lápida, sin ruido ni dolor, parece ser Juan Durán Orellana, más conocido como ‘El Alacrán’, concejal del PCE, desaparecido la noche de Reyes de 1937. Durán Orellana, al que le dedicaron un nombre en la propia San José del Valle, es un caso aislado, una mota de polvo que ha sido encontrada. Junto al que fuera concejal comunista, Rosa afirma que ha podido localizar a otras dos víctimas enterradas en el Mimbral – siempre a falta de confirmar oficialmente – que son: María Márquez Cordón, que fue asesinada el 10 de noviembre del 36 mientras merodeaba por la zona; y José Luque Barranco, desaparecido el 12 de noviembre del 36, a escasos metros de la ermita, en la contigua finca de El Taramal. La dificultad para encontrar datos y testimonios sobre qué pasó en El Mimbral y los alrededores hace que el manto de reparación siga sin cubrir a la ermita.
Recientemente, la Junta de Andalucía ha vuelto a realizar un estudio que certifica 900 fosas en la comunidad más poblada de España, una cifra que reconoce 200 lugares de enterramiento más que en el último estudio de 2018. El número de víctimas solo en Andalucía se podría elevar hasta las 50.000. La Ley de Memoria Democrática, vigente desde el 2022, hace al Estado español responsable de la búsqueda y localización de las personas desaparecidas durante la guerra y la posterior represión fascista. El número total de desaparecidos es desconocido. Los informes han estimado que esa cifra puede superar las 114.000 personas sin lápida.
El Guadalcacín II, el gigante seco de Cádiz
Para llegar al Mimbral hay que atravesar una carretera rodeada de pequen; as tierras en las que las vacas, las cabras y los caballos comparten el pasto con las placas solares. La pequen; a ruta, sin líneas divisorias en la calzada y con los arbustos comiéndose a los coches, rodea al mayor pantano de Cádiz. El Guadalcacín II es otra de las tantísimas construcciones hidráulicas españolas para hacer frente a las recurrentes sequías, propias del clima peninsular. Entre el 1991 y el 1995, la escasez de agua era otro de los grandes problemas de un país que empezaba a crecer después de cuarenta años de aislamiento y represión franquista.
Es, precisamente, en esos años cuando la necesidad aprieta para ampliar el embalse de Guadalcacín I, que quedaría sepultado bajo las aguas de su hermano mayor, el Guadalcacín II. El padre de Rosa Pérez Gil, Juan, trabajó como contramaestre en su construcción. “Él llevaba el control de los pozos de perforación de la Confederación. Recuerdo que cuando se hizo la presa no había agua ni perspectiva de llover. Era tal la sequía que las excavadoras sacaban montañas de carpas del fondo del antiguo pantano”, rememora.
El objetivo del pantano era incuestionable: dotar de recursos hídricos a una zona de gran relevancia para la agricultura que agonizaba después de la gran sequía del 1992 en Andalucía. “No hubo un clamor popular para proteger a El Mimbral”, recuerda Agustín García Lázaro, que tiene recortes de diarios de la época. Uno de ellos es la noticia que publicó el Diario de Jerez en agosto del 1994, poco antes de la desaparición del templo. “No se realizó proyecto alguno para evitar su pérdida (de la ermita) y la presión ciudadana no se intensificó en ese sentido”, recuerda la noticia publicada. La ‘desacralización’ de la ermita – con el vaciado de las imágenes religiosas y el cementerio – dio paso a su particular “crónica de una muerte anunciada”.
En este 2024, el color rojo seguido de “sequía excepcional” es el que cubre al pantano de Guadalcacín II en los mapas. La sobreabundancia de agua es casi un recuerdo lejano. En 2013, el embalse se llenó hasta tal punto que se tuvo que “desembalsar” agua por el peligro que eso entrañaba. Ahora, algo más de 10 años después, el pantano languidece con otra sequía cuyos culpables tienen nombres: las consecuencias del cambio climático y la proliferación de los cultivos de regadío intensivo. Mariano Maeztu, vocal de Ecologistas en Acción en la Mesa de la Sequía del Guadalete y Barbate, cree que la falta de agua se debe, en parte, a una visión “cortoplacista” en la gestión de los recursos hídricos. “Pensamos que el agua va a estar siempre y no es así”, responde Maeztu al otro lado de la línea telefónica.
