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Historia
Patricia González: “Podemos leer un libro de historia sin mujeres, no extrañarlas en absoluto y pensar que eso es Historia, con mayúsculas”
Aprovechando el paso de Patricia González Gutiérrez por Mérida para presentar en La Enredadera su libro Soror. Mujeres en Roma, El Salto Extremadura mantuvo una diálogo con la historiadora y especialista en estudios de género desde el que, saltando de la Antigua Roma al presente, trazar un esbozo del papel de la mujer en la ciencia histórica, en la sociedad romana y en la construcción del relato de memoria de una civilización.
¿Por qué Roma y no, por ejemplo, Grecia como referencia?
En realidad, como se suele decir, toda la historia es historia contemporánea, y el estudio de cada periodo, cultura y sociedad nos sirve para entender mejor cómo se construyen los grupos humanos, su identidad, su género y sus dinámicas de poder. Sin embargo, siempre me atrajo Roma, precisamente por ese curioso equilibrio entre cercanía y alteridad. Hemos heredado muchos conceptos que cristalizaron en este periodo, pero a través de una naturalización y procesamiento que nos impiden percibirlos como elementos culturales. Nos ha llegado mucho de su derecho, su ciencia y sus prejuicios. Desde leyes que permitían matar a la esposa adúltera pillada in fraganti que duraron hasta el siglo pasado, hasta los mecanismos para asignar y configurar el género. Es un poco como el esperpento de Valle Inclán, cuando vemos a Ovidio decir que si no puedes engañar a una mujer la violes, que seguro que le gusta y lo desea, parece muy terrible, pero luego en muchos casos en nuestros días leemos y oímos argumentos similares. Roma funciona muy bien como nuestro espejo deformante particular.
Este (no) es otro cuento
El Salto Radio Mujeres borradas, una historia de invisibilización
¿Por qué tiene Roma ese capital simbólico tan importante para todas las metáforas del patriarcado? Siempre hablamos “de romanos”, de historias, de películas “de romanos”... ¿Quiénes eran las romanas?
Las series, películas o novelas históricas no dejan de seguir los intereses de su época… y esos intereses pocas veces han incluido a las mujeres, por lo que cuadran muy bien con las fuentes clásicas. El problema es que, precisamente por esa coincidencia de no-intereses, hay una sensación de fluidez y continuidad que da una apariencia de verdad. Y así resulta muy fácil pensar en las mujeres como seres exclusivamente domésticos, domesticados e invisibles, o en tópicos binarios entre la santa esposa y la prostituta femme fatale. Parece que no existieran.
Cuando se ha hecho una serie como El corazón del imperio, que trata de romanas, se han escuchado las mismas acusaciones de presentismo e ideología de siempre. Como si fuera presentismo hablar de ellas, como si no fuera ideología olvidarlas.
¿Esa capacidad centrifugadora de la mujer es algo consustancial a todas las lógicas imperiales?
En realidad, esa invisibilización, o quizás su construcción como una alteridad estereotipada es consustancial a cualquier sociedad patriarcal, por el mero hecho de que cualquier jerarquización requiere de una creación de un “otro” inferior y tópico. Ya Simone de Beauvoir hablaba de la “construcción” de la mujer, pero también podemos verlo en cómo se reflejan los extranjeros, los niños, las neurodivergencias o la pobreza. Hemos hecho la historia de muy poquita gente, pero nos han vendido que es la de todo el mundo, hasta el punto de que parezca que solo podemos identificarnos con esos personajes. La historia de César tiene que ser la mía, pero la historia de Fulvia parece que es solo la historia de las mujeres.
¿Cómo se ido construyendo ese proceso de expulsión de la memoria?
