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Cine
Cien años de Luis Cortés, una oda al cine ‘amateur’
En los últimos años hemos asistido al centenario de algunos de los nombres más importantes de la historia del cine, como Federico Fellini, Alain Resnais, Satyajit Ray, Pier Paolo Pasolini, Sidney Lumet o Stanley Donen. En España, en el arranque de la década de los años 20 del siglo pasado, nacieron, entre otros, Luis García Berlanga, Fernando Fernán Gómez, Ana Mariscal, José Luis López Vázquez o Juan Antonio Bardem.
Ante tanto nombre de relieve es difícil encontrar lugar para destacar el aniversario de un cineasta de espíritu amateur, como es el caso de Luis Cortés, quién realizó todo su trabajo audiovisual de forma autodidacta y sin la mayor pretensión que la de disfrutar de todo el proceso junto con su pareja, Paulette Gabaudan.
Nacido en 1924, en la murciana localidad de Caravaca de la Cruz, tras pasar unos años de infancia en Fermoselle (Zamora) en los años 40 ya se encontraba en Salamanca para estudiar en la facultad de Letras, donde se licenció en Filología románica, ejerciendo posteriormente durante más de 30 años como catedrático de Filología francesa en la Universidad de Salamanca.
Junto con su pasión por la literatura medieval francesa, sus inquietudes se extendían a otros muchos campos: la ornitología, la antropología, la lexicografía, las artes populares de las que fue un gran divulgador, atesorando una importante colección de arte pastoril —que actualmente alberga el Museo Etnográfico de Castilla y León—, la fotografía o el cine.
En estas dos últimas disciplinas se inició en la década de los 50. Como fotógrafo aprendió de José Núñez Larranz —Pepe Núñez— fotógrafo salmantino, reportero gráfico de El Adelanto desde 1931, al que la dictadura franquista le prohibió ejercer su profesión como medida de represión por su militancia en el PCE. Para ganarse la vida se estableció como librero, mientras seguía fotografiando de forma independiente. En 1991 fue el primer fotógrafo en ganar el premio de las Artes de Castilla y León. Núñez enseñó a Cortés todos los trucos del revelado y el valor estético de la fotografía, a trabajar el encuadre, la luz y los contrastes, consejos que también incorporaría a su obra cinematográfica. En cuanto a los temas a tratar, Luis Cortés admiraba, por un lado, la cotidianidad que desprendían las imágenes de Robert Doisneau, el humor y la humanidad con la que se acercaba a la vida diaria. Por otro, a Cortés le fascinaba la rotundidad de los retratos de Ortiz Echagüe y sus series de campesinos, de rostros curtidos en los áridos campos de la España profunda.
En los años 50, Cortés inició una exhaustiva tarea etnográfica por la zona occidental de Castilla y León, que le llevó a recorrer, durante varias décadas, las tierras de Salamanca, Zamora y León, interesándose por las tradiciones populares, la toponimia o la lexicografía
En los años 50, Cortés inició una exhaustiva tarea etnográfica por la zona occidental de Castilla y León, que le llevó a recorrer, durante varias décadas, las tierras de Salamanca, Zamora y León, interesándose por las tradiciones populares, la toponimia o la lexicografía. La documentación fotográfica fue un elemento indispensable de estos viajes, creando una destacada memoria visual de campos y paisajes, de pueblos y sus gentes, a la que sumó su interés por los monumentos y edificios emblemáticos, que fotografiaba al detalle, materiales y escritos que están recogidos en numerosas publicaciones: Atlas lingüístico y etnográfico de Sanabria (1955); 50 medallones salmantinos (1971); Mi libro de Zamora (1975); Alfarería popular del Reino de León (1987), entre muchos otros.
