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Precariedad laboral
Pensar es de pobres
Una vez que nos declaremos felices ya estamos preparados para la autoexplotación.
La precariedad laboral se sostiene en un totalitarismo disfrazado de disciplina. Pelear contra la precariedad supone, por lo tanto, pelear contra esta idea de disciplina.
Al igual que en el ejército –como orden castrense–, el empleo precario otorga como premio último a los disciplinados la mera supervivencia. Nada más. Sin embargo –a diferencia del ejército como ejemplo de estructura basada en la disciplina–, en lo precario no existe premio mediante un sistema de ascensos. Los únicos galones, por tanto, son los días cotizados; los días en que se consigue salir ileso. De tal modo, el propio trabajo y el cumplimiento de la disciplina se confunden. No se sabe dónde hay hegemonía de lo uno y dónde hay preeminencia de lo otro.
La supervivencia del precario se basa en muchos casos, no ya en cumplir con las obligaciones productivas, sino en la supeditación de aquéllas al mero cumplimiento de la disciplina
Dicho de otro modo: la supervivencia del precario se basa en muchos casos, no ya en cumplir con las obligaciones productivas, sino en la supeditación de aquéllas al mero cumplimiento de la disciplina. Es por ello que no faltan ejemplos para señalar despidos de trabajadores y trabajadoras que han cumplido holgadamente con su trabajo pero que han faltado, sin embargo, al mandato sagrado de la disciplina.
Para el empresario, el trabajador diligente y productivo no será adecuado en tanto que no se someta totalmente. Una vuelta de tuerca más a la alienación de Marx. Seres domesticados, económicamente rentables, que decía Foucault.
No hay que caer en la trampa de improbables sinónimos. Una cosa es el orden y otra bien distinta la disciplina. El orden es punitivo cuando reprime, cuando sólo busca disciplinar. El orden es, sin embargo, benéfico cuando coordina, cuando suma voluntades.
Para ser un precario competente es necesario ser un precario feliz
Pero este uso de la disciplina necesita instrumentos que prevengan rebeliones indeseadas. Hay que edulcorar la disciplina a fin de hacerla invisible, de ocultar sus evidencias. (El poder más efectivo es aquel que permanece oculto). Esto opera principalmente en lo moral y se traduce en la idea misma de la felicidad. Para ser un precario competente es necesario ser un precario feliz. Y solo es posible alcanzar dicha felicidad manteniendo posiciones abiertas, alejando de nosotros todo pensamiento propio y siendo permeables al ideario de la empresa en todo momento. Pensar demasiado es sospechoso; pensar demasiado nos hace parecer seres grises. Pensar –en definitiva– es algo que sólo crea problemas si no ejercemos nuestro pensamiento con un fin utilitario, afín a los intereses de la empresa. Cualquier otra clase de pensamiento es, en sí misma, indisciplinada.
Por eso es preciso que seamos felices. Felices a la fuerza como sujetos finalmente domesticados. Felices también para ser aceptados socialmente. ¡Que se aparten los que piensan! ¡Sólo son un estorbo! ¡Una plasta!
La felicidad, por tanto, se ha convertido en una especie de camisa de fuerza.
De ahí que, hoy en día, se asocie a las personas pensativas con la tristeza. Todos conocemos ejemplos: alguien que anda reflexionando es asaltado por un ser cercano preguntando si se encuentra bien, si le ocurre algo. Pensar demasiado es la evidencia de una anomalía que debe ser corregida.
Por tanto, esta edulcoración de la disciplina es el arma definitiva con la que se pretende domesticar al precariado. Darlo todo, cumplir con la doctrina de la empresa, asumir cada tarea con una sonrisa y, llegado el momento del despido, mantener una actitud positiva. Alegrarse de haber aprendido mucho y confiar en que habrá más suerte la próxima vez. Fármacos y autoayuda están siempre al alcance de la mano si la digestión nos resulta pesada.
Los felices prefabricados comen mierda mientras sonríen
Los precarios felices bajan la guardia, no guerrean; estos felices, si acaso, compiten con sus semejantes anímicos para fortalecer esa idea de felicidad. Los felices sin rumbo apelan constantemente al disfrute del camino, incluso al placer de sentirse desorientados. Los felices prefabricados –en resumen– comen mierda mientras sonríen.
Pensar las cosas, por el contrario, es siempre sospechoso; es el indicio de problemas ocultos, inconfesables; pensar es problematizar en su sentido más peyorativo; pensar es atentar contra el sosiego de la comunidad. Para ello ni tan siquiera es necesario que se exprese lo que se piensa en público. Basta con adoptar una actitud pensativa.
En la sociedad griega –antes de la trasmutación de todos los valores que ejerce la moral cristiana– las personas poderosas miraban con condescendencia a los pobres, a los esclavos, a los plebeyos. Citando a Nietzsche y su Genealogía de la Moral: “Si la nobleza acaparaba para sí toda la concepción de lo bueno o del bien, lo malo está relacionado con la idea de 'infeliz'. A los filólogos recordémosles en qué sentido se usan οϊζνρόςς [miserable], άνολβος [desgraciado], τλήμων [resignado], δνςτνχεϊν [fracasar, tener mala suerte], ξνμφορα [desdicha]). Los "bien nacidos" –es decir, los nobles– se sentían a sí mismos cabalmente como los 'felices'”.
En una sociedad de clases sin sentimiento de clase [...] todos debemos alistarnos al ejército de los felices si queremos seguir en circulación
Hoy se ha dado un giro envenenado a este ideario. En una sociedad de clases sin sentimiento de clase; en una sociedad de pobres en la que nadie se percibe a sí mismo como de clase baja; en una sociedad, en definitiva, fundamentada en todos aquellos sistemas de control que ya avanzó Foucault y mediante los cuales toda la estructura del sistema carcelario fue pasando a otras estructuras de la sociedad por la vía del encierro y del control (colegios, cuarteles, hospitales, fábricas…); en una sociedad así, en definitiva, todos debemos alistarnos al ejército de los felices si queremos seguir en circulación.
Una vez que nos declaremos felices ya estamos preparados para la autoexplotación
La nueva ideología de la felicidad no es una carretera de doble sentido. Es una avalancha que engordamos mediante la proyección de nuestra imagen pública fotografiando nuestras sonrisas, aquello que comemos, dando cuenta de la conquista de cada instante especial e irrepetible, cada vez más dóciles, menos críticos, orgullosos incluso de poder asistir, en primera fila, al hundimiento de nuestras últimas defensas. Una vez que nos declaremos felices ya estamos preparados para la autoexplotación.
En definitiva, la gran apuesta del neoliberalismo es la trasmutación de los opuestos clásicos de physis (naturaleza) y nomos (entendido como las regulaciones humanas que hacen posible el progreso de las personas). La vuelta a la physis sólo será posible mediante el pensamiento, la cultura o la política, por paradójico que parezca; mientras tanto, el nomos imperante se sostiene en la exaltación falsaria de cierto estado de felicidad perpetuo como condición inherente a la naturaleza humana.
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Excelente e inquietante artículo. Profundo y mordaz, introduce el dedo en la llaga de las normalidafes patologías y alienantes..pobre y triste humanidad la que se resigna a las migajas de la ilusión de felicidad
Me encanta este artículo. Muy sincero me parece y hace un gran diagnóstico.
"No hay nada más cómodo que no pensar" Simone Weil. Gracias por incomodarme con este artículo ;)
El artículo me recuerda que una de las primeras decisiones que tomó el Gobierno Tory en Reino Unido cuando llegó al poder fue encargar una encuesta sobre la felicidad. Interesante artículo que hace pensar... Gracias.