Los mecanismos sociales son variados, por el simple hecho de que toda la sociedad necesita construir una justificación para sus desigualdades. Y ese edificio teórico se va naturalizando hasta que decimos “no, no, esto no es algo cultural, es pura biología”. Pero no. Y por eso la ciencia describía a la mujer como un hombre a medio hacer hace dos milenios, y hace un par de siglos al óvulo o las células femeninas como algo pasivo, frente al activo espermatozoide. Por eso las romanas nunca tuvieron un nombre propio y se las constituyó en símbolo del honor familiar en vez de en individuos activos y con agencia. Por eso se construyeron eso binarios que hoy nos parecen tan místicos de la mujer asociada a la noche, la emoción o la naturaleza, frente al hombre vinculado al día, la racionalidad y la cultura. Y todo eso se convierte en algo identitario y, por tanto, cuesta mucho no solo deconstruirlo, sino siquiera verlo.
La historia de César tiene que ser la mía, pero la historia de Fulvia parece que es solo la historia de las mujeres
Y, por eso, podemos leer un libro de historia sin mujeres y no extrañarlas en absoluto y pensar que eso es Historia, con mayúsculas. Por eso podemos considerar que no hicieron nada, salvo parir. Por eso podemos mencionar la programación, la teoría de la relatividad, los intermitentes, el típex o el kevlar y pensar en inventores, pero no inventoras.
A grandes rasgos, ¿cuál era el papel social de la mujer en un marco civilizatorio tan completo como el romano? ¿Se puede hablar de distintas fases?
El “ideal” romano de mujer describía un modelo de mujer casta, pura, trabajadora de la lana, casera y prolífica (algo que se repite en las lápidas, en las fuentes…) y un contramodelo “explotable”, de cuerpos consumibles, en forma de prostituta. De hecho, al ser una figura marginal están muy presentes en todas las historias de conspiraciones e intrigas, desde Catilina hasta el episodio de las Bacanales. Sin embargo, luego la vida cotidiana es otra cosa, y nos encontramos a mujeres trabajadoras, dirigiendo sus talleres, ejerciendo poder, siendo pareja y buscando los huecos que les dejaba el sistema. Es también hizo que se fueran desprendiendo de algunas limitaciones legales y, de hecho, contribuyeran tanto al cristianismo primitivo precisamente porque ya tenían poder y capacidad para manejar sus bienes y, por tanto, podían financiar iglesias privadas.
¿Cómo es posible que se haya leído Roma, tanto tiempo, sin sus mujeres? ¿Dónde está la razón de su invisibilidad? ¿Qué parte de culpa tiene en ello la academia?
Porque no las hemos buscado, simplemente. La narración de la historia positivista, esa historia tradicional de reyes y conquistas, es una tranquilizadora narración lineal, tradicional y sencilla de seguir. En cambio, la irrupción de la historia social, de género, de la infancia o poscolonial ha hecho plantearse nuevas preguntas, ha creado nuevas capas de complejidad y eso no siempre es fácil. Es algo que nos interpela, que nos incomoda, nos dice que igual no hemos hecho las cosas bien. Hay mucho prejuicio por remover. La historia es tan identitaria como la paella, y no queremos que nos la toqueteen.
La irrupción de la historia social, de género, de la infancia o poscolonial ha hecho plantearse nuevas preguntas, ha creado nuevas capas de complejidad y eso no siempre es fácil
A ello se une que la Academia, muchas veces, vive en su burbuja feliz de investigaciones y se olvida de que eso tiene que permear, que tiene que haber un retorno social efectivo. No solo tiene que evolucionar ella, sino implicarse más en que evolucione todo el conocimiento básico de la historia. Quizás los anglosajones tienen más asumido el concepto de divulgación amplia y de calidad, y tendríamos que esforzarnos más en que no penalice en el curriculum investigador.
¿Hay registro documental del auténtico papel de la mujer en la Roma Antigua?
Mucho más del que parece, aunque evidentemente las fuentes escritas tenían un interés tangencial, por ser eufemísticos, en las mujeres. Están ahí, solo hay que buscarlas. Y a eso se añade la arqueología y la epigrafía. Desde qué destacan las familias en las tumbas de las mujeres, que graban en sus instrumentos cotidianos a qué conmemoran en sus monumentos, la información aparece por doquier. Solo tenemos que aprender a mirar, que no es tan fácil como parece. Eso y poner pasta para excavar, conservar y musealizar, que también influye, no nos vayamos a pensar que esto no va también de inversión social, democratización de conocimientos y conservación del patrimonio.
