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Colonialismo
Infante y Martí: Memorias de antiimperialismo y liberación
Las relaciones entre Andalucía y el Caribe han sido estudiadas mediante la investigación de numerosos autores a ambas orillas del Atlántico como espacios convergentes mediante influencias recíprocas en diversos planos. En esta dirección, el presente artículo confirma esta convergencia histórica mediante el análisis de las coincidencias de dos paradigmas del pensamiento de ambos espacios: Blas Infante y José Martí. De esta manera, el análisis comprobará la pertinencia actual de sus discursos, esto es, su inmediata capacidad interpelativa respecto de la contemporaneidad.
Martí: un pensamiento decolonial americano
Sentimos llegar la hora suprema en que habrá que consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España ( ...). Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros (...) . Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad, que dicen nacional
Blas Infante (1).
Según Pedro Henríquez Ureña, Martí (La Habana 1853-Dos Ríos 1895) es un revolucionario. Revolucionario en dos aspectos complementarios: literario y político; sin embargo, el escritor dominicano postula una dimensión más de estas dos facetas, la continental dado que su reflexión parte de Cuba pero alcanza toda América Latina. Pero, indudablemente, donde se expresa mejor su condición revolucionaria es en su pensamiento político; formulado en sueltos para diversos periódicos americanos. Además, su pericia literaria comandará la revolución modernista junto con Rubén Darío. En este aspecto, si en literatura Martí posibilitó la revolución modernista; en política, intentará la independencia cubana de una metrópoli española en decadencia e ineficaz para dar respuesta a demandas secualres. Ahora bien, su pensamiento, sea literario o político, o ambos registros a un tiempo, es considerado como polifacético por Alejo Carpentier; de esta manera, se manifiesta en multiplicidad de subgéneros discursivos: artículos periodísticos, de crítica literaria, de análisis sociopolítico y de costumbres, sobresale en el género lírico, en literatura infantil, en la cuentística con la impronta estilítica y formal del modo de escritura modernista que dotan a su vehemente personalidad artística de una modelo lingüístico preciosista vinculado a las corrientes literarias decadentistas finiseculares. Su influencia es evidente y pródiga en Rubén Darío, Lugones, José Enrique Rodó y una copiosa lista de personalidades literarias americanas que han declarado la influencia de su magisterio. Además, el poeta cubano no es ajeno a los debates intelectuales coetáneos. Según Roberto Fernández Retamar, Martí forma parte de la tradición “Calibanesca”, esto es, de aquellos escritores americanos involucrados en el debate promovido por la tesis del escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento de “civilización o barbarie” como los dos polos de una antinomia sobre la que los pueblos americanos debían optar para construir su futuro social. Martí advierte y esto es uno de los componentes decoloniales de su pensamiento, que el binarismo sarmientino funciona al fin y al cabo como un reduccionismo en donde el componente civilización ya se encuentra determinado por una posición eurocéntrica por una parte y por otra, por un prejuicio que desprecia como bárbaro a toda civilización autóctona. El prejuicio se encuentra en la base de una formulación mecanicista que asigna de modo irreflexivo el progreso y el atraso a sus dos polos y entre cuyos efectos se encuentra el genocidio de gran parte de la población autóctona americana. Martí es clarividente dado que no solo desarma esta falsa disyuntiva sino que preeve sus terribles consecuencias. Por consiguiente, opta y defiende la barbarie al criticar precisamente el traslado acrítico de modelos institucionales y sociales foráneos que no se corresponden con la idiosincrasia local. De manera que la mímesis eurocéntrica que promueve Sarmiento no revela más que pobreza imaginativa, falta de confianza en lo propio y como proyecto social está destinado a fracasar. Por lo que en sus planteos, el poeta cubano sigue la tesis de Simón Rodríguez, maestro de Bolívar. Ambos son las voces que se alzan contra un proyecto artificial de élites aculturadas que ven en el liberalismo burgués finisecular no la oportunidad de constituir repúblicas inclusivas sino por el contrario, la circunstancia para constituir plutocracias proimperiales, subordinadas a la hegemonía de Inglaterra o Estados Unidos como coartada institucionales que asegure su predominio político y económico. Vale la aclaración, para Fernández Retamar: “Independientemente de su origen, Sarmiento es el implacable ideólogo de una burguesía argentina que intenta trasladar los esquemas de las burguesías metropolitanas, concretamente la estadounidense. Martí, por su parte es el consciente vocero de las clases explotadas”. (2). Y es en este aspecto, que el pensamiento anticolonial de Martí se articula a partir de un texto germinal: “Nuestra América” (1891). Aquí para el poeta cubano del mismo modo que para Simón Rodríguez las repúblicas americanas deben formular nuevos sistemas de gobierno en tanto su novedad significa coherencia respecto a sus realidades sociopolíticas diversas tanto de Estados Unidos como de Europa. Porque la mímesis evidencia acriticismo y por ede su funcionamiento ulterior estéril per se sin su inherente instauración violenta. En este aspecto, el colonialismo no solo es un modo político,social y cultural de