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Coronavirus
¿Y si se consolida un Estado de Alarma Permanente?
El actual estado de alarma pivota sobre los pretextos incuestionables de la comunidad científica y la autoridad represiva de los órganos de mando militar. No es casualidad que esa autoridad represiva se esté ejerciendo, en muchas ocasiones, desde los balcones por parte de los propios ciudadanos, increpando a todo aquel que pasea por la calle.
Llegados a este punto, poca gente duda que estamos experimentado lo que el antropólogo Marcel Mauss catalogó como un “hecho social total”. Todavía incrédulos ante lo que nos está tocando vivir, nos dejamos arrastrar por la marea de ruido, discusiones y lamentaciones lideradas por el famoso “Capitán a posteriori”, figura citada por los guardianes del Gobierno del Estado español para contrarrestar la oleada de críticas e insultos de aquellos que perdieron las últimas elecciones generales.
Dejando de lado la cuestión partidista, hay un asunto de fondo que todavía no se ha tratado con la suficiente rigurosidad: ¿Es cierto que el covid19 va acelerar el cambio de sociedad que ya se venía gestando? Cómo es lógico, ningún experto tendría la capacidad de vaticinar cuál será el escenario a futuro, sin embargo, se pueden sugerir algunas reflexiones para, al menos, mantenernos en alerta ante la propaganda autoritaria que tendremos que soportar en los próximos meses a escala mundial.
Revisando al sociólogo alemán, Ulrich Beck, y su ensayo sobre la “Sociedad del Riesgo”, surge la siguiente pregunta: ¿y si, finalmente, se consolidan Estados de Alarma Permanentes? No se trata de ninguna ocurrencia alarmista y apocalíptica, sino más bien de una reflexión profunda en base a las transformaciones sociales que están sucediendo a nivel global.
El filósofo y pensador esloveno, Slavoj Zizek, hace una llamada a la reflexión colectiva para “repensar las características básicas de la sociedad en la que vivimos” y, además, da a entender que está siendo un duro golpe a la economía de mercado. Siguiendo este pretexto, y observando lo qué está sucediendo en el Estado español, distinguimos tres actores sociales clave: las empresas —a través de los portavoces de la Patronal y los partidos conservadores—, la sociedad civil —con sus múltiples versiones partidistas pero con un denominador común: la necesidad de acatar el #yomequedoencasa— y el Estado —con un Gobierno omnipresente amparado por la legitimidad cientificista—.
Los Estados proyectan políticas autoritarias de confinamiento, control de todas las instituciones y retoman los postulados keynesianos inyectando grandes sumas de millones para tranquilizar a la ciudadanía
Desde la esfera socio-económica, ya se cuentan por millares los trabajadores y empresas que han cesado su actividad laboral o, directamente, han perdido el empleo durante esta fase de confinamiento. Sin aventurarnos a catalogarlo como un “golpe a la economía de mercado”, sí que estamos en disposición de reconocer el actual estado de shock en el que se encuentra sumido el sistema económico. Se observa, principalmente, en la incapacidad de articular una reacción uniforme y acorde con las sensibilidades presentes de la sociedad civil; es suficiente con observar las duras críticas lanzadas a los Gobiernos que deciden paralizar la actividad económica, opción que, por otra parte, venimos reivindicando desde los balcones todas las personas que llevamos confinadas en nuestras casas durante varias semanas.
Los Estados, por su parte, proyectan políticas autoritarias de confinamiento, control de todas las instituciones del Estado y retoman los postulados keynesianos inyectando grandes sumas de millones para tranquilizar a la ciudadanía del fuerte impacto que tendrá la actual crisis. Algunos interpretan estos “simples gestos” como una gestión solemne del Estado del bienestar; sin embargo, otros lo utilizarán para consolidar nuevas lógicas estructurales de tipo estatista-autoritario.
En este sentido, la voluntad esgrimida por cada Estado es irrelevante si las consecuencias en la escala del sistema-mundo (del que hacía referencia el sociólogo Immanuel Wallerstein) son similares. En consecuencia, aportaré algunas claves que invitan a pensar que la opción estatista-autoritaria podría erigirse como la fórmula hegemónica en los próximos años.
De la Sociedad de Clases a la Sociedad del Riesgo
En términos sociológicos, son pocos los científicos sociales que ponen en cuestionamiento la asunción de un cambio de paradigma, transitando este de la modernidad hacia otros nuevos multicategorizados: la posmodernidad, la sociedad líquida, la sociedad del riesgo o cualquier otra acepción que sirva para resituar las antiguas lógicas culturales, políticas y económicas de la modernidad. El elemento central por el cual se alude a la citada transformación social es, entre otros factores, la evaporación de la “sociedad de clases”.
