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COP26
La lucha contra el cambio climático pasa por regular algoritmos
El 1% de la población más rica emite más gases de efecto invernadero que el 50% más pobre. Es una de las conclusiones que recoge el último informe de Oxfam Intermón donde denuncia las desigualdades en las emisiones de CO2 y apunta directamente al consumo de los más ricos como uno de los principales problemas a la hora de luchar contra el cambio climático.
La actividad humana es la causante de la aceleración del cambio climático, algo científicamente probado, pero en ningún caso la responsabilidad es compartida de manera igualitaria y, por lo tanto, las responsabilidades tampoco deberían de serlo. Para poder implementar cambios que contribuyan verdaderamente a la desaceleración del calentamiento global se necesitará de una justicia climática que ponga el foco principalmente en aquellos que contribuyen en mayor medida al calentamiento global, es decir aquellos que poseen y consumen más.
Si uno de los grandes problemas reside en aquellos que consumen más, resulta conveniente emplear todo esfuerzo en luchar contra el sistema que los refuerza y erige como modelo social referente
Con todo, las acciones individuales de todos para luchar contra el cambio climático resultan en condición necesaria, pero en ningún caso suficiente. Además de grandes inversiones en infraestructura, planificación y políticas valientes, se necesitará, sobre todo, vencer en el campo de las ideas y significados. Si uno de los grandes problemas reside en aquellos que consumen más, resulta conveniente emplear todo esfuerzo en luchar contra el sistema que los refuerza y erige como modelo social referente.
El funcionamiento del sistema capitalista se basa en la búsqueda continua de crecimiento a través del aumento de la producción en tanto que genera plusvalías y desigualdades sociales, un modelo productivo que no está construido en torno a una producción centrada en la satisfacción de las necesidades de las sociedades en su justa medida y en consonancia con la sostenibilidad, los objetivos de reducción del consumo energético y sus consecuentes reducciones en emisiones de efecto invernadero. Altos beneficios a bajo coste es la máxima de un modelo que, sin control ni organización planificada de la producción, tiende de manera natural a la desproporción productiva y al consumo frenético en marcos basados únicamente en la multiplicación y acumulación de riquezas por parte de una minoría. Sin duda, el devenir de la permanente lucha contra el cambio climático está estrechamente ligado a los resultados y destino de la permanente lucha de clases.
COP26
COP26 El 1% más rico emitirá 30 veces más CO2 del que debería para cumplir con el Acuerdo de París
Desacelerar el cambio climático pasa, por lo tanto, por cambiar el modelo económico que permite a los ricos ser cada vez más ricos siendo conscientes de que este proceso necesitará vencer antes en el campo de las ideas y las aspiraciones. La emulación significante de las clases altas y la competición social diaria por subir en la escala social supone un objetivo significante primordial en la lucha contra el cambio climático.
Así pues, la crisis climática debe analizarse desde el prisma de la sociología y de la economía, es decir, desde la producción y conversión de signos sociales y, por supuesto, desde la gestión y reconfiguración de la economía mundial que en la actualidad se encuentra incrustada en un sistema artificial que funciona en base a mitos y a la publicidad que los sustenta. El modelo totalitario de organización productiva actual es un peligroso devorador de recursos y energía que conduce al planeta a la degradación ecológica y a la catástrofe social en entornos de ritmos artificialmente acelerados. Cómo enfocar la gestión económica se encuentra estrechamente ligado al entendimiento sociológico actual en tanto que supondrá también enfrentarse a los deseos y expectativas de millones de personas que viven, se relacionan y crean identidades a partir de un consumo constante de significados.
El acto de consumir es un acto político que, en buena parte de su esfera social y cultural, también supone una emulación de identidades y estatus
Pensar que un modelo económico que funciona en base al consumo y al crecimiento ilimitado puede solucionar el cambio climático supone un acto de verdadera fe. Que buena parte de la población se convierta en consumidores sostenibles no va a eliminar por sí solo el problema de fondo sobre el que se asienta esta crisis climática, un problema que sigue y seguirá emitiendo gases de efecto invernadero en la medida que la producción siga basándose en un consumo irracional y evite cuestionar sus motivaciones sociológicas. En cierta manera, el denominado capitalismo verde no supone otra cosa que un consumo adaptado a nuevas sensibilidades cuyo objetivo último no deja de ser la perpetuidad de un consumo ligado a la producción constante de aspiraciones y necesidades no satisfechas y que, en todo caso, evita enfrentarse a sus intrínsecas desigualdades redistributivas.
Cómo cambiar un modelo que invade cada vez más espacios del día a día cotidiano no es una pregunta carente de respuesta. Si bien las soluciones pasan por obligados cambios, principalmente en el plano cultural y político, hay un problema de profundas raíces que se halla en un sistema de signos sociales que se ha construido durante décadas y que la inteligencia artificial y algoritmos de última generación al servicio del capital tienden a reforzar. Revertir las dinámicas de este sistema para reducir el impacto humano sobre el planeta necesitará también de un profundo cambio en la estructura de significados socialmente compartidos. Sin duda, los cambios necesarios requerirán de una regulación paralela de aquellos algoritmos que influyen y multiplican la información comercial y que continuamente generan impactos de marketing en un sistema social y de consumo que impone como modelo referencial la vida y capacidad de consumo de los más ricos. Como se ha visto, esto supone uno de los mayores riesgos climáticos.
