Un feminismo propio para combatir el antigitanismo

Mujeres gitanas de diversas generaciones reivindican un espacio propio desde el que narrarse en su heterogeneidad y combatir el odio contra su pueblo.
Cortejo kalí en el 8 de marzo
Un grupo de mujeres gitanas se manifiesta en el 8m de 2018. Foto cedida por Paqui Perona.
11 mar 2021 07:34

En los últimos tiempos, dada la batalla feminista por conquistar el derecho al aborto, cuando se habla de derechos sexuales y reproductivos, se suele aludir a la interrupción voluntaria del embarazo, el acceso a anticonceptivos, el disfrute de educación sexual o, como lo exigieron durante años las argentinas de la Campaña por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Pero los derechos reproductivos también consisten en decidir cuántos hijos tener y cuándo. Estos derechos les fueron hurtados a miles de mujeres gitanas, esterilizadas sistemáticamente en Europa.

Ayer, 10 de marzo, en República Checa el Parlamento daba luz verde a una ley que pretende indemnizar a aquellas mujeres que fueron sometidas a la esterilización forzosa —una práctica que duró hasta los años 90, pero cuyo último caso conocido remonta a 2007—. Amenazadas con perder la custodia de sus hijos, manipuladas a cambio de la promesa de ayudas económicas, o directamente engañadas, la historia de estas mujeres es una muestra de cómo el machismo, aderezado de racismo, afecta a unas mujeres de manera distinta a otras.

La historia del pueblo gitano en los países del Este europeo —aunque las esterilizaciones se extendieron más allá— con los episodios del Porraimos [genocidio gitano] y la marginación del pueblo Roma, principal minoría en estos países, es dura, pero también lo es la historia de este pueblo en España, con su propio genocidio en la memoria romaní—aunque ausente de los libros de historia— con la llamada gran redada. En esta historia de dominación, las mujeres tienen un lugar particular.

Decía la feminista gitana Silvia Agüero en una reciente entrevista en El Salto que es el antigitanismo, la deshumanización del pueblo romaní, lo que se acaba traduciendo en todo tipo de violencias. “Hay una continuidad entre escribir La Gitanilla en el siglo XVII y que en el siglo XXI, por ejemplo, en Rumanía, cada dos por tres, tienen que salir a desmentir rumores de que los gitanos están robando niños porque van los nazis a pegarles palizones”, afirmaba.

Los medios de comunicación actualizan los estereotipos ejerciendo una violencia simbólica que persiste en justificar la posición de subalternidad del pueblo gitano en su conjunto y de sus mujeres en particular

Los tiempos de Cervantes quedan lejos pero la construcción de la mujer gitana como ejemplo de lo que no debe ser una mujer decente se perpetúa. Los medios de comunicación actualizan los estereotipos ejerciendo una violencia simbólica que persiste en justificar la posición de subalternidad del pueblo gitano en su conjunto y de sus mujeres en particular.

Fiscalizar los medios

“La pandemia ha fortalecido las dos principales tendencias del periodismo español hacia el Pueblo Gitano: el fortalecimiento de una imagen gitana vinculada a la pobreza estructural, y el paternalismo”, reza el informe sobre antigitanismo mediático de 2020 del programa Rromani Pativ, que fiscaliza año tras año la manera en la que los medios representan al pueblo gitano.

No solo paternalismo y vinculación a la vulnerabilidad; la pandemia trajo, según el informe, su propio antigitanismo. “Una parte importante de las ideas dominantes en las informaciones disponibles durante el proceso versan sobre las acusaciones institucionales y populares a las familias gitanas por supuestamente contravenir las reglas del estado de alarma”, recuerdan, con algunos artículos que señalaban la etnia de las personas contagiadas y que crearon una alarma sobre el rol de este pueblo como contagiador.