¿Hablamos de mujer romana en general, o de un determinado tipo de mujer? ¿Merece la pena detenerse, en este sentido, en el factor de clase social?
Evidentemente tenemos que hablar de “mujeres”, en plural, porque la clase era un elemento aún más importante que el género en la identidad romana. No es lo mismo la esclava que la matrona, ni la extranjera que la liberta. Aun así, podemos ver ciertos elementos de unión en cómo las concebían, como conjunto, en la “raza de las mujeres” de la que hablaba Heródoto. Además, cada grupo social se buscó las castañas para ir encontrando métodos que les permitieran algo más de agencia. Como es natural, el tener dinero y poder manejarlo, poder hacer donaciones a la ciudad o financiar templos y mercados daba cierta ventaja a la hora de saltarse las normas sociales, pero las mujeres trabajadoras, que aportaban tanto como sus maridos, o las muchachas que decidieron cantar su amor a sus amantes, también tenían algo que decir.
¿Qué relevancia tenía el ejercicio de la violencia sobre su cuerpo? ¿Cómo gestionaba el control sobre el mismo? Hablamos de reproducción y control reproductivo...
La violencia es un método de control muy efectivo. La violencia sexual seguida del ejemplo de la mítica Lucrecia o Virginia, que perdieron la vida antes que el honor, o la violencia ejercida por los maridos, como correctivo, de la que tan alegremente hablaban Santa Mónica, la madre de San Agustín, y sus amigas, intercambiando trucos para evitar las palizas. El cuerpo femenino era un símbolo, el contenedor del honor familiar, algo que pertenecía a la comunidad más que a las mujeres. Era un horno para los hijos de otros (una mujer no era considerada pariente directo de sus propios hijos). Así, aunque el aborto y la anticoncepción se tratan de forma natural, eran más un derecho del hombre que de la mujer. Solo cuando no existía un hombre que pudiera reclamar esa paternidad o esa autoridad sobre la mujer, esta podía abortar o decidir sobre su cuerpo con mayor libertad.
Tenemos que hablar de “mujeres”, en plural, porque la clase era un elemento aún más importante que el género en la identidad romana
También existía la trasgresión a la norma, pero la mujer debía de, sistemáticamente, renunciar a su cuerpo y a su uso social para “trascender” en ese sentido. Las vestales, con poder efectivo, debían ser vírgenes, o las Madres del Desierto cristianas, que hablaban con libertad y autoridad, pero renunciaban a la maternidad y la sexualidad. Lo mismo pasó con las mártires cristianas, su autoridad y libertad venían de una renuncia a la vida y a su cuerpo.
¿En qué espacios sociales adquiría un protagonismo especial?
Las mujeres poderosas supieron pronto que había formas de ejercer el poder más allá de las magistraturas o las victorias militares. Así, las encontramos financiando edificios públicos, estatuas para si mismas en las ciudades, ocupando sacerdocios muy visibles o poniendo dinero en los collegia, asociaciones profesionales y funerarias. Aun más, Fulvia, junto con su marido, uso estas asociaciones para crear bandas armadas y controlar las calles y, cuando la cosa se puso más seria, incluso financió un ejército privado. Ellas también ejercían el poder con violencia, pensarlas como seres de luz es uno más de los prejuicios patriarcales que las han alejado de los focos de poder.
Hemos creado un concepto de “pasado” y de “mujer” que no son, en absoluto, inocentes
Por otro lado, también la cultura y fue un campo abonado para la visibilidad. Los médicos comentaban las obras de sus compañeras, tenemos ejemplos de copistas y secretarias, de poetas y filósofas. Agripina escribió unas memorias. Pero, ¡ay de nuevo el “pero”! la conservación no nos ha ayudado con esto tampoco, ya que también ha priorizado la preservación de las obras masculinas. Plinio el Viejo, que, aparte de morir en la famosa erupción del Vesubio que sepultó Pompeya, escribió mucho, ya reflexionó sobre la injusticia de que artistas talentosas y apreciadas fueran menos conservadas que sus pares varones, más mediocres. Las Guerrilla Girls tuvieron que volver a decirlo dos milenios después. Y aquí seguimos.