Los algoritmos que emplean cada vez más empresas contribuyen a la perpetuación de una estructura de significados que cumplen con sus objetivos de maximización de beneficios y, a su vez, generan un enorme impacto social y psicológico de indeterminado alcance
El acto de consumir es un acto político que, en buena parte de su esfera social y cultural, también supone una emulación de identidades y estatus. El consumo demarca la individualización y diferenciación social del individuo en base a una comparación desde prismas economicistas y en una estructura social que únicamente habla ya en términos mercantilistas. Las identidades que proporciona el consumo constante funcionan como abstracción en una ilusión transitoria que busca la evasión de posiciones subalternas y culturalmente estigmatizadas —véase las clases trabajadoras— de una sociedad cuyos significados se basan en una diferenciación y competición constante a partir de una jerarquía marcada por el estatus económico. De esta manera, los algoritmos que emplean cada vez más empresas contribuyen a la perpetuación de una estructura de significados que cumplen con sus objetivos de maximización de beneficios y, a su vez, generan un enorme impacto social y psicológico de indeterminado alcance.
En definitiva, lo que un individuo acaba por consumir no serían solo los objetos como tal, sino también los signos ligados a esos bienes cuyos significados van en consonancia con aquellos que produce un capitalismo basado en el consumo y derroche y que, en última instancia, acaba por reforzar una estructura social desigual basada en una lógica de diferenciación, estatus y competición constante por el ascenso social. Los referentes y modelos sociales actuales que emanan de los más ricos son, por lo tanto, una realidad peligrosa en tanto que las aspiraciones de buena parte de los individuos giran en torno a la esperanza de conversión, real o artificialmente interiorizada, en esa minoría multimillonaria que, sin una oposición mayoritaria en lo ideológico, no deja de ser el mayor obstáculo para lograr avanzar en la lucha contra el cambio climático.
El uso privatizado y opaco de algunos de los algoritmos empleados buscan esencialmente generar ingentes beneficios a las tecnológicas, a grupos de inversores y grandes anunciantes
Esta es una parte importante de las consecuencias de los algoritmos que emplean redes sociales y grandes multinacionales como Facebook (ahora Meta) o Amazon. El uso privatizado y opaco de algunos de los algoritmos empleados buscan esencialmente generar ingentes beneficios a las tecnológicas, a grupos de inversores y grandes anunciantes. Mayores cotas de digitalización del consumo suponen a su vez la peligrosa orientación hacia la perpetuación de una producción de signos manipulada en tanto que la mayor capacidad de gestión del big data que proporciona el uso de los algoritmos y su consecuente perfeccionamiento derivado del machine learning, acaba por influir de una manera cada vez más sofisticada sobre la cultura y las ideas de la población y, por lo tanto, también sobre su comportamiento político. Por ello, no debería resultar descabellado pensar en la urgencia legislativa, es decir, en la regulación política y el control democrático sobre los algoritmos que paralelamente debería acompañar a la digitalización de la economía, en tanto que los algoritmos acumulan información sobre el comportamiento diario de millones de personas y acaban por influir en su forma de entender la realidad que les rodea.
Sin un análisis previo de aquello que incita a pensar y a consumir de una manera determinada, no parece haber un amplio espacio para pensar en políticas que logren revertir la manipulación constante del comportamiento político en sociedades que avanzan hacia la digitalización de cada vez más espacios de interacción social bajo un sistema digital lleno de algoritmos que perpetúan el statu quo, sus desigualdades y arrasan indirectamente con los recursos de la tierra.
El éxito de la lucha contra el modelo hegemónico de consumo que proyectan los más ricos sobre las clases trabajadoras deberá pasar por la obligada regulación política de los algoritmos
La publicidad y la finalidad de algunos algoritmos suponen elementos centrales de una estructura social de consumo en la medida que estimulan y refuerzan las aspiraciones simbólicas de individuos cada vez más dependientes de sus interacciones en el plano digital. Estos elementos son parte importante del soporte de una jerarquización social que perpetúa una lógica de dominación entre clases que acaba por justificar la redistribución desigual de recursos. Resulta necesario, por tanto, replantear el rol de la publicidad y de unos algoritmos cada vez más presentes en un modelo productivo que promueve la reproducción de un sistema de signos que genera insatisfacción permanente y refuerza el mito del consumo ilimitado, significante y diferenciador. La reducción del consumo individual es importante, en efecto, pero no será la solución a un proceso de cambio climático acelerado que requerirá de cambios en el plano político y regulatorio que interfieran en los algoritmos y, por lo tanto, en los referentes sociales y las motivaciones del consumo.
Para vencer en la lucha contra el cambio climático no solo hay que atajar el consumo de los más ricos, sino también revertir el sistema que los sitúa como modelo de referencia social. Parece evidente que la lucha contra el cambio climático requerirá de la capacidad social de reformular un nuevo sistema de signos que modelen nuevas aspiraciones alternativas en el campo de lo simbólico. El éxito de la lucha contra el modelo hegemónico de consumo que proyectan los más ricos sobre las clases trabajadoras deberá pasar por la obligada regulación política de los algoritmos, pero también por subvertir con ello los fundamentos de los signos capitalistas que permiten la producción constante de deseos insatisfechos y de diferenciación social a través de la competición permanente y su consecuente acumulación por desposesión.