Paulette Gabaudan, su esposa e inseparable colaboradora en todos los rodajes, también centenaria este 2024, contaba —en el texto que acompañaba el catálogo de una exposición que le dedicaron en 2006— cómo se inició Luis Cortés en el cine. Fue durante el verano de 1953, cuando un día se presentó en la casa familiar su padre, con un tomavistas, marca Paillard y un proyector de 8mm y les dijo “quiero ver a mis nietos en movimiento”. De esta sencilla petición doméstica nacería una afición que le llevaría a realizar seis películas. Los primeros escarceos de Cortés con su cámara de cine fueron precisamente para complacer a su suegro, filmando pequeñas escenas familiares que poco a poco iba guionizando, siguiendo el estilo de algunas de las pioneras obras de los hermanos Lumière.
En los años en los que Cortés empieza su interés por el cine, la década de los 50, en España empiezan a realizarse las primeras películas que plantean una nueva forma de hacer cine, títulos como Esa pareja feliz (Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, 1951), Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951), Cielo negro (Manuel Mur Oti, 1951), Bienvenido, mister Marshall (Luis García Berlanga, 1953) o Cómicos (Juan Antonio Bardem, 1954) ya fuera desde el drama o la comedia mostraban preocupaciones más sociales y realistas, alejadas del acartonamiento reinante del primer franquismo con su revisionismo histórico, su exaltación nacional y el tradicionalismo más rancio. “Después de sesenta años de cine, el cinema español es: políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico”, así lo definía Juan Antonio Bardem en el año 1955, en el marco de las conocidas como Las conversaciones de Salamanca, unas jornadas celebradas, entre el 14 y 19 de mayo, en la ciudad en la que vivía Luis Cortés. Impulsadas por Basilio Martín Patino, que por aquel entonces coordinaba el cineclub universitario, reunieron a algunas de las personalidades más destacadas del ámbito cinematográfico, disidentes como Julio Diamante, Ricardo Muñoz Suay, Luis G. Berlanga, Carlos Saura, Fernando Fernán Gómez o Juan Antonio Bardem, otros cineastas e intelectuales como José Luis Saenz de Heredia, Antonio del Amo, Fernando Lázaro Carreter o José María García Escudero y figuras internacionales como el crítico italiano Guido Aristarco o el cineasta portugués Manoel de Oliveira, que reflexionaron sobre la situación del cine español, y que supusieron el primer paso para lo que sería conocido precisamente como el Nuevo Cine Español.
Un año después, en 1956, aún con su cámara de 8mm, Luis Cortés realizó su primera película, comenzando su filmografía con la famosa cita de Cervantes sobre Salamanca, aparecida en la novela El licenciado Vidriera (1613): “Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”. Bajo el título El porqué de una ciudad filmó en blanco y negro este documental, dedicado precisamente a su ciudad de acogida. En él plasmó muchas de las inquietudes que ya había mostrado en su trabajo fotográfico: retratar la vida diaria, escenas de calle, tipos populares y sus oficios, ganaderos, lecheros, lavanderas, curas y estudiantes recorriendo sus calles, realizando paralelamente un minucioso recorrido por los monumentos de la ciudad y sus detalles más destacados, haciendo convivir la experiencia artística que proporciona la ciudad a cualquiera que la visite con el testimonio humano de los habitantes que la pueblan. La presencia de una pareja de jóvenes, que se saltan las clases para ir a dar un paseo por el río, sirvió como excusa para añadirle un toque ficcional al guión de la película, en la que su profesión de docente y espíritu divulgador queda reflejada en la ilustrativa voz en off, que va narrando la historia de la ciudad desde sus orígenes, ensalzando sus virtudes y descifrando sus misterios. Llama especialmente la atención que ya se haga referencia a los turistas que la visitan.
Luis Cortés es un ejemplo fundamental para poner en valor la importancia del cine ‘amateur’, aquel hecho por puro amor al arte, liberado de cualquier compromiso industrial, de las modas y las presiones políticas, la mayoría de las veces fijándose y dando protagonismo a aquellas cosas que quedan fuera de la imagen oficial
Un año después, en 1957, Cortés volvió a filmar El porqué de una ciudad, esta vez en color, en busca de obtener un mayor realismo y de resaltar los colores que dan vida a la imponente piedra de Villamayor, con la que se levantan la mayoría de edificios nobles de Salamanca. Si bien el objetivo de la película es el mismo que la anterior, su contenido, debido al carácter documental y espontáneo de la obra, es totalmente diferente en sus escenas. Técnicamente, la película mejora a la anterior.