tiranía sino que se prolonga necesariamente luego de la independencia en la subjetividad de las élites; en el modo de constitución mimética de sus proyectos republicanos y en su desprecio por lo popular. Por consiguiente, para Martí la colonialidad del ser, del poder y del saber subyacen a un tiempo en gran parte de los pensadores americanos como Sarmiento dado que propone una política colonizada de raigambre eurocéntrica además de racializar a su propia población para discriminarla y confinarla en un lugar de subalternidad, promoviendo el error mimético ya que procura imitar los paradigmas foráneos sin considerar las propias peculiaridades sociales en su formulación institucional. En consecuencia, según el pensador cubano, el modelo colonial no ha sido superado aun cuando la mayoría de las repúblicas americanas ganaron su independencia de España en las primeras décadas del siglo XIX. En esta dirección, es menester examinar un poco más de cerca “Nuestra América” como epítome del ideario martiniano. En principio, “Nuestra América” es un texto cuyo valor primordial es establecer los postulados básicos para que el determinante posesivo no solo se mantenga en el título sino en la realidad extratextual de todo el continente. Porque, en definitiva, a lo que apela el título es a que los americanos asuman América como proyecto propio, aun cuando hayan alcanzado la emancipación política sin la intelectual. Entonces, ¿cómo consolidar la primera sin haber logrado la segunda?:
“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con al que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra (3)”.
Este comienzo se organiza desde el punto de vista formal como el introito de los ejemplos medievales. Sin embargo, sus propiedades formales no valen per se sino que se subordinan, desde la perspectiva pragmática, a interpelar a sus lectores. Moralizar sí pero ni religiosa ni éticamente sino políticamente. En efecto, el contenido se estructura a partir de la crítica de un caso; de esta manera, Martí emplea una estructura inductiva: parte de lo particular para comunicar un mensaje que atañe a lo general; generalísimo dado que se dirige todos los americanos. Pero, ¿en qué radica el componente decolonial?. Martí es un poeta; poeta revolucionario; por lo que su mensaje será codificado poéticamente; mensaje decolonial en dos aspectos; primero, supone una advertencia respecto de la voracidad imperial de Estados Unidos; segundo, adquiere un tono exhortativo a fin de que América logre un autogobierno efectivo; esto es, mediante instituciones auténticamente americanas. Por lo que un encadenamiento metafórico determina el texto en términos genéricos, como una alegoría; una alegoría de significación decolonial. Así, critica la vanidad del aldeano causada por un prejuicio que confunde lo universal con lo particular arraigado en su engreimiento. Precisamente, la crítica de la vanidad no es baladí. En este aspecto, la vanidad para el catolicismo constituye uno de los siete pecados capitales; además de un modo de idolatría; en tanto que para Nietzsche en el aforismo 365 de su Aurora se constituye como: “(...)el temor a parecer original”. En efecto, la idolatría del aldeano funciona en dos direcciones de significación complementarias: en primer lugar, su equívoco confunde lo ajeno con lo propio y en segúndo lugar, tal confusión persigue un interés econonómico. Los anteriores travestidos en el espacio de la política. En consecuencia, la conveniencia política y económica determinan para el poeta cubano la colonialidad del poder en manos del aldeano americano cuyo discurso es un subterfugio que maquilla discursivamente un interés individual en términos de beneficio colectivo. Pero, por otra parte, la sobrevaloración interesada del orden universal, idealizado, implica la infravaloración interesada del orden particular al que pertenece el aldeano en el contexto de un pensamiento tan maniqueo como perpetuador de la dependencia de América. Ya que si la originalidad absoluta es un mito; la mímesis perfecta como garantía de eficacia sociopolítica también lo es. Sin embargo, para el poeta cubano, más que una falta privada concerniente a la moral individual; la vanidad conduce primero a un error epistemológico y a la prolongación de una configuración social colonial, después. Porque la adjetivación del orden con el calificativo bueno encubre sus condiciones materiales e históricas que lo han determinado. Dado que su afirmación en tanto creencia no puede plasmarse lingüísticamente más allá de su calificación; esto es, nunca podrá enunciar un discurso racional que de cuenta de sus contradicciones. En efecto, la adjetivación establece el límite discursivo formal y de sentido; no solo por lo que explicita: la fe en una condición positiva que parece inherente al ordenamiento universal pero que nunca es explicada sino por lo que este mismo discurso omite. Ahora bien, el poeta cubano ya había criticado en “Nuestra América” no solo la esterilidad de la mímesis político social, producida por la falta de valor y fe en la capacidad de los autóctonos. De este modo, la alegoría de Martí se convierte en diatriba, en amarga admonición dirigida a quienes al estigmatizar lo autóctono americano prolongan y eternizan las cadenas imperiales. En contraposición, el estudio de lo particular debe reemplazar la erudición universal dado que la primera es más necesaria para los americanos en su proceso de liberación: “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los Incas de acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria”. (4).
