
Una madrugada de agosto 2014, la vida de Fahad y su familia cambió para siempre. La artillería del autoproclamado Estado Islámico sacudía la periferia de la ciudad de Til Essisr en la región de Sinjar al Oeste del Kurdistán iraquí y los Peshmerga (fuerza armada kurda) ya no tenían margen de defensa.
El padre de Fahad entró en la habitación y les transmitió la decisión final de escapar: “Nos vamos a las montañas”. No imaginaban que su éxodo se extendería durante cinco años. Pero la larga noche del exilio llegó a su fin y en la actualidad, Fahad lidera un espacio donde el arte ayuda a sanar las heridas provocadas por la tragedia de la guerra.
Son las cinco de la mañana y un coro de palomas, gallinas y charlatanes afganos anticipan la luz que vence la oscuridad de la noche. Las aves se pronuncian al unísono. Un despertador eficaz al que Fahad atiende. Al ritmo de los cánticos pliega su manta, la mosquitera y el colchón tendido en el césped bajo el amparo de diez eucaliptos alineados en el patio de su escuela de música.
“Os convertís o moriréis”, fue el ultimátum que se convirtió en persecución y posterior genocidio. Miles de personas fueron ejecutadas en masa, fusiladas, enterradas en fosas comunes o murieron de sed y hambre en el monte Shinjar
Fahad prepara café, abre las ventanas del aula y enciende la bomba de agua para comenzar a regar el jardín. Alista detalles de las clases de tambur antes de que llegue el primero de sus alumnos.
Fahad es músico y profesor kurdo yazidi, nacido en Til Essisr, localidad ubicada al pie de las montañas de Shinjar que estuvo habitada por unas treinta mil personas hasta el fatídico agosto de 2014. Ese año el autoproclamado Estado Islámico (o Daesh, como se les llama en la región) continuaba su campaña amenazando a la comunidad yazidi: “Os convertís o moriréis”, fue el ultimátum que se convirtió en persecución y posterior genocidio.
Miles de personas fueron ejecutadas en masa, fusiladas, enterradas en fosas comunes o murieron de sed y hambre en el monte Shinjar, en un intento desesperado de escapar. Mas de siete mil mujeres y niñas fueron secuestradas y esclavizadas sexualmente. Los niños, que sobrevivieron al hambre y a las torturas, fueron reclutados como soldados en las filas del Daesh y forzados a convertirse al islam; se les enseñó árabe y se les prohibió hablar su kurdo nativo.
Aquella madrugada del 2 de agosto del 2014 la familia de Fahad tuvo que huír con lo puesto y sin mirar atrás —condición sine qua non de todo desplazamiento forzoso—. Así comenzó un éxodo que se extendió cinco largos años. La primera parada fue el cementerio de Garbara, al pie de las montañas de Shinjar. El lugar sirvió como refugio para miles de personas. Allí Fahad junto a su familia durmió entre tumbas.
De madrugada volvieron a escuchar disparos y explosiones. Se vieron forzados a continuar su marcha con el miedo en cada paso. Tras una extensa jornada de camino bajo el sofocante calor de agosto, cruzaron la cadena de cerros y llegaron a una higuera. Bajo su sombra resistieron doce días, hasta que el corredor humanitario establecido por las fuerzas armadas de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, el país vecino también en guerra, les permitió encontrar refugio en los pueblos fronterizos con Rojava.
Más de cincuenta niñas y niños que regresaron con sus familias del exilo, se convocan en la escuela de la Mirzo Music Fundation, un espacio seguro y sano de encuentro para la transformación social y la reconciliación
Ya en la casa de familiares en la ciudad de Qamishlo, tiempo después, leyó en Facebook una noticia sobre un músico kurdo, Gani Mirzo, que había llevado instrumentos donados desde Barcelona hasta Rojava. Envió un mensaje con el deseo de felicitarlo y solicitar —si era posible—, acceder a alguno de aquellos instrumentos.
El intercambio epistolar se extendió. Compartieron música, proyectos y surgió el deseo común de generar un espacio donde el arte permitiera sanar las heridas provocadas por la tragedia de la guerra y el desplazamiento forzoso. Al tiempo de abrir las puertas a la identidad cultural yazidí, negada, perseguida y violentada durante años.
En la actualidad, más de cincuenta niñas y niños que regresaron con sus familias del exilo, se convocan en la escuela de la Mirzo Music Fundation en la ciudad Xana Sore con el soporte de la Fundación catalana Nou Cims. No solo es un espacio de aprendizaje musical y promoción de la cultura e identidad, sino un espacio seguro y sano de encuentro para la transformación social y la reconciliación.

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