Opinión
8 de marzo interseccional, revolución estructural

Las mujeres “kalís, payas, migradas, afros, musulmanas, racializadas” tenemos que seguir trabajando y fortaleciendo nuestros lazos.

Tres feministas musulmanas.
Daniel Rodríguez Tres feministas musulmanas en la manifestación de Soria del 8 de marzo de 2018.
25 mar 2018 07:04

La convocatoria de huelga general para la conmemoración del 8 Marzo este año, ha probado con algodón el compromiso de los partidos políticos sobre el mandato constitucional de la igualdad entre mujeres y hombres. Con este objeto, el manifiesto feminista de las convocantes, parte de la memoria histórica de aquellas que han trabajado por la desarticulación del patriarcado, el imperialismo y el colonialismo, para presentar demandas presentes que favorezcan el goce de derechos fundamentales a las mujeres.

Además de ello, durante el desarrollo de la jornada, hemos visto también algunos gestos cuya intención ha sido incluir a las “gitanas, migradas y racializadas”. Por ejemplo, he vivido la participación de las mismas en la cabecera de la manifestación en Barcelona o la denuncia de las redadas racistas contra las mujeres migrantes en el cántico espeluznante de las vascas.

En este sentido, las kalís (gitanas) nos hemos sumando a esta jornada. Por nosotras, por todas las que no han podido hacer huelga y por los retos que tenemos por delante.

Personalmente he visto a kalís gallegas, vascas, catalanas, valencianas, madrileñas y andaluzas. Algunas han salido con su asociación, otras en un bloque, otras han ido acompañadas de sus compañeras payas, otras han ido solas, otras con sus amigas o familiares, y otras han ido acompañadas por sus compañeros kalós (gitanos).

Este patriarcado tan dicotómico, masculino, elitista y gachó (no gitano), ha normativizado que existan unas mujeres normales y otras especiales

Las he visto adolescentes y mayores, casadas y mozas. De gueto, rurales y centro-urbanitas. He visto kalís sin formación cantando consignas junto a jóvenes de primero de ESO y universitarias. Hemos hecho nuestra la calle, nos hemos abrazado con nuestras aliadas y hemos recargado nuestras pilas de esperanza al ver la movilización masiva sobre todo de las más jóvenes.

Sin embargo, es cierto que aún queda mucho trabajo por delante. Por ejemplo, aún queda que el movimiento feminista comprenda cómo afectan las violencias sexistas sobre las mujeres migrantes y cómo el Estado instrumentaliza los cuidados de las kalís a través de los servicios sociales para dominar y controlarnos a nosotras y a nuestras familias.

Queda que visualicen la influencia de los estereotipos interseccionales sobre el reconocimiento de derechos y su reproducción en las políticas, la justicia, la academia y los medios de comunicación. Queda que comprendan que todas las discriminaciones que sufrimos nosotras (“las otras, las específicas, las de los márgenes”), no sólo afectan a nuestros cuerpos, sino que apuntalan también la opresión de las mujeres payas o blancas.

Es decir, que nuestras violencias, son las de todas. Nos queda mucho camino para conseguir que estas reivindicaciones sean representadas en igualdad de condiciones, porque los efectos derivados de los estereotipos influencian a todo el mundo, incluidas las propias mujeres. Sin embargo, tengo claro que esto es un proceso y que poco a poco aprenderemos a trabajar juntas, porque lo que no consigamos entre todas, no traerá de la mano cambios sostenibles ni estructurales.

Este patriarcado tan dicotómico, masculino, elitista y gachó (no gitano), ha normativizado que existan unas mujeres normales y otras especiales. Unas demandas generales y otras específicas, unas feministas hegemónicas y otras contra-hegemónicas, unas en el centro y otras en los márgenes. Sin embargo, pienso que en realidad esto sólo rinde cuentas al “divide y vencerás” que refuerza el establecimiento del statu quo.

Radicalmente hablando, el feminismo es un proceso de análisis crítico sobre las relaciones de poder que articulan la jerarquización de las sociedades en torno al género. Sin embargo, no existe un género femenino insensible a la cultura y la memoria histórica, por lo tanto, no existe un feminismo acultural y atemporal que haga demandas universales. Esto se debe a una razón tan simple y real como es el hecho de que las mujeres no somos homogéneas, sino que es el paradigma que nos normativiza el que lo es.

No es cuestión de que las payas tengan que ser especialistas en nosotras, sino que nosotras podamos usar nuestra propia voz y establezcamos alianzas dialógicas y ecofeministas

Ejemplos como la vivencia de la maternidad, la lactancia, el empoderamiento o las relaciones de género son interpretados de manera diferente entre nosotras, y los son a través de una óptica cultural situada política, económica e históricamente. Por ello, es positivo para nuestro desarrollo como movimiento pensar cómo afectan nuestras demandas al reconocimiento de los derechos de todas las mujeres.

No es cuestión de que las payas tengan que ser especialistas en nosotras, sino que nosotras podamos usar nuestra propia voz y establezcamos alianzas dialógicas y ecofeministas. Esto quiere decir que las mujeres “kalís, payas, migradas, afros, musulmanas, racializadas” tenemos que seguir trabajando y fortaleciendo nuestros lazos. También quiere decir que el año próximo debemos coordinarnos mejor entre todas para que todas tengamos partes equitativas dentro del mismo relato feminista y nos sintamos mejor representadas. Forma parte del proceso compañeras.

Cortejo kalí en el 8 de marzo
Cortejo kalí en la manifestación del 8 de marzo. Foto cedida por Paqui Perona.

Propongo, sentarnos juntas a construir relatos eco-hegemónicos que señalen directamente al sujeto político que nos oprime a todas, que las violencias y discriminaciones negadas sean reconocidas por nuestras compañeras de lucha y que desvelemos juntas cómo las opresiones de “las otras, las de los márgenes, las invisibles” se relacionan con las opresiones sobre las mujeres blancas o payas, y viceversa.

Propongo que el año próximo, ocupemos primeras planas por ser ejemplo sobre la construcción política de alianzas y diálogo entre nosotras.

Necesitamos avanzar en este sentido porque el desarrollo de una democracia sana y abierta no es posible sin el reconocimiento y disfrute de los derechos para todas las mujeres. Y esto, compañeras, no es posible sin una revolución feminista y esta revolución, a su vez, sólo conllevará cambios estructurales y sostenibles si conseguimos que sea interseccional.

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