Por lo que la cuestión cultural no solo radica en derrotar la hegemonía eurocéntrica en e plano espistémico por una parte; sino, por otra, en constituir, en el plano político, una perspectiva eficaz respecto de la solución de los problemas americanos:
“A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y como puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, (…)”(5).
Por otra parte, la ruptura con España debe ser absoluta porque para Martí España ha significado:
“Una historia de conquista impuesta por la violencia de las armas. Un terror, genocidio, desatado sobre los pueblos aborígenes. Una destrucción sistemática y abisal de sus culturas. Imposición de la religión católica, vaticanista, para someter naciones y pueblos esquilmados en sus propias riquezas económicas, torturando y sacrificando a gran parte de sus habitantes. Introducción de la esclavitud. Y cuando surgen las revueltas independentistas, y la derrota comienza a debilitar a los miserables ejércitos, panhispanismo, concesiones autonómicas para conservar los poderes políticos, económico, y religioso, que es a su vez cultural. Al fin “tutela” militarizada sobre el dominado. Los valores de la raza, la religión, el idioma, preservando los privilegios económicos, la bandera reverenciada, las formas últimas del Estado apoyadas en el Ejército y la policía represores, cuya expresión más criminal se encardinará en los llamados “Voluntarios de La Habana”” (6).
El discurso de Martí no solo es decolonial sino antimperial; puesto que en primer lugar señala, critica e impugna los excesos de la metrópoli. Este es el punto de partida discursivo para que la quimera de Nuestra América comience a formularse. Simultáneamente, en España:
“La segunda guerra de independencia cubana (1895-1898) marcó el principio del fin del Imperio español clásico. Pero si las reivindicaciones caribeñas de autogobierno fueron recibidas con hostilidad en la metrópoli, también lo fue porque obligaban a replantear el concepto básico de nación española que servía de fundamento legitimador a la Monarquía de la Restauración desde 1874”(7)
En consecuencia, los postulados martinianos no solo articulan la necesidad profunda de elaborar un proyecto político-cultural desde y para América sino que además contribuyen a enterrar definitivamente la añeja narrativa imperial española. De esta manera, se verifica que en “Nuestra América” Martí anticipa muchos de los temas que ocuparán la reflexión de los principales teóricos anticolonialistas, a saber: la crítica de la mentalidad del colonizado ejemplificado por el aldeano vanidoso que estará en los análisis psicológicos de Fanon y en el concepto de colonialidad de Quijano; el peligro para América de la égida estadounidense, la condena de la superstición eurocéntrica y el análisis de las formas culturales autóctonas no solo para superar la anterior sino para constituir instituciones en auténtica relación con las necesidades de sus colectividades. De aquí, no solo proviene el mérito de “Nuestra América” sino su actualidad y la necesidad de repensar su mensaje.
Blas Infante: un pensamiento decolonial andaluz
“Una guerra fanática sacó de la poesía de sus palacios aéreos al moro debilitado en la riqueza y la soldadesca sobrante, criada con el vino crudo y el odio a los herejes, se echó, de coraza y arcabuz, sobre el indio de peto de algodón.” (8).
