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Educación Primaria
La escuela cis-hetero
La escuela es una institución del Estado que tiene como una tarea fundamental reproducir el sistema sexo-género. Entre otras cosas, como la disciplina, respeto a la autoridad, adquirir la noción del trabajo/ocio, es fundamental que la población aprenda en la escuela a ser categorizada en identidades cerradas, que reproduzca pautas de comportamiento acordes y por lo tanto sean previsibles.
El sonido del timbre indicaba el fin del recreo, tres pitidos que marcan y separan de manera explícita el tiempo de juego del tiempo de estudio. Escuchábamos caminar a la profesora el largo pasillo hacia nuestro aula mientras algunos alumnos, aun con el cuerpo con ganas de diversión, me dijeron que me mirara las uñas. Yo, que no comprendía aun el por qué, me miré las uñas orientando la contra parte de la palma hacia mí y estirando los dedos. Justo en ese instante lo entendí, se rieron de lo que era un gesto propio de una chica entre gritos de “marica”. Alguno se me acercó y me dijo que me debía mirar las uñas de tal forma que la palma de la mano se orientase hacia mí y encogiese los dedos, esa era la forma masculina, la apropiada para un chico. Una humillación que marca y separa de manera explícita la dimensión sexual, de género y relacional de forma binaria.
La escuela es una institución donde la subjetividad y el cuerpo son golpeados para hacerlos encajar en la norma cishetero. Y la mayoría de estos golpes van dirigidos al estómago.
Hay múltiples espacios y situaciones donde la frontera es explícita, como si el plano de la escuela fuese una cartografía de un territorio en guerra. Hay personas que, por coacción, integración o ambas se sitúan en la trinchera “correcta”, en la esperada y deseada por la autoridad, me imagino a la directora del colegio con unos prismáticos desde el tejado vigilando el conflicto. Sin embargo hay otras que no se encuentran donde “deberían”, que habitaban la (pequeña, con respecto a las dimensiones del patio) zona de banquitos cerca del porche cuando deberían estar liándose a patadas en alguna pista (estas sí enormes) de fútbol. Los traidores que habitábamos la zona leída como enemiga, contraria, nos enfrentábamos a un consejo de guerra cotidiano en el que éramos juzgados. Cuestionados por nuestros gustos, por cómo nos apetecía pasar ese tiempo, por cómo jugábamos y a qué, por conversar, por estar con quienes estábamos, por cómo nos movíamos, etc.
Hay personas que, por coacción, integración o ambas se sitúan en la trinchera “correcta”, en la esperada y deseada por la autoridad
Otro espacio o territorio en guerra era el autobús, donde la distribución era de adelante hacia atrás y donde te sentabas (o te sentaban) marcaba tu forma de ubicarte no solo en el bus sino social y relacionalmente. También el baño, el no poder entrar con mis amigas, tener que separarnos para cruzar cada una el arco de seguridad de la separación y división sexual-genital. El aula también era terreno en disputa con los comentarios e interacciones de los profesores. Recuerdo que una profesora nos dijo a una amiga y a mí que íbamos a acabar juntos, presumiendo (y normativizando) toda una dimensión de nuestra persona, desde una identidad a un deseo heterosexual.
¿Es la escuela neutral en esto? No. La escuela no es el espacio neutral donde se producen estos conflictos, estas represiones, estas disidencias, estos traidores o refugiadas que se cambian de bando o los difuminan. Los espacios son construidos, son políticos, responden a una forma concreta de organizar la vida, y la escuela no es menos. No es una cuestión (exclusiva) de las personas que están “dentro” de la escuela, de cómo se relacionan, qué represiones han sufrido, qué violencias, qué subjetividades portan o arrastran.
La escuela es una institución del Estado que tiene como una tarea fundamental reproducir el sistema sexo-género. Entre otras cosas, como la disciplina, respeto a la autoridad, adquirir la noción del trabajo/ocio, es fundamental que la población aprenda en la escuela a ser categorizada en identidades cerradas, que reproduzca pautas de comportamiento acordes y por lo tanto sean previsibles. Así el Estado y el mercado se pueden relacionar con las personas, con estos sujetos, de forma más sencilla, adecuado a la idea de mundo que desean reproducir. La imposición de una categoría, una identidad, un estatus ha sido común para la dominación, conquista y control. Imaginad la dificultad de gobernar sobre una sociedad (o sociedades) donde no existiesen unas categorías concretas e hiperdefinidas sino la libertad plena para desarrollar diferentes subjetividades, deseos o expresiones, todo en permanente transición.
Entre otras cosas, como la disciplina, respeto a la autoridad, adquirir la noción del trabajo/ocio, es fundamental que la población aprenda en la escuela a ser categorizada en identidades cerradas, que reproduzca pautas de comportamiento acordes y por lo tanto sean previsibles.
La escuela, en definitiva, es una institución del Estado, de la división, de la violencia, del sistema sexo-género que debe ser cuestionada. No queremos instituciones que gobiernen sobre nuestros cuerpos, emociones y deseos. Deseamos una radicalidad sexual imaginativa. Ni chicos, ni chicas, ni Estado.
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Educación
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