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Opinión
La inquebrantable esperanza
En noviembre de 1978, tres años después de la muerte del dictador Francisco Franco, José Peirats, destacado miembro histórico de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), escribía un artículo en la revista de comunicaciones libertarias Bicicleta advirtiendo de la causas de la crisis que entonces atravesaba la central anarcosindicalista. El escrito señalaba como, incomprensiblemente, la organización sindical anarquista había pasado de tener 200.000 personas afiliadas poco después de su legalización y reorganización en 1976, a una situación de profunda crisis, abandono y desmovilización en dos años. Atribuía esa desescalada a un conflicto interno que estaba carcomiendo ilusiones. Era principalmente el choque abierto, según el texto de Peirats, entre la organización del exilio y la organización en el interior. Cada uno de los sectores, apuntaba el artículo, tenía su propia definición despectiva: “anarcomomias” frente a “anarcopasotas”. Desde esos tiempos y hasta la actualidad hubo también un choque sobre la estrategia que adoptar, básicamente entre los sindicatos que se oponían a participar en las elecciones sindicales y quienes creían que negarse a participar arrinconaba todavía más sus posturas en los centros de trabajo. El conflicto interno derivó en una suerte de catarata de congresos extraordinarios y divisiones que culminaron finalmente con dos organizaciones diferenciadas en 1984.
Ambas reivindicando el anarcosindicalismo, ambas de espaldas y a tortas la una de la otra: la CNT y la CGT. Lo que ocurrió en todos esos años –entre 1976 y 1984- ha dado para muchos libros y debates, pero esa ruptura fue traumática para varias generaciones que visualizaron tras la muerte de Franco que la CNT podía volver a ser una organización de masas, vertebradora de una suerte de sujeto político que proyectase en el advenimiento del comunismo libertario la construcción de una sociedad libre de autoridad, basada en el apoyo mutuo y la autogestión, respetuosa con el individuo y donde el sindicato fuese la herramienta colectiva de organización económica.
Laboral
Laboral CGT, CNT y Solidaridad Obrera alcanzan un acuerdo que persigue la unidad de acción anarcosindical
La CNT se fundó en 1910 en Barcelona, influenciada por las ideas de Bakunin y creció de manera impresionante en afiliación y expansión territorial en los siguientes años. Según diversas fuentes, alcanzó la cifra de 800.000 personas afiliadas y su influencia en los campos y las fábricas fue descomunal, en muchas zonas del país muy por delante del otro gran sindicato de la época: la socialista UGT. Bajo el paraguas cenetista se crearon centros culturales, bibliotecas públicas, grupos de mujeres, escuelas modernas, grupos de esperanto o de nudismo, organizaciones juveniles y específicas... Uno de sus mayores éxitos fue encabezar huelgas sectoriales como la de 1919 en la Candiense, una factoría eléctrica de Barcelona que a lo largo de cuarenta y cuatro días paralizó la ciudad y la industria catalana y cuyo conflicto terminó con la conquista de las 40 horas semanales y las 8 horas al día de trabajo.
“El sindicato, que empieza siendo un arma económica de defensa, debe terminar siendo una agrupación política de los postulados de la libertad. Y al decir política no quiero decir parlamentarismo, porque el parlamentarismo debe estar siempre alejado de nosotros”, Salvador Seguí
En esa lucha destacó uno de los líderes más significativos de la historia de la central anarcosindicalista: Salvador Seguí, el Noi del Sucre. Suya es una cita importante sobre el sentido de la organización obrera: “El sindicato, que empieza siendo un arma económica de defensa, debe terminar siendo una agrupación política de los postulados de la libertad. Y al decir política no quiero decir parlamentarismo, porque el parlamentarismo debe estar siempre alejado de nosotros”. Seguí, como centenares de militantes en ese tiempo, fue asesinado por pistoleros de la patronal en 1923, entendió el sindicalismo también como “un aula” donde aprender colectivamente, alejado de lo que denominó las posturas vanguardistas de la “hegemonía artificial”. Frente a la tentación del liderazgo mesiánico, Seguí explicaba que “en el sindicalismo, el único héroe que existe es el colectivo”.