En su condición de autodidacta, la experiencia que Cortés iba cogiendo en cada nuevo proyecto se plasmaba en una mejor planificación y pericia a la hora de filmar, logrando encuadres más artísticos y mejor ritmo cinematográfico.
En 1958, ya con una cámara en 16mm, realizó en color su tercera película, El río, un poema musical de espíritu impresionista, inspirado por el Tormes —río que escrutó al detalle a lo largo de su vida— y con conexiones visuales con su primer trabajo. Dividida en varios capítulos dedicados a sus caminos, sus oficios, sus animales y el paso de las cuatro estaciones sobre él, está montado precisamente al ritmo de Las cuatro estaciones de Vivaldi, buscando las rimas que se producen entre sus reflejos, sus colores, sus corrientes y sus habitantes. Jugando también con los contrastes entre la velocidad de los vehículos y trenes que cruzan los puentes del río y la tranquilidad de la vida junto a la orilla, en la que pescadores, cesteras, lavanderas o barqueros realizan sus tareas diarias. La película contiene varias secuencias que, de forma consciente o inconsciente, parecen inspiradas por cierto cine de vanguardia, a la vez que captura algunas imágenes de lo más pintorescas, que harían las delicias de Luis Buñuel, como ese pastor que lleva a las ovejas de una orilla a otra en barca. En aquellos años, Cortés vivía muy cerca del río salmantino a su paso por el Puente Romano y eran habituales los paseos por su vereda, acompañado de la familia. De la fascinación que le producían sus aguas y el entorno surgió la película, en la que, como buen amante de la ornitología, prestó también especial atención a las aves que lo pueblan, tema que se convertiría en protagonista absoluto de otra de sus películas.
En 1959 realizó lo que podríamos considerar su primera película totalmente de ficción: un drama rural rodado en blanco y negro, ‘El viaje’, en el que cuenta la historia de un niño de aldea, al que sus padres han decidido llevar a estudiar interno a un seminario en la ciudad
En 1959 realizó lo que podríamos considerar su primera película totalmente de ficción: un drama rural rodado en blanco y negro, El viaje, en el que cuenta la historia de un niño de aldea, al que sus padres han decidido llevar a estudiar interno a un seminario en la ciudad. Un viaje físico y emocional en el que el niño deja atrás su infancia para entrar en una temprana madurez, en la que la libertad e inocencia de la que gozaba, sin las preocupaciones de la vida adulta, quedarán atrás demasiado pronto. La película juega con el contraste en dos tiempos: un presente marcado por el sobrio viaje en tren, que se alterna con alegres secuencias de los juegos y correrías pasadas del niño en el pueblo, todo al ritmo de una banda sonora interpretada a la guitarra por Narciso Yepes.
Como ya sucedía en su primera obra, la película también se introduce con una cita literaria, en esta ocasión de El libro de la vida, de Santa Teresa de Jesús. Fue rodada en el pequeño pueblo de Villar de los Álamos, a 31 kilómetros de Salamanca, que en la actualidad tiene empadronados tan solo a diez habitantes. Contaba Paulette en una entrevista que, al no conducir ninguno, para rodar las escenas del tren necesitaban todo el día y tres trenes: uno para llegar al pueblo, otro que sería el que filmarían y el tercero para volver. Así de dedicada y vocacional es la vida del cineasta amateur. Casualmente, el pueblo es tristemente conocido por un gran accidente ferroviario que ocurriría allí tan solo seis años después de realizarse la película, en el que se vio involucrado el Sudexpreso París-Lisboa y en el que fallecieron más de 30 personas, un suceso que recoge Fado entre encinas, libro escrito por Paco Cañamero en 2020.