¿Cuál es el cometido principal de los estudios de género en una ciencia como la Historia?
Quizás lo más importante sea el cambio de perspectiva, aunque no hay que despreciar el “añadir” datos, ya que es importante la creación de genealogías propias. Sin embargo, es ese cambio en cómo vemos la historia lo que mejor nos ayuda a comprender el pasado y nuestro presente, lo que más nos ayuda a ver cómo creamos nuestras propias identidades y cómo hemos creado un concepto de “pasado” y de “mujer” que no son, en absoluto, inocentes.
¿Cómo se ha ido construyendo el papel de la mujer en la Historia?
Aquí es importante abandonar un poco esa visión lineal de la historia que nos hace ver una especie de camino inevitable y, a menudo, marcado por un progreso que “empuja” hacia lo considerado bueno. La Edad Media tuvo espacios de libertad para las mujeres, por ejemplo, que no tuvo el Renacimiento, y ha habido que pelear por usar “médica” cuando era una forma reconocida en el latín sin problemas. Al final, cada sociedad se construye de forma específica, aunque use los ladrillos de edificios más antiguos.
La Edad Media tuvo espacios de libertad para las mujeres, por ejemplo, que no tuvo el Renacimiento, y ha habido que pelear por usar “médica” cuando era una forma reconocida en el latín sin problema
Dicho esto, como decíamos, hemos heredado muchos prejuicios e ideas que se han ido adaptando, en una especie de complejo de la Reina Roja, para mantener la desigualdad. La histeria, para griegos y romanos, venía de un útero semiviviente que se enfadaba si no había suficiente sexo y embarazos, luego vino Freud, y luego se ha hablado de la movilidad de las hormonas. Las lesbianas eran “cuasihombres” en Roma, poco menos que animales mitológicos luego y vueltas a tratar de machorras en épocas más recientes. Ver esas adaptaciones es importante para ver cómo se nos inculcan una serie de esencialismos que distan de ser naturales.
¿Qué referencias existen de miradas sobre la Historia desde mujeres?
Desde que Alice Clark escribió una historia de las mujeres trabajadoras, a principios del siglo XX, hasta que se fue normalizando la historia de las mujeres y de género como una disciplina aceptada en la Academia, pasó casi medio siglo. De hecho, los años setenta empezaron con un congreso, impartido en Jussieu y con personalidades de primera fila en el ámbito de la historia, que aún se preguntaba si las mujeres tenían una historia. La historiadora Joan Scott también destacó en su momento lo complicado que había sido luchar para explicar que el género se construía culturalmente, y cómo cambiaba, cuando todo el mundo daba por supuesto esa “naturalidad” homogeneizadora e invisibilizadora.
Afortunadamente, las cosas han ido cambiando, gracias al trabajo de muchas personas, que han ido creando grupos de investigación, revistas y espacios, que han publicado y peleado para normalizar estas investigaciones. Se han aplicado diferentes perspectivas, desde la historia, la antropología la filología, con nombres tan importantes como los de Michelle Rosaldo (que empezó a hablar de esa diferencia entre lo público y lo privado en la construcción del género), Margaret Mead, o Sarah B. Pomeroy. En España también ha habido una importante labor, aunque quizás hemos ido con algo de retraso respecto al mundo anglosajón o la historiografía francesa. Ahí están el grupo Démeter en Oviedo, con investigadoras como Rosa Cid, el proyecto Past Woman en Granada, el Centro de Investigación Histórica de la Mujer de la Universidad de Barcelona, con Mary Nash entre sus fundadoras, que tanto ha hecho por recuperar una historia de género contemporánea, o revistas como Arenal. Y no solo en la academia, sino que hay proyectos de divulgación cada vez más potentes, como Herstóricas. Son solo unos pocos ejemplos entre las miles de investigadoras (y también están ellos, que no se diga, pero la mayoría femenina es obvia) que han ido cambiando la forma de ver las cosas. Porque la historia siempre es algo colaborativo, y nunca un trabajo individual.