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Personas refugiadas
Fútbol en Lesbos, o de cómo hacer equipo en el exilio
Las sombras se extienden por el césped artificial del Spanos Mini Football Club. Desde el saque de esquina, Mohammad*, un sirio de 20 años, coloca el balón y mira hacia el área. En el centro, están los que se apresuran a recibir el balón, los que intentan librarse del agarre del adversario con movimientos rápidos y los que observan la situación desde atrás, buscando un chut lejano tras un rechace de la defensa. En el pequeño terreno de juego se oyen gritos y llamadas en diferentes idiomas. Reza*, un afgano también veinteañero, da una palmada para recibir el balón y desde la línea de tres cuartos corre hacia el primer poste, dirigiéndose luego con una rápida finta hacia el centro del área. Mohammad* le mira y lanza el centro, el balón pasa por encima de la defensa y Reza, con un buen cabezazo, introduce el balón en la red sin que el portero pueda hacer nada, es gol. ¡Bien, bravo!”, exclama Ali*, afgano, 35 años, entrenador jefe de fútbol. Reza sonríe y corre a abrazar a su compañero, los demás aplauden la acción; uno a cero y balón al centro, el partido comienza de nuevo.
Jacques*, el segundo entrenador, originario de Haití, lleva tres años en Lesbos y, como todos aquí, ha llegado por mar desde Turquía. Desde la banda, observa atentamente el partido: “Lo que hace Yoga and Sports With Refugees es formidable. Hacer deporte te permite salir del centro de solicitantes de asilo, dice con una amplia sonrisa en su duro rostro, respirar, refrescarte y sentirte mejor”. Desde 2018, la asociación Yoga and Sports With Refugees (YSR) está activa en la crisis humanitaria de la isla, siendo el fútbol una de las actividades deportivas más demandadas. Todos necesitamos deporte, resume Jacques, y el fútbol en particular es bueno para todos. Aquí es como una escuela de fútbol. No todo el mundo sabe jugar bien, pero tenemos siete buenos jugadores”. Una última jugada y con tres silbidos termina el partido. Hoy habéis tenido una buena sesión de entrenamiento, dice Ali a los chicos que están dispuestos en círculo, recordad que estamos aquí para jugar al fútbol, juntos, para construir un equipo. Nunca debéis usar malas palabras contra vuestros compañeros, cada uno juega su parte, como en una familia. Buen fin de semana, hasta el lunes.
“Hay gente que nunca deja de verte como un refugiado, mientras que cuando se trata de fútbol, todos estamos ahí para jugar”
Ali nació en Irán, pero su familia es originaria de Afganistán. Ha jugado al fútbol toda su vida, en Irán formó parte de la selección nacional de fútbol sala durante dos años, jugando también algunos partidos internacionales. Llegó a Lesbos en 2018: “Vi muchos cambios, y conocí a mucha gente. Ya jugaba al fútbol con YSR en 2021, cuando aún vivía en el campamento. Una vez consiguió los papeles decidió quedarse. Trabaja y vive en Mitilene, además de entrenador es cortador en el centro Mosaik, en el taller de sastrería Safe Passage Bags donde hacen bolsas con partes de chalecos salvavidas, partes de lanchas neumáticas y chalecos salvavidas que llegan en grandes cantidades a las costas de la isla traídos por el mar. En la isla, Ali jugó durante ocho meses como futbolista profesional en el Aiolikos, que este año participa en la Gamma Ethniki (Primera Federación en España). Pero no fue fácil: “Hay gente que nunca deja de verte como un refugiado, mientras que cuando se trata de fútbol, todos estamos ahí para jugar”. Ali Mira hacia el campo, ahora vacío, sonríe y retoma su relato: “Hasta hace poco teníamos un primer y un segundo equipo, ahora sólo tenemos uno porque hay menos gente en la isla. El primer equipo era increíble, incluso derrotamos a equipos griegos en amistosos. Echo de menos a aquellos chicos, eran muy fuertes”.
El Centro de Acceso Controlado Cerrado (CCAC) de Mavrovouni, donde las personas solicitantes de asilo se ven obligadas a vivir en condiciones muy controladas, tras alcanzar un nuevo pico de hacinamiento el pasado diciembre, con unas 6.000 personas, ha sufrido una drástica reducción de ingresos en los meses de verano, hasta los 800. “También se nota en la menor participación en actividades deportivas, explica Renia Vogiatzi, griega de 31 años, coordinadora de voluntarios de YSR. Es bueno que los procedimientos de asilo se hayan acelerado, continúa, pero si hay menos gente es también porque continúan los push-backs por parte de los guardacostas griegos. La isla está llena de turistas, sobre todo turcos, y por eso han decidido vaciar Lesbos de solicitantes de asilo. Renia explica que en YSR ha encontrado un proyecto en el que se siente bien, cuyo enfoque comparto, que no colabora con los centros y da responsabilidad a la gente. En el deporte es posible reducir esas relaciones de poder que vivimos en la sociedad.