Argumentaciones tan manidas como que “el sistema de clases sociales ya no sirve para comprender la sociedad de mercado actual” o que “los conflictos socio-políticos ya no se deben interpretar en clave de lucha de clases”, se repiten hasta la saciedad entre la comunidad científica. Algo de cierto hay en todo ello: los cambios estructurales exigen nuevas conceptualizaciones heurísticas acordes con las sociedades complejas del momento, aunque, por otro lado, considero que se han precipitado en enterrar el sistema de clases.
Desde determinados postulados progresistas se sigue recurriendo al análisis de clases para reforzar discursos emancipadores de los grupos subalternos, tal y como se puede comprobar en los artículos escritos sobre la crisis del covid19, los cuales hacen referencia, mayoritariamente, a cómo este escenario sin precedentes está afectando en grados distintos a los diferentes estratos o clases sociales. Mi pretensión no es tanto validar semejantes afirmaciones, sino más bien esgrimir las razones de fondo por las que creo que el sistema de clases todavía tendría que estar en vigor en el marco de las ciencias sociales.
Coincido con algunos de mis colegas en que tanto la sociedad neoliberal como las dinámicas sociopolíticas actuales nos obligan a reeditar las prácticas epistemológicas de la sociedad industrial y, por consiguiente, replantearnos el nivel de validez del sistema de clases para dibujar un cuadro acertado de la realidad. Sin embargo, quisiera poner el acento en su utilidad ya que, como agentes sociales, seguimos definiendo nuestras subjetividades, hasta día de hoy, a través de las lógicas latentes de la sociedad de clases.
El sociólogo Ulrich Beck, al que se ha citado al principio del artículo, vaticinó en la Sociedad del Riesgo. Hacia una nueva modernidad cómo la emergencia de nuevas amenazas ambientales y de salud fraguarían la conversión del paradigma de la sociedad industrial en un modelo se sociedad organizado desde la categoría “riesgo”. No se trata de ningún visionario propietario de una verdad axiomática, sino de un pensador social que incluyó el término “riesgo” para reflexionar, entre otras cuestiones, acerca de la vulnerabilidad de los Estados, los seres humanos e, incluso, la economía y el poder.
Cuando irrumpen “hechos sociales totales” de origen ambiental o biológico (como está ocurriendo por el covid19) las categorías que servían para tejer relaciones sociales, políticas y económicas adquieren nuevos matices actitudinales
Afirma que durante todo el siglo XX nos hemos auto-afirmado desde la lógica de clases, con independencia de las tipologías de Estados que han ostentado el poder (Estados comunistas, Estados del bienestar, Estados fascistas, Estados neo-liberales, etc.). Sin embargo, cuando irrumpen “hechos sociales totales” de origen ambiental o biológico (como está ocurriendo con la crisis del covid19) las fichas del tablero se descolocan y las categorías que antaño servían para tejer relaciones sociales, políticas y económicas, comienzan a adquirir nuevos matices actitudinales.
Por ejemplo, se identifica un fuerte crecimiento de la solidaridad, no olvidemos que todos, de una forma u otra, nos estamos viendo afectados por la actual situación. La solidaridad se está materializando de diferentes formas, ya sea a través de los actos cotidianos de la sociedad civil desde sus hogares, mediante la reconversión temporal de la producción de algunas industrias para facilitar recursos al sistema sanitario, o desde el Estado con la inyección de capital para disipar la grave crisis económica a la que está abocado el actual sistema de mercado.
La pregunta sería: ¿Desde qué enfoque estamos ejerciendo nuestra solidaridad? El sociólogo alemán hace una distinción entre solidaridad de la miseria (para referirse a cualquier disposición solidaria con pretensión de favorecer la igualdad material de los recursos) y solidaridad del miedo (cuando tratamos de reducir los niveles de incertidumbre y dirimir las amenazas que se ciernen sobre otros actores). La primera ha sido la que ha prevalecido con las diferentes modalidades estatistas del siglo XX, por el contrario, me planteo si la solidaridad del miedo se instituirá a partir de ahora como la práctica reguladora de la cohesión social (si no lo ha hecho ya).
