Agroindustria
La hipocresía de Europa o el arte de comprar lo prohibido
Un completo informe de la Universidad de São Paulo revela cómo los países de la Unión Europea importan de Brasil alimentos para cuya producción se utilizan 30 pesticidas prohibidos en la UE.

Que Europa es hipócrita no es una revelación. Quizá el acto de cinismo más reciente fue el de la concesión del premio Princesa de Asturias de la Concordia a una Unión Europea que levanta muros y renueva la antiética del campo de concentración para resolver el “problema de los refugiados”. Pero vamos constatando cómo esa hipocresía empapa cada recodo de la economía y de la política (si es que ya no son lo mismo) de los países de la Unión. El Laboratorio de Geografía Agraria de la Universidad de São Paulo ha publicado hace unos días un informe para alimentar la vergüenza europea que no sólo renovó la licencia para el uso del glifosato en sus fronteras, sino que se trampea a sí misma al vetar pesticidas que luego son utilizados de forma masiva en los alimentos que compra a Brasil.
El completo informe se titula Geografía del uso de los agrotóxicos en Brasil y conexiones con la Unión Europea y muestra cómo en los principales rubros de exportación brasileña a países europeos viajan los mismos pesticidas que la legislación de la UE prohíbe. Algunos ejemplos: hay 21 agrotóxicos prohibidos en la UE en la lista de 121 que se utilizan en el cultivo de las 994.306 toneladas de café que se exportan a Europa (España es la sexta importadora de este producto); 32 son los pesticidas vetados en la Unión Europea que se utilizan en el millón de toneladas de maíz que Brasil exporta, principalmente, a Holanda, España, Portugal e Italia; en las 11.344 toneladas importadas en 2016 por Alemania, Portugal, Italia y Francia de algodón se utilizan 47 agrotóxicos prohibidos en Europa; lo mismo ocurre con el etanol, con el arroz (del que España es la segunda importadora) o con el banano. Pero el producto estrella de la lista de exportaciones agroindustriales brasileñas a Europa es la soja: en 2016 se exportaron 13 millones de toneladas a 16 países de la UE, siendo España la tercera en la lista de mejores compradores. Pues esa soja se produjo utilizando 35 agrotóxicos que la UE considera nocivos y que, por tanto, prohíbe en su territorio.
El atlas que ha construido la profesora Larissa Mies Bombardi no tiene desperdicio y nos da información que hasta ahora nadie había conectado. Son 296 páginas que comienza analizando la deriva exportadora de productos básicos no manufacturados de Brasil –de hecho, 7 de los 10 principales productos de exportación son agropecuarios-; el reinado brutal de la soja –con 33 millones de hectáreas cultivadas-; el uso de pesticidas –Brasil consume el 20% de todos los comercializados en el planeta y ha desbancado a Estados Unidos como el primer comprador-; la concentración del 72% de esos pesticidas en los cultivos de soja, maíz y caña de azúcar; la contaminación producida por estas prácticas; las intoxicaciones, enfermedades y suicidios inducidos por efecto del uso de agrotóxicos en la agroindustria (en Brasil, por ejemplo, se permite un límite de vertidos tóxicos al agua 5.000 veces mayor al de la UE); el trabajo asimilable al esclavismo que se utiliza en esos cultivos, y, lo que más nos interesa, las perversas relaciones con la Unión Europea y sus integrantes con los mercados del sur.
El informe del Laboratorio detalla cómo no sólo se trata de que se utilicen agrotóxicos prohibidos en la UE hace 10 o 15 años, sino que esos productos, al igual que los sí permitidos (como el glisfosato) se usan en Brasil de forma más intensa (multiplicando por 20 la cantidad por hectárea) y de forma más contaminante (apostando de forma masiva por la pulverización desde el aire).
La hipocresía tiene efectos en cadena porque, aunque sea practicada con pleno conocimiento por parte de Estados y empresarios, nos convierte a las ciudadanas y ciudadanos en cómplices del crimen global. La asimetría del comercio mundial, la utilización del Sur Global como un lugar para el depósito de los desechos tóxicos y la explotación de las poblaciones superfluas sólo tiene sentido para “alimentar” la máquina social de consumistas en la que nos hemos convertido.No hay etiqueta de producto que pueda explicar esto; no hay presión de ONG que pueda mitigar el daño irreversible que causamos con nuestro consumo.
En el caso de España, baste sólo el ejemplo de la soja. Somos el tercer país comprador en la UE de soja brasileña (aunque está sea sólo el 22% de nuestras compras de soja y aunque Argentina sea el proveedor estrella, con el 42% de todas las importaciones). Bueno, de hecho, la harina de soja o las habas de las que se extrae la harina, que es lo que realmente exporta Brasil, es el principal componente de los piensos animales y eso explica que España sea uno de los grandes importadores mundiales (con el 4,2% de todas las importaciones de harina de soja y el 2,5% de las habas, según el Observatorio de Complejidad Económica). Y esa soja brasileña, como la mayoría de la argentina (el mayor exportador de harina no procesada), ha sido cultivada usando agrotóxicos nocivos para la salud, en condiciones de semi esclavitud, y tras procesos graves de despojo y concentración en la propiedad de las tierras.
De hecho, los grandes monocultivos intensivos que la agroindustria concentra en los países del Sur Global son culpables de más violaciones de los derechos humanos que las guerras conocidas. La hipocresía europea produce muertos, desplazamiento forzado, esclavización, abusos laborales, contaminación ambiental, empobrecimiento y reprimarización de las economías locales… la hipocresía europea no es inocente ni tangencial. Europa compra –y, con este modelo neoliberal despojador, necesita comprar- desde una lógica imperial y colonial. Nada importa lo que ocurra en los mercados productores; nada parece grave: ni siquiera que la concentración de la propiedad en Brasil haya crecido en los últimos 10 años de forma brutal porque el modelo de agronegocio así lo ‘manda’. En 2014, el 59% de todas las propiedades rurales (427 millones de hectáreas) estaba en manos del 1,046% de los propietarios (unas 95.000 personas), mientras que el 86% de los propietarios (3.300.000 personas) debía conformarse con arañar el 15% de toda la tierra productiva (113 millones de hectáreas).
El Movimiento de los Sin Tierra (MST) ha denunciado y sigue denunciando que este modelo de agronegocio fomenta un modelo dependiente de los pesticidas, la explotación laboral y el latifundio. De hecho, aunque el 76% de las tierras cultivables están dedicadas a este perverso modelo y recibe el 84% de los créditos oficiales, sólo genera el 1,7% de los empleos en el campo. El resto lo genera la pequeña agricultura, concentrada apenas en el 24% de las tierras. El modelo consumo determina el modelo de producción y seguimos en una lógica colonial que no puede esconderse tras los discursos europeos patéticos del consumo ecológico y de la salud del consumidor, sino que debe mostrar la trazabilidad de cada producto y establecer nuevas formas de relación entre el Sur Global exportador y el Norte asesino importador.
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