Con esos mimbres, con intentos revolucionarios fracasados como el de Asturias en 1934, se llegó al 18 de julio de 1936, al golpe militar de Franco y el inicio de la Guerra Civil. La CNT al día siguiente declaró la Revolución en todo el país. Miles de trabajadoras se movilizaron para luchar contra el fascismo y construir “un mundo nuevo”. En el gobierno del Frente Popular de 1936, cuatro ministerios estaban en manos de la organización anarcosindicalista, en los frentes de guerra las columnas anarquistas fueron especialmente combativas y en la retaguardia las colectividades vertebraron el eje central del proceso revolucionario emprendido.
La ministra de Sanidad Federica Montseny, el ministro de Justicia García Oliver, la fundadora de la organización Mujeres Libres Lucía Sánchez Saornil o el insurrecto Buenaventura Durruti fueron líderes destacados en este periodo. De los aciertos y errores de ese “corto verano de la anarquía” hay abundante documentación y múltiples lecturas. El final de la contienda, el exilio del conjunto de fuerzas republicanas, la guerra en Europa contra el nazismo, el asentamiento paulatino de la dictadura franquista en el orden mundial, la represión interna y las corrientes políticas abiertas a partir de 1968 agitaron el universo de los derrotados en la guerra de España. En Francia el exilio libertario editó entre 1962 y 1982 un periódico cuya cabecera era toda la una declaración de intenciones: Espoir (Esperanza). En un número de su primer año una columna alentaba a los jóvenes: “¡Seguid compañeros, seguid evocando el pasado y que esta evocación haga revivir en las mentes de las nuevas generaciones que es posible un sistema de convivencia humana basado en la Igualdad, la Libertad y la Justicia!”.
Dentro de la oposición al franquismo, el anarquismo había perdido terreno y era ahora el Partido Comunista de España y su sindicato hermano Comisiones Obreras los que protagonizaron conflictos y representatividad en el nuevo escenario político español
Pero la muerte del dictador y la llamada Transición a la democracia pilló a la CNT con el paso cambiado. Dentro de la oposición al franquismo, el anarquismo había perdido terreno y era ahora el Partido Comunista de España y su sindicato hermano Comisiones Obreras los que protagonizaron conflictos y representatividad en el nuevo escenario político español. Sin embargo y a pesar de las dificultades, la CNT a partir de 1976 comenzó a despuntar de nuevo, volvía a abarrotar salas y convocaba mítines multitudinarios, protagonizando huelgas y creciendo en militancia. En julio de 1977 se organizaron en Barcelona las Jornadas Libertarias Internacionales que unieron fiesta y debate para deleite y goce de miles de personas, se calcula que alrededor de 600.000.
En un informe de la organización anterior a la celebración se apuntaba: “Hemos pedido la participación a personas y grupos de música, teatro, cine, a historiadores, filósofos, ecologistas, periodistas, poetas y en general de todo lo que comprende la cultura y el pensamiento vistos desde una perspectiva de emancipación”. Por allí estuvieron Sartre, Costa-Gavras, Joan Baez, Godard, Emma Cohen o Noam Chomsky, por citar solo a unos pocos. La CNT quería mostrar al mundo su nueva vitalidad, pero la ilusión duró poco, tal y como contaba Peirats en su artículo para Bicicleta en 1978 empezaron las batallitas internas entre exilio e interior, entre veteranos y jóvenes, entre la parte obrera de la organización y la parte más abierta a las nuevas disidencias culturales. Las diferencias pronto derivaron en divergencias.