Si se tuviese la pretensión de establecer el factor común que motiva la convergencia de los discursos de Infante y Martí y este artículo la ostenta; este radica en la analogía del locus enunciativo desde el cual ambos organizan sus ideas. En términos lingüísticos, el locus constituye la génesis enunciativa de todo texto; por tanto supone una condición implícita de los sentidos formulados; se vincula con la naturaleza comunicativa y por ende, epistémica de toda articulación verbal. En los casos que nos ocupan, el locus parte de un subjetividad empática; permeable a los padecimientos de sus respectivos pueblos; en consecuencia ambas obras desde el punto de lista lingüístico constituyen discursos dialógicos (Bajtín), es decir, de apertura a la otredad; por tanto, circunstanciados también; comprometidos con el padecimiento social presente como imperativo histórico que predica un futuro alternativo. Pero además, en Infante, Andalucía constituye el tópico donde convergen; historia, cultura, política, sociología y economía; potenciando con su naturaleza híbrida su mensaje.
“ Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles de mi pueblo (Casares), confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales; he presenciado cómo son repartidos entre los vecinos acomodados, para que estos les otorguen una limosna de trabajo, tan sólo por fueros de caridad, los he contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de las bestias; les he visto dormir hacinados en sus sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjando en el gazpacho mal oliente, y servido, como a manadas de ciervos en el dornillo común, trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula; y he sentido indignación al ver que sus mujeres se deforman consumidas por la miseria en las rudas faenas del campo; al contemplar cómo sus hijos perecen faltos de higiene y de pan; cómo sus inteligencias se pierden atrofiadas por la virtud de una bárbara pedagogía, que tiene un templo digno en escuelas como cuadras; o permaneciendo totalmente incultas, requerida toda la actividad, desde la más tierna niñez, por el cuidado de la propia subsistencia, al conocer todas, absolutamente todas las estrecheces y miserias de sus hogares desolados. Y, después, he sentido vergüenza al leer en escritos extranjeros que el escándalo de su existencia miserable ha traspasado las fronteras, para vergüenza de España y de Andalucía” (9).
Blas Infante nació en Casares (Málaga) un 5 de Julio de 1885. Fusilado, sin juicio ni sentencia un 11 de Agosto de 1936. Notario, periodista, pensador, político, ensayista; las facetas de Infante como las de Martí son heterogéneas y manifiestan una personalidad compleja y comprometida. La exégesis de su pensamiento como el de Martí puede entenderse mediante la tríada conceptual de la decolonialidad. Puesto que en Andalucía según el pensador malagueño existe una tragedia cuya base es económica y radica en el latifundio. Colonialidad del ser y colonialidad del poder se imponen en Andalucia como derecho de conquista: “Todo latifundio andaluz es ilegal en su origen hay que devolver al campesino andaluz la tierra que le fue arrebatada por derecho de conquista” (10). Pues para el autor la reconquista no fue tal sino una conquista en toda regla. La violencia de una hegemonía cuasi imperial supone la génesis de la historia andaluza, del mismo modo en América. Puesto que: “La conquista cristiana fue intolerable y uno de los orígenes del latifundio” (11) . Las concomitancias con la instauración de la colonialidad en América son palmarias: si se piensa en la encomienda como unidad productiva y social. Institucionalizada tempranamente por una Real Provisión del 20 de diciembre de 1503. Sin embargo, en Andalucía de acuerdo con el autor andaluz también sucedió un encubrimiento: “El rencor europeo o de animalidad europea que se ofreció a la historia con el nombre de fervor católico se ensañó contra esta cultura superior de Al-Andalus, no sólo por odio al nombre musulmán que la designaba sino por el temor de que su fuerza cautivante de las almas descubriese la verdadera naturaleza de la inspiración animal que rigió la conquista”. (12). Además, desde el punto de vista cultural: “Tan enterrada quedó esta cultura, tanto odio y tanto desprecio impotente se llegó a arrojar sobre su memoria que ¡cuánto trabajo nos ha costado a los investigadores empezar a imponer a los científicos de Europa, verdades que con el instrumento del árabe se encuentran a flor de tierra!”.( 13). En esta línea, en pos de su rescate cultural, sus estudios sobre Al-Andalus motivaron los dos únicos viajes al extranjero de su vida. El primero a Agmat (Marruecos) para visitar y honrar la tumba del rey-poeta de Sevilla Al-Motamid, en plena guerra contra Abd Al-Krim- Y el segundo a Silves, en el Algarbe, para participar en un homenaje al mismo rey En cuanto a su indagación sobre Andalucía la examinó desde una perspectiva dual: desde la perspectiva nacional y desde una perspectiva cultural. Ambas concomitantes. Por ende, Blas Infante fue el primero que enunció a Andalucía no discuelta en los pruritos de una entelequia estatal sino como un pueblo/nación; cuyo representante más cabal es el jornalero. Por lo que como en el caso de Martí, su pensamiento es raigal; es decir, opera un análisis retrospectivo de la historia andaluza para determinar las causas históricas de los problemas presente y prescribir soluciones específicas frente a sus particularidades; por lo que es autotélico; su finalidad es Andalucía entendida como una comunidad histórica, cultural y política con una capacidad de proyección al futuro. En este aspecto, su nacionalismo no es restrictivo. En este aspecto y en relación con la organización política del estado español, sostenía la necesidad de un Estado Federal Andaluz integrado en una “Confederación Ibérica de los Estados Unidos de Iberia”. Por otra parte, respecto de Europa proclamaba que:
“Nosotros no podemos, no queremos, lo llegaremos a ser jamás europeos. Externamente en el vestido o en ciertas costumbres ecuménicamente impuestas con inexorable rigor hemos venido pareciendo aquello que nuestros dominadores exigieron de nosotros. Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: esto es andaluces, euro-africanos, euro-orientales, hombres universalistas, síntesis armónicas de hombres” (13).
