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Energía solar
Megaparques solares: la transición energética insostenible
La geografía española está siendo invadida por megaparques solares. Estas extensas instalaciones fotovoltaicas conllevan importantes impactos socioambientales in situ que están despertando muchas resistencias en el medio rural, agrupadas en la Alianza Energía y Territorio (Aliente). Entre estos impactos cabe destacar un impacto paisajístico severo, la fragmentación del territorio que dificulta desplazamientos de flora y fauna, así como otros impactos directos e indirectos en la biodiversidad, cambios en usos del suelo que acaban con actividades rurales tradicionales y su empleo asociado, y un aumento del consumo de agua (al menos 0,3 litros para limpiar cada metro cuadrado de placa solar). A estos impactos locales se suman otros deslocalizados o localizados lejos de los megaparques solares. Entre estos destacan los relacionados con las actividades mineras para extraer los minerales necesarios para la producción de las placas solares y sus soportes, y la quema de combustibles fósiles para esta producción y su transporte.
De hecho, aunque hablemos de “energías renovables”, la producción, instalación y mantenimiento de sus dispositivos necesita la quema de combustibles fósiles (no renovables) que emite gases de efecto invernadero, contribuyendo así al cambio climático. Por ejemplo, la producción de cada tonelada de polisilicatos metalúrgicos para placas solares quema 1,4 toneladas de carbón y 2,4 toneladas de biomasa. Por si todo esto fuera poco, el transporte a grandes distancias de la energía eléctrica generada en los megaparques solares conlleva grandes (20-30%) pérdidas energéticas por rozamiento, en forma de disipación térmica.
“No es casualidad que gran parte de estos agresivos megaparques solares estén concentrados en Andalucía”
Frente a la resistencia de los propietarios de tierras a arrendarlas para megaparques solares, el oligopolio energético, que controla también los megaparques solares, responde con amenazas de expropiación por “interés público”. Esto está provocando que cada vez más agricultores y ganaderos no encuentren tierras que arrendar, al mismo tiempo que al gobierno de turno se le llena la boca de la “España vaciada”. Y no es casualidad que gran parte de estos agresivos megaparques solares estén concentrados en Andalucía. Por pactos entre las clases dirigentes españolas y europeas, Andalucía viene funcionando desde inicios del siglo XX como una tierra de exportación de mano de obra barata y materias primas sin transformar que acoge a un tejido productivo raquítico para la transformación in situ de los productos agroforestales que genera. De hecho, recibe fundamentalmente actividades productivas altamente impactantes como el turismo y la minería. Este contexto histórico de subalternancia política y económica, unido a su gran insolación, está haciendo que Andalucía esté siendo inundada ahora de megaparques solares para producir energía con destino norte.
Desde los gobiernos central y autonómicos, y el oligopolio de grandes empresas energéticas, se venden los megaparques solares como imprescindibles para la “transición energética”. Un modelo de transición energética que supone una huida hacia delante, hacia el precipicio de la crisis ecológica y energética. En un contexto de grave cambio climático y agotamiento del petróleo y el gas baratos en Europa, la transición energética debería conllevar una reducción del consumo energético. De esta manera podríamos adaptarnos a la carestía de combustibles fósiles y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 60% en 2030 y un 100% en 2050, como pide la comunidad científica para no entrar en la fase de cambio climático brusco e incontrolado. Sin embargo, la transición energética diseñada desde los gobiernos actuales conlleva que las energías renovables se sumen a la quema de combustibles fósiles. Esto está aumentando en 1% anual las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global.
“La revolución energética que necesitamos debería darse en los países enriquecidos mediante un decrecimiento económico planificado democráticamente”.
En el contexto actual de emergencia climática y energética, más que una transición energética, diseñada para encajar en el sistema socioeconómico capitalista, necesitamos una revolución energética. Una revolución energética que destierre, de una vez, el crecimiento económico continuo y acelerado en un planeta con unos límites biofísicos definidos. Una revolución energética que mejore nuestra calidad de vida e impulse la justicia climática que exigen movimientos sociales como Juventud por el Clima - Fridays for Future. En el marco de esta revolución energética deberíamos impulsar modelos energéticos locales, más o menos autónomos, adaptados a las especificidades de cada territorio. Así, según las disponibilidades de recursos, deberíamos favorecer la energía proveniente de la biomasa, la energía mareomotriz, hidráulica, eólica a pequeña escala, termosolar y fotovoltaica. Estos mix energéticos locales no siempre estarían orientados a la producción de energía eléctrica, sino que explotarían directamente la energía térmica y mecánica generadas, independizadas del sistema general eléctrico y altamente eficientes. Porque necesitamos adaptarnos a consumir menos energía y aumentar nuestra eficiencia energética sin sufrir “efecto rebote”. Este efecto rebote acompaña a los avances tecnológicos que mejoran la eficiencia energética en el capitalismo, ya que los hace más atractivos y aumenta su uso. Por ejemplo, ahora un coche contamina menos que un coche de hace veinte años pero, en global, los coches contaminan más porque hay muchos más y, además, dinamizan otros sectores de una economía basada en la quema de combustibles fósiles.
Creo que la revolución energética que necesitamos debería darse en los países enriquecidos mediante un decrecimiento económico planificado democráticamente. Un decrecimiento que vendrá en las próximas décadas, lo queramos o no, por la carestía de combustibles fósiles y otros materiales claves para el actual sistema económico. Además, para aprovechar adecuadamente las energías renovables, la revolución energética deberá desarrollarse de forma modular y deslocalizada, mediante comunidades energéticas locales.
Afortunadamente, cada vez más gente apostamos por este nuevo modelo energético, movilizándonos a diferentes niveles: desde saliendo a la calle en manifestaciones por el clima a impulsar un “juicio por el clima” en el Tribunal Supremo, pasando por la creación de comunidades energéticas locales y la movilización contra megaparques solares. Megaparques solares, regados con dinero de la Unión Europea y controlados por el oligopolio energético, que representan un modelo energético centralizado, poco democrático, que concentra las riquezas naturales en unas pocas manos, muy impactante social y ambientalmente, e insostenible energéticamente a medio plazo.