Desde 1978 y hasta 1984, donde se consuma la división definitiva, el anarcosindicalismo fue languideciendo por cuestiones internas (estrategia sindical principalmente) y externas (atentados relacionados con la policía) que fueron desgastando las siglas
Desde ese año y hasta 1984, donde se consuma la división definitiva, el anarcosindicalismo fue languideciendo por cuestiones internas (estrategia sindical principalmente) y externas (atentados donde había una sospechosa presencia de elementos relacionados con la policía) que fueron desgastando las siglas. El desencanto de la década de 1980 y la separación definitiva en dos corrientes creó un escenario muy diferente al vivido con anterioridad. También la aparición de otros protagonismos políticos restaron capacidad de influencia al espacio anarcosindical en los siguientes años. La objeción de conciencia y la insumisión al ejército, la movida anti OTAN, los grupos autónomos y las okupaciones, el levantamiento zapatista de 1994, el movimiento antiglobalización, los sindicatos combativos territoriales, las luchas por la tierra, las nuevas potencias del feminismo, la diversidad sexual, las resistencias a los desahucios, el confederalismo democrático kurdo…
Ahí también estuvieron y están gentes de CNT y CGT, pero la gran fotografía de un espacio vivo, plagado de diversidades que aportaban, con fuerte presencia en los centros de trabajo, con capacidad para convocar huelgas y doblar los intereses de la patronal se perdió. También su referencialidad dentro de la sociedad española. Cada una con su propia trayectoria e importancia, CNT, CGT y más tarde la Soli quedaron encuadradas en el papel de fuerzas sindicales con mayor o menor presencia, pero alejadas del acorazado que fue durante años el llamado Movimiento Libertario.
Ahora, casi 40 años después de esa ruptura desgarradora de 1984, el 8 de marzo de 2023, las tres organizaciones que se reclaman herederas del sindicato fundado en 1910, la CNT, la CGT y la confederación sindical Solidaridad Obrera han firmado un acuerdo de “unidad de acción”. Un acontecimiento que ha pasado casi desapercibido en estos tiempos en los que la izquierda trata a codazos de hacerse un hueco en las instituciones de representación y ministerios, de ocupar asientos de órganos de poder y donde parece que el debate político se construye para imponer certezas y condenas en las redes sociales. Tras cuatro décadas de desencuentros ha llegado el momento de pensar colectivamente, de sumar fuerzas y de reivindicar otro tipo de sociedad radicalmente distinto donde la clase obrera sea baluarte en la defensa de sus intereses, de colaborar desde la independencia de cada organización por el bien común. Mucho ha ocurrido también en el siglo XXI, una etapa que a nivel global comenzó con la guerra de Irak en 2004 como seña de identidad de un periodo político basado en la manipulación informativa, el cierre de fronteras, la opresión imperialista y el abandono del mito garantista de los derechos humanos universales.
Tras cuatro décadas de desencuentros ha llegado el momento de pensar colectivamente, de sumar fuerzas y de reivindicar otro tipo de sociedad radicalmente distinto donde la clase obrera sea baluarte en la defensa de sus intereses
En España, en 2011, para sorpresa de mucha gente, se produjo el movimiento del 15M que comenzó en la puerta del Sol de Madrid y se extendió por todo el país como la pólvora. Un terremoto social “sin siglas ni banderas”, como señalaba una activa participante un año después de su “explosión” en un número especial que publicó la revista Libre Pensamiento. En palabras de la misma persona, el 15M significaba “que sus planteamientos cuestionan el Sistema, no el fracaso de tal o cual política sino el agotamiento de un sistema (el capitalista), tanto en lo económico como en lo ideológico, atacando el problema de raíz”.
Participaron miles de miles de personas, en plazas de todo el país, en un clima de indignación y solidaridad social sin precedentes. Pero una parte de esa energía fue galvanizada por la tentación electoral y parlamentarista. En 2014 surgió el partido político Podemos y junto a otras corrientes que desembocaron juntas en candidaturas electorales de izquierda, que conquistaron el poder en algunas de las ciudades más importantes del país en las elecciones de 2015: Madrid, Barcelona, A Coruña, Zaragoza, Santiago de Compostela, Cádiz… La experiencia demostró muchos de los resquemores que tuvo siempre el movimiento libertario respecto a los partidos políticos. Luchas de poder, egos, “hegemonía artificial” de liderazgos intelectuales de dudosa relación con el terreno, alejamiento de los problemas cotidianos, límites no calculados, desmovilización social… El fracaso de esas opciones, cada una de ellas con su propia valoración y características, en la que también participaron personas provenientes de los movimientos autónomos, sindicales y libertarios devino en una suerte de vacío en el análisis, de autojustificaciones y de guerras de trinchera en prime time.