Uno de sus textos de prolongada influencia es “Ideal Andaluz”(1915). Constituye una de las obras pioneras del andalucismo y una de las más difundidas del autor. En ella, Infante pretende fomentar la confianza en el pueblo andaluz, en sus posibilidades de progreso y despertar su patriotismo frente a las injusticias: Para lo anterior, reclama una educación libre y universal y además, controlar la economía mediante la expropiación de latifundios. En esta dirección, constituye un texto apelativo que oscila entre la formulación del diagnóstico del problema andaluz y la enunciación de la solución. Por lo que en términos estilísticos, se aleja de la retórica altisonante de los discursos políticos de su época. Por otro lado, su concepción del problema andaluz no es unitaria sino que analiza, esto es, descompone la problemática andaluza en conceptos concomitantes a partir de la idea de necesidad: “Este es el problema: Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan cultural y una fuerza que apostolice y salve” (14).
Pero también a partir del concepto de “Ideal”, de compleja formulación que se cifra en un destino colectivo de sentimiento panteísta; emparentado con el transcendentalismo y de raigambre romántica; de aquí su contenido filosófico que inserta a la especie humana en una unidad mayor que es la vida en busca de una realización común. En este sentido, la lógica que organiza todo el texto es deductiva, es decir, va de lo general a lo particular; por ejemplo, algunos de los apartados que lo organizan y la expresan, son: “Ideal humano”, “Ideal de los individuos y de los pueblos”, “Ideal de las naciones”, “Ideal de España” e Ideal de las regiones españolas, etc”. Además, en términos estructurales puede entenderse el texto como unidades de sentido concéntricas y mutuamente replicantes desde el punto de vista de sus significaciones, por ende sistémicas en la consignación del sentido global ya que en la progresión textual la categoría que sigue se imbrica y está implicada en la categoría previa. Esta formulación específica no solo forma parte del estilo discursivo de Infante, sino que otorga al texto, en términos de la pragmática lingüística, un dinamismo que facilita su recepción. De manera que en el plano del contenido en “Ideal Andaluz” están contenidas muchas de las ideas que ulteriormente, el autor profundizará y modificará en otros textos. Mientras que en cuanto a los vínculos intertextuales, en esta obra son ostensibles las influencias de Hegel, Spenser, Carlyle e incluso la Teosofía de Blavatsky, ya apuntadas por la crítica. Pero además pueden trazarse relaciones con el andalucismo histórico y el regeneracionismo.
Por último, en términos conceptuales, opera la conciliación entre nacionalismo y regionalismo; y dentro de este marco señala en esta etapa de su pensamiento la función de Andalucía como territorio que debe ser fiel al imperativo de liderar; liderazgo legitimado en los rasgos de su idiosincrasia, el progreso espiritual del país; por tanto, para ello debe fortalecer su espíritu propio para:
“(…) vindicar los fueros de su personalidad, hollados, hasta hoy, por una absurda organización centralista, que no ha vacilado en sacrificar su vida natural a exigencias artificiales de regularidad burocrática; desgarrando su cuerpo, aplastando los pruritos de su vitalidad, sustituyendo, en fin, como dice un escritor (Macías Picavea, en el “Problema Nacional”) con la obra del compás geométrico, la obra elaborada por el contraste de las fuerzas dimanadas de la Psicología, de la Geografía y de la Historia” (15).