Más allá de la coyuntura de este año pandémico, hay estereotipos que se repiten. En el caso de las mujeres, para Celia Montoya, coordinadora del programa Rromani Pativ, la representación de las mujeres gitanas se mueve entre la marginalidad, la cosificación o sexualización de la gitana exótica y la criminalización.

Para Celia Montoya, coordinadora del programa Rromani Pativ, la representación de las mujeres gitanas se mueve entre la marginalidad, la cosificación o sexualización de la gitana exótica y la criminalización

“Luego está el uso de palabras marca: clan, reyerta, patriarca —una forma de estigmatización a través del lenguaje—, y asociar siempre el machismo al pueblo gitano, como paradigma de cómo no se tiene que ser. Decirles a las mujeres de la sociedad mayoritaria que ellas están mucho mejor que las gitanas o que las racializadas en general”, expone Montoya. En definitiva, perpetuar la función que pudo tener históricamente la literatura para mostrar a la mujer gitana como contraejemplo.

Tampoco cree esta activista que repetir machaconamente el discurso de “la primera gitana que hizo esto, o la primera gitana que hizo lo otro”, contribuya a ampliar la mirada sobre las mujeres romanís. Primero porque “en general no es verdad lo de ser ‘la primera que’, hay mucha historia, lo que pasa es que hay mucho desconocimiento”. Y segundo por “esa actitud de que hay gitanos buenos y hay gitanos malos, las gitanas buenas son las que se salen de esa imagen que no se han preocupado de analizar, de revisar, ni nada”. Desde Rromani Pativ piden responsabilidad a los periodistas, pues con su trabajo construyen la imagen del pueblo gitano.

Para luchar contra el antigitanismo se creó la guía Uso de las redes sociales para combatir el Antigitanismo, resultado de la formación de mismo nombre realizada con mujeres gitanas en octubre de 2020, como parte del proyecto “Narrativas para combatir el Antigitanismo: la voz de mujeres gitanas desde una perspectiva interseccional”, coordinado por la profesora doctora Cilia Willem de la Universitat Rovira i Virgili y financiado por la Cátedra de Cultura Gitana de la Universidad de Alicante.

Uva es una de las jóvenes que participó en el taller. “De ahí, salieron varias cuestiones, una de ellas, la que más me movió era: ¿quién representa al pueblo gitano? ¿Quién representa a la mujer gitana de hoy en día?”. Bastó con que mirara a su alrededor, a las chicas que conoció, muy heterogéneas pero con algo en común: “Somos gitanas y deseamos luchar por nuestro lugar, nuestra voz, derechos y obligaciones”. En definitiva este era el perfil: “Chica gitana actual que quiere luchar contra el antigitanismo. De ahí nació @Shukaripen. Yo no esperaba ni la respuesta, ni la unión, ni la sororidad que se ha creado”.

@Shukaripen es un grupo de —sobre todo— jóvenes que quieren hablar por sí mismas, lejos de los estereotipos de los medios. “Hoy en día, las redes sociales son un medio que nos permite llegar, de una forma simple, a cualquier parte del mundo. Utilizando la difusión de determinados contenidos, es posible que ‘nuestro público’ tenga conocimiento de la realidad. Información real sobre personas reales, que en su mayoría, nada tienen que ver con lo que enseñan los medios de comunicación convencionales”, explica Maritha, integrante de @Shukaripen también y responsable de las ilustraciones de la primera campaña de este colectivo, “Qué piensas gitana?”.

Un espacio propio

“A nosotras nos atraviesa una doble discriminación, un doble rechazo y una doble cosificación, el estereotipo de la mujer gitana sensual también hay que aguantarlo”, explica Susana, otra de las participantes en la elaboración de la guía. Si bien en los últimos tiempos la lucha de las mujeres gitanas ha ido de la mano del feminismo antirracista, reivindican sus propios espacios “de reflexión o de deshago, de acompañarnos, nos hace falta con lo que enfrentamos a diario”, apunta Susana. También porque, considera, muchas veces se les acaba invisibilizando: “Hay asociaciones que se proclaman antirracistas, hacen murales con mujeres racializadas que han marcado la historia y no incluyen ni a una gitana”, lamenta.