Un domingo, rodada en 1960, fue su siguiente película. Filmada en color y 16 mm está dividida en tres historias, que se van alternando sucesivamente, mostrando tres formas de pasar este día festivo. En la primera, un pescador aficionado, papel interpretado por su amigo y mentor en las artes visuales, Pepe Núñez, aprovecha su domingo para hacer una excursión en bici a orillas del río. Está filmada con gran sencillez y minuciosidad, fijándose en todos los detalles del paisaje y del arte de la pesca, mientras el pescador disfruta de su pasatiempo, la comida y la lectura. La segunda de las historias está protagonizada por una pareja de jóvenes enamorados, que pasan un romántico día, visitando pueblos y castillos por la zona, mientras se fotografían y disfrutan del entorno; y la tercera, un bullicioso domingo en la ciudad, con sus actividades habituales: la misa, el aperitivo, el partido de fútbol, el cine y el baile. Pese a que, en imágenes, todas las opciones se muestran como una buena elección para el ocio, y a todos los personajes se les ve felices, hay detalles en los que se observa que Cortés, que era un gran amante del campo y la vida al aire libre, de la tranquilidad y el tiempo pausado para la contemplación y la reflexión, aboga por ensalzar las virtudes de pasar un domingo en el campo frente a pasar un domingo cualquiera entre el gentío de la ciudad, como cuando monta seguidos un plano de una colonia de hormigas aceleradas y uno de decenas de personas aglomeradas en la misma calle. Esta tesis viene reforzada desde el inicio, en el que recurre nuevamente a la cita literaria para introducir el tema de la película. La elegida esta vez es una especialidad de su cátedra, firmada por el poeta francés, del siglo XIX, Maurice de Guérin.
Su sexta y última película, Los pájaros, realizada en 1964, es un registro documental en el que plasma otra de sus grandes aficiones, la ornitología. Armado de paciencia dedicó numerosas horas a capturar imágenes de las aves que pueblan los entornos de Salamanca y Ledesma, durante las diferentes estaciones del año. Haciendo minuciosas clasificaciones: por especies; pico carpintero, trepador azul, andarríos, martín pescador, alcaravanes, cigüeñas, garzas o mirlos; o en función de su hábitat: sobre las aguas, en árboles, en matorrales, reflejando sus singularidades y sus particulares movimientos.
En toda la obra de Cortés se observa su profundo carácter humanista, su amor por la naturaleza y respeto por los animales, por la historia y las tradiciones populares, por el patrimonio arquitectónico y la literatura, quedando todo reflejado en sus películas con una exquisita sensibilidad y rigor estético.
Su inagotable conocimiento sobre la ciudad de Salamanca, tanto a nivel histórico y artístico como de sus gentes, oficios y tradiciones, le sirvió también para que Televisión Española le encargara el guión del episodio dedicado a la capital charra de la serie Conozca usted España (1966–1969) que, para la ocasión, contó con la dirección de Ramón Masats, siendo conducido por la actriz María José Alfonso.
Luis Cortés es un ejemplo fundamental para poner en valor la importancia del cine amateur, aquel hecho por puro amor al arte, liberado de cualquier compromiso industrial, de las modas y las presiones políticas, la mayoría de las veces fijándose y dando protagonismo a aquellas cosas que quedan fuera de la imagen oficial, y ampliando la visión geográfica de los núcleos habituales de producción cinematográfica. Pero hubo otros. Si en Castilla y León estaba Luis Cortés, en Murcia encontramos a Antonio Medina Bardón, en Aragón a José Luis Pomarón, en Galicia a José Ernesto Díaz–Noriega, en Castilla La Mancha a Jacinto Fernández Valdés o en Cataluña a Arcadi Gili i Garcia, por citar solo unos pocos. Todos ellos cuentan con películas que se han convertido en un material de gran valor histórico y cultural, proporcionando un importantísimo archivo para la memoria audiovisual y el patrimonio del país. Siendo esencial también la labor que desarrollan las diferentes filmotecas regionales para su conservación, restauración y difusión.