Gentrificación
‘Detectives de objetos’: la historia omitida que no se borra

Shaday Larios teje en su último libro, Detectives de objetos, las redes de historias rescatadas de la gentrificación y el olvido a la fuerza en tres ciudades: Girona, Barcelona y Berlín.

Berlín - 6
East Side Gallery, galería de arte al aire libre sobre el lado este del muro de Berlín. Álvaro Minguito
5 feb 2020 06:00

Lo inmediato. Hoy lo de esperar no se lleva demasiado bien. Queremos que las obras de la ciudad terminen cuanto antes, que la estación de Gran Vía se abra de una vez, que nos sirvan la comida en el restaurante de inmediato. Entre tanta espera desesperada no nos damos cuenta de que la ciudad cambia. Ese senegalés al que ibas a comer mafé en Lavapiés será pronto un hotel; aquella panadería que te servía sin preguntarte porque ya te conocía hace tiempo que vende cocktails chic; y tu piso-asequible-en-zona-agradable hace rato que es un Airbnb para turistas de fin de semana. El cambio es tan inmediato que no te da tiempo ni a recordar.

Por fortuna, en esa tarea se centra la objetóloga mexicana Shaday Larios en Detectives de objetos, una obra publicada por la editorial segoviana La uÑa RoTa que recupera las historias de tres ciudades que quisieron ser omitidas, pero que no se pueden borrar.

Dice Larios, en conversación con El Salto, que la mirada de una detective de objetos es aquella capaz de “detectar detalles de nuestro ‘inconsciente material” desde diferentes registros”. Se trata de una mirada “entrometida”, que escarba en lo material para leer “otras capas, otros sentidos capaces de relatarnos, desde un lugar invisibilizado, aspectos de un contexto social particular”. Esos contextos son, en el libro, el Barri Vell de Girona, el Jardín Botánico de Barcelona y la ciudad de Berlín, la capital sin centro que hace no mucho estuvo dividida por un bloque de casi cuatro metros de hormigón.

Las tres ciudades son una invitación al detenimiento, “un respiro, un intervalo dentro del acelerado flujo de nuestros consumos cotidianos”, señala Larios. En cada parte y capítulo se construyen, letra a letra, las líneas de un mapa mayor, desconocido por muchos de los actuales residentes de cada zona.

Así es como se adentra en la antigua carpintería de los hermanos Lladó, en el Barri Vell de Girona, situado en el que fue el famoso Teatro Odeón, para traer al presente la historia de un barrio cuya identidad es hoy la gentrificación, pero que hace apenas unas décadas era emblema de convivencia, de vecindad. Ello se aprecia en la gaveta de los Lladó, que “no es ancha pero pesa”, pues guarda en su interior 70 años de llaves, de historias de locales hermanos y vecinos que confiaban en los propietarios para que guardasen la entrada a sus pequeños territorios.

Para la autora, los objetos no son seres inanimados, sino que hablan —­­̶puede que bajito—, pero si te paras, eres capaz de escuchar “un discurso ruidoso, un archivo en potencia sobre nosotros, sobre el mundo que habitamos, desplegado a lo largo de cada barrio, cada calle, cada casa, cada habitación, cada cajón, cada bote de basura”, apunta.

Shaday Larios, que resuelve estos casos junto a sus compañeros Jomi Oligor y Xavi Bobés, de su admirable agencia El Solar, asegura que, a lo largo de todos sus años de trabajo, escucha e investigación, lo que más le ha conmovido es “la fuerza de la dignidad de las personas. Su —nuestro— derecho a defender su propia memoria, su propia identidad que, por una u otra razón, ha sido silenciada”.

Una voz perdida como la de los 30.000 habitantes de los barrios de barracas de Montjuïc, que habitaron durante años lo que es hoy el Jardín Botánico de Barcelona, pero que fueron desalojados de la zona a fin de “acondicionarla” de cara a las Olimpiadas de 1992. Larios recupera la vida de estas personas en el mismo lugar en el que ahora hay infinitas plantas exóticas con su respectiva placa identificativa.

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Tomando ese recurso como guiño, la autora nos deja ver que, a pesar de las condiciones, las personas que allí vivían lo hacían en sentimiento de unión, con ánimo de superación y ganas de replicar su propio concepto de comunidad-ciudad al exterior. “Si algo me ha cambiado este afán de detección es justo vivir, acompañar ese pulso humano de primera mano y corroborar, una y otra vez, que el mapa no es el territorio, que el mapa es singular y construye una propia verdad desde ahí. Y los objetos, los documentos de todo tipo, están de testigos de esa resistencia”, mantiene. De este modo, el mapa que nos indica que “Usted está aquí” deja de cobrar importancia conforme se suceden las páginas, pues, ¿qué importa dónde se está si no se sabe qué hubo?

Si “olvidar es morir de algún modo”, afirma Larios, Detectives de objetos nos revive a base de recuerdos. “El estado líquido de la memoria y la saturación instantánea de hoy nos ha hecho propensos al olvido por defensa propia”, sostiene. Y ese olvido es el que combaten las personas con las que se topa la autora cuando llega a Berlín, justo en el aniversario de la caída del Muro.

Allí habla con habitantes, en su mayoría, del este de la ciudad cuando el muro estaba alzado. Sus relatos nos invitan a hacernos preguntas sobre la historia oficial. Porque asistimos a vidas suspendidas entre la división y unión forzosa; personas que, ya con bastantes años y perspectiva sobre sus espaldas, comentan realidades como “la gente cambió todo esto por 40 marcas de yogures”, en relación con el exceso que, de un día para otro, tuvieron que afrontar.

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Pero Larios no habla de una resistencia para anclarse al pasado, como si todo lo pasado fuese mejor. Para la escritora mexicana se trata de ser “activamente críticos con la metamorfosis urbana y la absorción que el capital hace de la memoria”. Así, ve la solución a este aceleramiento de cambio en el diálogo: “Poner en común los intereses y los disensos de los distintos sectores que habitan un barrio viejo y llegar a acuerdos que piensen y contribuyan en conjunto a la tal idea de ‘vejez’, al cuidado del afecto por los símbolos colectivos de una comunidad que está hecha también de minorías”.

La historia es una versión de los hechos acontecidos contada por uno —o unos cuantos— que puede o no encajar con nuestra perspectiva. Siendo así, el recuerdo es susceptible de manipularse pero, por fortuna, no se puede borrar. “En los tres casos que se relatan en Detectives de objetos veremos la contundencia de muchas voces de Girona, de Barcelona y de Berlín, que nos demuestran que la historia que quiso ser omitida no se borra. Al contrario, adquiere más fuerza y empoderamiento desde su supuesta desaparición y con la perspectiva que da la distancia temporal”, asegura.

Confiemos, pues, en ese hábito de observar las líneas difusas de nuestro día a día, en la ausencia de límites para imaginar de personas como Shaday Larios, para que, la próxima vez que nos desesperemos porque lo inmediato no llega tan aprisa, pensemos que, en ese lugar, en ese objeto tocado, hay una vida desapercibida que merece ser contada.

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