“Hay asociaciones que se proclaman antirracistas, hacen murales con mujeres racializadas que han marcado la historia y no incluyen ni a una gitana”, lamenta Susana

Montoya comparte su opinión: “Hasta en los espacios antirracistas, las siempre olvidadas dentro de las olvidadas somos las gitanas, por eso tenemos que crear desde la responsabilidad un movimiento feminista romaní organizado y respetado, desde las calles, desde las redes y desde todas las tribunas”.

Un feminismo romaní que pasa por señalar las trampas del antigitanismo, pues, defiende Uva, “esa imagen que quieren crear de que el machismo nace de la cultura gitana no es cierto. El machismo por desgracia es inherente a la sociedad. Por norma general a la mujer gitana no se la obliga a nada, aunque haya familias que sí”. La joven recuerda que hay familias cerradas en todos los grupos humanos y considera que desde afuera a veces se confunde con sumisión lo que para ellas es “cultura de respeto”. “El hecho de ser minoría étnica nos apremia a preservar códigos sociales nuestros como el concepto de honra y de respeto”.

Para Susana, las mujeres tienen un lugar fundamental, también, en la lucha contra el antigitanismo. “Mi pulsación es que cada vez más mujeres toman conciencia de la importancia de luchar contra la discriminación tan grande que sufrimos. No entendemos la falta de empatía con el Pueblo Gitano”. Muestra de la falta de compromiso antirracista por parte del Estado español, denuncia esta activista, es su abstención en la resolución de la ONU para intensificar la lucha contra el racismo, el pasado 31 de diciembre.

Esta activista considera que la lucha contra el antigitanismo de las mujeres también tiene otra base: “Somos madres, y al igual que vosotras lucháis para dejar un mundo libre de machismo a las generaciones futuras, créeme que nosotras no queremos que nuestros hijos vivan lo que nosotras y los nuestros hemos vivido. Y lo vemos muy difícil”.

En el lado de las jóvenes, Uva concuerda: “Aunque es cierto que a veces puede haber choque generacional, la mujer gitana en general, siempre ha sido muy trabajadora y muy amorosa para los suyos. Una abuela o madre gitana da la vida por los suyos. Entre nosotras hay mucha phenjalipen —palabra romaní que significa sororidad— y siempre nos intentamos aconsejar para lo bueno, para lo malo y para lo mejor”. Del diálogo intergeneracional, dice llevarse la sabiduría. Para Montoya esa phenjalipen es la clave para tirar adelante, y celebra que cada vez más mujeres romaníes —muchas muy jóvenes— tomen conciencia de ella.

Desde Portugal, Maritha, que forma parte de un colectivo antirracista llamado Racismo NÂO, se ha sumado también al recién creado Movimento de Mulheres Ciganas. Estas activistas tomaron mucha fuerza, cuando en el entorno del partido de extrema derecha portugués, Chega, se promovió una legislación que recuerda a la historia más negra del antigitanismo. La propuesta consistía en esterilizar a aquellas mujeres que abortasen, excepto en los casos de violación.

Cuenta Maritha que si bien no hubo una respuesta muy contundente desde los feminismos, fueron las mujeres gitanas quienes se pusieron en campaña. “Conecta con la extrema sensibilidad que este tema representa para nosotras, que con inmenso dolor recordamos la historia de violencias vividas por nuestras abuelas que fueron sujetas a prácticas de esterilización forzada, y no olvidamos la presión que se ejerce en la actualidad para que nuestras mujeres se sometan a la ligadura de trompas contra su deseo”.

Enfrentar el antigitanismo social y el institucional, y la forma en la que ambos condiciona sus existencias como mujeres, es el objetivo común de todas estas activistas, unidas por una solidaridad que trasciende fronteras y que usan las redes sociales, entre otros medios, para hacerse oír.

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