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Extremadura
¡Menuda cruz nos ha caído!
Hay monumentos que no deberían ser considerados como tal. Más que representativa del mensaje de paz y amor que se supone predica la religión a la que representa, ésta y las otras cruces que aún están plantadas en el resto del Estado, en memoria de los caídos por Dios y por España, son representativas del odio y la destrucción.
Hay símbolos que no serían nada si no fuera porque el arte popular –anónimo y espontáneo- los reinterpreta dotándolos de una nueva significación o despojándolos de la que ya tenían. Algunos de ellos se arrogan de la categoría de monumentos sin serlo, simplemente por el hecho de que parecen haber estado siempre en el mismo lugar, sin que nadie se fije en su alzado, salvo cuando cambian de aspecto porque alguien, o algunos, ejerce su expresión con un bote de pintura en espray utilizándolos como lienzo. Si te llamas Banksy, entonces lo que haces es arte y cuesta mucho dinero; si eres un mindundi entonces lo tuyo es una agresión contra el patrimonio y además no vale una mierda.
En Montijo, pueblo de Badajoz donde la vida es plácida y agradecida, sin ir más lejos, dos construcciones atestiguan lo que digo: la conocida como “Cruz del parque”, una gran cruz que se eleva sobre unas escalinatas, y el “Pozo de la calle Azorín”, un prisma cuadrangular de 8 metros de altura, tan alto como la cruz. Ambas fueron edificadas en 1941, a instancias del mismo promotor (el jefe de la Falange) y con un mismo fin: la ornamentación y el mantenimiento de un parque municipal. La cruz celebra la muerte; el pozo celebra la vida.
Hace unos días alguien, o algunos, con nocturnidad y alevosía, pintarrajeó la cruz con los colores de la bandera republicana, trazando un cordón (no diremos sanitario) alrededor del mismo y decorándola, además, con un batiburrillo de símbolos, entre los que no faltaba una A anarquista dentro del círculo, una estrella roja de cinco puntas, un emoticono con cara feliz, una firma ilegible y hasta una polla en posición colgante, es decir, flácida y vencida.
Por esos años en Montijo se asesinaba a más de 120 personas, todas ellas honradas, cuyo único delito había sido mantenerse fiel a la legalidad constitucional republicana.Nada, quizás, hubiera alarmado a parte de la población nativa montijana en las redes sociales (también en la cola de carnicerías, panaderías y otros puestos de abastos, donde el comentario más frecuente era ¡qué poca vergüenza hay en este mundo!) si no fuera, tal vez, el carácter sacrílego de la pintada sobre un símbolo que se reconoce como religioso y representativo de una comunidad, la cristiana, que hace de un instrumento de tortura su seña de identidad.
Esto a pesar de que dicha cruz fue construida, como ya adelantamos, en 1941, cuando en España proliferaban este tipo de construcciones necrófilas que trataban de consagrar el culto a la muerte, impuesto por los vencedores en una sangría que aún no había acabado y que se extendería más allá del parte final de guerra, con la represión sistemática de los vencidos o afines. Por esos años, en Montijo se asesinaba a más de 120 personas, todas ellas honradas, cuyo único delito había sido mantenerse fiel a la legalidad constitucional republicana.
Un poco más allá, apenas a cien metros de esta cruz, se levanta el pozo de la calle Azorín, construido también en 1941, a instancias de una Falange cuyos miembros, entre tiro y tiro en las tapias del cementerio, acostumbraban a violar de vez en cuando a algunas mujeres del pueblo. En febrero del año pasado, el Ayuntamiento convocó un concurso público para el diseño y ejecución (remunerados) de una pintura mural sobre dicho pozo, “con temática floral y paisajística”. Finalmente el pozo fue pintado por un artista (PEKOLEJO) con dicha “temática floral y paisajística”: unos pajarillos perdidos en la fronda multicolor de un trampantojo.
Sin desmerecer el arte vertido en el pozo de la calle Azorín, el mismo le costó a los vecinos y vecinas de Montijo 800 napos (más IVA), y el resultado fue alabado en redes y carnicerías; sin embargo, la cruz pintada –que no es un símbolo religioso, sino un símbolo fascista- sólo mereció el repudio público y la recriminación de quien, o quienes, se atrevió a mancillarla con su arte nocturno, a pesar de que ese, o esos, sí pagó el material empleado (botes de espray) de su propio bolsillo.
Habría que dirimir, entonces, por qué si ambas construcciones fueron levantadas el mismo año, a instancias del mismo promotor y en el mismo espacio, son tenidas en diferente consideración cuando alguien las pinta. Habrá quien diga que no se puede comparar la hermosura de unos pajarillos y unas plantas bien trazadas con el guarreteo de un símbolo anarquista o comunista sobre los colores de la bandera republicana, ¡dónde va a parar!, aunque ahí quedan, para cotejo del espectador o espectadora, algunas de las grandes obras del arte abstracto. Tal vez la diferencia radique en que una pintura parte de un encargo institucional y la otra de un acto espontáneo y desconocido, o en la temática elegida, unos pajarillos inocuos, sin significación ideológica ninguna, frente a unos símbolos muy politizados, con una gran carga reivindicativa.
Sólo la hipocresía de unas instituciones y partidos que conocen el verdadero significado de la Cruz, pero prefieren mantenerlas por no ofender la devoción religiosa de un electorado que, en su mayoría, ignora su origen o las redime de culpa por pura indiferencia, permiten que sigan en pie estas construcciones.Sea como fuere, hay monumentos que no deberían ser considerados como tal. El hecho de que esta cruz fuera construida en 1941 no le otorga el carácter de monumento. Más que representativa del mensaje de paz y amor que se supone predica la religión a la que representa, ésta y las otras cruces que aún están plantadas en el resto del Estado, en memoria de los caídos por Dios y por España, son representativas del odio y la destrucción.
Haber arrancado de ellas las placas franquistas, que rememoraban sólo a los muertos reconocidos, con santo y seña en el cementerio, sustituyendo las mismas por otras en las que aparecen aquellos otros cuyos cuerpos no han aparecido aún y muchos no quieren que busquemos, no las despoja de su significado fascista, que sigue estando tan presente como el lema que las acompañaba cuando fueron construidas, en memoria del fascista José Antonio Primo de Rivera.
Sólo la hipocresía de unas instituciones y partidos que conocen su verdadero significado pero prefieren mantenerlas por no ofender la devoción religiosa de un electorado que, en su mayoría, ignora su origen o las redime de culpa por pura indiferencia, permiten que sigan en pie estas construcciones sin valor artístico ninguno, celebración escatológica de los crímenes de guerra y los años de plomo.
Mismamente en Montijo, como en otros muchos pueblos, la excavadora municipal ha derribado edificios más antiguos y con mayor solera artística que esta cruz infame, sin que nadie pusiera el grito en el cielo.
Conste que, aun sin estar muy de acuerdo con la nocturnidad y la alevosía, a mí me gusta más la cruz pintada con los motivos actuales, a excepción de la polla, pero juzguen ustedes que, en esto del arte, seguro que entienden mucho más que yo.
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