Estelle Jean, francesa de 33 años, fundadora de YSR cuenta cómo empezó el proyecto de fútbol en 2018 “One Happy Family, otra organización, había creado un equipo de fútbol, decidieron pasarnos la pelota, pidiéndonos que dirigiéramos el equipo ya que nuestra actividad se centraba en el deporte”.
Estelle explica que el fútbol siempre ha sido una de las disciplinas que más atención necesita, “hay que tener el campo, el equipamiento, las zapatillas, y entonces todo el mundo quiere jugar al más alto nivel. Pero también genera mucho entusiasmo, ¡y los equipos suelen participar en torneos con grandes resultados!”.
“Continúan los push-backs por parte de los guardacostas griegos. La isla está llena de turistas, sobre todo turcos, y por eso han decidido vaciar Lesbos de solicitantes de asilo”
El entrenamiento está a punto de empezar y ya hay un grupo de atletas corriendo por el perímetro del campo para calentarse. James*, entrenador de fútbol, originario de Sierra Leona y coordinador de entrenadores de YSR desde hace unos meses, también participa. Explica que “ahora, con procedimientos de asilo más rápidos y menos llegadas a la isla, es más difícil crear equipos y encontrar y formar entrenadores de calidad. La situación ha cambiado —continúa, observando el calentamiento— pero este proyecto continúa y conserva toda su importancia”.
El balón llega directamente abajo, el portero lo atrapa con facilidad, acercándoselo al cuerpo y devolviéndoselo al lanzador. Jacques se prepara para un chute, le entrena Hasan*, uno de los porteros, durante el calentamiento. Otro chute, fuerte, a media altura, el agarre del portero es seguro, se lleva el balón al pecho. “¡Bien!”, grita Jacques al portero, sonríe y añade, con un gesto de la mano, “ahora corre con los otros, luego reanudamos”.
Mientras tanto, Jacques dicta los tiempos del calentamiento con el silbato siempre en la boca. Estiramientos desde el centro del campo hasta la línea de fondo, sprints y saltos con las rodillas hacia arriba y hacia los lados. Hoy el entrenamiento es más duro, todos los jugadores cumplen las órdenes del entrenador que va alrededor de los chicos instándoles a repetir el ejercicio y animando a los que tienen dificultades. Algunos se relajan, sonríen a su compañero vecino, pero se activan de repente a la primera mirada sombría del entrenador.
“¡Entrenador, pare!”, grita Nabil*, veinteañero de Yemen, empapado en sudor. Jacques se acerca a él, le mira y con un gesto de la mano indica el momento de saltar, haciendo sonar el silbato. Nabil niega con la cabeza, no puede hacerlo, esta fase del calentamiento es agotadora, Jacques* levanta las cejas y asiente. Todos ríen durante un segundo deteniendo sus saltos y luego jadean en un intento de empezar de nuevo, el entrenador mira a su alrededor, sonríe y luego silba, por fin los músculos pueden relajarse. El descanso dura poco, ahora es el momento del calentamiento técnico con balón.
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Los entrenamientos terminan más tarde de lo habitual. Cuando termina, todos van a devolver sus botas a la caseta de material deportivo de Spanos. James mira a Mohammad mientras se quita las botas de fútbol: “Hoy has vuelto a jugar bien, deberías venir más a menudo”, le dice.
El chico levanta la frente, sacude la cabeza y sonríe, “coach me voy mañana, lejos de la isla, a Alemania”. James cambia la mirada y le tiende la mano para ayudarle a levantarse. Luego, con un gesto brusco, tira de él y lo acerca, cogiéndole la mano con fuerza. “Qué pena, pero me alegro mucho por ti”, dice James emocionado, “mucha suerte amigo, nunca dejes de jugar al fútbol”. Los dos se miran y se abrazan “gracias coach, muchas gracias”. Mohammad coge su bicicleta, otros jugadores le dan la mano y sonríen, él corresponde y se aleja pedaleando, hacia la carretera junto al mar, con una última mirada al pequeño campo de fútbol.