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Educación
La política educativa: sobre el discurso del “got talent” y la trampa del “tú sí que vales”
Una palabra muy talentosa para verse rodeada, casi constantemente, con sus colegas: la competitividad y la productividad. En este contexto, ¿qué talentos habrá que priorizar? ¿Quién tiene talento y quién no? ¿Qué hacemos con aquellas personas cuyo talento particular parece no brillar en el sistema educativo?
Como en tantos otros ámbitos, el terreno educativo está repleto de palabras que suenan estupendamente. Sin embargo, cuando las golpeas suavemente con los nudillos, descubres que están casi completamente huecas. En ocasiones, incluso te devuelven un sonido que te despista y te pone a pensar en otras cosas. Ocurre, por ejemplo, con calidad educativa o innovación pedagógica, entre otras. Estas palabras a veces llegan apuntaladas con proyectos educativos cuidadosamente pensados que dotan de sentido a esos términos que escribimos en cursiva; otras veces vienen vacías, como uno de esos escenarios de cartón-piedra que simulan un bonito paisaje en alguna película hollywoodiense. Por poner un ejemplo de esto último: ¿os habéis fijado cuando las palabra “innovación pedagógica” solamente trae detrás la sustitución en las aulas de las pizarras de tiza por las digitales, o de los libros de textos por tablets…?
También encontramos en el campo educativo otras palabras que buscan referirse al logro, a la consecución de metas, al “hacer bien las cosas”. Algunas de ellas son esfuerzo y excelencia. Esto también os sonará, ¿verdad? La lógica del esfuerzo que justifica quién tiene éxito en el sistema educativo y quién tiene que salir por la puerta de atrás a mitad de camino, pasando por alto que la meritocracia es una trampa cuando no todas las personas tenemos un punto de partida equivalente, entre otros motivos. Y el discurso de la excelencia que se ha traducido en que los centros educativos compitan en rankings nacionales e internacionales, a la vez que profes y estudiantes compiten por becas y puestos de trabajo. Conceptos que, en su planteamiento, nudo y desenlace benefician a quienes mejores condiciones presentan inicialmente. Como dijo una vez Primo Levi hablando sobre otra cuestión: “A quien tiene le será dado, a quien no tiene le será quitado”.
Pero esto no es nuevo y, lamentablemente, a poca gente le sorprenderá a estas harturas. Pero sirve para introducir la cuestión que desde este breve artículo se quiere plantear, la cual sí surge desde una cierta sorpresa o estupefacción: ¿por qué, mientras los discursos educativos que hablan de esfuerzo y excelencia han estado vinculados al espectro ideológico de la derecha elitista, tanto conservadora como liberal, y se han intentado no utilizar ni reproducir desde las propuestas educativas más cercanas a planteamientos de izquierdas (que, en cambio, han hablado con mayor comodidad de igualdad de oportunidades, inclusión…), parece haber ahora un consenso generalizado en torno al término talento?
En estos tiempos de elecciones, programas, promesas y contrapromesas, resulta sencillo encontrar fácilmente la palabra talento en la política de partidos. Haciendo un rápida búsqueda en los programas electorales de los partidos con mayor representación parlamentaria, encontramos lo siguiente. El PSOE “abrirá caminos al aprendizaje permanente para no perder su talento [el de las y los jóvenes]”, también fomentará “la reintegración [del profesorado universitario] al sistema del talento emigrado”. Por su parte, el PP pondrá en marcha un “Plan de Atracción del Talento” e impulsará “el retorno y el arraigamiento del talento”. Unidas Podemos también se preocupa por “nuestro talento emigrado” y de “cuidar nuestro talento en ámbitos tan importantes como la ciencia o la cultura”. Ciudadanos, en su apuesta por poner “la educación en el centro”, menciona que abogará por una “educación que promueva el talento”.
“¡Pero bueno —podremos pensar— ¡ya tenemos el esperado pacto educativo!”. Lo dudamos. Y, además, sospechamos que ese talento sea de nuevo una palabra vacía que, probablemente, vaya llenándose de significados que nutran políticas educativas y prácticas pedagógicas muy cercanas a las lógicas neoliberales, si es que no lo está ya. Una palabra muy talentosa para verse rodeada, casi constantemente, con sus colegas: la competitividad y la productividad. En este contexto, ¿qué talentos habrá que priorizar? ¿Quién tiene talento y quién no? ¿Qué hacemos con aquellas personas cuyo talento particular parece no brillar en el sistema educativo? ¿Y con aquellas que emigraron pero no consiguen verse reflejadas en esos planes de atracción y retorno del talento? En fin, podríamos hacer muchas preguntas más y desde aquí animamos a que nos las hagamos colectivamente. Sobre todo para impedir que sigamos viviendo el mismo sistema educativo “de siempre”, pero justificado con conceptos aparentemente nuevos y neutros.