Este segundo tipo de solidaridad que nos plantea Beck refuerza, irremediablemente, la demanda social de seguridad. Por tanto, en línea con las aportaciones de Erich Fromm en su famoso ensayo sobre El miedo de la libertad, la prevalencia racional de la seguridad ante cualquier derecho o libertades nos conduce hacia modelos legítimos autoritarios. No son baladí las advertencias de algunos expertos que hablan de la consolidación de escenarios de legitimación social de los sistemas garantistas de seguridad nacional.
Si retrocedemos varios meses, muy poca gente aceptaría que nuestro Gobierno impusiera en forma de Real Decreto el confinamiento en nuestros hogares; incluso me atrevería a añadir que les exigiríamos la dimisión inmediata de todos sus miembros (tan sólo tenemos que recordar los ojos con los que mirábamos a China en su fase de confinamiento). ¿Qué ha tenido que ocurrir para que legitimemos una actitud autoritaria y represiva por parte de nuestro Gobierno? Decir que ha sido por la llegada y expansión del covid19 sería una hipótesis plausible, aunque, desde mi punto de vista, insuficiente.
¿Qué ha tenido que ocurrir para que legitimemos una actitud autoritaria y represiva por parte de nuestro Gobierno? Decir que ha sido por la llegada y expansión del covid19 sería una hipótesis plausible, aunque insuficiente
Han tenido que converger dos tipos de agentes legitimadores: por un lado, el conocimiento científico-técnico como base para gestionar y convencer simbólicamente a la ciudadanía y, por otro, las autoridades militares y policiales como agentes reguladores de la normatividad. Los primeros insuflan seguridad y convencimiento, mientras los segundos dotan el asunto de una seriedad sin precedentes y, al mismo tiempo, mantienen el miedo perenne.
En consecuencia, el Estado de Alarma actual pivota sobre los pretextos incuestionables de la comunidad científica y la autoridad represiva de los órganos de mando militar. No es casualidad que esa autoridad represiva se esté ejerciendo, en muchas ocasiones, desde los balcones por parte de los propios ciudadanos, increpando a todo aquel que pasea por la calle.
Una sociedad en alerta ante los Estados de Alarma
Más que para crear nuevos Estados autoritarios garantistas, esta crisis puede servir para afianzar los modelos ya existentes, pero esta vez desde afirmaciones y legitimidades culturales. Acorde con el orden geoestratégico mundial, la buena o mala gestión de países como Estados Unidos y China podría ser determinante para la consolidación de Estados hegemónicos con base autoritaria, centralista y pseudocapitalista. En España, por su parte, los partidos de extrema derecha ya están apuntando en esta dirección, demandan urgentemente la creación de un “Gobierno de Emergencia Nacional” guiado por científicos-expertos y el ejército (pero, les pregunto: ¿qué está sucediendo en la actualidad?).
Acorde con el orden geoestratégico mundial, la buena o mala gestión de países como Estados Unidos y China podría ser determinante para la consolidación de Estados hegemónicos con base autoritaria, centralista y pseudocapitalista
Cabe la posibilidad de que seamos los artífices de Estados de Alarma Permanente, con independencia de la voluntades actuales de los gobierno de turno, ya que estos se consolidarán por la demanda de la ciudadanía, y no tanto por una imposición político-militar. ¿Esto significa que la democracia desaparecerá? La democracia como concepto se resignificará; tan solo es una idea expuesta a los vaivenes de cada contexto histórico.
Lo que hará, al igual que lo hizo en la globalización neoliberal, será ponerse otro vestido similar para que las ideas-fuerza de la revolución francesa (libertad, igualdad y fraternidad) sigan ocupando nuestro imaginario colectivo mientras las desigualdades materiales no cesan. Hay quienes se preguntan dónde queda el sujeto político emancipador y los movimientos sociales en todo esto, yo también lo hago, pero las amenazas latentes de los riesgos biológicos y ambientales nos obligarán a replantearnos la correlación de fuerzas existentes.
En definitiva, nos exponemos a una especie de Revolución Silenciosa, “como consecuencia del cambio en la conciencia de todos, como cambio sin sujeto, conservando las élites y el viejo orden”, tal y como afirmó Ulrich Beck. Recuerda, debemos estar en alerta, no en alarma.
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Y fíjate que se apoya todo en la ignorancia que atribuye a la ciencia “la verdad única e indiscutible”. Sea lo que sea lo que signifique esto...
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Existe un pensamiento que promueve, que si todos cumplimos las leyes, todos nuestros problemas se solucionarían.
Analicemos si esto es cierto:
https://www.youtube.com/watch?v=0McjJX26aac