Conclusiones
Luego de analizar ambos textos y examinar el pensamiento de ambos autores se pueden extraer las siguientes conclusiones. En primer lugar, el continedio anticolonialista presente en ambos autores. Ambos diagnostican el colonialismo español como un obstáculo que impide el desarrollo pleno de Andalucía y Cuba. Critican el centralismo autoritario del estado español. En el caso de infante, constata la historia andaluza como disrruptiva respecto del devenir histórico canonizado en la narrativa mitológica del nacionalismo español desde mediados del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX; en este aspecto, apela a la superación del encubrimiento cultural y económico que “La Reconquista” significó para Andalucía; así como la crítica a la estructura económica latifundista que prolonga la desigualdad y el atraso de la masa campesina andaluza; además, el rechazo del eurocentrismo y de toda filiación europeísta, dado que sus cánones culturales son exógenos a la idiosincrasia andaluza cristalizada en su historia y en su cultura; además de abogar por la solidaridad con las víctimas del colonialismo español en el Riff y la simpatía por su movimiento de resistencia y liberación; la selección de un locus enunciativo empático con los jornaleros quienes constituyen el estamento social que más sufre la imposición de un orden económico y social que los discrimina; la crítica del status quo en la argumentación de la necesidad de un cambio radical que cohesione la sociedad y diseñe un futuro alternativo; asó como también, la convicción de que todo cambio social que postule beneficios duraderos pasa por, en primer término, el reconocimiento de las propias peculiaridades histórico-culturales de Andalucía.. En tanto que en el caso de Martí, la naturaleza anticolonialista de su discurso radica en la impugnación de la interiorización de la colonialidad en la mentalidad de las élites criollas que pretenden una construcción institucional de América a partir de los prejuicios eurocéntricos; en este aspecto, su discurso puede vincularse con los postulados de Fanon pero también con el Glissant de “El Discurso Antillano” al atacar la mentalidad colonizada de las élites y su renuncia a constituir una auténtica soberanía republicana al acatar una rol subalterno, impuesto en lo económico y en lo cultural; en este aspecto, su afán de mímesis es producto de una reducción del concepto de civilización y progreso bajo el paradigma hegemónico coetáneo, al que el poeta cubano fustiga dada su esterilidad en un auténtico diseño nacional. Mientras que en “Madre América” critica la tendencia ideológica del hispanismo católico militante que abogaba por una visión indulgente de la conquista española de América; su pensamiento antimperial en en plano retrospectivo histórico; criticando la negatividad del colonialismo español pero también da cuenta del imperalismo contemporáneo de los Estados Unidos y su expansionismo en el Caribe. Expansionismo que varias décadas más tarde inspirará el famoso poema “A Roosevelt” de Rubén Darío. Porque ¿qué otro sentido puede tener la lectura de “Nuestra América” que interpretarse como un compendio de los males culturales y políticos de la mentalidad americana y al tiempo erigirse como un vademécum para contrarrestarlos?.
Finalmente, es el componente antiimperialista de ambos autores el punto nodal donde radica su convergencia ideológica y temática y su evidente vigencia como discursos programáticos que ayudan a pensar estrategias de liberación para Andalucia y América.
REFERENCIAS
(1) Infante, Blas (1919) Ideal Andaluz. Sevilla. Editorial Andaluza. P. 29.
(2) Fernández Retamar (2008). Pensamiento de Nuestra América Autorreflexiones y propuestas. Buenos Aires. Clacso. P. 49.
(3) Martí, José (1980) Nuestra América. Buenos Aires. Losada. P. 8.
(4). P.18.
(5). P. 20.
(6) Sorel, A. (1999) Jose Martí Contra España. Nafarroa. Txalaparta. P. 13.
(7) Núñez Seixas, Xosé M. (2018) Suspiros de España El nacionalismo español 1808-2018. Barcelona. Crítica. P. 41.
(8). P.67.
(9) Infante, Blas (1990) Colección Blas Infante. Sevilla. Centro de Estudios Andaluces. P. 34.
(10). P. 45.
(11). P. 34.
(12). P. 54.
(13). P. 65.
(14) Infante, Blas (1915) Textos. Editorial Renacer. P 1.
15). P. 44.