En esa atmósfera decreciente de la izquierda institucional, la confluencia anarcosindical del pasado marzo puede marcar el principio de algo nuevo
En esa atmósfera decreciente de la izquierda institucional, la confluencia anarcosindical del pasado marzo puede marcar el principio de algo nuevo. Una ilusión que Maribel Ramírez, secretaria de acción sindical de CGT, señalaba como “una responsabilidad de todas para empezar a confluir y llevar a cabo una lucha conjunta ante las agresiones que se están produciendo por parte del capital y el Estado”, y añadía que las tres organizaciones comparten un “pasado común” y que lo que se está planteando es “un acuerdo de presente, para construir un futuro”. Desde esa perspectiva, en un contexto global que también afecta a España de tsunami reaccionario y partidos de extrema derecha avanzando en todo el mundo, el acuerdo de acción ha sido recibido como una tímida bocanada de aire fresco. Un avance protagonizado por unas fuerzas sindicales que en su conjunto suman algo más de 100.000 afiliaciones, en un contexto de inflación que golpea duramente por abajo. Lo que se abre con la confluencia anarcosindical puede ser una posibilidad de encuentro de deseos y acciones sindicales, que represente a los nuevos tejidos de la clase trabajadora precaria, transfeminista, migrante, racializada, diversa culturalmente, excluida a la fuerza de las conquistas laborales de las últimas décadas. También de las generaciones veteranas que ven peligrar sus pensiones, que guardan memoria de prácticas colectivas a pie de obra no mediadas por el poder del dinero o que todavía sufren por las cicatrices de su propia memoria enterrada. Un cuerpo colectivo que se una al llamado sindicalismo social que lucha también por derechos universales como la vivienda, la ecología, los cuidados o la libertad sexual, que están siendo destrozados por el capitalismo insaciable, generador de odio, crisis climática y guerras. Esa posibilidad de encuentro ya se ha mostrado positivamente en los últimos años en la manifestación “interseccional” del 1 de mayo.
Cuando el devenir de una parte importante de la izquierda transformadora en España parece irremediablemente sujeto a la gobernabilidad, hay un espacio en construcción para un terreno de activismo y militancia alejado de las lógicas de poder
Cuando el devenir de una parte importante de la izquierda transformadora en España parece irremediablemente sujeto a la gobernabilidad, hay un espacio en construcción para un terreno de activismo y militancia alejado de las lógicas de poder. Asunto que nunca estuvo en las prioridades de la CNT, todo lo contrario. Un lugar de convivencia de un sindicalismo autónomo y libertario que no esté empeñado en enrocarse en sí mismo. Desde la descarga de pulsiones autoritarias que supone la carrera electoral, el nuevo espacio de confluencia puede desarrollar una nueva energía que galvanice las inquietudes de cooperación social, apoyo mutuo y lucha colectiva de nuevas y viejas generaciones de la clase obrera. En la misma lógica que apuntaba el texto de Espoir en 1962, desde la posibilidad de construir desde ya, aquí y ahora, un sistema de “convivencia humana basado en la Igualdad, la Libertad y la Justicia”. Con la utópica esperanza de que solo será posible desde la unión de individualidades diversas, con estrategias colectivas complementarias y voluntad sincera de transformación cultural, económica y social. Deseado paisaje que será factible, más allá de la unidad anarcosindicalista, desde la humildad militante que Salvador Seguí apuntaba hace un siglo cuando afirmaba: “Nuestro triunfo estará mucho más lejos si seguimos fiándolo todo a la casualidad y si seguimos creyendo que es posible hacer una revolución, transformar un régimen, sin haber conquistado por nuestras obras anteriores la confianza y el respeto de todos los adversarios y el cariño de nuestros afines”. Esa es la inquebrantable esperanza de un espacio político con más de un siglo de historia y millones de militantes que contribuyeron a construir el camino hacia la liberación del género humano. Veremos cuáles son los siguientes pasos y hasta qué punto conquista corazones.