Los datos de acumulación de agua en el embalse son críticos. A mediados de febrero de 2024, el pantano está al 16% de su capacidad, diez puntos menos que el año anterior. En los últimos diez años, la media del Guadalcacín en febrero es del 53%, muy lejos de los niveles actuales. Por eso, la Junta de Andalucía ya ha declarado la “situación excepcional de sequía”, que reduce el consumo de agua a 200 litros por habitante y día y que limita los riegos para la agricultura en un 75%. Todo ello a las puertas de la llegada de miles de turistas con el primer gran evento del año: la Semana Santa. El panorama es más que preocupante.
Las causas de esta falta de agua no son nuevas, sino que llevamos años hablando de ellas. “El pantano se ha vaciado por la falta de lluvias de los últimos años, que también han sido muy calurosos. Por eso mucha agua se pierde por evaporación”, explica el integrante de Ecologistas en Acción, que resume las consecuencias del cambio climático. Esa es la primera causa.
La segunda es la llegada a la zona de los cultivos subtropicales, con el aguacate como punta de lanza de una agricultura de regadío que da más beneficios económicos que la de secano, tradicional de la zona. “Hay muchas hectáreas, fincas, campos, que han sido toda la vida de secano o de ganadería extensiva y que se han convertido al regadío”, atestigua Maeztu, para el que no tiene “ni pies ni cabeza” este cambio a unos cultivos con un alto consumo de agua. Desde Ecologistas en Acción Cádiz piden a la Junta andaluza “medidas estratégicas” en este sentido, como “prohibir las concesiones para cultivos de subtropicales en una zona que no es apta para estos árboles”, a la vez que la revisión de las concesiones de agua para estas explotaciones.
El tercer gran culpable de la sequía en la zona está en la pérdida de agua cuando se transporta. “Los sistemas de riego no se han modernizado”, explica Maeztu, que señala un problema omnipresente en España. “Las conducciones tienen muchísimas pérdidas. Eso no se ha evaluado y (las tuberías) no tienen el mantenimiento ni la conservación adecuada”, reclama el ecologista. De hecho, el último Plan de Sequía del Gobierno andaluz, con más de 217 millones de presupuesto, incluye como prioridades atajar las pérdidas y las conocidas como “fugas de boca”. “Alguien tendrá que poner orden”, zanja el ecologista.
Esperanza rima con georradar
Mientras el embalse languidece, a la espera de lluvias, las paredes de la ermita siguen recubiertas de conchas y con las tímidas vacas pastando a su alrededor. El 21 de octubre de 2023, la respuesta estatal llegó en forma de publicación en el frío Boletín Oficial del Estado: el Gobierno y la Junta andaluza iban a comenzar con la localización de fosas en San José del Valle. A mediados de febrero aún no han arrancado los trabajos de búsqueda, pero la palabra esperanza rima con la extraña georradar.
Sin embargo, las administraciones nunca lo pusieron fácil. El alcalde de San José del Valle, el socialista Antonio González, duda de que pueda haber restos de represaliados en la ermita del Mimbral. “Ni idea”, contesta a la pregunta de si cree que allí hay personas desaparecidas. González también arroja dudas sobre la veracidad de los datos del Mapa de Fosas estatal, que ubica dos enterramientos de represaliados en el templo. El alcalde afirma que en los trabajos que se hicieron en 1994 para trasladar los restos inhumados del cementerio “no se encontró nada fuera de lo que es un cementerio”. “Después de tantos años, tengo que seguir peleándome con la gente, con los políticos - con sus propios compañeros enterrados en fosas -, y no ha habido interés en levantarlo. Me veo sola, en una cruzada”, dice Rosa, como en una especie de conversación en diferido con el alcalde González.
El georradar es la esperanza a la que se agarran todos los que buscan respuestas. A través de esta técnica, los arqueólogos observarán si debajo del Mimbral están o no las personas que un día desaparecieron y cuya memoria sigue sin restaurar. Esta vez, el agua no impide el acceso a las ruinas de ese templo que un día fue lugar de reunión y del que solo queda el recuerdo. La sequía en el Guadalcacín II abre una ventana para explorar el Mimbral. “Es el momento. Es el momento de abrir las fosas”, sentencia Rosa, con una media sonrisa en los labioss.